Los caminos que no se ven

Igor Barreto

Quisiera comenzar estas palabras recordando un sueño: En la bruma del inconsciente me veía vagando por los Desiertos del Sur de Venezuela en compañía de un hombre llamado Benjamín Cordero, lo ayudaba en el arreo de una manada de cochinos y agotados por la faena nos detuvimos bajo una Palma Sola a descansar, mientras los cerdos hozaban en la tierra negra. En ese momento Benjamín Cordero llamó mi atención para decirme: Cuando vayas a escribir un poema hazlo con espíritu «inmundo», lo más sucio del mundo que puedas. He pensado con mucha frecuencia en este episodio y en las ideas que podría asociar al adjetivo «in-mundo», es un término de hondas resonancias bíblicas. Las apariciones de este adjetivo de fuerza inusitada en el Nuevo Testamento se vinculan por lo general a la presencia de seres seducidos por el mal, o que representan el «mal», como demonios, seres poseídos y sobretodo orilleros, marginados. Se tratan de existencias o representaciones ubicadas en la periferia de una doctrina, de una visión que, como el cristianismo, terminó por imponerse en Occidente. Ya extrapolando este concepto para aproximarlo baudelieranamente, lo más posible, a nuestros propósitos literarios, podríamos decir que lo inmundo es la negación de lo focal y también la afirmación de lo periférico. Quisiera rememorar en mi ayuda un ensayo de la crítica argentina Josefina Ludmer, “Literaturas postautónomas”. También me voy a atrever en esta dirección a recordar que lo inmundo es la expresión literaria contaminada de variados registros provenientes de las más diversas formas expresivas. Eso que la pensadora argentina denomina lo postautónomo. Hablando desde mi escritura poética, es un concepto en el que me he apoyado al incorporar elementos narrativos, relatos de vida, el realce de lo propiamente lexical: sustantivos que son como apariciones de fantasmas paracrónicos, verdaderas figuraciones del pasado incrustadas en el presente: citas o paráfrasis de textos perdidos en el tiempo. Permítanme ustedes adosarle a esta expresión otra, que siempre he intuido como una suerte de impulso que favorece el ejercicio de lo acumulativo, eso que denomino personalmente como la fuerza de “implicación”. Para mí, los poemas se construyen incorporando la mayor cantidad de elementos que conforman su horizontalidad de sentido y de atmósfera. La trascendencia de cualquier texto tendría que ver entonces con su capacidad de “implicación”, con la potencia del crecimiento mundano que pueda demostrar el poema. La verticalidad como principio de trascendencia, de vinculación con una divinidad distante, como ocurre con los poetas románticos o con sus continuadores en la contemporaneidad, siempre me ha parecido inhumana. La divinidad así entendida carece de eso que Jun’ichiro Tanizaki llamó la sombra del uso, una cualidad que solo es posible adquirir mediante el diverso contacto que “algo” tiene con su entorno.

Hoy día, en la contemporaneidad, el contacto con el mundo se resume cada vez más en la construcción de una imagen, de un ícono, de una representación de hechura decadente y neutral, al negarse a asumir la riqueza del perfil circunstancial del mundo, ocultándose muchas veces tras un lirismo alabancioso. En cierta entrevista leí que Cioran afirmaba que, a la poesía, de continuar así, le espera un destino operático: redundante, artificioso, altisonante. Quisiera poder hablarles de una complejidad mayor, una aspiración que recaiga sobre la riqueza de todos y cada uno de los elementos lingüísticos, especialmente aquellos que le confieren una mayor contundencia verbal al poema, una «fuerza de gravedad» a las palabras, que yo desearía que pesaran tanto, que su peso las hiciera caer hoyando la tierra.

Estas palabras pronunciadas, unidas al último fragmento de esta intervención constituyen la desembocadura de variadas citas que leeré y que tendrán como rótulo o título la mención de distintos problemas que han ido llamando mi curiosidad en la evolución de mi proceso creativo. Estas citas fueron sustraídas de un libro que publiqué en el año 2006, bajo el título de El Llano Ciego y, que ahora recuerdo, hago memoria con alma, como quería el poeta español de la generación del 27, Don José Bergamín. Paso entonces a leerles dichos fragmentos del libro El Llano Ciego, rotulados con una mención al problema que plantean, acompañados de poemas pertenecientes al respectivo texto, que dan cuenta de mi proceso y mi lamento al pensar la representación contemporánea de la naturaleza. 

El exilio

El exilio como una categoría de la existencia, el abismo y la palidez del pensamiento son condiciones ya internalizadas en nuestra vida cotidiana. La primera forma de exilio que padecemos es una que tiene como ámbito lo temporal. Nuestro presente es solo el tiempo de hondas desilusiones. He ahí la causa de la irrealidad que nos acompaña. Muy pocos tenemos patria en un país del pasado. Alguna vez Derek Walcott se atrevió a afirmar que en los orígenes del Nuevo Mundo estaba «la amnesia». De estas cosas hablo como lector de poemas, esas vasijas donde guardamos el curso de la sensibilidad.

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En cine existe un recurso de puesta en escena que podría resultar revelador. Me refiero a la aplicación de la “geografía imaginaria” mediante la cual se construye una locación, uniendo con el montaje partes o imágenes de distintos lugares. A pesar de que las partes son reales, el todo es siempre imaginario. Eso ocurre en la mente de un exiliado: sus recuerdos corresponden a sitios concretos, pero “el todo” de su vida es imaginario.

Naturaleza del exilio

(Nocturno de apartamento, 1998)

UNAS reses llegaron del boscoso anhelo,
de unas calcetas añoradas.

¿Qué sentido tenían aquellos animales
de rostros humanos?

La cocina era una hoguera
a medianoche.

El acallamiento
vegetal del balcón

donde unos helechos
aletean como esfíngidos.

¿Qué fue de la quietud de esos parajes
que conocían tanto?

No encontré barriales constelados,
ni la camisa azul.

Era la naturaleza del exilio,
un río de nada.

Algo que corta una cebolla en pequeños trozos,
blanca, como un farol bajo un árbol marchito.

Paraíso perdido

MILTON ha dicho
en El paraíso perdido:
La tierra tan pequeña,
comparada con el cielo,
y faltándole la luz:
Entonces, una tierra
en esencia oscura.
Pobres y engañados Trópicos
que creen que la luz les pertenece.
La palmera de penacho brillante
perdió su orgullo
y está enferma:
es solo
una reliquia
de la sombra.

La naturaleza

Cuál será la imagen que busco de la naturaleza. Sin duda que no se trata de una deificada y espiritualizada hasta el hartazgo. Pero tampoco esa otra más moderna de la que habla Gottfried Benn en su Carta a Oelze: La naturaleza es vacía, desierta; sólo los venados ven algo en ella, pobres diablos condenados a constante sufrimiento. ¡Huya de la naturaleza que echa a perder los pensamientos y estropea notoriamente el estilo! En Benn, cuya voz proviene del intramundo urbano, se expresa una visión ausente de piedad. El poeta alemán no quiere ser la voz de un colectivo, ni de la impostura burguesa de sus valores: la solidaridad, la autenticidad, la identidad, la trascendencia. Aunque me inclino por su poesía sin piedad, despojada y libre, no tolero su desapego y vaciamiento de alma. Si la naturaleza ha sido pervertida e intervenida y sobrevive apenas en el imaginario del exilio, es preciso que cargados de esta conciencia del deterioro (y recuerdo a James Hillman) nos dispongamos a restituir el alma al mundo.

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¿Naturaleza? Lo no-humano, simplemente aquella porción del cosmos que no he visto, lo más apartado, el lugar donde unos pájaros comen semillas de árboles para los cuales carezco de nombres. La sola presencia de una persona ahuyenta la naturaleza, la descoloca con su orgullo y humanidad.  Decir «hombre» y huir, todo lo que transcurre sin ley alguna, es la misma cosa.

El presente

RECUERDO un paseo con el cronista de la ciudad de San Fernando, don Julio César Sánchez Olivo. Nos deteníamos en cada esquina y él me iba diciendo: «Aquí estuvo la farmacia Libertad» (ahora había un edificio); «Aquí la antigua fábrica de hielo» (ahora tan sólo un terreno baldío). Luego de aquellas caminatas, pensé que cada objeto merecía perdurar y ser memoria de un tiempo, ya que sólo lo antiguo tiene corazón. San Agustín creía que el presente debía conjugarse como presente-pasado o presente-futuro. Pero por desgracia entre nosotros, por desgracia para las cosas, para calles y ciudades, aquí el presente le sigue al presente en un mundo de pura y maciza cotidianidad.

IV

La ciudad que edificaron los Conquistadores fue una ciudad amurallada (una ciudad-fortificada), tan diferente y semejante a la ciudad contemporánea: amurallada también, pero por el presente, el muro del presente. De ahí deriva su terrible insularidad. Parafraseando al poeta cubano Virgilio Piñera, podríamos decir: la maldita circunstancia del presente por todas partes.

Ungaretti

                        a Mafer

OÍ hablar a Ungaretti
de su Alejandría,
cerrar los ojos azules y decir
que otros lugares de Oriente
podrán tener las mil y una noches,
pero Alejandría tiene un desierto.
Nosotros también tenemos:
la amnesia y el desierto del presente.

El paisaje

El paisaje ha muerto. El paisaje de tradición romántica ha muerto, a pesar de que aún descubrimos marcas de lirismo alabancioso en nuestros poemas. En él la naturaleza se identificaba con un estado edénico anterior a la «caída». La naturaleza era su «paraíso perdido», algo que nos abandonó al cruzar la puerta de la infancia, tal como leemos en la «Oda de los indicios de inmortalidad en los recuerdos de la primera infancia» de Wordsworth. Éramos roussonianamente felices en los predios de ese paisaje hasta la llegada de la modernidad que precipitó el abandono de nuestra memoria ancestral y colectiva. Pero la modernidad también trajo consciencia ideológica y lingüística, señalando la gran carga de simple utilería que se acumulaba en nuestra visión de la naturaleza. Aunque habría que decir que el romanticismo estuvo animado por un espíritu nacional de reconocimiento de lo geográfico, donde la representación del paisaje constituía una forma de encarnar estéticamente lo que en otros ámbitos era un destino político.

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La regla del paisaje es el monoteísmo. Esta perspectiva equivocada nace en el vértice donde se asienta el ojo (único y divinizado) que segmenta la naturaleza. Pero basta observar el cosmos con sus nombres: Ceres, Venus, Neptuno, para darnos cuenta de que son muchos los que nos miran desde las copas de los árboles y la comba de las estepas.

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El paisaje quedó atrapado en un deseo compulsivo de idealización. Sobrevive en imágenes cristalizadas. En sus límites la naturaleza es el Dios exterior o interior según pensemos en Platón o en San Agustín. El exilio territorial desde el cual hablo siempre conserva un átomo de realidad, un correlato objetivo, como diría Eliot, la memoria de una experiencia que se pretende histórica.

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¿Dónde están las ruinas veneradas de la naturaleza si hoy lo que encontramos son los escombros de un río fecal? ¿Cómo seguir creyendo en el paisaje como representación bella y agradable? El paisaje contemporáneo (de insistir en este término) sería una representación pervertida, intervenida, impura: una cordillera de desechos. ¿Cómo saltar valiéndonos de una estrategia lírica por encima de este presente y volver a escribir sobre unos árboles que cabecean y rumoran entre ellos necedades?

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El lugar

Si alguien dijera que desea representar el paisaje reivindicaría para la escritura poética la noción de «lugar».  El «lugar» es lo dinámico que se opone al estatismo de una imagen pictórica de la naturaleza: lo particular, lo histórico versus lo universal, lo nominal frente a lo adjetivo. ¿Paisajismo? Según Baudelaire sólo consiste en glorificar legumbres.

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León Bloy decía: «El más bajo grado de la miseria es, seguramente, no tener lo que puede llamarse un domicilio».

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Para enfrentar el mal no tengo divinidades; tengo el recuerdo de lugares. Es lo que puedo convocar en mi ayuda.

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El alma existe sólo como una relación entre el individuo y el «lugar». Se tiene alma cuando se está (con armonía) en cualquier paraje por remoto que sea. Así te encuentras de nuevo con la unidad posible del lugar donde el alma se torna palpable a los sentidos. Pienso en estas ideas mientras contemplo El regreso de Joaquín al pastoreo del Giotto, uno de sus frescos de la santa capilla dell’ Arena de Padua. Giotto descubrió la noción de «lugar» cuando apenas se insinuaba la perspectiva, y personajes y naturaleza eran un modesto asomo que no ocultaban su frontalidad. Entre Joaquín que retorna arrepentido y los pastores que lo reciben junto a ovejas, rocas y árboles, se crea una comunidad espiritual, una sympatheia que valora el espacio, el «lugar», más allá de cualquier percepción naturalista.

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Qué paradoja:

Una lámpara de aceite de foca ilumina el rostro de Robert Flaherty, sabio fundador del cine documental. Era la segunda década del siglo XX y había decidido abandonar su profesión de mineralogista. En su último viaje a la Tierra de Baffin (al norte de Canadá) descubrió el dominio de lo humano, donde los ciclos de las inhóspitas estepas subárticas rotan en el carácter boreal de los esquimales. Tras dos meses en canoa y trineo, Flaherty llegó hasta ellos. Traía consigo una considerable carga: dos cámaras cinematográficas Akeley, las mejores en temperaturas glaciales, ya que utilizan un mínimo de aceite y grasa lubricante; también un trípode para las cámaras de movimiento giroscópico; decenas de latas de material virgen de la casa Eastman Kodak y un laboratorio completo que le permitía positivar la película que iba filmando… Y todo esto (¡qué paradoja!) para reencontrarse de forma objetiva y convincente con la naturaleza.

El pasado y la memoria

Superar la realidad, superar el paisaje. Adentrarse en la memoria que es pura creación verbal.

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La memoria es un texto espontáneo que viene hacia el presente y nuestra conciencia intercepta su recorrido. La conciencia llama a la memoria desde la orilla del desamparo verbal. Hacer memoria es invocar palabras de una oración, encomendarse al espíritu del lugar y al acontecimiento.

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Hablar de la memoria es entrar en un espacio vinculante. Quiero decir que las personas y objetos evocados se relacionan conformando una red plural, una identidad plural, donde el «yo» retrocede sin más remedio.

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En el ámbito de la memoria el presente se aviene al pasado
haciendo una reverencia.

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Existen fatales correspondencias entre el personaje principal del film Dersu Uzala (1975) de Akira Kurosawa y la tragedia del jefe de botones de la clásica cinta expresionista El último hombre (1924) de Friedrich Murnau. El personaje de Murnau (interpretado por Emil Jannings) vio trágicamente suplantar su identidad, su nombre, la puerta de entrada a su carácter, por una supuesta identidad social que le brindaba el vistoso uniforme del hotel Atlantic. La Alemania «pangermánica», donde germinaban el fascismo y el comunismo, inauguró en nuestro siglo estas mutilaciones de la persona. La dramaturgia del «yo», que los expresionistas llamaron «ich-drama», conduce al personaje encarnado por Jannings hasta un final paródico y deshonroso. En cuanto a Dersu, viejo y acorralado por una deidad feroz que lo acecha bajo la imagen de un tigre de Bengala, decide renunciar a todo aquello que lo hizo admirable: su naturaleza de hombre compenetrado con la selva entre Rusia y China, y su aguda cultura de cazador. Aquel pánico lo llevó a refugiarse en la pequeña casa citadina de la familia Arseniev, lejos de «la taiga». Dersu desafió su destino y al querer regresar, casi ciego, la muerte lo sorprendió con bastardía a manos de unos ladrones. Cuando alguien se aparta de la tradición, cuando se pierde el nombre que encabeza la historia que somos de manera única, sobreviene (casi siempre) una muerte banal, y a medias tintas desfallecen cuerpo y espíritu.

Algunas propuestas

La vida de un hombre transcurre construyendo, afinando una o muchas historias. Relatos donde el narrador resume las claves de su existencia, su relación con la naturaleza, los hombres y las cosas. Le oí narrar a un pescador cómo su hermano murió ahogado en un río, relacionando aquella fatídica hora con el canto del paují oculto en los bosques de galería. Para él era la voz de la soledad y el silencio. Estos relatos desarrollan con fuerza realidades profundas. Refieren de manera sesgada el mundo íntimo del que cuenta, sus intereses y preocupaciones: Esas son las historias esenciales. Las busco, las descubro y las elaboro en forma de poemas.

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Desde los comienzos sentí el deseo de imprimir mayor sustantividad al verso. El primer recurso al que apelé fue a la imagen. Organizar el poema mediante un «montaje constructivo» a la manera pudovkiana, donde el ordenamiento de una serie de tomas componía las estrofas y, así, secuencia tras secuencia, hasta el final del texto. Era solo ingeniería visual. Aquel modo que privilegiaba el sentido de la vista contenía en su diseño figurativo el germen de su propia destrucción: el poema y la palabra perdían resonancia y ganaban en exceso racionalidad. Fue entonces que vino a mi mente la imagen de un pescador de orilla oculto en un recodo del río, entre el bosque de galería, mirando sin perder detalle la superficie reflejante del agua. Mirar y, al hacerlo, poner toda la intensidad del que está escuchando con sobrada atención. He ahí la respuesta (me dije): mirar como el que escucha. Relacionar la vista con aquel sentido, el del oído, que para San Juan de la Cruz era el más espiritual de todos. Así, el mundo representado en el poema adquiría mayor profundidad y su imagen resonaba con emoción humana.

El centauro

ATADO a una soga
llevé al centauro
hasta el galpón
trasero de la casa.

Fuiste el sabio
maestro de Aquiles
y de Esculapio
y de un tajo

corté su cabeza
colocándole
una trompa
con sus belfos.

Susurré en su oreja:
La sabana es la nada
donde el caballo
es lo único que existe.

Vendrán
vulgares jinetes
a robar
tu trascendencia.

Al final
espera la tristeza,
el mal
y la derrota.

Pastoral

PASTOR Caeiro
a la poesía lírica
no la mates.
Tú piensas
en el poema
y nos dejas
en el yermo
con el quejido
de unas ovejas
amnésicas
que sólo balan
simbólicamente.
Si vieras
qué fue de la vida
de Títiro y Salicio:
del jardín latino
a la covacha
de tres tablas,
en el borde
donde la ciudad
se espesa.
Les he hablado:
¡Allí donde existió
el verde
no pueden
pintar con verde!
Mas ellos
no hacen caso:
Si sopla viento
es porque el aire
se lamenta,
y al cerrar el grifo
escuchan el ruido
de una voz…

Pero no es su culpa.

Nuestro mal está en el alma,
dijo Horacio.

Último fragmento

Siempre pensé que la única posibilidad que tenía la tierra para salvarse de nuestro espíritu depredador era la de ser fieles a una ética que considerara a «La naturaleza como un otro». Dicha actitud implicaría aceptar que debe existir una «distancia» caracterizada por el despertar de la compasión y, luego, más tarde, vendría el reconocimiento o el aprendizaje de ciertas normas olvidadas.  Esta distancia tendría que ser religiosa en el sentido que debemos seguir la ruta de la naturaleza reconociéndola como una entidad superior, tal y como ocurre en La Oración del heliotropo, citada por el neoplatónico tardío Proclo, en su tratado sobre el arte hierático griego. Yo he pensado que, partiendo de esta oración, emulándola, pondríamos observar a la naturaleza con la misma reverencial distancia.  Esta idea se inspira mucho en la lectura de Henry Corbin y muy especialmente su libro dedicado a La imaginación creadora en Ibn Arabi. Creo que este principio de una necesaria «distancia» podría fundar la posibilidad de una ética del convivir terreno y mundano para el hombre de hoy, dominado por un deseo de posesión destructiva, que ha puesto un punto final a la necesaria simpatía con nuestro mundo, a la correspondencia entre las etapas de nuestras vidas y aquellas propias de los procesos naturales, y a la interlocución sabia que solo puede nacer de tal entendimiento

La Cacharpaya

Edwin Guzmán Ortiz

Febrero, mes tutelar del Oruro histórico e inmemorial. Mes de la memoria cívica y festiva. En él confluyen la historia y el mito. La memoria de las luchas libertarias, la cultura y las tradiciones más profundas del pueblo. Mes que anuda lo excepcional en sus dos vertientes, el 10 de febrero y el carnaval. La marcha y la danza.

El carnaval de Oruro 2023 prácticamente ha llegado a su fin. El templo de la Mama Cantila, poco a poco retorna al silencio, las miles de flores multicolores marchitas vuelven a la tierra, las velas hechas humo yacen en la comba del santuario. Huele a cuaresma.  Las graderías vacías permanecen apenas con la memoria cautiva del compás cimbreante de la entrada. Cual cajas de resonancia, se alejan los cuerpos de la fiesta. La dispersión lanza a los concurrentes a los siete puntos cardinales del horizonte. Las bandas, en compás de espera, reorientan su música hacia la zona sud. Lenta, la faena de clausura de las puertas del carnaval. Cunde el olor a fin de fiesta. El trabajo, las obligaciones y lo cotidiano se insinúan tímidamente por las calles.

Los danzarines otra vez vuelven a tener un nombre, un oficio, una familia. El carnaval, una vivencia que no desaparece por completo, se prolonga en la memoria de la fiesta, en la intensidad de los testimonios, en el calor de las despedidas, dentro el ciclo incesante del tiempo. 

Con el Carnaval, el orureño se abre al exterior y a lo exterior. Comparte con las festividades provinciales el reencuentro con los paisanos, los que retornan sabiendo que la fiesta es el espacio del reconocimiento y de la confirmación de un origen común. Pero es además una apertura al otro, al extraño, al turista, y aquí se destaca esa cualidad propia del orureño: su calidad humana, su bonhomía, su hospitalidad. Pero, sobre todo, se abre en su expresión: de un ethos cotidiano discreto, sobrio y casi gris, en el carnaval restalla en una pirotecnia de colores; una alquimia cromática se cocina en su espíritu durante todo el año, se reinventan las sintaxis del color, el danzarín se viste de matices y contrastes, y así como la violencia de unos colma el espacio, la sobriedad de otros se disuelve en el viento. Hoy con la parafernalia de los medios, Oruro se abre al mundo desde el fasto y la identidad de su fiesta. El mundo nos ve en nuestro más alto capital, la cultura del pueblo.

Para muchos, la experiencia festiva fue tan intensa que les hubiera gustado perpetuarse en medio de la música y el frenesí de la la danza, pero la fiesta se parece a la experiencia erótica y sin dejar de ser una experiencia erótica–, su secreto está en la plenitud del instante, en el clímax.

Han callado los micrófonos, se han apagado las cámaras. Los visitantes se llevan imágenes, melodías, encuentros, desvaríos, el frenesí de la fiesta. Queda la memoria intransferible del júbilo, queda el eco de los cánticos colectivos, el recuerdo de interminables noches bordando silenciosamente el disfraz; escribiendo en el terciopelo, las sedas, la piel de lobo y las bayetas, imágenes ancestrales, colores paridos por el azar y el inconsciente colectivo de la cultura. Queda el testimonio de semanas de elaboración minuciosa y providencial de artesanos en caretas y disfraces, el sudor en las telas y las máscaras.

Queda, para unos esa conciencia corporal de haberse rajado danzando en medio del conjunto –cada danzante es el centro del conjunto–, para otros el show espectacular de la entrada Y, cerrando los ojos, no cesan de circular los rostros entrañables de los fraternos, el sabor de la ñufla encendiendo los cuerpos, el entusiasmo exponencial de haber compartido fe, hedonismo, baile y la experiencia límite de la “petit mort” en el cenit de la fiesta. Las melodías encumbradas por los metales resuenan en el ambiente; sembradas en los oídos, metidas en los poros prosiguen la danza imaginaria que aun late en la conciencia. 

Los mitos encarnados en los símbolos de los disfraces, rugen, amenazan con su serpenteante presencia, con su horrida belleza. Las caretas de diablos, las máscaras en general y el propio maquillaje de las figuras disuelven la identidad personal, no son menos máscaras los rostros de las figuras. Y en todas ellas, algo se recupera de un pasado sin tiempo, algo suple la propia facies para revelar los viejos mitos, las leyendas.

Los estandartes de los conjuntos son puestos a buen recaudo. El carnaval pervive aun en la palabra de los espectadores y sobre todo de los protagonistas que no cesan de comentar las vicisitudes y anécdotas de lo vivido. A su vez, en un tono más oficial, la engolada voz de los evaluadores del fasto, en las estadísticas y pronósticos, en los informes para los in/conformes.

Ese Oruro, ese país que desde Oruro ha cantado y comido, que ha gritado, y bebido, que ha danzado y  ha prorrumpido destellante en un recorrido fastuoso y oneroso,  que se ha agitado a lo largo y ancho del sábado y domingo, y que ha terminado balbuceando las palabras de la fe desde el rostro sudoroso y   prosternado a los pies de la Virgen, o inexplicablemente, ese colectivo  que ha terminado poseído por el hálito pasional de los fastos de carnaval, aun late.

Sagrado y profano, el mismo cuerpo habita la tensión dialéctica de la experiencia límite. Orar y beber, arrodillarse y extenuar el cuerpo en la tensión voraz de la danza. Comulgar con lo santo o entregarse a las lindes del abrazo erótico. El cuerpo es ese otro que se descubre y se ejerce, y que, rebasándose, evidencia una forma extraña de salud. 

La otredad, marca de la fiesta religiosa. Lo devocional desemboca en el carnaval. El sábado y el domingo, el mismo rostro con dos gestos distintos, acaso opuestos, acaso complementarios. Antes, la frontera de estas dos dimensiones se hallaba mediada por el Alba, la celebración del caos primordial. Espacio donde todas las músicas eran posibles, y todas las danzas se fundían en una sola danza camino a la salida del sol, al inicio del carnaval. Lugar donde los no danzarines bailaban, donde los danzarines desbordaban el continente del grupo folklórico, donde los viejos amigos y los nuevos rostros se fundían en el coro potente de un magno encuentro; mistelas, semidisfrazados, seres solitarios o solidarios, abrazados en pos del reencuentro, confidencias,  actos de comunión profana, el amasijo entre el orden y el desorden, el reino de la licencia, bajo la mirada comprensiva de la Virgen, bajo el resplandor de la estrella de la mañana que, entrañable, ruega por nosotros. El Alba, es una experiencia que no cesa y que, por su desaparición, pesa. Hoy, las apetencias del espectáculo han terminado borrando este escenario de encuentro. Hoy los músicos han migrado al Festival de Bandas donde, a la par, se lucen las autoridades en base a un programa oficial.

Al culminar el Carnaval, también se aleja ese espacio que evidenciaba a los protagonistas originarios de la fiesta, los antiguos gremios de veleros, matarifes y cocanis; lustrabotas y ferroviarios, sobre todo el cimiento cultural de la Anata.  Ese olor a mineral que flota en los ambientes del templo, donde la Virgen asume un doble rostro: la Virgen de la Candelaria y la mamita del Socavón, el rostro español y la facies morena contagiada por los mineros.

El carnaval es la expresión de nuestro mayor lujo. Es objeto además de un magno reconocimiento patrimonial por la UNESCO. Los trajes y disfraces exceden con mucho la moda industrial de occidente. Su energía es indiscutible. Sus valores tradicionales subyacen a su ser cultural. Mas, la belleza, la suntuosidad, la enorme y poderosa majestad de lo bello, nos revela como también nos esconde, puede terminar siendo una sobremáscara, o un recurso vacuo destinado al mero consumismo. La seducción vende. La hegemonía del look, del producto empaquetado, del starsistem y sobre todo el k’alincho discurso de las redes no contribuye a la densidad, ni responde a la gravitante matriz cultural de nuestra fiesta.

Pienso que todos queremos un carnaval más auténtico, que la estética transnacional no se coma a la estética popular, que lo nuestro no se rinda a la transestetización de lo global. No olvidemos que el excesivo resplandor no solo ilumina sino también enceguece, e impide una mirada más horizontal y democrática de los otros.

La doble matriz de nuestra fiesta: lo andino y lo devocional cristiano, permanece. Y por supuesto, el carnaval también nos deja además de una impresión, una lectura que va modificándose en el tiempo. “La Insurrección Festiva” de Javier Romero es, por ejemplo, otra manera de entender la historia y los substratos que sustentan la identidad del “carnaval de Oruro”. 

La vida y los sentidos de la vida también pasan por la fiesta. En ella nos encontramos con nuestros credos más profundos, con nuestros deseos, con los otros que de alguna manera son también nosotros. Gracias a ella, participamos y comulgamos, nos alegramos y creamos, salimos de nosotros mismos y al hacerlo nos reencontramos y, cada año, retornamos a través de ese el ciclo incesante, de ese anhelo de libertad que permanece. 

Ecos del Pocomani

Una invitación (digital) a vivir la Anata junto a la música de Santiago de Huayllamarca

Juan Pablo Piñeiro

Alvis continental, un continente musical. Me maravilla esa frase. Se la puede leer en algunos videos que circulan en la red.

Y es que a veces quisiera que el que me está leyendo pudiese ver los videos que estoy mirando, sobre todo ahora en carnaval, que en vez de festejar estoy escribiendo esto. Así sería mucho más fácil describir algunas imágenes que se encuentran escondidas en videos subidos al YouTube y dialogar con ellas.

Para lograr esto tendría que escribir una especie de columna con pauteo virtual, algo que parece muy complicado y además le quita tiempo al lector. Sin embargo, conozco a tanta gente que le gusta lo complicado, sobre todo si le quita tiempo, que pienso que no sería mala idea hacer un experimento. Además solo puedo quedar mal al tratar de describir la música de los fabulosos Ecos del Pocomani, cuando el lector la puede escuchar.

Es verdad que internet en nuestro país es restrictivo pero también es verdad que siempre aparece una oportunidad para entrar a la red. Yo mismo tengo que esperar un montón para cargar los videos, así que no tengo por qué no intentar escribir este texto con pauteo virtual.

Ecos del Pocomani es la tarqueada que proviene de Santiago de Huayllamarca, capital de Nor Carangas en Oruro, más propiamente del ayllu Pampa Parco. Huaylla significa pradera, pero su significado está cargado del color verde. En algunos videos se reconoce al lugar como “Jardín Botánico del Altiplano”. Naturalmente en un lugar donde el verde cobra semejante preponderancia la fiesta de la Anata se la vive a plenitud.

Muchos nunca entenderemos la Anata porque no hemos nacido con la tierra en nuestras manos. En Pampa Parco así han nacido, por eso la papa escarbada por el yapuchiri es prueba suficiente de que el mundo está naciendo de nuevo. Esto es la Anata, es el tiempo previo a la cosecha y coincide agrícola y litúrgicamente con el carnaval.

Con banderas blancas e hipnóticos bailes se visita a toda la comunidad al ritmo de la tarqueada recibida por el maestro mayor por parte del Sereno, en alguna laguna de la montaña. Se bendicen los alimentos y los animales, se agradece a la tierra y se incentiva a los jóvenes a que bailen en pareja.

En esa bandera blanca está la pureza de la tierra. Pero veamos y escuchemos un poco a los famosos Ecos del Pocomani, que naturalmente llevan ese nombre en honor a los silenciosos ecos que se producen en la montaña que cuida el lugar, el Pocomani.

Si buscan en YouTube el siguiente video “tarqueada huayllamarca (nor carangas) Oruro Bolivia (parte 5)” descubrirán más allá de las imágenes que se filman en la ciudad, retazos de la alegría y de la misteriosa sintonía que tienen los pobladores del lugar con las fuerzas renovadoras de la naturaleza.

Están conectados. ¿De qué otra manera podemos describir sino el rostro de la mamita que aparece bailando en el minuto 2:49, y que posteriormente sale del medio de la banda en el 3:12? Eso es estar conectado.

O cómo podríamos nombrar entonces la mirada lejana y misteriosa de los soldados que aparecen en el 4:15, o la simpatía del personaje de celeste, que muy alegre, aparece saludando encima de todos, en el 0:45. A este señor nos referiremos más adelante.

Viendo este video seguramente me darán la razón cuando digo que la banda Ecos del Pocomani tiene mucha fuerza, y acompaña con maestría la ceremonia antigua que se lleva a cabo con la alegría uniformada en los trajes de las mujeres y de los músicos.

Pero, por qué no conocemos un poco mejor a estos fabulosos intérpretes. Si buscan en el YouTube la dirección que les sugerí anteriormente, solamente que poniendo parte 6 en lugar de parte 5, encontrarán un video donde se describe mejor el talante de estos músicos.

Cabe recordar aquí que otra manera de acceder a estos videos es buscar la cuenta de Cholanko, que al parecer es un arquitecto que a la vez se dedica a filmar los rituales de su comunidad y en especial las actividades de los poderosos Ecos del Pocomani.

Una vez me dijeron que la mejor manera de conocer a un músico es verlo cruzar un puente, por eso nada mejor que ver a los integrantes de la banda cruzando de a uno por un pequeño puente colgante. Para esto observe todo lo que sucede a partir del 0:27, en especial preste atención al alegre personaje que pasa en el 0:55. Es notorio por la forma en que sonríe y que camina, el orgullo que siente por ser parte de los Ecos de Pocomani.

La Anata es poderosa porque por breves instantes parece que el mundo estuviera ahí para poseerlo todo. La energía telúrica muchas veces desborda y en ciertos momentos manda a sentar a cualquiera como manda a sentar al hombre que aparece agarrando una ofrenda en el 1:58.

Ahora aquí se toma con cerveza, se toma con alcohol, hay lugares, sin embargo, en los que todavía se conectan con chicha, chicha de la tierra. En el fondo quizás lo único que se repite es que como antes todos toman lo mismo, nadie se corre. Si no mire la celeridad con que la mamita toma lo que le ofrecen en el 3:43.

Nunca falta el alegre que aprovecha para repetirse, en este caso nuestro compañero de celeste que apareció en el primer video y que en este segundo ejecuta su cordial saludo en el 5:17.

Esa es la magia de la Anata, dicen que significa juego, pero está claro que hay algo más, algo que no debería pasar tan desapercibido, esa Anata está conectada a la tierra, a la lluvia y a la comunidad. Es un juego místico.

Antes de terminar este viaje por la red es mi deber mostrarles uno de los temas emblemáticos de los Ecos del Pocomani. Está dedicado a todos los residentes bolivianos en Chile, Argentina, Brasil, Perú y España. Está inspirado en el vehículo que reemplaza a la ancestral chicha.

Para buscarlo deben ingresar en el YouTube: “Ecos del Pocomani cerveza”. “Cerveza, cerveza, otra vez cerveza” son las primeras líneas de esta alegre composición dedicada también a los propios integrantes de la banda. Por eso son muy lindos los gestos de los músicos que toman un traguito en el 0:41, en el 0:50 y en el 1:53.

Les dejo con el video, pidiéndoles que cuando lleguen al 3:28, cuando lleguen a esos arenales, sientan esa sed, ese chaqui, el chaqui de un continente musical que ha festejado un carnaval más.

Gaspar de la Noche en la zona polar entre Suecia y Finlandia

Casa de la cultura de Korpilombolo (Foto: Javier Claure).

Javier Claure C.

El Festival Cultural Nocturno de Korpilombolo se llevó a cabo, el mes de diciembre del año pasado, bajo el auspicio de la Asociación Cultural Korpilombolo y diferentes organizaciones culturales. Un intenso programa entre conferencias, talleres de escritura, películas, poesía, fotografías, conciertos, bailes, libros, teatro, música y exposiciones de cuadros fueron expuestos al público. Las conferencias se realizaron en sueco y en “meänkieli”, un idioma muy parecido al finlandés. Todo comenzó hace 18 años cuando Julián Vásquez Lopera, escritor colombiano y ex docente de la Universidad de Estocolmo y de Lund, investigaba sobre la obra del poeta colombiano León de Greiff de ascendencia sueca. Entonces se le vino a la cabeza la idea de hacer una conexión simbólica entre Korpilombolo y Bolombolo. Es así que fundó, junto a las hermanas Nylund y otras personalidades destacadas en el ámbito de la cultura, el Festival Cultural Nocturno de Korpilombolo.

Korpilombolo es un pueblo situado en la frontera con Finlandia y pertenece a la comuna de Pajala. En este pueblo viven alrededor de 500 personas. Hay dos hoteles, el “Hotel Bolombolo del Cauca” y el “Polar Center”. Según el Instituto Sueco de Meteorología e Hidrología (SMHI), la temperatura, en este sector, puede llegar hasta -30 grados en invierno. En esta época todo el pueblo está cubierto con un manto blanco de nieve. Y en las noches entre la nieve, el frío, la quietud de sus hermosos paisajes y el silencio del pueblo, se llevaron a cabo las actividades del festival en diferentes locales. La mayoría de la gente camina, bien abrigada, de un local a otro. Muchas personas utilizan trineos para desplazarse. Y las noches del festival resultaron ser una fiesta cultural en todo el sentido de la palabra. En esta parte de Suecia, en los meses de invierno, ocurre un fenómeno climático que se llama “la noche polar”. Esto quiere decir que el sol no sale en el horizonte hasta finales de enero. Linnea Nylund, presidenta de la Asociación de Korpilombolo, cuenta por qué escogieron la noche para realizar el festival: «En verano también están presentes las noches. Pero no es tan expresiva como lo es ahora que podemos caminar con tranquilidad en medio de la oscuridad, el frío y mientras cae la nieve»

Cuando el sol cambia de rumbo y se va a otra parte del mundo, aparece la noche, la oscuridad, el silencio, la tranquilidad, el miedo, el jolgorio y la inseguridad. La luna y las estrellas son testigos de secretos, de andanzas y de nobles sentimientos, pero también de momentos difíciles, de tragedia y de guerras que se vienen dando en este mundo ciego, sordo y mudo.

Gran parte de nuestra vida la pasamos de noche y abandonamos el mundo y todas sus combinaciones de ajetreo. Es entonces cuando pasamos al reino del misterio y de la contemplación de los astros. Soñamos en la noche y podemos desplazarnos hacia lugares jamás imaginados. La noche inspira a la poesía, a la literatura, al cine y la luz de la luna abre un sendero para la reflexión.

¿Qué tiene que ver Korpilombolo con Bolombolo del Cauca? Pues es una historia apasionante la que une a Bolombolo, una aldea tropical situada a las orillas del Río Cauca (Colombia) y a Korpilombolo, otra aldea situada cerca del círculo polar ártico, en donde las noches son largas y los días muy cortos en invierno.


Carl Sigismund von Greiff y su esposa Lovisa Petronella Faxe, bisabuelos de León de Greiff, habían partido de Malmö (Suecia) a Medellín (Colombia) el año 1825 en busca de mejores condiciones de vida. Su propósito: explotar alguna mina de oro en la provincia de Antioquia. La joven pareja nunca más volvió a Suecia. León de Greiff nació en Medellín en 1895 y murió en Bogotá el año 1976. Es considerado como uno de los poetas más importantes del siglo XX en Colombia. Su obra está compuesta, entre otras cosas, por “yoes” autobiográficos bien camuflados. Es decir, distintos personajes que con el transcurso del tiempo tomaron diferentes rumbos. Podemos citar, por ejemplo, a Bogislao von Griffus, Matías Aldecoa, Leo de Gris y Gaspar de la Noche siendo quizá el más notable.

La historia cuenta que León de Greiff era “grafómano” y noctámbulo por excelencia. Probablemente en las nebulosidades de la noche se apoderó de un personaje, al cual lo llamó Gaspar de la Noche. Quizá escogió ese nombre para homenajear al escritor francés Aloysius Bertrand (1807-1841) y a su personaje “Gaspar de la Nuit”. Y, en consecuencia, el Gaspar “greiffiano” empieza a tomar cuerpo. En ese devenir de la vida, cuando León de Greiff tenía tan solo 21 años, comienza a trabajar como contador en el Banco Central de Bogotá. En la capital colombiana solía reunirse con los poetas de la época, y era apreciado por la bohemia bogotana, pero ignorado por el ciudadano común y corriente. En 1926 ocurre algo crucial en su vida, se cansa del ambiente bogotano y se va a vivir a Bolombolo, un pueblo tropical. Allí consigue trabajo como administrador de obras del Ferrocarril de Antioquia. Este hecho lo bautizó como una “fuga rimbaudiana”, haciendo alusión al poeta francés Arthur Rimbaud.

León de Greiff había creado tres personajes: Matías Aldecoa, Leo De Gris y Gaspar de la Noche. Pero, según los entendidos en la obra “greffiana”, cuando viajaba Bolombolo hizo algunos cambios. Matías Aldecoa y Leo de Gris fueron a parar a Bolombolo, mientras que Gaspar de la Noche huye a Korpilombolo y se refugia en el exilio poético. En la zona polar de Suecia y frontera con Finlandia, Gaspar de la Noche vive los inviernos en completa soledad en medio de la nieve, bosques, árboles, casas abandonadas, canaletas, lagos, renos y trineos. Así transcurre su caminata semana tras semana, mes tras mes y año tras año. Mientras que en verano se viste con trajes tropicales y camina con sombrero y su bastón.

León de Greiff llegó por primera vez a Suecia en 1958 para participar como delegado colombiano en el Congreso Internacional de la Paz. Y un año más tarde fue nombrado primer secretario de la Embajada de Colombia en Suecia. Entonces, crea un nuevo personaje llamado “Fabulador Paradislero”. Este sujeto viaja a Korpilombolo para buscar a Gaspar de la Noche. Recorre por todo el pueblo entre la nieve y chiflones helados, hasta que finalmente encuentra a Gaspar de la Noche momificado y congelado. Lo lleva, en un cubo cubierto con hielo, a la residencia de León de Greiff en Estocolmo y lo mete en el “cuarto del búho”, donde se encontraban libros, manuscritos, calendarios, apuntes y la máquina de escribir del ilustre poeta. Entre las cuatro paredes de ese cuarto, le hacen una autopsia revertida a Gaspar. Y despierta enfurecido echando fuego por la boca. Primero porque lo despertaron, y segundo porque lo trasladaron a otro sitio muy diferente al que estaba acostumbrado. De repente surgió la pregunta ¿A qué se dedicaba Gaspar de la Noche en Korpilombolo? Pues vivía a la intemperie enfrentando los cambios climáticos polares. Sin embargo, vivía feliz y a sus anchas fumando una cachimba con tabaco de aroma achocolatado. Gaspar se arma de coraje para enfrentar las críticas y opiniones de sus interlocutores. Y les contesta: «Desde luego que llevo una existencia alejada del mundo y filosofando conmigo mismo. Debo aclararles que en Korpilombolo jamás estuve convertido en cubo de hielo. Alguien del grupo tuvo la mala intención de propagar ese chisme».

Adolfo Cárdenas: “quiero crear distancia entre Periférica Blvd. y mi obra”

Esta entrevista apareció en 2014 en el extinto suplemento LetraSiete. La reproducimos acá a propósito del lamentable deceso del destacado escritor paceño.

Adolfo Cárdenas a inicios de los 2000. (Foto: Willy Camacho)

Martín Zelaya Sánchez

“Si por mí fuera, tal vez hubiera eliminado algunos de mis cuentos”, dice sin reparos Adolfo Cárdenas, sobre sus Cuentos completos que la editorial 3600 publicará en las siguientes semanas [agosto de 2014].

Al hablar de este autor paceño, se nos ocurren dos cartas de presentación, contundentes y definitivas: es autor de Periférica Blvd., una de las novelas bolivianas más leídas, reeditadas, vendidas y reseñadas en la última década; es un referente en la narrativa nacional actual, no solo por su prosa de inconfundible sello, sino además por su larga trayectoria como docente de Escritura Creativa y Taller de Cuento en la Carrera de Literatura de la UMSA.

Si se nos pide un par de descripciones sobre el autor, casi al azar, se nos ocurren dos (o una con dos alas): que al contrario de su prosa casi barroca, experimental (en algunos casos), coloquial y de generosa descripción, su conversación, sus respuestas –tanto de manera verbal como por correo electrónico– son más bien escuetas, casi incipientes, pero no por ello faltas de contundencia:

“La Paz es para mí una opción narrativa mayor pero no total”, dice, y poco más, cuando se le pide que detalle su relación –desde lo literario, desde su imaginario– con esta urbe y su gente, tan presentes en su obra.

Fastos marginales, Chojcho con audio de rock pesado, El octavo sello, Doce monedas para el barquero y Tres biografías para el olvido son sus cinco libros de relatos, publicados en los últimos 25 años, y que ahora conformarán esta suerte de obra reunida.

– Me imagino que para preparar esta edición releíste todos tus libros. ¿Qué se siente volver a tu obra tantos años después? ¿Te llama a hacer cambios, correcciones?
– De hecho quien se ha encargado de la lectura de todos los relatos, muchos de ellos bastante viejos, es Marcel Ramírez (director de 3600) que tuvo la idea de reeditarlos. Si la iniciativa hubiera sido mía, tal vez, hubiera eliminado algunos.

– Al inicio de tu trayectoria de escritor publicaste sobre todo cuentos, y luego escribiste novelas, sin dejar el cuento. ¿Te sientes más cómodo con un género que con el otro?
– En realidad, me inicié como historietista y desde allí hice un salto pasmoso hacia la novela, aunque no publiqué ninguna por muchos años. El cuento vino después, cuando ya dominaba ciertas técnicas narrativas ensayadas en textos que querían parecerse a novelas primerizas.

Quiero entender ambos géneros como muy parecidos, y que en ese sentido ambos poseen una capacidad mimética. Con ello quiero decir que un cuento puede fácilmente transformarse en una novela o viceversa.

– ¿Con qué cuentistas te identificas más?
– De Bolivia con Augusto Céspedes, Óscar Cerruto… de afuera, Onetti; McCullers, Akutagawa, Faulkner, entre otros. Nombrarlos a todos es imposible porque me siento más identificado con alguna pieza en particular que hubiesen producido algunos autores, que con los propios autores.

– Tienes una vasta experiencia como docente ¿qué pautas das a tus alumnos sobre cómo se debe escribir cuentos?
– Sobre todo leer la mayor cantidad posible de relatos de largo, mediano o corto aliento y estudiar las técnicas que se han usado para la realización, entre otros soportes tanto teóricos como prácticos.

– Muchos te consideran como un autor que tiene como temática casi exclusiva a La Paz y los paceños…
– La Paz es para mí una opción narrativa mayor pero no total, de hecho mis dos últimos relatos están situados en Potosí y Sucre porque así convenía a los argumentos que me había planteado.

Todo depende del requerimiento argumental; pienso en este momento en una novela corta que estará situada en regiones próximas al Chaco. La guerra del 32 es para mí un tema fascinante.

– Hablando de temáticas, noto que es importante para ti recuperar la oralidad de diferentes esferas sociales y también lograr un acercamiento a lo popular. 
– Las hablas populares nos acercan más al hombre común o, como dicen los comunicadores, al ciudadano de a pie, porque el lector ideal es precisamente ese y no el lector académico.

Estas prácticas ya fueron desarrolladas por escritores anglosajones y previamente teorizadas por estudiosos soviéticos que acuñaron el término “realismo social”.

– Me es inevitable hablar de Periférica Blvd. Tuvo muchas reediciones, fue muy comentada, fue llevada al cómic e incluso a las tablas. ¿Dado este éxito, te interesa volver a trabajar con los mismos elementos, personajes o realidades? ¿Cuál es tu relación con este libro en particular… es diferente al resto de tu obra?

– Yo diría que Periférica Blvd. es un trabajo con cierta tendencia a la unicidad. Volver a trabajar en algo similar me parecería muy artificial, muy forzado. En cuanto a mi relación con el libro, quisiera crear una distancia entre esta novela y otros trabajos que tengo en mente.

Estas dos últimas preguntas dan pie a un breve vistazo a los libros del autor; sus temas, intereses, estilos y evoluciones en los casi 20 años que van desde Fastos marginales (1989) a Tres biografías para el olvido (2008).

Tanto en el primer libro como en el segundo, Chojcho con audio de rock pesado, (germen de Periférica Blvd. y confirmación de su teoría de que un cuento fácilmente puede devenir en novela) es evidente que Cárdenas se interesó sobremanera en el lenguaje, “las hablas populares” de La Paz.

Esto está claro al revisar un fragmento cualquiera, como este del cuento “Damiana” (Fastos marginales):

“… ¿será que no l’emos dau bien su mesa a la Pachamama? O que siempre será yo digo porque pareciera que todu’stá en contra de nosotros y que ni don Alico nada siempre puede. Hasta cuándo pss mamita con esto por nuestro atrás. Acaso el animita del Dámaso quere que nos cayéramos muertos nomas…”.

Un cambio notorio en técnica y estilo se nota en su cuarto libro, Doce monedas para el barquero, que muestra una prosa ya no enfocada a reflejar el lenguaje popular, aunque sí aún con rasgos propios de la cotidianidad de ciertas esferas de la sociedad paceña.

Lo interesante en este caso es que los temas se enfocan casi en su totalidad en lo esotérico, macabro, sobrenatural… en la muerte y todo lo que lo rodea, siempre sin perder la referencia de las costumbres y tradiciones locales.

Así se ve en el cuento “Hard video”:

“Remberto trastornado gritó, se revolcó, pataleó, invocó a los dioses, los maldijo, y solo se calmó cuando comprobó que el temblor postrero de su amada se le había contagiado y no le quedó más remedio que conservar por el resto de sus días, y como objeto de culto, el video en cuya caja aparecía en primer plano, por primera y última vez, la figura de la Casandra”.

Solo dos ejemplos como muestra… luego vienen las “autobiografías” y los relatos ambientados en Sucre y Potosí, muestra clara de que, lejos de encasillarse (en La Paz, lo popular, la muerte…), Adolfo Cárdenas escribe, hace literatura, narra, cuenta y disfruta de la “capacidad mimética” que busca-logra imprimir a sus textos.

Magoo, su música y su legado

Antonio, su guitarra y la naturaleza (Fotos: Toño González-Aramayo).

Ya lo estoy queriendo

                                                                                                              ya me estoy volviendo canción

                                                                                                              barro tal vez

Luis Alberto Spinetta

Edwin Guzmán Ortiz

Frente a un mundo estridente, colmado de ruidos físicos o emocionales, se alza la música, universo complejo y trascendente. Melodías, ritmos, instrumentos y sobre todo los músicos la hacen posible, y al hacerlo abren en este mundo una manera de habitarlo.

En medio de todo ello, se hallan los seres de la música, aquellos que tocados por un don especial, constituyen los amanuenses de ese flujo proverbial de sonidos que emergen de las épocas, las culturas y sobre todo de lo más hondo del espíritu humano.

Antonio Barrientos Sanz –Magoo–, fue sin duda uno de esos seres de la música. Melómano privilegiado, desde muy joven mantuvo una relación profunda con la música de su tiempo y su entorno. En la primera etapa, el rock constituyó una fuente que lo alimentó a través de sus más notables exponentes.

Probablemente, fue uno de los primeros audiófilos de este género en el Oruro de inicios de los 70. Pink Floyd, Cream, Chicago, Yes, ELP, King Crimson, brotaban del tocadiscos familiar y cada obra era un objeto precioso de estudio. La batería Brufford, el sonido grave y melódico del bajo Rickenbacker de Chris Squire, la guitarra Hendrix, la flauta Anderson, el teclado de Tony Banks y la voz Plant o Cocker, Joplin o de Peter Gabriel eran escudriñados hasta la extenuación. El finísimo oído de Magoo captaba las sutilezas de cada instrumento e integraba en una percepción total ese complejo tejido de la trama musical. De él aprendimos esa mística de la audición que linda con el éxtasis, en la línea de la famosa frase de Russell: “El hombre necesita ahora, para salvarse, una cosa: abrir su corazón al gozo”.

De todo este bagaje, aprendió las virtudes y posibilidades expresivas de más de un instrumento. Conocía e interpretaba la complejidad percusiva de los ritmos, sea el rock, el blues o el propio jazz. A su vez las posibilidades expresivas de uno de sus instrumentos preferidos, el bajo, como pocos, sabía del valor y misterios de este sigiloso instrumento. 

A su vez, se identificó y sumergió durante muchos años en la música de  los maestros del rock latinoamericano, como el Flaco Spinetta, del que poseía una colección completa de discos, y con quién tuvo incluso la oportunidad de conversar en más de un concierto. No dejó de escuchar la guitarra de Alfredo Domínguez.

A través de citas pactadas, nos reuníamos en aquel Oruro de los 70 para –lanzados sobre la felpa de una alfombra naranja de su casa– dejar que la música invadiera el espacio, abrazara las vértebras del aire, penetrara por los poros  del cuerpo, abriéndose en fastos luminosos por todos los rincones del ser, y consagrándose en una comunión íntima con ese centro del universo que también habita en cada uno.

De rato en rato, Magoo musitaba unas palabras pautadas por un delicado movimiento del índice, mientras sonreía sigilosamente y cerraba los ojos como para no dejar escapar ni un filamento de aquella delicada melodía. Luego, unas pocas palabras que subrayaban los acordes precisos, los riffs de la guitarra y la marca sincopada de la batería. Asombrado, yo pretendía oír lo que él escuchaba pero no era posible. Así como hay miradas privilegiadas, hay oídos privilegiados, y la música es un universo enorme que Magoo habitó familiarmente toda su vida.

Por aquella época, organizó y formó parte de algunas bandas de música, como Sharks Agrupation Band, Agualung y Nalupama, asumiendo un rol protagónico a través de la guitarra. Fue importante además su participación como la lead-guitar en los temas compuestos por Luis Bayá, con quién forjó un duo particular. Y cómo no recordar ese microprograma frecuente bautizado como “Temas y poemas” donde en íntimo contrapunto leíamos poemas de Vallejo y escuchábamos el cuarto movimiento de la novena de Beethoven, por ejemplo.

Uno de los periodos más ricos de su actividad artística fue producto de una suerte de conversión mística frente al horizonte tutelar de la cultura andina. Subyugado por las tradiciones y las culturas profundas de los Andes, Magoo se embebió de paisajes, de la música de aerófonos, la danza y las mitologías aymara y quechua. Incansables viajes por pueblos altiplánicos, visitas al Cusco, oteando la gravitación de las montañas y su perfil sagrado, la contemplación de atardeceres y albas tutelares, fueron alimentando su guitarra con melodías que culminaron principalmente en cuatro obras; dos discos grabados en Bolivia y dos en Europa, ellos son Guitarra andina, Cuerdas andinas, Cielo y Banda sonora para un film.  

Sus composiciones erigen desde la guitarra el latido hondo de paisajes y acontecimientos de nuestras culturas ancestrales. Magoo recrea el sigilo omnipotente de la atmósfera altiplánica, el horizonte contemplado desde las colinas de Chuseqeri, se adentra en sutiles tonadas, susurra desde las cuerdas el murmullo del viento, el tañido de campanas de la comunidad, marca el ritmo de las wanqaras en la fiesta; describe musicalmente el parpadeo del altiplano, el curso de las acequias, el lento pastar de los auquénidos, a través de delicados arpegios el destello del sol sobre las cosas breves de la pampa. Hay en la música en sentimiento de respeto y revalorización de nuestro legado originario al hablarnos de su existencia y su persistencia. Como muchos creadores, y antes de las soflamas políticas de turno, reivindicó el valor y vigencia de nuestra identidad andinas.

Como artista, exploró en su guitarra una diversidad de formas expresivas en concordancia con lo autóctono. Rasgueos al modo del charango, la síncopa del k’antu, una exploración intensa del pentatonismo andino, climas y contrastes melódicos cercanos al huayño, punteos delicados, escalas del aerófono, integración de los bajos y agudos, sumado un todo que termina asimilándose a una suerte de polifonía propia.  Podría afirmarse con seguridad que Antonio Barrientos fue uno de los músicos bolivianos contemporáneos que más incidió en la composición y reivindicación de la música andina, desde la guitarra. En una oportunidad declaró: “Mi música no se inscribe en el mundo comercial, al contrario es la música andina que busca crear espacios alternativos con la intensión de rescatar la riqueza artística de nuestra cultura”.   

Durante varios años, como solista, dio numerosos conciertos de música andina en el país; igualmente en Argentina, Perú y Chile, es más, en Europa, donde radicó por más de una década, especialmente en Suiza y Alemania. De este modo dio a conocer en el viejo continente los ritmos y las melodías emergentes de nuestra matriz cultural.

Durante los años de su estancia en Europa, tuvo una importante actividad de estudio de la música contemporánea occidental, especialmente, en los géneros del rock, el blues y el jazz, de los que fue un amplio conocedor. Asistió a los festivales famosos de Jazz de Montreaux, Berna, Friburg y Basel, a megacoconciertos de los grupos más altos de la escena roquera: King Crimson, Pink Floyd, ELP, Led Zeppelin, Premiatta Forneria Marconi, Uriah Heep, Eric Clapton, Michael Jackson, Tina Turner, Deep Purple, en fin); de bluseros mayores como B.B. King, Marla Glen, Gary Moore; de jazzeros como Dee Dee Bridgewater, Chic Corea, Miles Davis, Diana Krall, Barbara Dennerlein, Candy Dulfer y me canso… además de haber realizado la grabación de miles de horas de música de los más importantes programas de música moderna de Alemania y Suiza. Esta enorme experiencia vital le dotó de una cultura musical privilegiada y un material que compartió con los amigos.

En La Paz, no olvido cuando asistimos juntos al COE a ver los conciertos de Jethro Tull en visita a Bolivia, y de la troup jazzera, Spyro Jyra. Hace años al Teatro Municipal, a escuchar nada menos que a un trío de Elvin Jones y, tiempo después, la guitarra de Barney Kessel. Y por supuesto, no olvidaré la conversación que mantuvimos con el Flaco Spinetta antes de su concierto en un Festival de la Cultura en Sucre. Junto a esta imborrable experiencia quedan las palabras de Magoo, precisas y elocuentes, después de cada concierto.

Todo este vasto conocimiento, cuando retornó de Europa, fue plasmado en una actividad de educación y difusión musical, a través de las famosas “Asteradas”. Se trataba de sesiones de música en las que Magoo desplegaba programas de visionado de videos sobre actuaciones y conciertos de grupos y artistas mundialmente famosos. Una actividad periódica llevada a cabo durante más de 30 años y que congregó a melómanos de todo pelaje, principiantes ávidos por la buena música, tertuliantes y concurrentes que salían extasiados por la calidad de los programas y, por supuesto, por la explicación y orientación musical de Magoo, quién además de un breve acercamiento histórico e identitarios del tema, subrayaba los rasgos distintivos más resaltantes. Especialmente en Oruro y La Paz, pero además Cochabamba y Sucre fueron lugares donde queda la huella de memorables horas dedicadas al oído y al espíritu a través de las melodías más selectas, las obras y los artistas más destacados. Sin duda, se trató de una verdadera escuela de audición musical. Hoy, los concófrades de las Asteradas, sufriremos el vacío de estas veladas y la ausencia de su extraordinario mentor: Magoo.

Los últimos años realizó un delicado trabajo de recreación de blues y jazz, el mismo que dio a conocer en diferentes conciertos desde su Fender Stratocaster, así como promovió festivales de cuerdas con guitarristas destacados de La Paz, Oruro y Sucre, generando actividades de integración musical. 

Magoo fue un artista intenso, un amigo ejemplar y un músico de este tiempo. Con una mirada local sobre el arte, a través de lo autóctono y lo folklórico, a través de sus composiciones, lo más importante sin duda de su actividad como artista; pero sin renunciar a una mirada universal, a partir de su interés y estudio de la música contemporánea, en la que no se hallaba ausente lo clásico, la canción latinoamericana, el cine y por supuesto la Morenada Central Comunidad Cocani conjunto donde bailó junto al pintor Ricardo Romero varios años, y donde trabó una amistad entrañable con sus fundadores.

Antonio Barrientos Sanz “Magoo”, guitarrista orureño, se nos fue este 23 de enero, fecha de nacimiento del Flaco Spinetta. Se fue, a través de melografiados silencios, y no cesa la congoja. Nos queda su guitarra, María René, su compañera, y la música que tanto amó.  

Semblanza de Antonio Barrientos Sanz, un talentoso artista

Barrientos en el altiplano orureño (Foto: Toño Gonzalez-Aramayo).

Cecilia Nava de Ayllón

Esa luz que iluminó el sendero de su vida, se refleja hoy en el corazón de los que tuvieron el privilegio de conocerlo, sembró de notas musicales su camino y hoy florece su talento en susurros de nostalgia cuando el eco de su filarmonía solfea frases de amor al viento, las cuerdas de su guitarra se mecen con la brisa y ahí esta él, sereno, pródigo, sensible, noble, humano, humilde en su grandeza.

Una sonrisa amplia, una mirada limpia, un espíritu de paz  y sensibilidad extrema, así se  recuerda a Magoo como se lo llamaba. Marchó hacia la eternidad entre el compás de las horas que no cesan, en el vaivén de las agujas del reloj que avanzan inexorables cumpliendo su misión, la que fue realizada por él con honestidad y transparencia, con fidelidad y lealtad, con dedicación y esmero junto a su compañera de vida.

Hoy escribo en homenaje a su talentosa vida, con la nostalgia de épocas pasadas que dejaron huellas imperdibles y que reandaremos en su recuerdo, solazando el espíritu con la herencia musical que nos dejó; vibraciones de amor energizan los campos que piso, se siente, se vislumbra, y la tristeza se pelea con su esencia porque un ser de luz como él solo pudo inspirar alegría.

Son pocas las palabras que pueden definirlo pero a la vez muchísimas en esa fuente inagotable de transparentes aguas con que regó surcos de tierra árida y que en perseverancia, actitud y fortaleza logró vencer. La sinfonía de las notas que encumbraron su vida perdurarán en tiempo y espacio. ¡Descansa en la paz del Señor, Antonio Barrientos Sanz!

  • Palabras leídas por su autora en el funeral de Antonio Barrientos en La Paz, el día 24 /01/23