Alberto Medina Mendieta, telurista social

Reynaldo J. González

La historiografía del arte boliviano ha colocado en un sitial especial a la llamada Generación del 52, un grupo heterogéneo y disperso de artistas que a mediados del siglo pasado emprendería un proceso de renovación del arte boliviano, otorgándole identidad y carta de ciudadanía en el escenario internacional. El representante orureño más influyente y prolífico de este grupo es, sin duda, el maestro Alberto Medina Mendieta.

Nacido en 1937, Medina encontró su vocación a temprana edad, graduándose de la Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal en 1953. De su época temprana, quedan un puñado de lienzos de factura academicista que demuestran un talento innato para la creación artística, pero también cuadros de formas más abstractas que revelan la filiación del artista a las vanguardias de la primera mitad del siglo XX, especialmente al cubismo sintético de su admirado Picasso. Ambas aficiones prefigurarían el eclecticismo del artista, quien a lo largo de casi 70 años de incansable actividad visitaría tantos lenguajes plásticos como técnicas y soportes. Espíritu inquieto con herramientas para hacerlo todo.

La obra más conocida de Medina en el tiempo será, sin embargo, aquella en la que angulosas formas geométricas pintadas con colores ocres y grises esculpen figuras monumentales de personajes campesinos y mineros. Este expresivo lenguaje telurista y social compartido con varios artistas bolivianos desde la década de 1960 –y asociado con la famosísima obra del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín–, solo podría haber sido ejecutado con autenticidad por un artista profundamente marcado por su paisaje circundante y por la realidad social de los pueblos andinos.  

Este lenguaje será también la imagen del arte boliviano que Medina compartirá con los públicos de muy diversas latitudes, permitiéndole vivir por entero del oficio artístico, así como consolidarse como uno de nuestros artistas más internacionales.

Medina radica en la ciudad de La Paz desde finales de la década de 1980, pero nunca ha abandonado del todo a su querido Oruro, donde ha sembrado decenas de discípulos, alumnos, seguidores y amigos.

Educado en estrechez de recursos y en la disciplina del trabajo duro, el artista siempre priorizó el trabajo constante a la vida social y a la difusión de sus propios logros, entre los cuales figuran la obtención de casi todos los premios nacionales de importancia y la realización de más de 100 muestras individuales. En este sentido, la exposición del Museo Nacional de Arte constituye un merecido homenaje que restituye a Medina en un lugar especial entre los grandes maestros bolivianos del siglo XX.

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