
Edwin Guzmán Ortiz
El título del libro de Javier Reynaldo Romero Flores, Insurgencia festiva en Oruro, una historia del Proceso Colonial en los Andes, recientemente publicado por la prestigiosa Editorial 3.600, de inicio, da la pauta para el desarrollo subsecuente de la obra. La insurgencia en cuanto vector crítico, y lo festivo en cuanto expresión cultural profundamente orureño.
“Insurgencia”, connota revuelta, revolución, rebelión, insurrección, sedición, sublevación, visto desde la compresión andina, incluso un Willka Quti; se trata de términos no matemáticamente equivalentes pero que pertenecen a la misma familia semántica; apuntarían pues a significar la transgresión del orden establecido; para decirlo de manera breve, cuestionar, criticar, interpelar, desacatar, resistir, subvertir lo instituido. Enfrentarse a la autoridad o al poder, por sagrado que sea.
Por su parte “lo festivo” alude a lo carnavalesco, lo celebratorio, al regocijo, el guirigay, la juerga, la diversión, y apuntan más bien a una vivencia colectiva signada por la alegría, el gozo, el divertimento, el rito, la fiesta como expresión cultural.
Strictu sensu, tanto la insurgencia como la fiesta no forman parte de la vida cotidiana. La primera es imprevisible y, acaso, acumulativa, la segunda es cíclica y previsible. La primera expresa el descontento y apunta a la ruptura y la reivindicación, acaso a la vuelta al origen; la segunda resalta el reencuentro, lo cíclico, la comunión dichosa, la algazara, la potencia recreativa del pueblo.
En ese marco, una suerte de Pachakuti nominal provoca una lectura diferente de nuestra tradición festiva. Pues, en buenas cuentas, el valor de la obra trata precisamente de eso, de apostar por una visión diferente de lo que tradicionalmente se ha venido en considerar el Carnaval de Oruro. Es decir, ponerlo en la mesa de disección, desmontar la estructura de su historia, reconstruir el aparato argumental para revelar una otra cara de lo festivo. En suma, transitar del lugar común a otro horizonte de sentido.
En el libro, se torna preeminente la interpretación del fenómeno festivo, no solo la simple descripción hecho, además, frecuente en la tradicional investigación del folklore. Es más, en su discurso confluye la historia, una lectura política de lo festivo y por supuesto las matrices culturales que se despliegan desde las diferentes formas de poder que va desde la colonia, pasando por el periodo republicano, hasta los días que corren. Visto en profundidad el hecho festivo, no se trata de un acontecimiento más.
Una consideración desde la antropología política permite su comprensión como un fenómeno que rompe el orden cotidiano, lo establecido, dando paso a otra realidad invisibilizada, a menudo oculta: el tiempo mítico del pasado expresado desde la cultura y sus símbolos. En estas circunstancias, lo soterrado por la colonización emerge, y nuevamente vuelven a restituirse los tiempos primigenios de la cultura. El reencuentro con nuestros modos antiguos de ser.
Lo (etno)histórico -gravitante en el desarrollo de la obra- en vez de la tradicional secuencia lineal de acontecimientos, apela más bien estructuralmente a un montaje de estratos temporales que se van superponiendo uno sobre otro. Este proceso de traslapamiento implica una superposición de tiempos y espacios. De este modo, en los conflictos actuales del carnaval pesa la densidad de la conquista y el proceso de dominación, la violencia misional y el ser colonial, además de la extirpación de idolatrías, la satanización de lo andino y las formas de resistencia recurrentes. Presentes en este proceso se encuentra además el orden institucional y el control sobre el espacio y lo sagrado tradicional. Es el tiempo mítico y ritual, en suma, la ascensión de una otredad sagrada.
Como dice Paz, el tiempo deja de ser una sucesión y vuelve a ser lo que fue, y es, originariamente: un presente donde pasado y futuro por fin se reconcilian. A través de lo festivo, la sociedad se libera de las normas impuestas. Llora frente a sus dioses, se abre a sus actos de fe, resucita a las viejas deidades, se burla del mundo oficial, de sus principios y sus leyes; en la insurgencia festiva se pone la máscara que la cotidianidad esconde y así vuelve a encontrarse con su verdadero rostro. Es una revuelta en el sentido literal del término. Por ello, para Javier Romero, lo festivo es un más aquí y un más allá de la fiesta. Subraya su carácter subversivo y su consubstanciación con los viejos mitos y las deidades andinas, las que retornan para dialogar con el mundo presente. Frente a la Mamá Cantila, están ahí, los sahumerios a la víbora, el sapo y el cóndor, las ch’allas a la Pachamama.
En la insurgencia festiva, se explicita un fenómeno de encubrimiento, donde emerge la fiesta de “carnaval” que llega con los españoles el tiempo de la colonia, y se va desplegando por los Andes durante el tiempo de la conquista. Romero señala que son tres los elementos que hacen a la idea de esta herencia del carnaval en Oruro, ahora, en el siglo XX: la máscara y la mascarada, la idea de fiesta pagana y la inversión como mundo al revés. Sobre esa constatación se deconstruye ese otro componente de origen occidental, el carnaval, profundizado desde la concepción de máscara, en la obra sustentada por los estudios de la cultura popular en la edad media y el renacimiento, pertenecientes a Mijail Bajtín, maestro en los análisis de la carnavalización de la literatura en Rabelais.
Fundidas a la superposición de épocas, discurre una memoria corta y una memoria larga de la festividad, memorias que a la manera del ritual reaparecen y se manifiestan cíclicamente. La memoria larga que viene desde el trauma producido por la violencia misional, pasa por el periodo de la extirpación de idolatrías o del vaciamiento epistémico, y el nódulo central del contrapoder andino con la eclosión del Taki Onqoy. La memoria corta, desde la creación de los grupos folklóricos al presente.
El texto enfatiza el hito histórico del Taki Onqoy (la enfermedad del baile o de la danza) movimiento milenarista que aproximadamente en 1560 sublevó una parte de las masas indígenas, en rechazo al aparato colonial cristiano y español: así mismo constituye un verdadero renacimiento de la cultura indígena tradicional, pero transformada y orientada a en sentido de una rebelión y una liberación. Sus voceros proclamaban el fin de la dominación española; el movimiento se define como un despertar de la religiosidad tradicional, en guerra contra el cristianismo.
La equidistancia entre la exterioridad y lo subjetivo, dan espesor a la obra; el ejercicio de la tangencialidad y la vivencia interior de los sujetos enfrentados de la conquista. Resulta revelatorio el paisaje subjetivo que se vive en la colonia por la imposición del ego conquiro, la demonización, y el propio vaciamiento epistémico. Es decir la inducción dolorosa de la conquista, la estigmatización radical de las deidades autóctonas y la flagrante transgresión del imaginario ritual y religioso del hombre andino.
Es interesante la consideración sobre las estructuras institucionales tanto de la Iglesia como del Estado a lo largo de la historia, la confrontación de las autoridades españolas y andinas, en torno a la cultura y lo festivo. Y algo fundamental, el desmontaje de la estructura subjetiva que incidió -desde un cristianismo represivo, demonizante e implacable- sobre las culturas andinas.
El proceso de colonización tiene un rostro durante la colonia y otro durante la república, las condiciones de producción del discurso sobre la cultura, la raza, lo mestizo, van cambiando durante el tiempo. En ese marco, la festividad no aparece como un conjunto de rituales, danzas y manifestaciones religiosas desprendidas de un contexto histórico que, por cierto, las determina y las explica. Historiadores críticos como Eric Hobsbawm o Edward Thompson, contribuyen a esclarecer mejor las dialécticas de la dominación.
En este contexto, se caracteriza la dimensión simbólica y la distinción entre la fiesta de la Candelaria -una fiesta patronal de amplio arraigo en el Oruro actual- el carnaval, de cuño occidental y la Anata andina, como espacio de encuentro, revitalización de la cultura ancestral, y su profundo y genuino arraigo. Una vez más, estas tres manifestaciones no dejan de coexistir y de reflejar tres visiones de mundo, aunque integradas en un mismo espacio festivo.
A fin de evidenciar el imaginario insurgente en el tiempo, Javier Romero, toma tres casos de estudio en los que desmonta el proceso de colonización, tres conflictos con características diferentes. El primero, en la década del ’40, fue producido al interior de la diablada de los mañazos; el segundo, al iniciar los años ’90, ocurrió en la morenada de los cocanis; y el tercero, igualmente en los ‘90, que se dio por un conflicto de representación de lo festivo entre lo urbano y lo rural, entre Anata y carnaval.
En materia discursiva, es frecuente en la obra el análisis crítico de las categorías y conceptos. Empezando por los conceptos de carnaval y fiesta. Prosiguen los conceptos de indio, anata, folklore, el dipolo mestizaje/mestización, metáfora/memorización, la fiesta/la dinámica festiva, es más, el autor despliega ejes de progresión analítica: la Fiesta de la Candelaria, el Carnaval y el Anata Andino, o en otro caso, el eje mimético wari/supay/tío.
Desde la perspectiva de la investigación es valioso el periodo de tiempo que se ha trabajado y desarrollado el libro; en materia de fuentes se va desde la observación directa, las entrevistas, los testimonios, hasta las crónicas de la colonia, la investigación etnográfica, y la consulta a autores gravitantes de la antropología contemporánea como de los estudios decoloniales. Danzan soldando los argumentos, entre muchos, Dussel, Zemelman, Mignolo, De Souza y el propio viejo Marx. Autores bolivianos e investigadores orureños del folklore Guerra, Condarco, los Hnos Cazorla, Aquino, en fin.
La obra nos recuerda a ese gran libro de Jacques Lafaye, Quetzalcoalt y Guadape. La formación de la conciencia nacional. Ergo, “La Insurgencia festiva”, bien podría caracterizarse a su vez como un verdadero fundamento de la formación de la conciencia orureña, desde la cultura y la historia. Insurgencia festiva en Oruro. Una historia del proceso colonial de los Andes de Javier Romero Flores, un libro diferente, provocador y lúcido. Un libro para leer.