Héctor Borda Leaño, poeta

Fotografía: Vassil Anastasov.

Edwin Guzmán Ortiz

Muchas cosas podría decirse del poeta Héctor Borda Leaño, por ejemplo que nació en Oruro en 1927, que perteneciendo a una familia acomodada, y en franca renuncia a ese privilegio, desde su más temprana juventud abrazó el mundo del proletariado minero, trabajando en calidad de obrero en los distritos mineros de Chorolque y Siglo XX.

Incluso, como sereno de un polvorín extraviado en algún rincón de la pampa orureña. Podría decirse además que formó parte de la troupe fundadora del Partido Socialista–1, junto a Marcelo Quiroga Santa Cruz, Walter Vásquez Michel y otros.

Que, junto a ellos, desplegó una intensa actividad política. Previamente, como diputado en una primera etapa y posteriormente como Senador de la República por el PS-1 (1982- 1985). Que, como parlamentario se destacó por su brillante oratoria; su palabra encendida, abrasaba al expectante hemiciclo y la erizada historia de la época.

Podría referirse que, dadas las circunstancias, no dudó en empuñar las armas en diferentes coyunturas. En una, incluso, se cuenta que en medio de una turba que pugnaba por liberar a presos políticos del panóptico, él aparece encabezándola, furibundo, en la puerta de la misma, con una metralleta en las manos y con bandoleras de balas cruzándole el pecho, hecho que terminó siendo retratado en primer plano por un paparazzi, y ocupó la portada de la revista argentina Siete Días que, con la foto del poeta, denunciaba aprestos revolucionarios de esa Bolivia en el país vecino.

A fe de verdad, podría señalarse además que estudió antropología en la Universidad de La Plata y mantuvo un interés vivo por la investigación de la cultura quechua. Que allá por los 50 dirigió una radioemisora en Oruro donde difundió temas culturales a los cuatro vientos, y junto a Alberto Guerra organizó recitales de poesía en las minas de estaño.

Podríamos decir que a causa del golpe del 71, estuvo exiliado primero en la Argentina, donde sobrevivió vendiendo “biromes” (bolígrafos) en Corrientes y en Santa Fe, fungiendo de periodista, vinculándose a destacados escritores argentinos como el pensador Rodolfo Kusch, quien reconoció en un notable ensayo el carácter revolucionario de la palabra de Borda. Allí participó en grupos clandestinos de exiliados junto al expresidente derrocado, Juan José Torres, realizando campañas internacionales de denuncia contra el banzerato que reprimía, eliminaba y perseguía desde el Palacio Quemado.

Más adelante, durante la cruenta dictadura de Luis García Meza (1980 y 1981), ya deportado nuevamente después del golpe, Borda Leaño denunció la ignominia del “narco-gobierno” ante los parlamentos de España, Bélgica, Suecia y Holanda. Su exilio, con periódicas visitas al país, durante muchos años se prolongó en Europa, fijando su residencia en Suecia, donde falleció hace pocas semanas, nonagenario. Pero decir que Héctor Borda solamente fue un activista revolucionario, no es decirlo todo.

Héctor más que nada y sustantivamente fue un poeta. Probablemente uno de los militantes más consecuentes y destacados de la poesía social en Bolivia. Y claro, por su inmoderado izquierdismo y su poesía combativa sufrió persecución, cárcel y exilio. Con pleno convencimiento decía: “La misión de la poesía es la de servir de portavoz lírico de la revolución. Debe ser el clarín que lance la primera nota antes del primer tiro. Debe estar antes de la revolución y no después de ella…”.

Conocí a Héctor Borda Leaño a principios de la década de los 80, a través del poeta Alberto Guerra Gutiérrez, y tuve la satisfacción de gozar de su amistad durante muchos años. Junto a otros vates, fuimos parte del Movimiento 15 Poetas de Bolivia, con la presencia de Antonio Terán Cabero, Roberto Echazú, Jorge Calvimontes y muchos otros. Allí, entre publicaciones, lecturas abiertas de poesía, diálogo con el pueblo, redactamos manifiestos poéticos que interpelaban la noche oscura de las dictaduras y las democracias serviles digitadas desde aquel norte ominoso. En cuanto a su actividad cultural, podríamos decir que antes, por supuesto, había participado en otros grupos de escritores y artistas, como la segunda generación de Gesta Bárbara. Posteriormente en Sucre en el Grupo Anteo, junto a Gil Imaná, Humberto Díez de Medina, Eliodoro Aillón y Lorgio Vaca.

Es más, fue cofundador del “Grupo Prisma” en La Paz, en la década de 1960 donde compartió entre otros con los poetas Pedro Shimose  y Julio de la Vega . Héctor publicó los poemarios: La ch´alla (1965), El sapo y la serpiente (1966); En esta oscura tierra (1972); Con rabiosa alegría 1975, Poemas desbandados y Las claves del Comandante 1997 (una apología del Che Guevara) y Poemas para una mujer de noviembre 2013. Fue ganador de los premios nacionales “Franz Tamayo” de poesía en 1969 y en 1975.

Su obra es depositaria de una poesía sólida y contundente, cargada de una doble pasión: el sentimiento de justicia social y una exigencia permanente de perfección formal. En sus poemas, los mineros, los desposeídos, los desharrapados, la crítica a los poderosos, la cultura y las tradiciones populares, el amor, son los principales protagonistas. A propósito, en una entrevista, señalaba: “…en el campo de la llamada poesía social, no todo lo que se escribe como revolucionario es revolucionario. No por cantar las llagas o las miserias de tu pueblo eres revolucionario. El asunto está en el modo de cantar, para que despiertes en el alma del pueblo un sentimiento de rebeldía”.

Héctor escribe desde la pasión revolucionaria. Su palabra es la antítesis de la poesía aséptica, atosigada de ontologías melifluas. De por sí es un fogonazo dentro la dramática historia que vive el país. Perteneció a una generación de artistas y poetas perseguidos, en realidad se movió dentro el espíritu insurgente de la época. Fue un outsider, no una vedette, fue un marginado no un incondicional.

Héctor Borda Leaño en el lente de Vassil Anastasov.

Su poesía muestra descarnadamente el drama de los trabajadores de la mina y su horizonte de liberación a través de una palabra vigorosa e inédita, una palabra que llama a la conciencia del lector y convoca a la urgencia de pensar en un país más justo. Su palabra se halla impregnada de sudor y sangre mineras, ilumina como una lámpara de carburo, huele a coca y copajira, y cual dinamita, no se arredra como el minero boliviano. Ni más ni menos, retrata al obrero combativo e inclaudicable del siglo pasado, y la atmósfera tóxica de las dictaduras militares.

Además, se halla vitalmente presente la cultura popular de Oruro. Sin embargo, su palabra no es una loa a los fastos de la fiesta sino una requisitoria a lo que alternativamente revela y esconde el carnaval. Su dualidad, el disfraz del disfraz, la palabra de Héctor es tizón que se agita en medio de la algazara, la ebriedad y los dioses tutelares. Leámoslo: “Sube el carnaval movido por motores, por ordenanzas municipales,/ por promotores de Bancos,/ por hoscos relumbramientos de dinero y muerte/ sube desde la oscura soledad del minero/ desde su pulmón traicionado/ desde su olla vacía,/ desde la relocalización de su miseria/ para entregar su alma apresada en las cámaras Nikon/a los inquisidores de la vida”.

Gracias a Héctor, considero personalmente, que Oruro tiene el poema más profundo y lúcido escrito para esta tierra: “Ch´alla al recuerdo del pintor Humberto Jaimes Zuna, como pretexto para cantarle a Oruro”. Ninguna orureña y orureño debiera dejar de leerlo.

No sería justo dejar de lado a Héctor como lector de poesía, otro de sus atributos. Con voz grave, enérgica y asertiva leía sus poemas. La fuerza de su escritura más su tensión dramática hallaban en su voz el vehículo más idóneo para expresarse. Recuerdo una lectura suya, en lo que hoy se denomina al Palacio Chico, donde la clase política de la época en pleno, sin distinción ideológica (Lechín, Simón Reyes, Paz Zamora, etc.) , además de un público numeroso aplaudía emocionado cada poema. Imagino, en nuestra cancha, hacía lo que hacía Jaime Sabines, leyendo su poesía ante numerosísimo público en el Palacio de las Bellas Artes de México.   

El notable pensador boliviano, Sergio Almaraz Paz, respecto al poeta escribió: “en Borda Leaño el altiplano y la tragedia minera han encontrado su intérprete leal y duro; desconcierta y lastima, pero uno no puede impedir ser arrastrado a un mundo alucinante donde se borran las fronteras de la realidad y la locura”.

Muchas cosas más podrían decirse de Héctor Borda Leaño. Su obra abre un horizonte de revelaciones y compromisos.

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