Mario S. Portugal Ramírez

Al igual que muchas personas nacidas en Bolivia, tuve la suerte de crecer dentro de una extensa familia, esparcida en al menos siete de los nueve departamentos de nuestro territorio e incluso en algunos países latinoamericanos y europeos. Como es de esperar, la familia continúa creciendo, lo que complica mantenerse al día sobre lo que ocurre con la parentela. Así, es muy usual que cada cierto tiempo me entere de las correrías de algún tío del que jamás había escuchado antes o de la visita de alguna prima nacida en el extranjero que no habla una palabra de castellano. A esto debo sumar que, de cuando en cuando, mi núcleo familiar “adopta” nuevos miembros, es decir, algunas amistades cercanas, a pesar de o tener ningún lazo sanguíneo, son incorporados de facto en la familia, simplemente porque se nos insiste en que los llamemos “tíos” o “primos”. De esta forma, tratar de dar sentido a las ya pesadas ramas de mi árbol genealógico familiar es, a estas alturas, una tarea ardua.
En cierta forma, el conocido refrán “la familia es lo primero” resume cuan relevante ha sido para mi vida la red familiar, de la cual se asegura que, de una u otra forma, siempre estará ahí para respaldarme cuando más lo necesite. No obstante, a través de los años, con el inevitable tránsito a la madurez, fui entendiendo las luces y sombras de la dinámica familiar. Al fin y al cabo, cada miembro de una familia es, como se dice coloquialmente, un “mundo aparte” con contradicciones que a veces preferimos enmascarar bajo aquella idealización de la familia.
Es por ello que la lectura de “Familiar” (2019, Editorial 3600), novela del escritor Christian Jiménez Kanahuaty, no hizo sino que retornase sobre aquellas incoherencias tan características de mi familia como de mí mismo. Y es que en las páginas de “Familiar” somos arrojados sin miramientos al interior de cualquier familia boliviana, la tuya o la mía, cuya aparente armonía exterior solo esconde podredumbre, como si se tratase de un fruto agusanado que por fuera finge lozanía.
La novela nos presenta, en primera instancia, a Eduardo, personaje que a pesar de su temprana introducción no es el protagonista principal de la obra. Eduardo es en sí una excusa para que el autor nos sumerja en la dinámica familiar, la de los primos, los tíos y la madre de Eduardo, de quienes presenciaremos sombríos secretos, dudas existenciales, así como situaciones irresolutas que los atormentan. El autor trabaja con precisión de relojero a cada personaje hasta tornarnos en testigos, a veces incluso cómplices, de sus historias individuales. En tal sentido, “Familiar” nos permitiría incluso leer a cada personaje por separado, aunque esa no es para nada la intención de Jiménez, quien, a medida que progresa la novela, nos guiará hacia una convergencia donde se estructurará el protagonista colectivo de la obra, la familia, el mismo que no debe reducirse a sus componentes.
Eduardo inicia su travesía personal tras descubrir un diario que escribió años antes, hecho que con el pasar de las páginas lo ligará al drama familiar. El uso que hago de la palabra “travesía” no es casual, puesto que pronto descubriremos que tanto Eduardo, como los otros protagonistas, se percatarán que una visita a la represa de Corani los conduce hacia encrucijadas en sus vidas que los alejarán, quizás para siempre, de la dinámica familiar. Los tíos de Eduardo, por un lado, se hallan en crisis particulares cuya resolución solo admite dos soluciones que afectarán al status quo familiar: prolongar el embuste o sincerarse, sabiendo de antemano que esta decisión resquebrajará los cimientos de la familia. Por otro lado, los primos, Fabricio, Roberto y Vieko, y el propio Eduardo, se hallan en aquella zona grisácea que es el madurar, el convertirse en un adulto que deberá tomar decisiones y hacerse responsable de sus consecuencias. Mención especial merece la madre de Eduardo, a quién el autor -muy hábilmente- decidió alejar del clásico rol de madre abnegada, para introducirnos en una maternidad con más dudas que certezas. Sobre otros personajes, como el padre de Eduardo, nos enteramos con referencias puntuales a lo largo del texto, aunque lo narrado es más que suficiente para comprender cómo se ensamblan en el complejo rompecabezas familiar.
Algo a destacar de “Familiar” es el magnifico uso de diferentes voces narrativas, incluso el a menudo complicado narrador en segunda persona o autodiegético, el mismo que es utilizado principalmente para profundizar en la psicología de Eduardo. De esta manera, Jiménez consigue presentarnos una novela dinámica, donde la narración progresa, por efectos de las ya mencionadas combinaciones de voces narrativas, de forma diligente y enérgica, logrando así que el interés del lector no decaiga en ningún momento. Así, la trama, contada en ocasiones por los protagonistas y en otras por un narrador omnisciente, se despliega de tal forma que muy temprano en la novela comprenderemos cuán intrincados están los personajes en el drama familiar.
Christian Jiménez nos presenta así una novela que, a mi juicio, tiene varios méritos a destacar. En primer lugar, a nivel literario, goza de una prosa cuidada y precisa que captura con relativa facilidad el interés de los lectores. Además, “Familiar” transgrede con facilidad lo literario para constituirse en una mirada sociológica a la familia boliviana del siglo XXI, víctima de las inevitables transformaciones provocadas por la denominada modernidad tardía. Por último, otro mérito de la obra es que trasladará al lector a situaciones tan familiares -valga la redundancia- que seguramente evocaremos escenarios por las que transcurrió nuestra propia vida dentro de las complejas redes familiares.