Roberto Valcárcel, maestro

Un perfil del destacado artista plástico boliviano, a poco de cumplirse un año de su desaparición física.

Valcárcel en su juventud.

Efraín Bueno

Pretendo en estas líneas trazar un retrato escrito del que fuera maestro, artista, fotógrafo, pedagogo, conferencista y, sobre todo, un hombre creativo: Roberto Valcárcel Möller (1951-2021). Parto de un legado teórico y vivencial, pues fui su discípulo tras ser parte de un taller que impartió en 1985 en La Paz. Este es un intento de brindarle un homenaje póstumo a un año de su partida que, lejos de llevarse al artista, más bien acercó más sus ideas por lo que su presencia es, definitivamente, mucho más fuerte que su ausencia.

Tras sus estudios secundarios en el Colegio Alemán de La Paz, Roberto logró una beca para estudiar arquitectura en Alemania, donde conoció a Joseph Beuys que influyó decididamente en su formación profesional y que años después lo nombró representante oficial de la Escuela creativa internacional en Bolivia.

Ya metido de lleno en el mundo del arte plástico, formó parte de la vanguardia artística boliviana e introdujo medios alternativos en recordadas intervenciones junto a Gastón Ugalde y otros artistas. Utilizó el dibujo, la pintura, la escultura, la historia del arte, el performance y las instalaciones para comunicar ideas, proponiendo siempre alternativas distintas y originales de percepción e interpretación de la realidad.

Lector obsesivo en los campos del arte y la filosofía, mencionaba una y otra vez como referentes a Paul Watzlawick, Richard Rorty, Arthur Danto y Dardo Scavino entre otros. Le atraía el cambio en las ideas, la transformación permanente, el movimiento. Repudiaba cualquier forma de adoctrinamiento; era radicalmente ecléctico.

Y melómano: la música también era parte fundamental de su vida. En su ambiente de trabajo casi siempre había un teclado. En sus años juveniles conformó una banda junto a Javier Saldias, uno de los mejores bajistas de Bolivia. Era un hombre de ideas y arte en todo el sentido del término. Lo recuerdo vistiendo siempre ropa holgada, pues afirmaba que no había que vestirse a la moda sino creativamente. No dejaba de reparar en la “insoportable circularidad de la vida”, la monotonía de la misma: “se nace, se crece, se reproduce y se muere”, decía y enfatizaba en que era necesario salir de esa rutina.

Maestro y pedagogo

Paralela a su faceta creativa fue su vocación de maestro. Fue profesor de dibujo y creatividad, docente universitario y dio innumerables talleres y seminarios. Era un maestro muy didáctico, decía mucho aun sin hablar, con ejemplos y lecturas. Hacía de sus clases un campo extendido de su obra artística: sus cursos eran una obra de arte, cual si fuera un performance en formato educativo.

El autor de esta nota junto a su maestro, Roberto Valcárcel.

Su modelo pedagógico se puede relacionar con un “radical constructivismo”: dejaba que el estudiante construya su conocimiento, su obra, respetando su técnica y el ritmo de aprendizaje de cada uno.

Cuando daba clases de Morfología en la Facultad de Arquitectura de la UMSA, superaba de lejos el cupo de alumnos ya que todos querían pasar clases con él. Lamentablemente ese trabajo le valió una inmerecida acusación política, pues sucedió durante un gobierno militar.

Una de sus referencias ineludibles, también en la docencia, era la noción de pedagogía libre de Joseph Beuys en la que la planificación, el plan de desarrollo curricular están al final, a la inversa de lo que se acostumbra en el sistema oficial.

En sus últimos años, ya residiendo en Santa Cruz, fue parte del proyecto Pintovía en el que trabajó ayudando a jóvenes a desarrollar capacidades mentales creativas utilizando un método desestructurado.

Arte y cognición

Roberto no escribía mucho –a mediados de los 90 elaboró textos para el Ministerio de Educación–, pero era un buen lector, lo que le permitió introducirse en los insondables laberintos de la filosofía contemporánea. Así fue como adquirió una admirable solidez teórica, que supo aprovechar al máximo dada su disciplina personal.

Roberto concibió el arte, ante todo, como un proceso de cambio permanente; una especie de máquina que genera otredad y alteridad, que permite obtener nuevas visiones de la realidad; una actividad para crear dispositivos, puertas que dan paso a percepciones. El arte, en su pensamiento, debía abrir los ojos.

Círculo cromático de ataudes.

Siguiendo la idea de Theodor Adorno de que “el arte fracasa cuando triunfa; el arte triunfa cuando fracasa nuestra percepción”, Roberto sostenía que, en la medida en que todo cambia, sería justo cambiar de nombre al arte. Y tal como veía las cosas, para él el nombre más adecuado sería “cogni”.

A partir de estas concepciones pude entender una acepción del arte como una forma de conocimiento y pensamiento que permite reflexionar y cuestionar la realidad; y, por consiguiente, que a partir de la obra de arte el sujeto tiene la capacidad de asociar, vincular, cual estimulo visual, generando una amplia gama de posibilidades. Comprendí, gracias a Roberto, que la pieza artística, el objeto, no carga significado, que la obra de arte no tiene mensaje, sino que es el que la mira quien le da sentido. El arte es polivalente, polisémico, abierto a muchas posibilidades a partir del triángulo virtuoso conformado por: artista-obra-observador.

Entendí, siguiendo a Roberto, que quizás el objetivo final del arte sea generar individuos pensantes que a partir de la cognición ejerzan su potencial de percibir, sentir, analizar y leer la realidad.

Obra artística

Su vasta obra incluye dibujos, pinturas, objetos, instalaciones, performances, medios alternativos que en sumatoria conforman una suerte de investigación y experimentación permanente. Así, habría que mencionar la serie “Torturados” de 1977, en técnica de grafito sobre madera, o el “Campo de alcachofas” de los 80, una serie de acciones corporales: cuerpos pintados de colores.

Su incansable labor creativa tuvo también puntos altos en la arquitectura. Baste mencionar la residencia Morales construida en la zona sur de La Paz, que introdujo en Bolivia lo postmoderno como estilo arquitectónico. En diseño gráfico son memorables sus carteles, con una escuela definida y metodología clara y sencilla. Asimismo, piezas únicas de mobiliario.

Ordenado y analítico; escéptico e irónico con su obra y sus acciones, Roberto Valcárcel enseñó a querer y amar el arte, a pensar diferente, a crear, a divertirse con lo que uno hace. Es justo y necesario rendirle un homenaje agradeciendo su labor y función en la sociedad.

Performance de colores (1985).

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: