
Marlene Durán Zuleta
Solía llamarle Vincent, quizás por Van Gogh o por los dibujos que comenzó a pintar desde infante. Recuerdo haberle devuelto el cuaderno añejo de cuando estaba en la escuela, letras y dibujos con tinta china, impecables, sin ninguna mancha. Se avizoraba un mundo de arte.
Perseverante, fue por la línea de todo lo que estuviera relacionado con la belleza terrenal, su inclinación por las letras, motivó proseguir estudios académicos hasta titularse como abogado. Fue miembro de la Academia de Ciencias Jurídicas.
Sin arrogancia, con una lluvia de humildad, seguía escudriñando lecturas escogidas, y el silencio iba con sus meditaciones, encuentro interior del hombre leal con su postura, sensible y humano. Esa manifestación era evidencia en su trabajo cotidiano como docente en la Facultad de Derecho, posteriormente alternó con otros cargos dentro de su profesión. Disciplinado y con dignidad, sin más que contar que con los lazos de su identidad, reivindicando que el hombre debe superarse.
Su abuelo materno era bohemio, gustaba de la música, tocaba guitarra y la lectura era otra de sus preferencias. Esa tendencia influyó en los nietos y el arte caló en Vicente. Comenzó a escribir, fueron prioridad las materias que dictaba. A ello prosiguió con novelas históricas. Finalmente otros géneros literarios como el cuento y la poesía aumentaron su inspiración, integrándose a otros grupos donde el libro es trascendental.
Las tertulias mensuales en el Ateneo Cultural Hugo Molina Viaña, en la Unión Nacional de Poetas y Escritores filial Oruro y la Asociación Mundial de Escritores, fueron inolvidables; tiempo de hermandad y sensibilidad, el propósito compartir lecturas, escribir literatura, alimento espiritual, insustituible en esta vida.
Vicente, escribió un poema, dedicado a la memoria de Amado Nervo[
Será nostalgia de la vida
Al entrar en el ocaso de mi vida
siento que el sol se pone en mi alma
me embarga la bruma de la calma
y veo desgranarse los días felices.
Veo siempre las auroras espléndidas,
zambullirse el sol en el planalto,
pintarse el cielo de azul cobalto
y surcar las golondrinas por esa bóveda.
Cuando ya me rodeen las parcas
pensaré que la vida fue breve
y pasé por ella como brisa leve
con amargos acibares y dulces mieles.
Extrañaré el aire que respiro,
las flores de los coloridos prados,
la belleza y olor de los nardos,
y la música cristalina de las fuentes.
Echaré de menos las montañas,
el cielo de varios azules y el verde mar
quizá por eso me den ganas de llorar
y viendo alejarse mi vida florida.
No podré olvidar que tuve amores cálidos
de mujeres que me ofrecieron
ni las traiciones que también me hirieron,
ni las pasiones desbordantes que me abrumaron.
Pero, haciendo un balance muy justo
veré que tuve más goces que dolores,
porque sentí de la vida los honores,
y el aroma que les brinda a muy pocos.
Seré nostálgico de las montañas,
de los pliegues de los farellones,
de acacias, juncos y sauces llorones,
de margaritas, rosas y gladiolos.
Veré antes de morir los cipreses:
las dalias ocuparan mi retina
y veré como una gran serpentina
la felicidad que me dio su embeleso.
No lloraré porque espero todo eso,
me arrullaron Mozart y Beethoven
con la dulzura que sentí desde joven
todas esas melodías eternas.
Etapa generosa de honrar memorias de amigos que le antecedieron, Sonia Lazzo, Lourdes Mogrobejo, Elvira Entrambasaguas, Alberto Guerra Gutiérrez, Alfonso Gamarra Durana y Luis Urquieta Molleda.
El séptimo arte, cómo no iba a estar en el recuadro. Escribió guiones, documentales, ello le llevó a obtener una beca de estudio en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños de Cuba. A su retorno, compartió el conocimiento con sus alumnos de la carrera de Comunicación Social, extendiendo su sapiencia en el ejercicio de la docencia.
La pintura era otra de sus pasiones, destacó y cultivó a través de los años este arte. Los cuadros que plasmó eran parte de su vida cotidiana, sentimiento que nació en Vicente desde niño. Tenía estilo y era exigente consigo mismo. Sus composiciones o réplicas eran testimonio del trabajo pictórico, no medía el tiempo cuando tenía que avanzar. Miguel Ángel y su monumental obra, con los enigmas, los episodios de la historia, el misterio insondable de la creación, motivaron a Vicente pintar en el cielo raso de su sala, una escena del Antiguo Testamento, el Misterio de la creación de la vida humana. Concentró todo su dinamismo, la expresión de Adán y Dios con el fondo de ángeles sin alas, es un obsequio sutil para los ojos. Otros lienzos de oficio forman parte de su pinacoteca.
Rememoro un cuadro célebre: ¿Cuándo te casas?, de Paul Gauguin, lienzo que no había terminado de pintar mi hermano René (+); Vicente, concluyó esa réplica de mujeres en Tahití, isla de colores encendidos, imperecederos.
Finalmente, considerada como arte y cultura, la música también estaba en el espíritu de Vicente. Benévolo, acogió en su vivienda a quienes compartían el placer de la música clásica, dulce preludio para los oídos, eran tiempos de elogio, instantes de paz. La Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven, recorrió como luz todos los caminos, se oyó y cautivó la inspiración de ese genio, obra trascendental que no podía estar fuera del estudio y comentario de las personas selectas.
La música evoca despedidas, cantos de esperanza, sentimientos, odas de amor y dolor, arte que despierta al talento, cuando el compositor escribe las partituras y entra como otro elemento la poesía. Otros maestros también resaltan y cautivan, de ellos hay memorias. Están los conciertos de Johann Sebastián Bach, las oberturas, fragmentos, escenas de Richard Wagner, estudios y baladas de Fryderykn Chopin, Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, las sinfonías tercera y cuarta de Felix Mendelssohn-Bartholdy, “considerado como el último músico del clasicismo”; las últimas sinfonías de Wolfgang Amadeus Mozart… Vicente nombra a este compositor en su poema, transcrito líneas arriba, como preludio a su partida. Fue extendido a los comentarios de música. Obra, considerada de largo aliento, fuerza, sentido que evidencian su grandeza.
Cuando el corazón de Vicente, como el reloj, se detuvo, fue despedido en la espiral de la mañana, sin duda, con la plenitud del reencuentro y la fe puesta en el supremo hacedor.