El arte de los pedales, de Marcelo Villena

Christian Jiménez Kanahuaty

Marcelo Villena es el alumno aventajado del estructuralismo francés que profundiza en la reflexión teórica y en la poesía para encontrar no nuevas interpretaciones, sino nuevos sentidos a las torsiones e inflexiones que pueden desatarse cuando la palabra escrita se piensa no como la representación de un referente, pero sí como un ente autónomo y capaz de producir belleza, gracia y significado por sí solo.

En el libro El arte de los pedales (Editorial Prisa, 2022), el poeta establece un juego de símbolos entre el cine, la fotografía y la poesía. El texto mismo es un escenario sobre el cual trabaja para poner, como Barthes señalaba, un placer en el texto que implique el goce estético, pero también la exploración del soporte como acompañante a la palabra.

La hoja en blanco, se convierte de esta manera, es un espacio para la diagramación, la incursión en el collage, en el significado del espacio en blanco que como en la música, denota silencio y que al mismo tiempo demuestra economía del lenguaje, pero que apunta no a la vanguardia, más bien al sentido límite de las posibilidades del lenguaje. Dado que hablamos para comunicarnos y surgen malos entendidos, lo mejor es decir lo mínimo para que las resonancias sean extremas. Cada perfil de verso está pensando para que sea un poema auto consciente de sus posibilidades.

Sin ser objetivista, esta poesía, consolida un mundo interior que es risueño y mordaz. Pero también usa a las palabras para decir de la realidad lo que la realidad pretende ocultar. Y así, como en Fragmentos de un discurso amoroso –Barthes, una vez más-, Villena, piensa el glosario (ubicado al final del libro) como un acompañante del gesto de inscribir en el habla y en la poesía viejas palabras con un nuevo significado.

El libro se revela entonces. El glosario da la pauta de la búsqueda poética que encierra El arte de los pedales. Es un escenario. Pero cerrado en sí mismo, sus referencias son interiores y el exterior aparece tan sólo como fantasma, como trazo, como borrón. Pero, lo fundamental es que el libro se pliega. Dialoga consigo mismo y por ello necesita un nuevo vocabulario. Porque sólo a través de él, el libro, poeta y lector se encontrarán. Mientras no se encuentre el glosario, el libro será leído de un modo: la narración de una experiencia física que atraviesa el paisaje urbano y socaba imágenes que inculcan algún tipo de revelación. En cambio, cuando el glosario forma parte de la experiencia de lectura, el libro se convierte en un libro que subvierte el orden y es el lector el que configura la poesía que es leída, y el poeta es simple mediador del acto poético. La palabra entonces, queda resguardada ya no en la voz poética del autor, sino en el reflejo condicionado que todo lector propone al acercarse a un texto.

Y, por otro lado, si como dicen la poesía es también un acto de traducción, quizá la poesía de Villena es la que más se acerque a esa fórmula dado que al escribir, borra el referente y si lo deja, es sólo de manera indiscreta, casi aislada de todo contexto. Porque de esa manera se logra que esté viva en sí misma desde sus particularidades, es decir, desde la propia escritura que simula el deambular por la ciudad montado en una bicicleta.

Ahora bien, la poesía de Villena también se alimenta de otros idiomas. Italiano, griego, francés. Pero allá donde otro poeta hubiera buscado la eterna deconstrucción de la Torre de Babel, Marcelo Villena, usa esos lenguajes para descifrar el ritmo de un esperanto que configuran la velocidad y las imágenes que se presentan a quien deambula por la ciudad montado en una bicicleta que adquiere dimensiones fantásticas y épicas.

Porque también El arte de los pedales es una suerte de meditación sobre el acto de vivir en una ciudad (La Paz), pedaleando y recorriendo sus calles y sosteniendo la vista para que el paisaje también sea una parte esencial de la experiencia y no sólo el destino. Por ello el trayecto puede realizarse en solitario, o acompañado cuando el ciclista sostiene tanto a la bicicleta como a esa otra persona que lleva para demostrarle que debe tener confianza en el recorrido y en el que pedalea. Es decir, existe un pacto íntimo de complicidad, entre el que maneja y el que es llevado. O lo que casi es lo mismo: entre el poeta y el que lee.

Y la bicicleta es la metáfora del libro. El que escribe es casi el mismo que maneja y el que es llevado, es el lector futuro que entiende el ritmo del que pedalea, mientras va conjugando las palabras para conocerlas mejor y saber que en ésa poesía, no se encuentra el registro habitual.

Hay un experimento en marcha. La complicidad para saber que todo acto de lectura es vano y quizá por ello destinado al fracaso, porque en cada tramo, el significado de escapa. Pero al escaparse queda un resto de experiencia que sólo por adquirirla bien vale la pena la inmersión en la lectura.  

Así, este libro es una muestra de cómo el lenguaje también puede conducir a una representación del propio movimiento y de lo que se percibe mientras lector y autor se mueven al influyo de un paisaje urbano que se descentra por el propio ritmo de la lectura que desnaturaliza los sentidos comunes sobre la realidad que se traduce en emociones, reflexiones y gustos culturales. Y jugando un poco se podría decir que, vivir no es necesario, pedalear es necesario.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: