Blithz Lozada Pereira
Agradezco la invitación del Lic. Diego Murillo Bernardis, Responsable del Instituto de Investigación en Ciencia Política, para que yo presente en esta ocasión, un breve comentario del libro del Dr. Guillermo Mariaca Iturri, El retorno de los bárbaros, obra publicada por la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés y por la Editorial Plural de nuestra ciudad el año 2022.
El término bárbaros y lo que evoca, está de moda, al menos, desde las últimas décadas del siglo XX. Al respecto, considero relevante referirme a John Maxwell Coetzee, escritor sudafricano que ganó el Premio Nobel de Literatura el año 2002, según la justificación de la academia sueca: “por la brillantez de sus análisis de la sociedad sudafricana”. El escritor, hoy octogenario y nacionalizado australiano, escribió 15 novelas y tres autobiografías noveladas. De las primeras, la más conocida es, sin duda, Esperando a los bárbaros que fue publicada en 1980 y que, incluso, fue llevada al cine en 2019.
Siendo una novela blanca, Coetzee muestra la idea de bárbaros con la denotación despectiva de los “pueblos periféricos” del imperio, en el contexto donde el escritor fue testigo del apartheid en Sudáfrica, con acciones políticas sobre individuos torturados e incluso asesinados. El final de la novela es que, pese a la ansiedad, el temor y la huida que cundieron en el pequeño pueblo marcado por el dominio y abuso de los militares blancos, el supuesto ataque de las tribus bárbaras nunca llegó.
Con el mismo título, Esperando a los bárbaros, la narradora boliviana Virginia Ruiz Prado, fue galardonada con el Premio Nacional de Cuento
“Franz Tamayo” de 2011. La trama de su relato, situacional, según ella, consiste en cómo la protagonista rememora a sus bárbaros, uno con gestos sensuales e inocentes; el otro, histérico y malvado. Al final del cuento y por lo que la escritora indicó en una entrevista, el texto evoca una poesía de Konstantino Kavafis, cuyo título sirvió para que la autora lo copiara dando nombre a su cuento. Kavafis, de nacionalidad griega y egipcia, creó una innumerable cantidad de obras con temática clásica desde la década de los ochenta en el siglo XIX. Parte de su poema, “Esperando a los bárbaros”, evidencia cómo el imperio romano, en medio de su derrumbe, esperaba a quienes le aterrorizaban:
¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores visten
sus rojas togas, de finos brocados;
y lucen brazaletes de amatistas,
y refulgentes anillos de esmeraldas espléndidas?
¿Por qué ostentan bastones maravillosamente cincelados
en oro y plata, signos de su poder?
Porque hoy llegan los bárbaros;
y todas esas cosas deslumbran a los bárbaros.
¿Por qué no acuden como siempre nuestros ilustres oradores
a brindarnos el chorro feliz de su elocuencia?
Porque hoy llegan los bárbaros
que odian la retórica y los largos discursos.
¿Por qué de pronto esa inquietud
y movimiento? (Cuánta gravedad en los rostros.)
¿Por qué vacía la multitud calles y plazas,
y sombría regresa a sus moradas?
Porque la noche cae y no llegan los bárbaros.
Y gente venida desde la frontera
afirma que ya no hay bárbaros.
¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?
― Quizá ellos fueran una solución después de todo.
Me permito, finalmente, referir una trilogía de novelas con contenido político crítico, de la escritora de Panamá varias veces premiada, Rose Marie Tapia. El tercer volumen de la zaga, publicado a mediados de 2014, tiene el mismo título que el libro de Guillermo Mariaca, El retorno de los bárbaros, siendo una reflexión sobre el drama anunciado de la barbarie política que domina el final de la trama. Es efecto de la acción de un político deleznable apodado “el cuervo”, que destruye absoluta, inédita e inefablemente, el débil orden democrático de un país que bien podría ser cualquiera de Latinoamérica. En la novela, el sentido del término bárbaro es distinto, claramente, al que mienta el Dr. Mariaca.
En suma, sea esperándolos o sea que ya habrían retornado o no aparezcan jamás, los bárbaros inspiraron títulos de poesías y nombres de obras innumerables de la literatura ficcional, además de producciones de cine y televisión. No es el caso del libro de Guillermo Mariaca, sin que pueda considerárselo un cuento o una novela. Sus bárbaros no son gente extranjera feroz, balbuceante de alguna lengua primitiva; gente liminal, indómita y foránea, ni siquiera funcional a la civilización; personas que vivirían precariamente, desconociendo la paz del más grande imperio de la antigüedad y codiciando los bienes que nunca tendrían. Estas connotaciones no resuenan en el fondo del título de la obra comentada, texto que también rechaza la visión lineal expuesta por el antropólogo estadounidense Lewis Henry Morgan en La sociedad antigua publicada en 1877, donde fijó la necesidad de que la historia de la humanidad se entienda prosiguiendo su evolución marcada en tres etapas sucesivas de progreso, eminentemente técnico, desde el salvajismo primitivo, hasta la barbarie tribal y, finalmente, la civilización.
Con los antecedentes mencionados de las obras de ficción sobre los bárbaros y la vasta literatura, cabe preguntarse acerca del porqué del título de la obra de Guillermo Mariaca. Asimismo, ¿cuáles serían las características literarias de su libro?, siendo justo precisar lo que entendería por bárbaros y ¿a qué se referiría al mentar que los bárbaros retornarían, habrían retornado o retornen quizás en el futuro?
Considero que el autor se concibe a sí mismo como un bárbaro, uno que podría socavar los cimientos de la civilización; un dibujante de nuevos imaginarios subversivos; un ente apalabrado que concierta narrativas diversas de sí mismo, libremente construidas y articuladas en medio del azar; un diletante del verbo que valora más lo oral que el texto escrito; en fin, un escritor ansioso de ser leído… y más, en cuanto se convence de que la modernidad de donde procede estaría en crisis. Teniendo en cuenta esto, espero que mi comentario logre la intención principal del evento que nos reúne: que el público se interese por El retorno de los bárbaros, pergeñe una idea general de su contenido y, por último, decida adquirir y leer el libro.
El retorno de los bárbaros afirma que todos fuimos y todavía seríamos indios, y no solo en Bolivia, el oeste de Sudamérica, el cono Sur, la región andina o el mundo que devino después de la colonización de las culturas prehispánicas, centro y sudamericanas. Todos, incluso la gente de Europa y América del Norte, Asia o Sídney, Sudáfrica o Marruecos tendríamos todavía un ser indio, es decir seríamos bárbaros. Entiendo que, sobre esto, como yo tuve oportunidad de exponer en alguna ocasión, el autor se refiere a algún estrato de nuestra identidad, tanto genética como etnohistórica que nos definiría como seres humanos.
Es decir, en tanto queramos un mundo en el que estemos en armonía con la naturaleza y, especialmente, con los seres vivos de nuestro planeta; en cuanto busquemos una interacción humana en reciprocidad con el medioambiente y no saqueemos los recursos sin reparar en los límites de la explotación; en tanto hagamos de lo que nos rodea un entorno sustentable para decenas y centenas de generaciones que nos sucederán en el futuro en el lugar que es nuestro hogar; es dable afirmar que no actuaríamos como indios. Y la conducta bárbara también nos correspondería por definición, en particular debido a que de ningún modo fortaleceríamos imperio alguno ni ostentaríamos gestos de la cultura civilizada de las megalópolis. Al contrario, daríamos primacía a los lazos comunitarios e incentivaríamos nuestro ser humano natural, por lo que podríamos aseverar que nosotros, los bárbaros, retornamos.
Guillermo Mariaca señala que hoy los indios nos enseñarían actitudes humildes y de ofrenda ritual recíproca con la naturaleza, estrategias de resiliencia y de sustentabilidad económica indefinidamente, e incluso formas de organización y práctica plenamente democráticas.
Lo propio cabría afirmar de una parte sustantiva de nuestro ser masculino: también todos los hombres fuimos y seríamos actualmente, mujeres. Es decir, en tanto en nuestra existencia varonil nos ocupemos de apañar la vida y endulzar el apego; en cuanto prevalezcan los estratos matrísticos de nuestra identidad, de modo que el matriarcado, histórica, económica, cultural y políticamente aplastado; resucite debido a que genéticamente no habría desaparecido; en cuanto descubramos las expresiones femeninas de lo varonil, afirmaríamos un mundo mejor, sustentable, fraterno y amoroso rechazando y renegando de la violencia, el dominio, el odio, la discordia, la guerra y la explotación; es decir, contribuiríamos a construir una sociedad plenamente humana. Los bárbaros como expresiones femeninas de los hombres en la historia de la humanidad, también habrían retornado.
Guillermo Mariaca dice que su libro fue trabajado durante 30 años y que algún texto que incluiría en él sería la versión escrita antes del milenio. Señala diez ensayos publicados por revistas nacionales e internaciones, siendo el más antiguo, el de 1999. En suma, El retorno de los bárbaros incorporaría, actualizaría y completaría esos 10 ensayos y otros más, focalizándose especialmente en los siguientes temas: los indios y la interculturalidad, la literatura y la belleza, la política y la feminización, la modernidad y el patriarcado, lo cholo y la actualidad… Seis de sus ensayos contienen lo que sería la Introducción para cada uno, denominada por el autor: “Entrada”; en tanto que sus Conclusiones son llamadas por el Dr. Mariaca, “Salida”.
Los 10 ensayos referidos en la bibliografía como versiones previas de su libro; actualizadas, mejoradas, complementadas y articuladas para la versión unitaria de 2022, suman alrededor de dos centenares de páginas. Es decir, en conjunto, es presumible que el 70% del libro comentado sea el agregado de tales versiones. De estas, la segunda más antigua, publicado en Río de Janeiro en 2011 en las Memorias de un evento de 2010, titula: “El retorno de los bárbaros”. Se trata de la ponencia que Guillermo Mariaca presentó en las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana que él fundó en 1993 en La Paz y que en su IXa versión, se llevaron a cabo en Niterói en 2010. Tal exposición enfatiza que el discurso oral indígena no neutralizaría el antagonismo, diferenciándose de la narrativa colonial. Por esto, la oralidad se habría constituido en el objeto principal de la empresa cultural de domesticación desatada desde la conquista. Complementaria a esta idea, el autor se refiere al bárbaro en silencio (similar al hombre callado de Marvin Sandi) como el indio que no verbalizaría en ni para la modernidad. Se trata del bárbaro que resistiría motivando el devenir de efluvios verbales inspirados en la diferencia respecto de los discursos de dominio y sintiéndose, auténticamente, el heredero de la tierra sin mal.
La exposición de Mariaca en el evento brasilero de 2010, publicada después en las Memorias, sirvió para definir el título de su libro ahora comentado, dándole sustento a parte del contenido. El autor visualiza al bárbaro como el indio que habla poco, no escribe y que desataría sin intención, la persecución del colonizador. Esta imagen hipostasiada, romántica e inmaculada del buen salvaje con la oralidad como un factor de diferenciación étnica podría ser persuasiva si y solamente si se conservaría el contenido de la oralidad por escrito. Felizmente, en la propia Carrera de Literatura de la UMSA, esto es realizado como parte del meritorio trabajo que efectúa Lucy Jemio, evitando que la tradición oral se pierda en el silencio.
En la bibliografía de El retorno de los bárbaros, aparte de los 10 ensayos con su nombre, el autor incluye cerca de 110 entradas de igual número de autores. Las divide en 37 obras citadas y 70 referencias consultadas. Del total, solo poco más del 10% es de obras de autores bolivianos, aunque existe una cantidad notable de estudios etnohistóricos y culturales dedicados a los Andes con autoría de investigadores y estudiosos extranjeros. Con tal bagaje bibliográfico, el valor académico del libro es, sin duda, muy alto, aunque opuesto, por antonomasia, a cualquier sabiduría india, necesariamente oral.
Conservando su estilo peculiar, el autor indica que comenzó a escribir el libro comentado hace tres décadas. Si el primer texto publicado como versión “previa” del libro vio la luz en 1999, el tiempo transcurrido es menor a un cuarto de siglo hasta ahora, aunque tal vez pergeñó las ideas publicadas en 1999 desde el año 1993. ¿Escribió el Dr. Mariaca casi 200 páginas durante 17 años con el propósito de publicarlas como un solo libro en 2022, o El retorno de los bárbaros es una compilación motivada por la editorial a cargo, no solo para preservar el pensamiento original de tan connotado escritor e intelectual?
Como fuera, tener un libro entre las manos con 10 textos de contenidos muy antiguos y enérgicos, como es El retorno de los bárbaros, muestra un esfuerzo intelectual valioso y encomiable desde varios puntos de vista. Los 10 pre-textos escritos desde hace un cuarto de siglo, se completarían con la actualización y desarrollo de cuatro temáticas fundamentales según indica el autor en su “Introducción”: la condición patriarcal, lo glocal, la decolonialidad y el feminismo.
Debido a que el tiempo para esta alocución me ha sido restringido por el Instituto de Investigación en Ciencia Política, fijando un máximo para la presente alocución; lamento no poder desarrollar mis argumentos referidos a los cuatro puntos indicados, expresando opiniones críticas sobre el libro. Son críticas porque pienso que el mejor homenaje a una obra que exprese esfuerzo intelectual es que los colegas, académicos, escritores y público en general, no solo la elogiemos, sino que también la observemos y manifestemos nuestro disenso.
Al tratar El retorno de los bárbaros, temas políticos y culturales actuales, cabe preguntarse si, en conjunto, el libro ofrecería visiones utópicas de tales temáticas, escritas con la indudable calidad literaria del autor. También es posible que el libro exprese lo que se concebiría como un programa de transformación política o, al menos, algo por el estilo, como una versión de alguna ideología revolucionaria por muy peregrina que parezca. En fin, es posible mentar el libro solo como un conjunto de verbalizaciones literarias personales, estilísticamente espléndidas, sobre temáticas de moda, sin excluir el supuesto éxito editorial pretendido.
Que el libro remarque la emergencia de las identidades étnicas en nuestro país, con el mundo indígena y el ambientalismo como “proyecto de futuro” y con el feminismo como apuesta existencial, suena sin duda, a un manifiesto político con mensajes relativamente crípticos, aunque también con un discurso enfáticamente utópico.
Personalmente, no creo que sea respetuoso de la inteligencia del lector cultivado, que cualquier autor, hoy día, sugiera, defienda o proclame cualesquiera utopías para nuestro siglo o para el futuro, por más depurado que sea el estilo con el que la presente. Rechazo tales discursos con mayor convicción, si profetizan contenidos socialistas. Para hacerlo, las razones comprobadas existen y sobran, por lo que, presumo que, conociendo en persona al autor desde hace más de tres décadas y habiendo leído parte de su extensa obra, incluido El retorno de los bárbaros ahora comentado, no me parece que pretenda convertirse en el profeta mistagogo de una nueva ideología que instituya el eco-feminismo- socialismo-indianista como el nuevo y brillante programa de una supuesta academia de izquierda. Pese a que esta ecléctica consigna aparezca en su libro y pese a que el último ensayo indique sin ambages, la necesidad de utopizar el mundo y la vida -estetizando la política y generando cambios profundos en un país de tan peculiares rasgos como el nuestro- pienso que el Dr. Guillermo Mariaca no pretende ser el portavoz de alguna pretendida nueva utopía boliviana de izquierda en el siglo XXI.
Debido a mi formación filosófica profesional, yo aborrezco todo discurso utópico y peor si adquiere tonos de moralidad universal, legalidad científica o necesidad histórico-política. Es recurrente en la historia de las ideas de la humanidad, que los discursos utópicos desplegados como descriptores de algún sueño en el mundo perfecto del futuro, socialista obviamente, den énfasis a conceptos como la igualdad, la justicia, la solidaridad e incluso el amor libre, el bien común, la belleza y la plenitud humana. Sin embargo, evaluando lo que dichas inspiraciones oníricas deberían inspirar, se encuentra que el socialismo real tuvo apenas logros esmirriados y en la facticidad de su implementación, lo que abundan son el desengaño y la ascosidad.
Aparte del gesto romántico patente en la narrativa onírica, hoy día es evidente que las utopías socialistas se convierten más temprano que tarde en las peores distopías que la población debe soportar, aplastando su individualidad, su libertad y sus derechos humanos y vulnerando las condiciones básicas de cualquier existencia digna y forma de vida democrática. La motivación que tendrían algunos ingenuos o avezados autores, en apariencia, verbalizando objetivos nobles, ha desembocado, de manera invariable, en la pesadilla interminable para la mayoría de las personas que tienen que padecer la utopía que nunca llegó. Tal es el secreto de las intenciones oníricas, las utopías, a veces expresivas de la ingenuidad de sus reveladores y en otras ocasiones, del premeditado producto de la falacia y la insinceridad de sus promulgadores.
Siendo una narrativa onírica, el discurso utópico es legítimo para la literatura, realizando a plenitud el sentido de entretener, compartiendo la ficción e imaginando cómo existirían y devendrían, por definición, sociedades imposibles. La sustancia de ente onírico de la utopía trasvasa cualquier límite real, regalando al destinatario narraciones de exaltación emotiva e identidad compartida con quien las cuenta, que se identifica con el autor, pese a la posible vacuidad ideológica de los contenidos y a pesar de la vertiginosidad de los lugares comunes que estallan en varios enunciados. Hoy más que nunca, siendo nuestro tiempo el de la post- verdad, a tal grado llega la falacia de las utopías socialistas y tanto abunda la falsedad de sus múltiples expresiones, que otorgarles alguna pizca de credibilidad, real o aparente, es un despropósito. Más, si supuestamente servirían como el norte que orientaría la vida. En el primer caso, quienes son crédulos ante los cantos de sirena muestran una simple y llana ingenuidad y, en el segundo, los oyentes que aparentan credulidad ante las canciones y su ritmo, tarde o temprano se revelan como cómplices del hablante, coadyuvando al despliegue de su táctica persuasiva para convencer a otros destinatarios de una motivación ficticia. Lo cierto es que prevalecen las intenciones profundas, crípticas e innobles, por definición, encubridoras de impulsos inconfesables.
Ya Friedrich Engels en 1880, en su folleto titulado: Del socialismo utópico al socialismo científico, descubrió el carácter onírico de las utopías y la vacuidad idealista y subjetiva de los autores que, sosteniendo una visión socialista utópica, creerían que la sociedad se transformará gracias a las ideas y las inspiraciones de los escritores iluminados, fervientes de imaginación. En contraste, la verdad de carácter racional de quienes sostendrían el socialismo científico, en primer lugar, por supuesto, Karl Marx y el mismo Engels, gracias a su visión materialista y dialéctica de la sociedad, les habría permitido descubrir las leyes que regirían los cambios trascendentales de la historia, viendo con absoluta claridad el proceso que seguiría la sociedad para alcanzar, desde la realidad capitalista del siglo XIX en Europa, primero el socialismo en Inglaterra y, después a largo plazo, el comunismo a escala universal.
Deductivamente cabe preguntarnos si el libro del Dr. Mariaca sería un conjunto de enunciados dogmáticos, resultado de una visión científica y racional del mundo, aunque estén expresados con efluvios de una lírica original. Dicho de forma interrogativa: En definitiva, El retorno de los bárbaros ¿será un programa político que, entre varias particularidades, constituiría al hablante en el portavoz intelectual principal?; es decir, en el profeta que vaticinaría la revolución y leyes de la historia. Es evidente que no. El autor incluso se autocritica por permanecer intensamente en su casa literaria y por haber sostenido durante demasiado tiempo sus dogmas políticos, puesto que, aun sin ser escritor, fue militante, dirigente y parlamentario de un partido político de izquierda en Bolivia.
Se trata de una feliz confesión que inmuniza al texto de toda deleznable presunción. Guillermo Mariaca no dicta contenidos ideológico políticos para que las masas o los dirigentes de izquierda de alguna organización los aprendan, repitan y apliquen, iluminándose con la luz de un mistagogo escatológico. Tal presunción, señalada por Jacques Derrida, se basa en las ideas de Immanuel Kant.
El filósofo de Königsberg considera que los mistagogos pervertirían la filosofía descubriendo, supuestamente, crípticos y develados contenidos que serían las verdades últimas de la humanidad. Incluso un siglo antes de Marx, para Kant, quienes hablarían del telos de la historia y de su final, por ejemplo, mentando lo que todavía hoy se preconiza como el comunismo universal; los iluminados que develarían lo más profundo y misterioso del conocimiento humano, inspirados por revelaciones sobrenaturales, exhibirían meras actitudes dogmáticas. Peor aun cuando se asumen a sí mismos como detentadores de las verdades profundas y trascendentales que transmitirían incluso a la plebe para ilustrarla.
Los mistagogos escatológicos criticados por Kant no ostentarían una filosofía de vida tolerante y relativa, requerida en nuestros días; si no, se creerían ellos mismos, los profetas que develan lo íntimo del universo, secretos descubiertos para quienes los escuchen, los entiendan y actúen en consecuencia. Tal es el secreto de los programas políticos y de la impostura de los que enuncian acciones necesarias y racionales para dirigir y motivar la acción transformadora de la sociedad. Felizmente, este no es el caso de El retorno de los bárbaros que, ni mínimamente, debe interpretarse como el manifiesto de un intelectual megalómano, bárbaro o no, que considera su misión indelegable, imponer un nuevo orden ideológico, con un discurso de retorno al dogmatismo programático.
Si Guillermo Mariaca no es un mistagogo escatológico, cabe preguntarse si indianizar el mundo y la vida debería ser tomado como un imperativo vinculante o podría negarse su importancia como componente axial de alguna narrativa utópica. Creo que, por el estilo y por la personalidad del autor, se trata de un efluvio de ideas manifiestas con actitud relativa, de quien las pergeña presentándolas como la inspiración creativa de un librepensador. Esto es así por la paradoja que se señala a continuación: 1) ¿cómo sería posible, hoy día, presentar un discurso dogmático, defenderlo y argumentarlo ante oyentes provistos de una preclara razón escrutadora? O, 2) ¿cómo hacerlo, quedando exento de cualquier programa político o ideológico, sospechoso en sí mismo, y más para una aireada y escéptica posición aun medianamente anarquista?
Aquí prevalece no solo la anarquía epistemológica de Paul Feyerabend sino también, simple y literalmente, los preceptos ideológicos del anarquismo como ideología política, reivindicándose formas múltiples de libertad, al individuo como el centro de la política y a su moral como la condición para que la vida comunitaria tenga sentido y equilibro. Solo así es posible que se den acciones conscientes de destrucción sistemática de toda expresión de poder en la sociedad panóptica de hoy día y solo así es dable aceptar como una proyección profundamente libertaria, aun la tenue idea de aniquilar al Estado y a sus deleznables sustentadores.
Por lo demás, pienso que, sobre la indianización del mundo, con hidalguía, el autor debería considerar que, si bien, inobjetablemente, Occidente contendría un conjunto de imaginarios criticables que dieron lugar a sucesiones de injusticia, opresión, expoliación y explotación; fue a partir de dicho mundo de vida, particularmente el occidental, que se dispusieron las ideas y los movimientos sociales y políticos tendientes a cambiarlo. Y los éxitos alcanzados no fueron pocos ni deleznables.
Dado que la indianización romántica y bella de Guillermo Mariaca, por ejemplo, descentra la visión antropocéntrica construida para fortalecer la modernidad de Occidente; substituyéndola por el cosmocentrismo andino como paradigma, personalmente, tal idea me parece brillante y yo mismo la he defendido por escrito desde 2007. Tales principios deberían comprenderse de una vez y para siempre, especialmente por la población de los países desarrollados, cumpliendo progresivamente las políticas públicas, por ejemplo, en lo concerniente a la disminución individual de la huella de carbono, la eliminación de los jets privados y de las escoltas feroces que se desplazan para deslumbrar y atemorizar, con el pretexto de proteger a personajes que siempre son prescindibles.
Lo propio debe afirmarse respecto de destruir el patriarcado, feminizar la vida y valorar el ímpetu feminista que constituyen tesis destacadas de El retorno de los bárbaros. Lo corroboro plenamente, como lo hice por escrito desde 2010. Al respecto, sin embargo, creo que la discusión actual no ha terminado y debería desplegarse en profundidad; dialogando sin utopías, sin prejuicios ni alusiones a programas políticos: defendiéndose e involucrándose con casos concretos para lograr soluciones efectivas.
No debería ser una utopía ni un programa político capcioso, por ejemplo, la consigna de que la humanidad aplaste toda forma de patriarcado y falocracia, y que abandone y se libere de la energía procedente de los recursos fósiles, deteniéndose en seco la producción de fábricas de bienes prescindibles cuya evaluación del costo de contaminación que generan contrasta con la satisfacción efímera, absurda y esmirriada de los bienes que producen.
A mí, personalmente, pese a la noción griega de kalokagathía que une las ideas de lo bueno con lo bello, que prevalezca el paradigma cosmocéntrico porque es bello, frente al antropocentrismo que, desde el Renacimiento, tuvo gran ímpetu; solo constituye una preferencia estética. La idea de lo bello varía, para mí, por la subjetividad de quien aprecia lo que juzga como tal, por ejemplo, en una obra artística. No me convence que un autor adopte una posición estéticamente autoritaria estableciendo criterios de belleza o fealdad con validez restrictiva. Además, no acepto que la política se realice como una obra bella o, según el caso, lúdica como habría sostenido, por ejemplo, Herbert Marcuse.
Para mí, la política es el mejor escenario, como ha sido siempre, para que quienes ejercen o procuren poder, explayen los impulsos aplastantes y abusivos que los motivan. La política comprehende, en mi opinión, las peores incitaciones y prácticas humanas que la deterioran sin remedio. En suma, para que no siga asfixiando a los políticos, para que no aplaste aun el mínimo hálito de humanidad, con o sin discursos de indignación o lucha; lo decisivo, pienso yo, es contribuir a todo tipo de resistencia, coadyuvando, también en el inocuo mundo de la academia, a fortalecer las reivindicaciones locales y a descubrir los intersticios de acción de la microfísica de poder, en todo lo posible, siendo los intelectuales, conscientes de que se enfrentarán a múltiples barreras que surgirán contra cualesquiera acciones colectivas. Hacer esto para poder afirmar que la política es bella no puede ser sino un objetivo posible, a lo sumo deseable, pero siempre solamente relativo y subjetivo. Enunciarlo como el dogma principal de una posición intelectual, desnaturaliza el fluir libre de las ideas y el pensamiento. Es inadmisible.
Pretender precipitar a los artistas e intelectuales a expresarse sin ningún gesto de autoridad universal ni contenido preestablecido, en mi opinión, es la condición sine qua non se puede enunciar cualquier discurso respondiendo a las demandas de la sociedad en el presente; al menos, hasta fines del primer siglo del milenio. Lo que está en juego no es una reeducación estética de Occidente ni de sus agentes, sino la defensa constante y radical de los derechos humanos, la conservación estricta del medio ambiente y la práctica de la tolerancia y la equidad sin concesiones. Es una práctica sin demagogia que niega el disfraz de la narrativa de los programas políticos y tampoco encubre las ramplonas ambiciones de los líderes pretendidamente emergentes que, junto a adláteres, se asumen como los sustentadores privilegiados de los sueños utópicos más caros y de los principales anhelos humanos. Pese a que juran una y otra vez que lucharían por conseguirlos, tal compromiso se silencia y desvanece después de su elección.
Debo confesar que, personalmente, respecto de los análisis sesudos y la práctica política contradictoria, por ejemplo, la que se advierte contra la colonización, tuve la suerte –poco afortunada, por cierto- de conocer cara a cara, a un intelectual importante, teórico muy aplaudido de la decolonización, cuando impartí clases en la Universidad de Duke, en Estados Unidos. Felizmente, el libro El retorno de los bárbaros no expresa las actitudes de quien, proclamando la necesidad imperiosa de destruir todo vestigio de colonialismo, vive y trabaja en un contexto de las más confortables condiciones de la academia, y nada menos para un argentino plenamente integrado al sistema estadounidense que otorga las más densas mieles del poder y los más depurados cánones estéticos para el mundo académico.
Semejante impostura, similar a criticar el café nacional con gestos de esnobismo por el discreto encanto de la burguesía; creo que no corresponden a personas condolidas por la pesantez del ser, como se advierte, por ejemplo, en los Andes; no por su imaginada levedad, Más, cuando las condiciones de vida de países como el nuestro exigen, antes que extensos, interminables, obsesivos y sesudos discursos ―como los del grupo Comuna- compromisos honestos y acciones directas. Esto lo enuncio siendo consciente de que las traiciones, el oportunismo y el personalismo abusivo que prevalecen en la práctica de los políticos, especialmente de los que, venidos a intelectuales con pensamientos de moda, se reproducen y engolosinan sostenida o esporádicamente en contextos híbridos como el nuestro.
Guillermo Mariaca habla de los ornitorrincos académicos y aquellos que pululan en la vida pública. Su tono es despectivo y no relieva en medida alguna a semejante criatura, pese a que es resultado de un despliegue evolutivo muy complejo y superior. Escribir como intelectual, no para vender novelas, no para ser un mistagogo escatológico ni un profeta de alguna revolución trasnochada, exige ser polímata en el mejor sentido: conocedor de todo y creador, crítico de las relaciones entre las partes; alguien que domine varios campos; los vincule y los reinvente; una persona que entienda y critique los mensajes enfáticos y crípticos, siendo consciente del valor cultural heredado e híbrido de su contexto: libre de cualquier chauvinismo, alienación o discriminación.
Yo, hace tiempo que he dejado de creer en el avance del pensamiento y en el progreso de las ideologías; pero sí, sostengo con convicción ―y con los años, con énfasis creciente- la radical necesidad de defender la libertad y la creativa expresión de las ideas, como las formuladas por el Dr. Guillermo Mariaca en su libro y como las que yo enuncio en esta ocasión como crítica de su obra.
Espero que el contenido vigoroso de El retorno de los bárbaros sea congruente con la difusión que de él haga el autor, de manera que el libro digital se distribuya extensa y gratuitamente al público más amplio. Me parece un imperativo que surge de su narrativa, que en lugar de que exista solamente la versión física del libro, sirviendo para generar ganancias para una editorial que, como todas las de nuestro país, no paga impuestos y vende a precios altísimos; las personas que tengan interés, sea por Internet, por las redes sociales o por cuantos medios que estén disponibles hoy día gracias a la tecnología, puedan conocer el libro, apreciarlo y criticarlo. Creo que esta es la mayor consecución de reconocimiento del valor de un libro u otra producción intelectual para el autor o su creador, y es también lo que he pretendido hacer con este breve comentario.
Admito con entusiasmo, junto a Guillermo Mariaca, autor de El retorno de los bárbaros, sin ningún gesto utópico ni actitud alguna propia de un intelectual que revelaría los misterios del nuevo programa político de la izquierda latinoamericana; parafraseemos al poeta Konstantino Kavafis, afirmo taxativamente que las mujeres y los indios, bárbaros todos, ante el descalabro de la civilización occidental, somos, irrefutablemente, una solución después de todo.