La noche del espantapájaros

La editorial cochabambina Nuevo Milenio, acaba de publicar En el sueño de alguien, libro de cuentos de Cecilia Romero al que pertenece La noche del espantapájaros.

El cielo de Dakota son estrellas que descienden descolgándose de la oscuridad. La carretera interestatal jamás repetirá ese despliegue escenográfico bajo el brillo titilante de las luces, más abajo, presencias invisibles caminan en puntillas en un silencio de asesinos que espían tras la aridez del paisaje, aún se oyen los gritos de mujeres muertas que, descuartizadas en bolsas de plástico, esperan ser desenterradas algún día.

El tam tam de los corazones resuena como tambores que cabalgan desde el horizonte hasta las sombras filudas que vamos dejando en el camino. A momentos irrumpe un silencio más hondo, como el fondo de las cacerolas quemadas en los restaurantes de las carreteras del gigante. Silencio y corazones intercambian posiciones. Giran los aros de neumático dejando una pequeña marca en la carretera, un efímero rastro para los conejos que aún se deslumbran por los faroles de los camiones y se paran en dos patas para ver congelados los soles que pasan cimbrando por la ruta.

Norteamérica es un gigante, de ciudades dormitorio y grandes metrópolis al filo del apocalipsis, siempre al borde de revelar su último secreto. Ciudades amarillas, bruma que viene desde el mar, arena con nombres dibujados que el agua se lleva. Penínsulas y espesura donde de seguro el auto de Thelma y Louise todavía rebota en las rocas del gran cañón.

Nosotros viajeros en la noche recorremos la entraña de esos caminos desérticos, porque nunca se sabe qué nos espera a más allá de la distancia, de esta línea que se mueve con nosotros.

Tu cuerpo es la esquina de la memoria que todavía rememora, tu adusto perfil que el viento mueve como flor de metal en la ruta. Atemorizados ante nuestra propia vulnerabilidad miramos el cielo mudo que nos contempla. Intento tomar su mano desde mi silla, petrificada garra que el frío congela; columna de hierro. Piernas arqueadas que tiemblan imperceptiblemente con cada piedrilla del camino, él adivina a veces lo que pienso y para espantar el miedo tararea una canción suavemente, es Madelina Ruby, una chica de Arkansas que con su voz country dicen “no dejes que el sol marchite esta piel en su ocaso, abrázame desconocido de carretera, como si fuera una esposa…”

Mi anatomía es la de una real doll, hecha a medida y con cierta preferencia, debo parecerme a Juno, pero sobrepasándola, triunfando sobre ella. Mi boca es un hoyo negro por donde la hondura de la noche sabe meterse enfriando la entraña de unos ovarios que no verán la luz. Melena sintética brillante, piernas abiertas cubiertas por un faldón color cereza. Ojos de miedo, suspendidos tras la visión de algún apocalipsis, hay una irreversible dureza en mis pupilas sin la capacidad que tienen las espigas de ondular en el camino.

En el fondo también soy Doroty, amiga de los tornados, una que sueña con viajar, a un paso de más allá están los sueños que se cumplirán en otro lugar, nunca en las casas de la niñez, en las camas de moteles, tampoco en la universidad.

II

El Ned de antes tiene granos, pecas y calzones de mujeres robados en las noches bajo los árboles, su rostro camina a veces hacia la espesura de esos tiempos de joven timorato hijo del fontanero del pueblo y en la distancia también queda Juno. En esa esquina de la memoria que él visita porque tiene cierta preferencia por los ocasos, por la belleza eléctrica de los hundimientos de barcos en atardeceres de dramática escenografía. Ese navío encalló con Juno adentro, ella es historia de puerto triste, de oleaje turbio, de matrimonio náufrago.

Juno ya no sonríe cuando aparezco envuelta en un suave celofán en el camión de despachos, el chofer y su ayudante la observan de reojo mientras mueven mi pesada caja, sonríen a medias y ella se siente vieja y ofendida por mi presencia, de repente y para siempre una dureza se instala en la curvatura de sus labios.

Es inevitable que el mayor daño lo ocasiona aquel al que le abrimos la puerta de nuestra intimidad, ese al que le damos el hilo de Ariadna para encontrar el secreto de cómo salir de todos los laberintos.

Juno, era una chica del sur, con sueños y limpios ojos azules como los mejores cielos despejados, la atmósfera tibia de su pueblo había sabido pegársele en la piel como tatuaje, olía a tierra mojada. Su rutina era esperarte luego del trabajo, esperar un hijo, esperar el 4 de julio, esperar los fuegos artificiales estallando en las noches oscuras, los desfiles y el sonido de las bandas. Abrazada a ti, mirando desafiante a las chicas solas que no tienen un apéndice firme que las sostenga en un mundo árido de afectos. Juno que esperaba no perderte jamás y se proponía secretamente mantener esa unión como los votos que el matrimonio obliga, no sabía que dios ya le había tomado manía y que la espiaba esperando oír sus deseos para romperlos luego sobre las calientes aceras de Arkansas en verano.

– Dime, ¿qué es lo que hecho mal?  Gritaba como las grullas migrantes del lago Siwash.

Él bajaba la cabeza mirando sus zapatos de obrero. Su madre le aconsejaba que ignorara los últimos hechos, es sólo algo pasajero, aconsejaba secretamente preocupada, los hombres son perversos hija, deja que viva esa película que luego se hastía. Si su padre se entera va a quebrarle los huesos, entonces, te ruego Juno vamos a guardar silencio, pediremos que la muñeca se quede en el sótano y que esa obsesión permanezca ahí.

– Ella soy yo mamá.

– ¿Dices que se parece a ti?

Juno se mordía los labios con despecho mirando sus zapatillas viejas preguntándose sobre las pruebas que Dios pone antes del paraíso, sobre lo que realmente quiere decirle entrelíneas, él no contesta, se ha quedado mudo, no va a decirle nada sobre esa proyección dolorosa que vuelve la historia de dos en un triunvirato que genera más de dos comentarios en el vecindario.

Pasan los meses, ya casi es julio, ella baja las graditas húmedas del sótano y me descubre sentada en una silla, desnuda y con los ojos mirando el vacío, me rodea, toma con descuido mi cabellera y la arranca de un tirón. Me huele, sabe que él ha copulado conmigo. Restos de semen duro se dispersan por las piernas, algunos vellos coronan mi monte, suavemente transido por restos de saliva y aire. Sale a horcadas llevándome casi a rastras, me sienta en el sillón del living, me viste con su ropa y luego de un año de vivir así, sale de la casa con una pequeña maleta cerrando suavemente la puerta. No volvemos a ver a Juno.

¿Cuánto es el tiempo que tarda la gente en despedirse? Eso depende mucho de cuánto quiera irse, ella al igual que todas nosotras deja siempre un pañuelito en el suelo para ver si eres tú quien lo recuerda y lo guarda para entregarlo en el próximo encuentro. Pasan los años como las bolas del ábaco, sumando siempre sumando.

Años más años y si puedo morir, todos dirán que Rebeca luce como dormida, nadie quiere pensar que los muertos se mueren de verdad y menos que los objetos tienen la capacidad de también sucumbir de a poco. Si puedo transitar el espacio reservado para los difuntos, deseo, como todos, poder sobrevolar el espacio y ver quienes me lloran. Quiero en mi funeral a Elvis, al gordo vestido de blanco con patas de elefante, que su pañuelo le borre el sudor un poco y gire su jopo negro engominado, así podré asistir a mi velatorio y presenciar la escena, de seguro insólita, de mi muerte.

Pero para morir falta mucho, en el tiempo la vida es deambular por estas serpientes interminables y ver pasar camiones como dragones plateados y choferes que gritan cochinadas. Finjo no mirar. Él sonríe a medias, está acostumbrado.

– Rebeca Nefer, hoy dormiremos en un motel, ese que ves ahí. Señala con su dedito huesudo; resoplo apenas y finjo interés, todos los moteles son iguales.

Nos instalamos en la cama, me levanta suavemente de la silla de ruedas, se detiene en una larga observación y luego se acuesta sobre mi cuerpo, mete los dedos en mi boca semiabierta, toca los pezones duros y comienza el simulacro de desnudarse, su cuerpo es flácido, las piernas han perdido el vigor. Su sexo es un colgandijo sin color, luego de unas cabriolas eyacula sobre mi vientre. No puede penetrarme. Se duerme exhausto y tiempo después despierta y sus ojos han llorado, poniendo sus piernas sobre el borde de la cama se limpia la cara con las manos mirando el teléfono.

– Rebeca he estado soñando, si pudiera contarte cuánto extraño el tacto de una piel de verdad…ayudaría tanto si pudieras decirme algo. Dice.

Busca en el pequeño refrigerador una botellita de licor, apura el trago.

– Has envejecido en este tiempo ¿sabes? Recién puedo notarlo.

Vuelve a mirar el teléfono y se queda pensativo, luego, decide marcar al número de su madre. Ella dice:

– Puedes empezar de nuevo.

– Hoy salimos en el periódico local. Contesta cansado.

– Luego de un tiempo nadie recordará… Su voz suena suplicante.

– Tengo miedo, no sé si pueda dejarla aquí, se sentirá muy sola.

Escucho apenas un “oh por Dios” dicho a media voz por su madre, de seguro ahoga el llanto con su pañuelito bordado de rosas descoloridas. Él me mira de reojo y sus ojos dan miedo, dubita un momento, pero hay una resolución desconocida, se rasca la barba y así se queda expectante. Me recuerda ahora esos aguiluchos que sobrevuelan los desiertos del gigante.

– Sabes que no estoy loco ¿verdad? Susurra a la bocina negra del teléfono.

– No. Miente ella.

– Quiero volver a casa, pero no recuerdo el camino, son demasiados años, aunque uno jamás olvida dónde queda la casa de su niñez.

– Seguimos en el mismo lugar.

– ¿Quieres que vuelva mamá?

Un largo silencio.

– No, apenas la gente del pueblo ha olvidado, vivimos en paz Ned, puedes empezar en otro lugar…llámame cuando tengas un nuevo hogar, esas serán sin duda, muy buenas noticias hijo.

– No sé a dónde ir.

Por la bocina del teléfono se escucha a su padre que comienza a gritar que ella cuelgue, su madre se excusa con que tiene algo que hacer y se despide.

Ned cuelga y se queda en silencio, como si fuera un cadáver. El lapso es eterno, mis ojos fijos en el techo comienzan a escocer, él intenta levantarse pesadamente, ha envejecido en este tiempo, lo sigo con la mirada y me sorprende la visión de su culo triste, me conoce y entiende cuando algo me altera, por eso se viste rápidamente. Se va a ir, lo sabemos.

– No puedo más.

Sigo desnuda, al menos cúbreme, pienso. Se sienta a mi lado ya con la maleta suya en la mano, limpia el semen de mi vientre con delicadeza. Sus ojillos vidriosos parecen guardar el momento como una foto mental y luego, cabizbajo, se marcha dejando la puerta abierta. Suspiro, su olor me era ligeramente insoportable, sus manos de callos gruesos, su aliento cansado.

Deja encima de la cama la hoja de periódico donde se anuncia nuestra llegada a Little Rock, reza el titular con morbosa frialdad: “Ned Nefer se casó con Rebeca, una real doll y viaja con ella por todo el país desde hace cinco años”.

Sus pasos se van alejando primero con calma y luego en un trote violento. En un horizonte que sospecho de seguro la bola roja del sol se asomará tímidamente y se escuchan algunos loros volar de rama en rama.

Cierro los ojos y aguardo. 

Poesía de Carlos Gutiérrez Andrade

Carlos Gutiérrez Andrade: (Sucre, 1972). Poeta. Ha publicado los poemarios: Letrina (2010) y Con la lluvia en la osamenta (2017). Hay varios poemas suyos desperdigados en revistas y antologías.

Vengo de abrevaderos de leprosos y suicidas         

Estos antros han sido la sala de partos de mis versos. 

Vengo de la niebla densa de cuervos.
Mi garganta arroja nimbos, Illimanis agrestes.

Vengo de las comisuras del miedo
tratando de degollarlo para ser inmortal.

Vengo de las nupcias de mi desdicha
y mi carcajada.

Vengo agorero raspando la garganta
de mi destino ausente de codicias.

Vengo sin piernas austral;
vengo desatado de iniquidades
maldecido y vituperado por rasputines femeninas
bendecido por piernas y brazos que ya no existen,
con formol en el corazón y el hígado.
La tumba me reclama,
pero rebelde y contumaz aplazo la cita,
tengo flores de ajenjo que cuidar.

Vengo de mis propias entrañas
ya limpias de desamor.

Con angelotes regordetes, ahora sí amados
vengo de un mundo
donde las musas se han arrancado los ojos, pero tienen el corazón intacto
donde los cuervos
caminan con dignidad de palomas
y sólo amenazan al momento de querer
arráncame el corazón y la pluma.

Estoy desvencijado y arcano,
pero con la yugular en la cordura,
llevo un colibrí amputado en el ombligo
llevo podredumbres en el malar
y un desdén en el viejo zapato
que me come todos los días.

Ya sé que mis pies se maceran
con la gratitud del romero y la absenta.

Ya sé que perdí la esperanza
de rezar para que una lluvia de amigos
nazca de mis cosquillas.

Solo le pido piedad al mar
y a los panes duros de mi madre
y que tenga un entierro de destierro.

Vengo de abrevaderos insomnes
donde han bebido leprosos y suicidas.
Vengo de un lugar donde el chuño es amigo
y la sajta hace las veces de hermana.

Amo la desnudez de la flor y
las citas sin protocolos
amo el abrazo del hermano
que llega con olor a yegua y chumbera.

Yo he bebido el sudario
de un judío que jamás me ha desconocido
pero que yo lo he negado tres veces y más
y adoptado lenguas diversas
para conocer otros puertos.

Conozco la sal y la herrumbre.

Mi abuelo era un chairo, pero yo soy
un picante de lengua
hecho con locotos muy bravos.

Por eso blasfemo decadencias y
holocaustos.

Pero he sucumbido al aroma del oriente y la soya,
al aroma de la yuca y el masaco.

He estado en el infierno:
Allá hay mujeres con alas de ángel.
El infierno es blanco y frío.

Yo he visto cargamentos de buitres 
salir de la boca de una perra…
Es una jauría sombría
que se cierne sobre mí,
es mi cacería,
será el día que Dios esté de parto e infarto.

Corazón hornerito

Hay una nueva red de alcantarillado en mi alma
supurando los occisos lamentos que son alegrasmos.
Los perros ovejeros de mis sentimientos
no hallan tu corazón hornerito.

Si ayer nomás me calzaba tu despertar
y encajonaba tu rictus y tus rémoras
en las instalaciones invernales de mi cuerpo
y te tendía a rumear en mi quilla un yaraví
en los amplios sótanos donde está mi niñez,
 galerías donde está el hombre que todavía no soy.
Así cortabas el viento, con tus venas como acordes,
pero una gaviota no es un hornero y quema el pan en la puerta
sigo aquí
en este muladar donde me desmenuzo
y olfateo la podredumbre de esta mortaja
de esta destentada sonrisa.
Este nuevo alcantarillado
igual recibirá la gangrena 
de otro hornerito en ciernes.

El huerto de tus manos

A Rina Huacota

Para ser parte de ti
me arrimé a la amistad de los puentes,
pero también me arrimé a
la dulzura del huerto de tus manos,
al latido del membrillo,
al duelo de los molles
a las altas casas aéreas
y las amplias ventanas de tu polen,
yo siendo abolengo de nogal.
Me arrimé a
las noches ronroneantes que
descansaban a tus pies,
a las piedras mojadas,
de almendro derritiéndose en la boca:
las norias arrullando
la ambición de la lluvia;
la virginal esencia del café,
el sudor copioso de los limoneros,
y me arrimé a las ruinas
de un ángel que deshojaste
o a un demonio que convertiste en primavera.

Con la lluvia en la osamenta

Uno entra a la ducha desesperado
porque después de un viaje,
después del viaje de la vida
se le adhieren a uno pavor y letanía.

Entonces, uno abre el grifo y vuelve a nacer.
El agua cae como una redención.
El agua nos quita algunos otoños de encima
y una golondrina maltrecha…

Se quita uno los ojos vociferantes de horrores,
nos quitamos la lluvia y los estertores de pichones,
los calambres y esos amaneceres ateridos de frío,
nos quitamos las llagas y las venganzas.

Y los cabellos hirsutos
de tantas mujeres y su perfidia.
nos quitamos los órganos y lo pies,
los pies huérfanos de osamentas (no sólo a la vid se le quita el alma),
de chacos, de Verónicas, de diciembres y pesebres jocundos.
Me saco los huesos y los enjuago
y así los dejo tendidos en la soga
sintiendo que a mi lado
una sombra pálida se remoja igual que yo.
Luego, 
ya despojado de iniquidades,
de dolencias y zozobras,
uno puede entrar a la cama,
perezoso a echarse de menos bajo tierra.

El dodecálogo de los derechos de los poetas

1 El poeta tiene derecho a todas las ninfas de la comarca.
2 Tiene derecho a todo el ocio posible para soñar y crear.
3 Tiene derecho a ser pagado por su ocio creador.
4 Tiene derecho a recibir alimento y albergue, como las aves, debajo del techo del cielo.
5 Tiene derecho a sentirse monarca soberano de una embajada.
6 Tienen derecho a libar con un fauno y remontar las regiones del Olimpo.
7 Tiene derecho a dormir donde perra gana le dé y a no ser confundido con un perro, sino con un gato.
8 Tiene derecho a robar de la noche el pan de la luz (la luna).
9 Tienen derecho a viajar en cualquier transporte, mostrando su credencial de poeta y no pagar nada por ello.
10 Tiene derecho a libar la ambrosía de los dioses y a pedir un filtro nuevo si el antiguo se le revienta para seguir destilando esos aceites.
11 Sueldo vitalicio a los que ascienden a las cumbres de la poesía como presidentes.
12 El poeta será respetado como un monarca de su comarca. Colegios, la institución de verde olivo, el órgano judicial y todas las instituciones le rendirán pleitesía porque es un pequeño dios. Un hacedor de milagros.

De Carlos Gutiérrez Andrade circula una “Biografía apócrifa” que dice: Se considera cosmopolita. Es dibujante, retratista y caricaturista. Es escritor, poeta, fotógrafo, periodista cultural. Es docente universitario. Es abogado penalista. Cuentos suyos han sido publicados en varias revistas del país: Piedra Imán, Correveidile, La Revista del Banco Central de Bolivia y 88 grados. Asimismo, ha publicado en varias antologías: Letras de Plata y otros. Ha colaborado como periodista cultural en varios periódicos: La Razón, Libertador (En el área jurídica), El Bermejeño, Potosí Bárbaro. Actualmente publica géneros periodísticos y literarios a través de su cuenta de Facebook. Es fisicoculturista y maratonista. Es un Exhumador de cadáveres. Es bombero voluntario. Es actor de cine y de teatro. Es conferencista. Acaba de egresar de la carrera de Comunicación Social. Tiene publicado dos poemarios “LETRINA” y “Con la Lluvia en la Osamenta” que en 2017 ganó la convocatoria de la revista de la Fundación Cultural del Banco Central en el género de poesía. Está a punto de concluir una Maestría en Derecho Penal. Forma parte de una antología de micro ficción a nivel latinoamericano, Eos Villa. Suele pasar largas temporadas en Tlon Uqbar Orbis Tertius.

Rasputín

Javier Claure C.

Grigori Yefímovich Rasputín, también conocido como el monje loco, nació en un pueblo de la Siberia llamado Prokróvskoye, el 21 de enero de 1869. Sus padres eran campesinos ortodoxos y de escasos recursos económicos. Según los historiadores, Rasputín poseía dotes paranormales, bebía con frecuencia y se cree que estaba involucrado en robos, aunque nunca le pillaron con las manos en la masa. Durante un tiempo trabajó como jardinero. No sabía leer ni escribir, pero logró inmiscuirse en las capas más altas de la sociedad rusa. La historia de este místico personaje ruso está llena de anécdotas. Cuentan que su fama empezó cuando tenía doce años. En el pueblo donde vivía surgió una pelea campal entre campesinos. Alguien había robado un caballo de un corral y la gente furiosa buscaba al animal. Cuando entraron a la casa de los padres de Rasputín, vieron a un muchacho tirado en la cama y con una fiebre galopante. Los campesinos expresaron la causa de su visita. De pronto se levantó el jovenzuelo y dijo: «No busquen a nadie, el ladrón está entre ustedes». Y apuntó con el dedo a un campesino, quien se negó rotundamente de ser el ladrón. Entonces los agricultores asombrados le preguntaron de cómo sabía quién era el ladrón, a lo que contestó: «Lo sé con seguridad».

Los visitantes no le dieron mucha importancia y creyeron que estaba alucinando a consecuencia de la fiebre. Luego se marcharon sin encontrar el caballo. Pero algunos lugareños pensaron que podía haber algo de cierto en las palabras del adolescente. Y al despuntar la noche persiguieron al sospechoso campesino. De repente entró a una cabaña y luego salió con el caballo robado. Al día siguiente corrió el rumor, en todo el pueblo, que Rasputín era adivino. Se hizo famoso en su pueblo, y confiado en su reputación comenzó a predecir a diestra y siniestra. Lo cierto es que en aquellos tiempos, los rusos eran muy supersticiosos y se dejaban influir por todo lo místico. La superstición era parte de la vida cotidiana.

Rasputín tenía un apetito sexual voraz y dicen que sus métodos de conquista eran cada vez más groseros y vulgares. Al mismo tiempo se interesó, desde muy joven, por la religión. Empezó a visitar iglesias y monasterios, pero la gente cuestionaba esa contradicción en su comportamiento. A los 18 años ingresó a una secta religiosa erótica de nombre «Los flagelantes» (Khlysty). Los miembros de esta secta adoraban a los dioses del placer y la pasión. Creían que el arrepentimiento se alcanzaba mediante el pecado y practicaban orgías con frecuencia. Según el dogma de «Los flagelantes», el orgasmo es el momento «en el que el espíritu santo se posa sobre los hombres». Pero Rasputín dio señales de buen comportamiento cuando anunció su boda con Praskovya Fyodorovna, en 1889. El matrimonio parecía ser feliz y empezó a trabajar en el campo. Nace su primer hijo Dimitrij. Después de un tiempo nacen sus hijas María y Varvara. Tres años más tarde nace un cuarto hijo con señales de retraso mental. El cruel destino hizo conocer a la familia campesina otra tragedia: muere su hijo mayor. Rasputín atraviesa momentos de profundo dolor que desembocaron en el alcohol y en el distanciamiento de su familia. Un cierto día, después de haber trabajado en el campo, Rasputín volvió a casa y contó a su mujer que mientras trabajaba, de pronto, se le presentó un ángel y le aconsejó que se vaya de peregrinaje. Este hecho fue el pretexto para abandonar a su familia. Y empezó a hacer caminatas por los pueblos de Rusia, rezando oraciones y viviendo de la caridad. Para dar un aspecto de hombre santo, utilizaba una vestimenta de sacerdote de pueblo. Se dejó crecer una barba espesa y el pelo le llegaba hasta los hombros. Además, su fuerte personalidad, su carisma y su gran capacidad oratoria capaz de convencer a cualquier persona contribuyó a su popularidad. Después de dos años de peregrinaje volvió a su pueblo. La gente observaba un notable cambio en Rasputín. Ya no era ese hombre que carecía de educación. Ahora lo miraban como a un hombre santo rodeado de misticismo. Y se convirtió en el Mesías del pueblo, pero la vida en una pequeña aldea ya no le gustaba y decidió marcharse a San Petersburgo como el Padre Grigori, oriundo de Siberia. Allí oraba en todas partes y su fama fue creciendo más y más. El ocultismo, lo místico estaba de moda en San Petersburgo y este hecho le caía como anillo al dedo. Lo esperaban con los brazos abiertos. Todas las damas de la alta sociedad rusa querían encontrarse con el hombre de poderes sobrenaturales.

Rasputín sanó a una mujer de sus crónicos dolores de cabeza. Hizo lo que ningún médico había logrado en mucho tiempo. Gracias a su carisma y verborrea lograba influir en una persona hasta hipnotizarla. Y, como resultado, conseguía logros que lo situaba en el pedestal más alto de los místicos rusos. Algunas damas se enamoraban de él, pese a su vestimenta y aspecto descuidado. Lo comparaban con Cristo, le hacían generosos obsequios y creían que era el salvador de todas las enfermedades. El padre Gregori aprovechó al máximo su fama, respeto y admiración a su persona. En sus «tratamientos médicos» incluía lo sexual. Era considerado hombre santo y la mujer que se unía a él, en cuerpo y alma, recibía una parte de su santidad. Para seducir a las damas aplicaba muy sutilmente una filosofía que le permitía tener actos sexuales con diferentes mujeres. Decía que, para ser absuelto de un pecado, había que pecar primero. Este proceso se daba, según él, en tres formas: el pecado, el perdón y la salvación.

El momento más importante en su vida ocurrió a sus 35 años, cuando visitó, por primera vez, a los emperadores de Rusia, Alexandra Fedorovna y Nicolás II. Se presentó en el palacio con su ropa sucia y dicen que sus botas dejaban huellas de barro al caminar. Cuando se dirigió a los monarcas no utilizó la palabra majestad. Le dijo madre a Alexandra y padre a Nicolás. De algún modo esas palabras causaron un sentimiento de cariño en los jefes supremos del imperio Ruso. Rasputín venía del pueblo y los emperadores querían sentirse padres del pueblo. Y aceptaron, de mil amores, al forastero con fama de ahuyentar enfermedades. A partir de este momento empezó a frecuentar en el Palacio Tsarskoje Selo. Se quitó la bata de cura y comenzó a enrolarse con las damas de la aristocracia rusa.

La zarina Alexandra, se puso muy contenta al enterarse que ese hombre de aspecto descuidado era un curandero por excelencia. El hijo de la zarina, Alexej, adolecía de hemofilia. Un día tuvo una terrible hemorragia. Alexandra en su desesperación llamó a Rasputín. Apenas llegó al Palacio, se dirigió a la cama donde se encontraba Alexej, le tocó suavemente el cuerpo y susurró oraciones en voz baja. Al poco tiempo se hizo el milagro. La hemorragia desapareció y la vida de Alexej estaba salvada. Para la zarina Alexandra no cabía duda que Rasputín, con este milagroso hecho, había confirmado su santidad. Y, por lo tanto, se merecía veneración. Como recompensa recibió muchos regalos de la familia imperial.

Rasputín tenía dos personalidades. Por un lado, era un hombre santo, curandero de enfermedades y se mostraba como un dios ante la familia imperial. Por otro lado, era alcohólico, un depravado sexual y seducía a las damas de la alta sociedad rusa para que sean partícipes de orgías. La escritora rusa, Marina Kostritzina, escribió: «Rasputín lo tuvo todo: sexo, relaciones notables, influencia, dinero, fama, amigos, enemigos, acceso al poder y amoríos. Mientras que para los monárquicos fue el causante de la quiebra de la familia imperial, los partidos políticos opositores al régimen opinaban que su figura simbolizaba el deterioro definitivo de la realeza y veían en él, la suma de sus arbitrariedades y defectos».

Dos nuevos poemarios de Blanca Garnica

La poeta Blanca Garnica (Cochabamba, 1944) ha publicado dos nuevos poemarios que, por motivos pandémicos, recién comienzan a circular. Con tal motivo, acerca de ellos y la labor creativa de la poeta, El Duende conversó con la autora.

– Cuéntenos un poco sobre los dos libros que acaba de publicar. ¿Por qué publicar dos libros a la vez?, ¿están íntimamente relacionados, digamos temáticamente?

– Silencio de las ventanas se publicó en febrero de 2021. No soltó de la mano ese primer año de la pandemia. Memorizamos hechos antiguos de nuestra historia humana. Desde la biblia a Goya y sus pinturas de los 1800. De Camus y La Peste. Y nosotros acá. ¿Como gritar, como orar? Con la palabra de Dios entre el paladar seco, la poesía solamente.

En La cuarentena (2022) fue volviendo la mirada infantil sobre esta casa nuestra desvencijada. Así nuestros parientes antiguos que se calentaban con el fuego recién descubierto. Así la palabra calentó el cuello y la cintura. Esta primera parte es reciente.

La cuarentena se unió con Pasos que pasan, un tanto lejano en el ayer. Me ayudaron a sonreír en compañía igual que con el aire mañanero o nocturno. “Pasos que pasan” lo escribí hace 10 o 15 años atrás.

El hilo roto viene luego de una decena de años en espera para publicar la ausencia definitiva de mi hermano. Silencio de las ventanas se editó en Plural (La Paz, 2021) con la amabilidad para curar las heridas temblorosas todavía de la pandemia.

El otro libro, La cuarentena, Pasos que pasan y El hilo roto se editó en Talleres Gráficos Kipus. Se encargo totalmente del trabajo de compactar el libro, la paciencia de uno de mis hijos (Ismael). Por los años que llevo y mi escritura a pulso se me dificulta todo respecto a ello.

– ¿Tras más de 30 años de publicar poesía, toda una “carrera” literaria, ¿cómo escribe Blanca Garnica? ¿Espera la inspiración o prefiere la disciplina del ejercicio diario?

– Las circunstancias en que llegan los poemas casi siempre son las mismas. Pienso que vienen de la sangre o el aliento. Y ya, junto con el aire se posan en ti sin que las llames ni pidas. Solo te tiembla el alma. Los labios secos. Así van las cosas. Alguna vez, por el asombro, llamo a alguna amiga para compartir el poema. Buscamos la paz terrena juntas. Me pregunto si los jóvenes poetas pasan por lo mismo.

Esta “carrera” en la poesía fue llevada del cinto como a una bestia mansa. Empecé publicando en la antigua Presencia Literaria de Juan Quirós desde los años 70. No pensaba en libros, me bastaba el periódico casi cada semana. Cuando formé pareja, me dije “basta”: “deseo un hogar e hijos”. Los poemas guardados en un rincón. En aquel entonces no sabía que la vida en pareja no es sencilla. Acudí a aquel rincón en que me esperaba un legajo de poemas publicados en periódicos. Así se iniciaron las ediciones. Los libros salieron como de un horno lejano, tibios y calientitos para el alma.

– Su poesía es leída entre los poetas. Hace poco Christina Jiménez dijo: “lo que escribe Garnica en tanto poeta es un texto que remite a una historia particular llena de detalles y en esos detalles el lector encuentra sentido a su propia vida, porque es partícipe de algo que no vivió, pero esta vez, gracias no al concepto sino a su representación concreta, particular y pormenorizada. Llena de sustantivos y adjetivos. La poesía en Bolivia, gracias a Garnica cobra una nueva dimensión en ese sentido. No genera figuraciones, ni imágenes heladas. Crea un calor de hogar que remite a un territorio que siempre es nombrado y que siempre es evocado a partir de un lenguaje poético que ha sufrido sus transformaciones, desde lo lírico hasta lo fracturado y fragmentado, desde el torrente, hasta lo mínimo y la economía del lenguaje resalta lo concreto.”

– Agradezco inmensamente a los jóvenes escritores que me comparten e instan a que continúe arrastrando este carrito de palabras. Cómo no respirar hondo junto a Christian, entre sorbos de café calentitos. O junto a Benjamín Chávez y su hermosa compañía de palabras en uno de mis libros. ¡Gracias!

– ¿Cuáles cree que son ser sus influencias o impulsos y disparadores a la hora de escribir poemas?

– Las influencias o impulsos que recibe uno en el momento de la creación siempre son múltiples. La lectura, la observación desnuda. Recuerdo haber leído en mis años juveniles La obra gruesa, de Nicanor Parra. La releo. Vicente Huidobro. Hoy rememoremos a algunos poetas específicos como Anna Akmalova (1912-1964) con su delicada poesía, víctima y testigo de medio siglo de historia de la URSS. Oigámosle:

Amarga camisa nueva
cosí para mi amado.
Esta tierra rusa gusta
gusta el gusto de la sangre.

Y claro, Eduardo Mitre, que daba talleres literarios cuando volvía de Europa. Nos indicó caminos de claridad y sencillez en la poesía.

– ¿Qué opinión tiene de lo que se escribe actualmente en Cochabamba y en Bolivia?

– Mi opinión es sumamente breve. Mi relación con lo nuevo es medianamente justa. Uno que otro periódico solamente. Por mi salud resquebrajada y los años ya no asisto a las ferias de libros ni reuniones.

– ¿Cómo es un día habitual en la vida de Blanca Garnica?

– Mi día habitual es de ama de casa entre ollas y verduras. Lo hago con gusto. Comparto la frescura de los cotidianos pimentones y lechugas.

– ¿Tiene algún otro proyecto escritural que esté vislumbrando o trabajando?

– Estoy en una etapa de pulir y trabajar algunos textos. Temas de problemas sociales, la guerra en Ucrania, Latinoamérica. Siempre poesía. Veremos qué pasa.

Ella
con los labios pintados
gritaba rojo

Juntaba corazones
verdes maduros
con mente frutecida

Por el camino largo
zapatos y banderas
a la par

La soldadesca un rio
pintaba de negro
el día.

La manía por la uniformidad y otras modas irracionales de la juventud actual

H. C. F.  Mansilla

A primera vista podría parecer que la moda y sus diversos aspectos forman una temática extraña y apartada del análisis filosófico, pero esto se vuelve incierto al examinar cuidadosamente todas las implicaciones y connotaciones de los fenómenos relativos a la moda. La temática adquiere dignidad filosófica si se considera la situación cualitativamente nueva surgida de la implantación de corrientes de moda con ayuda de los medios de comunicación masivos de nuestra era tecnológica. Un análisis filosófico de la moda nos brindará un buen acceso a la comprensión de una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: la propagación de la uniformidad y estupidez culturales paralelamente al progreso científico y tecnológico.

Recién hoy en día, gracias a la universalidad de los medios de difusión y al incremento del turismo, puede hablarse de corrientes de moda con carácter mundial y origen supranacional. Hasta hace pocos decenios, las modas estaban circunscritas a determinadas áreas culturales, y si bien transponían fronteras, sólo influían en los hábitos de las clases sociales superiores. La moda, tanto en la esfera del vestido como en la del consumo y la vivienda, denotaba todavía particularidades nacionales, diferencias en el nivel de ingresos y caprichos individuales. Estas peculiaridades tienden hoy en día a desaparecer o, por lo menos, a convertirse en sutilezas apenas discernibles.

La intensidad y la expansión del consumismo contemporáneo están ligadas, paradójicamente, a la acción de fuerzas y tendencias que, a primera vista, parecerían ser las menos afines a la moda y a la tiranía del consumo: la política de los países con gobiernos socialistas y populistas con respecto al consumo masivo, los movimientos contestatarios juveniles y las corrientes intelectuales progresistas.

En la esfera de la distribución y el consumo, los regímenes con jefaturas aparentemente radicales no han podido o querido desarrollar pautas originales o novedosas, y ni siquiera han sabido establecer modelos que correspondan a los principios humanistas del marxismo original. No se insistirá aquí sobre fenómenos relativamente conocidos e investigados como ser las proverbiales dificultades de aprovisionamiento con bienes de consumo y prestaciones de servicios en los regímenes socialistas o la estricta preservación del principio de rendimiento o de méritos político-partidista para regular la distribución de productos todavía escasos.

Para el análisis sobre el imperio de la moda es más significativo dirigir la mirada hacia las actitudes generalizadas con respecto a las pautas de comportamiento en gran parte de nuestro pequeño planeta. La conformación de los productos dedicados al consumo está en íntima conexión con las concepciones intelectuales que la respectiva élite del poder tiene sobre estos tópicos. La clase dirigente en las naciones sometidas al populismo radical no proviene de las capas proletarias ni de la alta burguesía, sino más bien de las clases medias; ella ha sido formada dentro de las normas estéticas y pautas de comportamiento de la pequeña burguesía, denominación inexacta, pero muy utilizada por los marxistas. Lamentablemente esta clase social se ha distinguido en el curso de la historia por tener un pésimo gusto en cuestiones de cultura, arte y moda, por no haber desarrollado ninguna creación original y por haber adoptado, mutilándolas, creaciones culturales de otros estratos sociales, haciendo pasar esta actitud por la norma estética indubitable. No existiendo en este sentido innovaciones de las capas proletarias y habiendo ahogado los resabios del buen gusto de la alta burguesía, los partidos dirigentes del antiguo bloque socialista y aquellos de los regímenes populistas de la actualidad, han logrado – con un éxito envidiable – imponer su mediocridad estética a una buena parte de la humanidad.

Otro de los grandes aportes al uniformamiento cultural y al establecimiento de una verdadera dictadura de la moda ha sido paradójicamente el producido por los movimientos contestatarios juveniles y por los grupos de intelectuales disidentes en el ámbito que vagamente podemos denominar como capitalista. Este aporte es tanto más importante y decisivo cuanto ha sido generado en nombre del no-conformismo ideológico, de la recuperación de la naturalidad y espontaneidad y de una ideología con pretensiones de encarnar una alternativa diferente y mejor para el futuro de la humanidad. La discrepancia entre los postulados de aquellos movimientos y sus resultados nada razonables no es, sin embargo, comprensible sin esfuerzos analíticos y, por lo tanto, no ha sido apreciada siempre en toda su amplitud y relevancia.

A las acciones y normas de estos grupos se debe, por ejemplo, que la juventud actual tienda a andar uniformada con los mismos requisitos, ropas, adornos, cabellos y, ante todo, prejuicios desde el Cabo de Hornos hasta la tundra y desde las Islas Galápagos hasta los profanados templos de Nepal. En nombre de la espontaneidad y la naturalidad todos adoptan las mismas inclinaciones contra los “burgueses”, el “sistema”, los “momios”, el “imperialismo” y el “lucro privado”. Han impuesto exitosamente la tiranía de una informalidad no menos formal, ritualizada y excluyente que las generaciones anteriores, han logrado borrar los últimos rasgos de individualismo, particularismo y originalidad en el comportamiento juvenil, han elevado la mediocridad, la pereza y la absoluta falta de valores morales – si exceptuamos el cinismo – al rango de virtudes rectoras y han hecho creer a sí mismos y al mundo que representan la generación más libre, espontánea, crítica, politizada, sensible y encomiable en la historia de los tiempos modernos.

En esta actitud se puede constatar los dos aspectos fundamentales de toda inclinación acrítica a la moda imperante: el deseo de ser exactamente como los demás, de mimetizarse con las masas, de manifestar a la colectividad su apego al espíritu gregario, por una parte; y de racionalizar esta tendencia a lo amorfo y adocenado mediante ideologías de originalidad y espontaneidad, por otra. Alrededor de 1968 los jóvenes contestatarios declararon la guerra a las reglas de urbanismo, a las servilletas, a los desodorantes, a los cabellos cortos, a la literatura clásica y los valores éticos tradicionales, y no se dieron cuenta de que los cabellos largos tienden a ocultar su falta de cultura, la desaprobación de las reglas de urbanismo promueve solamente la industria de los bienes baratos de consumo, y la nueva “sensibilidad musical” ha mejorado notablemente la situación financiera de los fabricantes de discos. El resultado fue una “industria” no menos capitalista y alienante que la anterior. La forma cómo la generación contestataria decoraba sus viviendas y manifestaba su forma de vida diaria, no denotaba ni nuevas formas de interacción social, ni garantizaba la libre expresión de vivencias espontáneas ni promovía un mayor grado de originalidad creativa. La tal cultura diferente era la forma contingente y pasajera en la cual la moda se exhibía, igualmente ligada al consumismo y a los intereses comerciales más ordinarios.

Aún hoy los jóvenes contestatarios se inclinan a las siguientes pautas reiterativas de comportamiento: (a) dividir en forma maniqueísta a sus semejantes (los que están adentro con uno mismo y los que están afuera); (b) no tomarse la molestia de considerar individualmente cada caso; y (c) guiarse generalmente por exterioridades tales como vestimenta, jerga de moda y consignas ideológicas. Todo esto puede, lamentablemente, contribuir a conformar una nueva personalidad autoritaria en las generaciones jóvenes, disimulada mediante un tenue barniz de progresismo y espontaneidad.

Podemos arribar a la conclusión provisional de que las normas y pautas de los jóvenes contestatarios son, ante todo, una reedición, moderna, juvenil y chic del hombre-masa, detectado ya hace mucho tiempo por la sociología crítica y popularizado por autores comoJosé Ortega y Gasset. El hombre-masa se adapta a las corrientes de su tiempo con extraordinaria facilidad, toma la facticidad del momento como la cosa más natural del mundo, se extraña de que haya otros que piensen y actúen en modo diverso y está dispuesto a jugar los roles que le depara la sociedad sin grandes conflictos de consciencia ni distanciamiento razonable. El hombre-masa carece de sentido histórico y crítico: las conquistas de la civilización le parecen meros aspectos de la naturaleza, eternos y fáciles. Él acepta las ideologías políticas de un momento dado como fenómenos naturales, sin cuestionar sus fundamentos. No hace ningún esfuerzo individual por analizar las propensiones que lo envuelven. Apenas salidos de la tutela paterna, los jóvenes contestatarios se pliegan a las inclinaciones más excéntricas de moda y política, sin tener serios conflictos con su pasado, y transcurrida la época de formación académica y profesional, vuelven al detestado sistema burgués y se integran al mismo, igualmente sin grandes problemas. Hoy son chicos normales, mañana terroristas, luego buenos burócratas del gobierno. Siempre andan con la corriente, nunca con el análisis crítico. Esta facilidad de adoptar roles divergentes no es signo de una gran virtuosidad y amplitud mental, sino de algo mucho más sencillo: de la falta total de individualidad, de la extrema maleabilidad de sus consciencias, de la escasez generalizada de valores éticos.

Es evidente que a partir de 1968 el movimiento contestatario juvenil ha producido también algunos efectos positivos, quebrando algunas rigideces impuestas por la moda llamada tradicional, ensanchando algo unas pocas pautas de consumo y liberalizando modestamente las normas de comportamiento en la esfera del erotismo. Sin embargo, sus efectos negativos sobrepasan en mucho estos pequeños logros y tienden a fortalecer poderosamente el consumismo, el conformismo, el espíritu gregario y el mal gusto en la moda. Empero, el daño más grande producido por la tiranía de la moda propagada por los movimientos contestatarios se halla en su carácter absolutista, en su justificación por medio de argumentos ideológicos y políticos y en hacer pasar algo relativo y contingente (las tendencias fortuitas del día) como si fuera un desarrollo positivo, definitivo y digno de imitarse. Antes, los sustentadores de cada moda conocían su carácter relativo y lúdico, mientras que los jóvenes disidentes han elevado su vulgaridad a norma y medida de progresividad, impidiendo cuestionamientos críticos y representando así un cierto retroceso en la historia contemporánea.

Dos textos de Eduardo Kunstek Montaño

Confesiones del poeta a su entrañable amigo José Antonio Terán Cabero en vísperas de su cumpleaños

Vivo una época muy afortunada como lector, con tantos formatos de comunicación abiertos y en todos ellos se encuentra expresiones habidas como proscritas desde la República de Platón. No es extraño oír de cine poético, del carácter poético de una sinfonía o de una fotografía y detrás de cada una de esas expresiones está la impronta de un poeta.

Si bien pertenezco a la categoría de personas lo suficientemente estupidas no solo por hacer poemas sino además publicarlos, me siento afortunado al recibir la inmediata reacción a lo publicado con el formato de las redes sociales. Esa novedosa retribución de los lectores va moldeando con su sensibilidad los versos venideros. En otrora imagino al poema escrito en un cartel o en una pared a la espera de una percepción convergente a la inspiración primera. Me creo un poeta de feria por lo que no me incomoda codearme con bufones y saltimbanquis.

Pero no es mi oficio el deshilachar crucigramas para hilvanar retruécanos como remedio al tedio o proyectarles un efecto utilitario ya sea para alcanzar la nombradía o para divulgar alguna ideología o consigna más allá de los respetables móviles que pudieran tener. Mucho menos considerar mis fiebres de inspiración en una misión redentora de una realidad que siempre me suscita asombro.

Lo que confieso sinceramente es que profeso una superstición por la palabra y el tesoro que la lengua encierra. Por esa construcción interminable que se inicia en el primer balbuceo y persiste en el sueño y la vigilia como la construcción obcecada de una Babel íntima en su entregada pasión del humano por entender ese algo de Dios que nos es vedado. Me alegra compartir esta lealtad con la palabra con Jose Antonio Terán en un rito entrañable como es la poesía y se traduce en el cotidiano oficio de la amistad.

Conversación con Luis Camilo Kunstek

Ayer, conversando, tras recibir sus parabienes por mi cumpleaños, prometí a Camilo escribir sobre esta edad que encarno.

Todo vendaval tiene un punto calmo donde la furia de la naturaleza resuelta hace un paréntesis. En el caribe lo llaman el ojo del huracán. Nosotros, los orureños, que medimos el extremo de la expresión de la naturaleza en su invierno cuyo frío revienta piedras, tenemos un paréntesis calmo al que llamamos “el veranillo de San Juan”, unos días de benevolencia cuya brevedad se antoja tacaña, no obstante, permite aligerarse de ropas y compartir chupando naranjas en el patio bajo el sol.

Me siento este año en el ojo del huracán, viviendo el veranillo de San Juan en este transcurso por la vida. Cambiando de metáfora, me encuentro en medio del puente con más pasado en una orilla que futuro en la otra. Si no he sido quejumbroso antes, menos lo soy ahora. La mitad del puente no me provoca el desespero del grito de Munch.

El pasado, del cual solo tengo la memoria, me demandó actos heroicos a la expectativa de mis ancestros y maestros con un peso gravitacional hacia la época de oro cuyas raíces se perdían en la noche de los tiempos. Si cumplí o no con mi destino heroico se los dejo a ustedes o, como diría Homero de Esmirna, a complacencia o ira de los dioses.

Estoy en medio del puente, calmo y sin propósito, mirando al futuro, como en la Melancolía del maestro Durero, con cierto escepticismo por el mismo hecho de cargar con esta parafernalia en cuyo cofre más íntimo estoy asido de la mano de mi mamá en perseverancia de esos pasos primos que recorrieron por montes y ciencias. Con la naturaleza desnuda frente a mis ojos, con mi destino coloquial. Con todos, contigo.

Sin embargo, no estoy libre de las demandas. En esta sucesión del siempre que me espera tengo de testigo a la prole. Hijos, discípulos, admiradores ansiosos de encontrar conmigo sabiduría. Sinceramente no sé si cumpliré con esa expectativa. La naturaleza me llama a ser sabio y el primer paso tras sacudirme el traje de héroe son los pronombres que nos unen: contigo, conmigo. Sujetos en la compañía de este viaje y una lealtad a mí mismo.

Un quirquincho en el salar

Carlos Fernando Toranzos Soria

Volando aparece un flamenco, llega justo al lado de una bolita acorazada. El silencio del salar vuelve a retornar después del agitado aterrizaje del flamenco.

La bolita acorazada saca la cara y la cola, se despereza y dice, buenos días, al flamenco. Éste, con aire de gran señor, responde con una especie de buenos gruñido.

-Flamenco, dice el quirquincho. Usted que ve todo desde arriba y que sabe de todo, me puede decir ¿qué es lo que pasa? Cada vez veo más gente por aquí. Estoy cansado de vivir encerrándome todo el tiempo. Fíjese usted que, al solo oír su aleteo, ya me asusté y me metí en mí mismo.

-Señor quirquincho, tiene usted razón, hay mas movimiento y habrá mucho más de lo que jamás estos salares han visto. Ha llegado, de París, una delegación de hombres muy importantes; solo tenían secretarias, ni una ejecutiva, ni una mujer importante; mayor razón para demostrar su importancia.

Ellos venían a comprobar si, por estas blancas y estériles tierras, podían pasar unos coches a toda velocidad. Y así poder hacer que estas tierras sean conocidas por todo el mundo, para así hacer llegar, a estas yermas tierras, todo tipo de desarrollo.

-¿Cómo dice? ¿Tierras yermas y estériles? Señor flamenco déjeme usted decirle que estas tierras no son yermas, su fertilidad y riqueza está en sus gusanos, lagartos, todo tipo de bichos, solo en su laguna hay variedades de aves y de plantas únicas en la tierra. Nosotros mismos, señor flamenco, somos parte activa de estas tierras, somos creaturas que apenas nos estamos recuperando de ser asesinadas para hacernos caja de charango. Ustedes señor flamenco, con el ruido de los camiones abandonan sus nidos, sus huevos no incuban por lo que hay menos flamencos. La población de su especie está decayendo a consecuencia de tanta gente que viene. No señor flamenco ¡no! Estas tierras no son yermas ni estériles, son tierras con una naturaleza rica pero muy frágil y un balance ecológico muy sensible. Fíjese usted si solo con su aleteo, ya tengo los nervios de punta ¿se imagina usted con el ruido de un coche, o de un tractor, o de un helicóptero?

-Señor quirquincho, perdone usted, pero, por supuesto no entiende nada del desarrollo. Piense usted en todo lo que ganaremos siendo objeto de visitas de millones de gentes de todo el mundo, Piense usted lo que ganará el salar al ser puesto en la geografía global como un lugar digno de verse y visitarse. Piense usted en los hoteles que construirán, en el agua potable, la electricidad. Piense usted, es que ya no podemos seguir como hasta ahora. Es nuestra oportunidad, señor quirquincho, y si usted se asusta es que le teme al desarrollo. Bueno, lamentablemente, tengo que continuar con mi viaje.

-¿Dónde se va usted, señor flamenco?

– Me voy en busca de una señora flamenca, por aquí ya no quedan flamencas y yo soy de los pocos que quedamos.

Y entonces…

El señor flamenco tomo vuelo. Ya no se lo vio más, se perdió entre el horizonte de la sal y el cielo.

-¿Y dónde estará doña quirquincha?, tantos kilómetros tengo que andar buscándola, antes era solo un ratito de caminata, ahora son días y días y sin garantía de encontrarla. ¡Yo también quisiera volar!

Carlos Fernando Toranzos Soria (Punata, Cochabamba). Profesor Emérito de Anglia Ruskin University en Cambridge. Reside en Cambridge, Reino Unido pero visita Bolivia con regularidad.