La manía por la uniformidad y otras modas irracionales de la juventud actual

H. C. F.  Mansilla

A primera vista podría parecer que la moda y sus diversos aspectos forman una temática extraña y apartada del análisis filosófico, pero esto se vuelve incierto al examinar cuidadosamente todas las implicaciones y connotaciones de los fenómenos relativos a la moda. La temática adquiere dignidad filosófica si se considera la situación cualitativamente nueva surgida de la implantación de corrientes de moda con ayuda de los medios de comunicación masivos de nuestra era tecnológica. Un análisis filosófico de la moda nos brindará un buen acceso a la comprensión de una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: la propagación de la uniformidad y estupidez culturales paralelamente al progreso científico y tecnológico.

Recién hoy en día, gracias a la universalidad de los medios de difusión y al incremento del turismo, puede hablarse de corrientes de moda con carácter mundial y origen supranacional. Hasta hace pocos decenios, las modas estaban circunscritas a determinadas áreas culturales, y si bien transponían fronteras, sólo influían en los hábitos de las clases sociales superiores. La moda, tanto en la esfera del vestido como en la del consumo y la vivienda, denotaba todavía particularidades nacionales, diferencias en el nivel de ingresos y caprichos individuales. Estas peculiaridades tienden hoy en día a desaparecer o, por lo menos, a convertirse en sutilezas apenas discernibles.

La intensidad y la expansión del consumismo contemporáneo están ligadas, paradójicamente, a la acción de fuerzas y tendencias que, a primera vista, parecerían ser las menos afines a la moda y a la tiranía del consumo: la política de los países con gobiernos socialistas y populistas con respecto al consumo masivo, los movimientos contestatarios juveniles y las corrientes intelectuales progresistas.

En la esfera de la distribución y el consumo, los regímenes con jefaturas aparentemente radicales no han podido o querido desarrollar pautas originales o novedosas, y ni siquiera han sabido establecer modelos que correspondan a los principios humanistas del marxismo original. No se insistirá aquí sobre fenómenos relativamente conocidos e investigados como ser las proverbiales dificultades de aprovisionamiento con bienes de consumo y prestaciones de servicios en los regímenes socialistas o la estricta preservación del principio de rendimiento o de méritos político-partidista para regular la distribución de productos todavía escasos.

Para el análisis sobre el imperio de la moda es más significativo dirigir la mirada hacia las actitudes generalizadas con respecto a las pautas de comportamiento en gran parte de nuestro pequeño planeta. La conformación de los productos dedicados al consumo está en íntima conexión con las concepciones intelectuales que la respectiva élite del poder tiene sobre estos tópicos. La clase dirigente en las naciones sometidas al populismo radical no proviene de las capas proletarias ni de la alta burguesía, sino más bien de las clases medias; ella ha sido formada dentro de las normas estéticas y pautas de comportamiento de la pequeña burguesía, denominación inexacta, pero muy utilizada por los marxistas. Lamentablemente esta clase social se ha distinguido en el curso de la historia por tener un pésimo gusto en cuestiones de cultura, arte y moda, por no haber desarrollado ninguna creación original y por haber adoptado, mutilándolas, creaciones culturales de otros estratos sociales, haciendo pasar esta actitud por la norma estética indubitable. No existiendo en este sentido innovaciones de las capas proletarias y habiendo ahogado los resabios del buen gusto de la alta burguesía, los partidos dirigentes del antiguo bloque socialista y aquellos de los regímenes populistas de la actualidad, han logrado – con un éxito envidiable – imponer su mediocridad estética a una buena parte de la humanidad.

Otro de los grandes aportes al uniformamiento cultural y al establecimiento de una verdadera dictadura de la moda ha sido paradójicamente el producido por los movimientos contestatarios juveniles y por los grupos de intelectuales disidentes en el ámbito que vagamente podemos denominar como capitalista. Este aporte es tanto más importante y decisivo cuanto ha sido generado en nombre del no-conformismo ideológico, de la recuperación de la naturalidad y espontaneidad y de una ideología con pretensiones de encarnar una alternativa diferente y mejor para el futuro de la humanidad. La discrepancia entre los postulados de aquellos movimientos y sus resultados nada razonables no es, sin embargo, comprensible sin esfuerzos analíticos y, por lo tanto, no ha sido apreciada siempre en toda su amplitud y relevancia.

A las acciones y normas de estos grupos se debe, por ejemplo, que la juventud actual tienda a andar uniformada con los mismos requisitos, ropas, adornos, cabellos y, ante todo, prejuicios desde el Cabo de Hornos hasta la tundra y desde las Islas Galápagos hasta los profanados templos de Nepal. En nombre de la espontaneidad y la naturalidad todos adoptan las mismas inclinaciones contra los “burgueses”, el “sistema”, los “momios”, el “imperialismo” y el “lucro privado”. Han impuesto exitosamente la tiranía de una informalidad no menos formal, ritualizada y excluyente que las generaciones anteriores, han logrado borrar los últimos rasgos de individualismo, particularismo y originalidad en el comportamiento juvenil, han elevado la mediocridad, la pereza y la absoluta falta de valores morales – si exceptuamos el cinismo – al rango de virtudes rectoras y han hecho creer a sí mismos y al mundo que representan la generación más libre, espontánea, crítica, politizada, sensible y encomiable en la historia de los tiempos modernos.

En esta actitud se puede constatar los dos aspectos fundamentales de toda inclinación acrítica a la moda imperante: el deseo de ser exactamente como los demás, de mimetizarse con las masas, de manifestar a la colectividad su apego al espíritu gregario, por una parte; y de racionalizar esta tendencia a lo amorfo y adocenado mediante ideologías de originalidad y espontaneidad, por otra. Alrededor de 1968 los jóvenes contestatarios declararon la guerra a las reglas de urbanismo, a las servilletas, a los desodorantes, a los cabellos cortos, a la literatura clásica y los valores éticos tradicionales, y no se dieron cuenta de que los cabellos largos tienden a ocultar su falta de cultura, la desaprobación de las reglas de urbanismo promueve solamente la industria de los bienes baratos de consumo, y la nueva “sensibilidad musical” ha mejorado notablemente la situación financiera de los fabricantes de discos. El resultado fue una “industria” no menos capitalista y alienante que la anterior. La forma cómo la generación contestataria decoraba sus viviendas y manifestaba su forma de vida diaria, no denotaba ni nuevas formas de interacción social, ni garantizaba la libre expresión de vivencias espontáneas ni promovía un mayor grado de originalidad creativa. La tal cultura diferente era la forma contingente y pasajera en la cual la moda se exhibía, igualmente ligada al consumismo y a los intereses comerciales más ordinarios.

Aún hoy los jóvenes contestatarios se inclinan a las siguientes pautas reiterativas de comportamiento: (a) dividir en forma maniqueísta a sus semejantes (los que están adentro con uno mismo y los que están afuera); (b) no tomarse la molestia de considerar individualmente cada caso; y (c) guiarse generalmente por exterioridades tales como vestimenta, jerga de moda y consignas ideológicas. Todo esto puede, lamentablemente, contribuir a conformar una nueva personalidad autoritaria en las generaciones jóvenes, disimulada mediante un tenue barniz de progresismo y espontaneidad.

Podemos arribar a la conclusión provisional de que las normas y pautas de los jóvenes contestatarios son, ante todo, una reedición, moderna, juvenil y chic del hombre-masa, detectado ya hace mucho tiempo por la sociología crítica y popularizado por autores comoJosé Ortega y Gasset. El hombre-masa se adapta a las corrientes de su tiempo con extraordinaria facilidad, toma la facticidad del momento como la cosa más natural del mundo, se extraña de que haya otros que piensen y actúen en modo diverso y está dispuesto a jugar los roles que le depara la sociedad sin grandes conflictos de consciencia ni distanciamiento razonable. El hombre-masa carece de sentido histórico y crítico: las conquistas de la civilización le parecen meros aspectos de la naturaleza, eternos y fáciles. Él acepta las ideologías políticas de un momento dado como fenómenos naturales, sin cuestionar sus fundamentos. No hace ningún esfuerzo individual por analizar las propensiones que lo envuelven. Apenas salidos de la tutela paterna, los jóvenes contestatarios se pliegan a las inclinaciones más excéntricas de moda y política, sin tener serios conflictos con su pasado, y transcurrida la época de formación académica y profesional, vuelven al detestado sistema burgués y se integran al mismo, igualmente sin grandes problemas. Hoy son chicos normales, mañana terroristas, luego buenos burócratas del gobierno. Siempre andan con la corriente, nunca con el análisis crítico. Esta facilidad de adoptar roles divergentes no es signo de una gran virtuosidad y amplitud mental, sino de algo mucho más sencillo: de la falta total de individualidad, de la extrema maleabilidad de sus consciencias, de la escasez generalizada de valores éticos.

Es evidente que a partir de 1968 el movimiento contestatario juvenil ha producido también algunos efectos positivos, quebrando algunas rigideces impuestas por la moda llamada tradicional, ensanchando algo unas pocas pautas de consumo y liberalizando modestamente las normas de comportamiento en la esfera del erotismo. Sin embargo, sus efectos negativos sobrepasan en mucho estos pequeños logros y tienden a fortalecer poderosamente el consumismo, el conformismo, el espíritu gregario y el mal gusto en la moda. Empero, el daño más grande producido por la tiranía de la moda propagada por los movimientos contestatarios se halla en su carácter absolutista, en su justificación por medio de argumentos ideológicos y políticos y en hacer pasar algo relativo y contingente (las tendencias fortuitas del día) como si fuera un desarrollo positivo, definitivo y digno de imitarse. Antes, los sustentadores de cada moda conocían su carácter relativo y lúdico, mientras que los jóvenes disidentes han elevado su vulgaridad a norma y medida de progresividad, impidiendo cuestionamientos críticos y representando así un cierto retroceso en la historia contemporánea.

Los caminos que no se ven

Igor Barreto

Quisiera comenzar estas palabras recordando un sueño: En la bruma del inconsciente me veía vagando por los Desiertos del Sur de Venezuela en compañía de un hombre llamado Benjamín Cordero, lo ayudaba en el arreo de una manada de cochinos y agotados por la faena nos detuvimos bajo una Palma Sola a descansar, mientras los cerdos hozaban en la tierra negra. En ese momento Benjamín Cordero llamó mi atención para decirme: Cuando vayas a escribir un poema hazlo con espíritu «inmundo», lo más sucio del mundo que puedas. He pensado con mucha frecuencia en este episodio y en las ideas que podría asociar al adjetivo «in-mundo», es un término de hondas resonancias bíblicas. Las apariciones de este adjetivo de fuerza inusitada en el Nuevo Testamento se vinculan por lo general a la presencia de seres seducidos por el mal, o que representan el «mal», como demonios, seres poseídos y sobretodo orilleros, marginados. Se tratan de existencias o representaciones ubicadas en la periferia de una doctrina, de una visión que, como el cristianismo, terminó por imponerse en Occidente. Ya extrapolando este concepto para aproximarlo baudelieranamente, lo más posible, a nuestros propósitos literarios, podríamos decir que lo inmundo es la negación de lo focal y también la afirmación de lo periférico. Quisiera rememorar en mi ayuda un ensayo de la crítica argentina Josefina Ludmer, “Literaturas postautónomas”. También me voy a atrever en esta dirección a recordar que lo inmundo es la expresión literaria contaminada de variados registros provenientes de las más diversas formas expresivas. Eso que la pensadora argentina denomina lo postautónomo. Hablando desde mi escritura poética, es un concepto en el que me he apoyado al incorporar elementos narrativos, relatos de vida, el realce de lo propiamente lexical: sustantivos que son como apariciones de fantasmas paracrónicos, verdaderas figuraciones del pasado incrustadas en el presente: citas o paráfrasis de textos perdidos en el tiempo. Permítanme ustedes adosarle a esta expresión otra, que siempre he intuido como una suerte de impulso que favorece el ejercicio de lo acumulativo, eso que denomino personalmente como la fuerza de “implicación”. Para mí, los poemas se construyen incorporando la mayor cantidad de elementos que conforman su horizontalidad de sentido y de atmósfera. La trascendencia de cualquier texto tendría que ver entonces con su capacidad de “implicación”, con la potencia del crecimiento mundano que pueda demostrar el poema. La verticalidad como principio de trascendencia, de vinculación con una divinidad distante, como ocurre con los poetas románticos o con sus continuadores en la contemporaneidad, siempre me ha parecido inhumana. La divinidad así entendida carece de eso que Jun’ichiro Tanizaki llamó la sombra del uso, una cualidad que solo es posible adquirir mediante el diverso contacto que “algo” tiene con su entorno.

Hoy día, en la contemporaneidad, el contacto con el mundo se resume cada vez más en la construcción de una imagen, de un ícono, de una representación de hechura decadente y neutral, al negarse a asumir la riqueza del perfil circunstancial del mundo, ocultándose muchas veces tras un lirismo alabancioso. En cierta entrevista leí que Cioran afirmaba que, a la poesía, de continuar así, le espera un destino operático: redundante, artificioso, altisonante. Quisiera poder hablarles de una complejidad mayor, una aspiración que recaiga sobre la riqueza de todos y cada uno de los elementos lingüísticos, especialmente aquellos que le confieren una mayor contundencia verbal al poema, una «fuerza de gravedad» a las palabras, que yo desearía que pesaran tanto, que su peso las hiciera caer hoyando la tierra.

Estas palabras pronunciadas, unidas al último fragmento de esta intervención constituyen la desembocadura de variadas citas que leeré y que tendrán como rótulo o título la mención de distintos problemas que han ido llamando mi curiosidad en la evolución de mi proceso creativo. Estas citas fueron sustraídas de un libro que publiqué en el año 2006, bajo el título de El Llano Ciego y, que ahora recuerdo, hago memoria con alma, como quería el poeta español de la generación del 27, Don José Bergamín. Paso entonces a leerles dichos fragmentos del libro El Llano Ciego, rotulados con una mención al problema que plantean, acompañados de poemas pertenecientes al respectivo texto, que dan cuenta de mi proceso y mi lamento al pensar la representación contemporánea de la naturaleza. 

El exilio

El exilio como una categoría de la existencia, el abismo y la palidez del pensamiento son condiciones ya internalizadas en nuestra vida cotidiana. La primera forma de exilio que padecemos es una que tiene como ámbito lo temporal. Nuestro presente es solo el tiempo de hondas desilusiones. He ahí la causa de la irrealidad que nos acompaña. Muy pocos tenemos patria en un país del pasado. Alguna vez Derek Walcott se atrevió a afirmar que en los orígenes del Nuevo Mundo estaba «la amnesia». De estas cosas hablo como lector de poemas, esas vasijas donde guardamos el curso de la sensibilidad.

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En cine existe un recurso de puesta en escena que podría resultar revelador. Me refiero a la aplicación de la “geografía imaginaria” mediante la cual se construye una locación, uniendo con el montaje partes o imágenes de distintos lugares. A pesar de que las partes son reales, el todo es siempre imaginario. Eso ocurre en la mente de un exiliado: sus recuerdos corresponden a sitios concretos, pero “el todo” de su vida es imaginario.

Naturaleza del exilio

(Nocturno de apartamento, 1998)

UNAS reses llegaron del boscoso anhelo,
de unas calcetas añoradas.

¿Qué sentido tenían aquellos animales
de rostros humanos?

La cocina era una hoguera
a medianoche.

El acallamiento
vegetal del balcón

donde unos helechos
aletean como esfíngidos.

¿Qué fue de la quietud de esos parajes
que conocían tanto?

No encontré barriales constelados,
ni la camisa azul.

Era la naturaleza del exilio,
un río de nada.

Algo que corta una cebolla en pequeños trozos,
blanca, como un farol bajo un árbol marchito.

Paraíso perdido

MILTON ha dicho
en El paraíso perdido:
La tierra tan pequeña,
comparada con el cielo,
y faltándole la luz:
Entonces, una tierra
en esencia oscura.
Pobres y engañados Trópicos
que creen que la luz les pertenece.
La palmera de penacho brillante
perdió su orgullo
y está enferma:
es solo
una reliquia
de la sombra.

La naturaleza

Cuál será la imagen que busco de la naturaleza. Sin duda que no se trata de una deificada y espiritualizada hasta el hartazgo. Pero tampoco esa otra más moderna de la que habla Gottfried Benn en su Carta a Oelze: La naturaleza es vacía, desierta; sólo los venados ven algo en ella, pobres diablos condenados a constante sufrimiento. ¡Huya de la naturaleza que echa a perder los pensamientos y estropea notoriamente el estilo! En Benn, cuya voz proviene del intramundo urbano, se expresa una visión ausente de piedad. El poeta alemán no quiere ser la voz de un colectivo, ni de la impostura burguesa de sus valores: la solidaridad, la autenticidad, la identidad, la trascendencia. Aunque me inclino por su poesía sin piedad, despojada y libre, no tolero su desapego y vaciamiento de alma. Si la naturaleza ha sido pervertida e intervenida y sobrevive apenas en el imaginario del exilio, es preciso que cargados de esta conciencia del deterioro (y recuerdo a James Hillman) nos dispongamos a restituir el alma al mundo.

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¿Naturaleza? Lo no-humano, simplemente aquella porción del cosmos que no he visto, lo más apartado, el lugar donde unos pájaros comen semillas de árboles para los cuales carezco de nombres. La sola presencia de una persona ahuyenta la naturaleza, la descoloca con su orgullo y humanidad.  Decir «hombre» y huir, todo lo que transcurre sin ley alguna, es la misma cosa.

El presente

RECUERDO un paseo con el cronista de la ciudad de San Fernando, don Julio César Sánchez Olivo. Nos deteníamos en cada esquina y él me iba diciendo: «Aquí estuvo la farmacia Libertad» (ahora había un edificio); «Aquí la antigua fábrica de hielo» (ahora tan sólo un terreno baldío). Luego de aquellas caminatas, pensé que cada objeto merecía perdurar y ser memoria de un tiempo, ya que sólo lo antiguo tiene corazón. San Agustín creía que el presente debía conjugarse como presente-pasado o presente-futuro. Pero por desgracia entre nosotros, por desgracia para las cosas, para calles y ciudades, aquí el presente le sigue al presente en un mundo de pura y maciza cotidianidad.

IV

La ciudad que edificaron los Conquistadores fue una ciudad amurallada (una ciudad-fortificada), tan diferente y semejante a la ciudad contemporánea: amurallada también, pero por el presente, el muro del presente. De ahí deriva su terrible insularidad. Parafraseando al poeta cubano Virgilio Piñera, podríamos decir: la maldita circunstancia del presente por todas partes.

Ungaretti

                        a Mafer

OÍ hablar a Ungaretti
de su Alejandría,
cerrar los ojos azules y decir
que otros lugares de Oriente
podrán tener las mil y una noches,
pero Alejandría tiene un desierto.
Nosotros también tenemos:
la amnesia y el desierto del presente.

El paisaje

El paisaje ha muerto. El paisaje de tradición romántica ha muerto, a pesar de que aún descubrimos marcas de lirismo alabancioso en nuestros poemas. En él la naturaleza se identificaba con un estado edénico anterior a la «caída». La naturaleza era su «paraíso perdido», algo que nos abandonó al cruzar la puerta de la infancia, tal como leemos en la «Oda de los indicios de inmortalidad en los recuerdos de la primera infancia» de Wordsworth. Éramos roussonianamente felices en los predios de ese paisaje hasta la llegada de la modernidad que precipitó el abandono de nuestra memoria ancestral y colectiva. Pero la modernidad también trajo consciencia ideológica y lingüística, señalando la gran carga de simple utilería que se acumulaba en nuestra visión de la naturaleza. Aunque habría que decir que el romanticismo estuvo animado por un espíritu nacional de reconocimiento de lo geográfico, donde la representación del paisaje constituía una forma de encarnar estéticamente lo que en otros ámbitos era un destino político.

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La regla del paisaje es el monoteísmo. Esta perspectiva equivocada nace en el vértice donde se asienta el ojo (único y divinizado) que segmenta la naturaleza. Pero basta observar el cosmos con sus nombres: Ceres, Venus, Neptuno, para darnos cuenta de que son muchos los que nos miran desde las copas de los árboles y la comba de las estepas.

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El paisaje quedó atrapado en un deseo compulsivo de idealización. Sobrevive en imágenes cristalizadas. En sus límites la naturaleza es el Dios exterior o interior según pensemos en Platón o en San Agustín. El exilio territorial desde el cual hablo siempre conserva un átomo de realidad, un correlato objetivo, como diría Eliot, la memoria de una experiencia que se pretende histórica.

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¿Dónde están las ruinas veneradas de la naturaleza si hoy lo que encontramos son los escombros de un río fecal? ¿Cómo seguir creyendo en el paisaje como representación bella y agradable? El paisaje contemporáneo (de insistir en este término) sería una representación pervertida, intervenida, impura: una cordillera de desechos. ¿Cómo saltar valiéndonos de una estrategia lírica por encima de este presente y volver a escribir sobre unos árboles que cabecean y rumoran entre ellos necedades?

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El lugar

Si alguien dijera que desea representar el paisaje reivindicaría para la escritura poética la noción de «lugar».  El «lugar» es lo dinámico que se opone al estatismo de una imagen pictórica de la naturaleza: lo particular, lo histórico versus lo universal, lo nominal frente a lo adjetivo. ¿Paisajismo? Según Baudelaire sólo consiste en glorificar legumbres.

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León Bloy decía: «El más bajo grado de la miseria es, seguramente, no tener lo que puede llamarse un domicilio».

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Para enfrentar el mal no tengo divinidades; tengo el recuerdo de lugares. Es lo que puedo convocar en mi ayuda.

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El alma existe sólo como una relación entre el individuo y el «lugar». Se tiene alma cuando se está (con armonía) en cualquier paraje por remoto que sea. Así te encuentras de nuevo con la unidad posible del lugar donde el alma se torna palpable a los sentidos. Pienso en estas ideas mientras contemplo El regreso de Joaquín al pastoreo del Giotto, uno de sus frescos de la santa capilla dell’ Arena de Padua. Giotto descubrió la noción de «lugar» cuando apenas se insinuaba la perspectiva, y personajes y naturaleza eran un modesto asomo que no ocultaban su frontalidad. Entre Joaquín que retorna arrepentido y los pastores que lo reciben junto a ovejas, rocas y árboles, se crea una comunidad espiritual, una sympatheia que valora el espacio, el «lugar», más allá de cualquier percepción naturalista.

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Qué paradoja:

Una lámpara de aceite de foca ilumina el rostro de Robert Flaherty, sabio fundador del cine documental. Era la segunda década del siglo XX y había decidido abandonar su profesión de mineralogista. En su último viaje a la Tierra de Baffin (al norte de Canadá) descubrió el dominio de lo humano, donde los ciclos de las inhóspitas estepas subárticas rotan en el carácter boreal de los esquimales. Tras dos meses en canoa y trineo, Flaherty llegó hasta ellos. Traía consigo una considerable carga: dos cámaras cinematográficas Akeley, las mejores en temperaturas glaciales, ya que utilizan un mínimo de aceite y grasa lubricante; también un trípode para las cámaras de movimiento giroscópico; decenas de latas de material virgen de la casa Eastman Kodak y un laboratorio completo que le permitía positivar la película que iba filmando… Y todo esto (¡qué paradoja!) para reencontrarse de forma objetiva y convincente con la naturaleza.

El pasado y la memoria

Superar la realidad, superar el paisaje. Adentrarse en la memoria que es pura creación verbal.

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La memoria es un texto espontáneo que viene hacia el presente y nuestra conciencia intercepta su recorrido. La conciencia llama a la memoria desde la orilla del desamparo verbal. Hacer memoria es invocar palabras de una oración, encomendarse al espíritu del lugar y al acontecimiento.

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Hablar de la memoria es entrar en un espacio vinculante. Quiero decir que las personas y objetos evocados se relacionan conformando una red plural, una identidad plural, donde el «yo» retrocede sin más remedio.

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En el ámbito de la memoria el presente se aviene al pasado
haciendo una reverencia.

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Existen fatales correspondencias entre el personaje principal del film Dersu Uzala (1975) de Akira Kurosawa y la tragedia del jefe de botones de la clásica cinta expresionista El último hombre (1924) de Friedrich Murnau. El personaje de Murnau (interpretado por Emil Jannings) vio trágicamente suplantar su identidad, su nombre, la puerta de entrada a su carácter, por una supuesta identidad social que le brindaba el vistoso uniforme del hotel Atlantic. La Alemania «pangermánica», donde germinaban el fascismo y el comunismo, inauguró en nuestro siglo estas mutilaciones de la persona. La dramaturgia del «yo», que los expresionistas llamaron «ich-drama», conduce al personaje encarnado por Jannings hasta un final paródico y deshonroso. En cuanto a Dersu, viejo y acorralado por una deidad feroz que lo acecha bajo la imagen de un tigre de Bengala, decide renunciar a todo aquello que lo hizo admirable: su naturaleza de hombre compenetrado con la selva entre Rusia y China, y su aguda cultura de cazador. Aquel pánico lo llevó a refugiarse en la pequeña casa citadina de la familia Arseniev, lejos de «la taiga». Dersu desafió su destino y al querer regresar, casi ciego, la muerte lo sorprendió con bastardía a manos de unos ladrones. Cuando alguien se aparta de la tradición, cuando se pierde el nombre que encabeza la historia que somos de manera única, sobreviene (casi siempre) una muerte banal, y a medias tintas desfallecen cuerpo y espíritu.

Algunas propuestas

La vida de un hombre transcurre construyendo, afinando una o muchas historias. Relatos donde el narrador resume las claves de su existencia, su relación con la naturaleza, los hombres y las cosas. Le oí narrar a un pescador cómo su hermano murió ahogado en un río, relacionando aquella fatídica hora con el canto del paují oculto en los bosques de galería. Para él era la voz de la soledad y el silencio. Estos relatos desarrollan con fuerza realidades profundas. Refieren de manera sesgada el mundo íntimo del que cuenta, sus intereses y preocupaciones: Esas son las historias esenciales. Las busco, las descubro y las elaboro en forma de poemas.

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Desde los comienzos sentí el deseo de imprimir mayor sustantividad al verso. El primer recurso al que apelé fue a la imagen. Organizar el poema mediante un «montaje constructivo» a la manera pudovkiana, donde el ordenamiento de una serie de tomas componía las estrofas y, así, secuencia tras secuencia, hasta el final del texto. Era solo ingeniería visual. Aquel modo que privilegiaba el sentido de la vista contenía en su diseño figurativo el germen de su propia destrucción: el poema y la palabra perdían resonancia y ganaban en exceso racionalidad. Fue entonces que vino a mi mente la imagen de un pescador de orilla oculto en un recodo del río, entre el bosque de galería, mirando sin perder detalle la superficie reflejante del agua. Mirar y, al hacerlo, poner toda la intensidad del que está escuchando con sobrada atención. He ahí la respuesta (me dije): mirar como el que escucha. Relacionar la vista con aquel sentido, el del oído, que para San Juan de la Cruz era el más espiritual de todos. Así, el mundo representado en el poema adquiría mayor profundidad y su imagen resonaba con emoción humana.

El centauro

ATADO a una soga
llevé al centauro
hasta el galpón
trasero de la casa.

Fuiste el sabio
maestro de Aquiles
y de Esculapio
y de un tajo

corté su cabeza
colocándole
una trompa
con sus belfos.

Susurré en su oreja:
La sabana es la nada
donde el caballo
es lo único que existe.

Vendrán
vulgares jinetes
a robar
tu trascendencia.

Al final
espera la tristeza,
el mal
y la derrota.

Pastoral

PASTOR Caeiro
a la poesía lírica
no la mates.
Tú piensas
en el poema
y nos dejas
en el yermo
con el quejido
de unas ovejas
amnésicas
que sólo balan
simbólicamente.
Si vieras
qué fue de la vida
de Títiro y Salicio:
del jardín latino
a la covacha
de tres tablas,
en el borde
donde la ciudad
se espesa.
Les he hablado:
¡Allí donde existió
el verde
no pueden
pintar con verde!
Mas ellos
no hacen caso:
Si sopla viento
es porque el aire
se lamenta,
y al cerrar el grifo
escuchan el ruido
de una voz…

Pero no es su culpa.

Nuestro mal está en el alma,
dijo Horacio.

Último fragmento

Siempre pensé que la única posibilidad que tenía la tierra para salvarse de nuestro espíritu depredador era la de ser fieles a una ética que considerara a «La naturaleza como un otro». Dicha actitud implicaría aceptar que debe existir una «distancia» caracterizada por el despertar de la compasión y, luego, más tarde, vendría el reconocimiento o el aprendizaje de ciertas normas olvidadas.  Esta distancia tendría que ser religiosa en el sentido que debemos seguir la ruta de la naturaleza reconociéndola como una entidad superior, tal y como ocurre en La Oración del heliotropo, citada por el neoplatónico tardío Proclo, en su tratado sobre el arte hierático griego. Yo he pensado que, partiendo de esta oración, emulándola, pondríamos observar a la naturaleza con la misma reverencial distancia.  Esta idea se inspira mucho en la lectura de Henry Corbin y muy especialmente su libro dedicado a La imaginación creadora en Ibn Arabi. Creo que este principio de una necesaria «distancia» podría fundar la posibilidad de una ética del convivir terreno y mundano para el hombre de hoy, dominado por un deseo de posesión destructiva, que ha puesto un punto final a la necesaria simpatía con nuestro mundo, a la correspondencia entre las etapas de nuestras vidas y aquellas propias de los procesos naturales, y a la interlocución sabia que solo puede nacer de tal entendimiento

La poesía de Edmundo Camargo o la destrucción espermática*


Portada de Sed que no para, libro de ensayos de Paz Soldán en el que se incluye este texto sobre Camargo.

Alba María Paz Soldán

La poesía de Edmundo Camargo se inscribe en un campo de sentidos que, postulamos, abre la obra de Arturo Borda en Bolivia con El Loco, singular experiencia de escritura que delata una heterogeneidad genérica inclasificable desde criterios convencionales. La destrucción como fuerza generadora, una conciencia viva de la indigencia y la clara sujeción de la escritura al cuerpo, a la vida, son los espacios que frecuentan ambas obras en una confluencia de sentidos que esta lectura hará manifiesta.

La obra de Borda pone en juego los poderes de la destrucción en el recorrido que realiza el loco, su personaje, para negarse y despersonalizarse y que está presente desde una de las primeras imágenes. En “El soplo augur” (Borda 1966 I: 19) un niño enfrenta gozoso, “impávido y temerario”, la arrasadora tromba o torbellino que todo lo destruye, e, ignorando los intentos de protección de sus padres, juega y juega con esa fuerza dejándose envolver por ella. Y proyectando la posibilidad del surgimiento de algo nuevo, la voz narrativa dice “pues, a pesar de tanta maravilla, insuperable acaso, hay algo irrevelado dentro de cada cual, que se debate por salir a la luz en la más sublime de las expresiones” (I:166). Las fuerzas de la destrucción, que aún definen a ese protagonista final, “el demoledor”, y una fe en la regeneración, en la creación a realizarse con las fuerzas materiales del desgarro y de la euforia desde la experiencia indigente, son las que emanan de la escritura de El Loco.

La poesía de Edmundo Camargo está signada por la muerte, lo han dicho los críticos, lo dice de alguna manera el título de su único libro: Del tiempo de la muerte. Sin embargo, como es un libro póstumo, el título se lo debemos más bien a su editor, Jorge Suárez1. Fernando Prada señala que este título proyecta un sentido muy diferente al del conjunto de poemas que sí fue titulado por Camargo y aparece en el libro “Del tiempo de los muertos” y en su estudio demuestra que se trata de una poesía vital y erótica (1984). Por otra parte, Eduardo Mitre afirma que la experiencia que define la visión de Camargo es la de un destino trágico: el presentimiento de una muerte temprana (1986). Por lo que será necesario indagar no solo sobre la concepción de la muerte en esta poesía, sino también sobre la relación que la voz poética establece con ella.

En primer lugar, la muerte no se presenta como una pregunta inquietante, ni con los signos del misterio que conlleva. Tampoco se puede decir que es un enfrentarla paso a paso a medida que se acerca. Lo que sí está claro, sin embargo, es que se trata de una certeza: la destrucción del cuerpo. Y a partir de esta certeza se generan los sentidos, aunque en el caso de esta obra poética convendría mejor decir imágenes emergentes de dos surtidores. Una de las fuerzas que originan las imágenes es la destrucción, como fragmentación o desintegración interna, y la otra es el cuerpo que se abre y se extiende hacia el universo. Para la construcción de estas imágenes se observan entonces dos movimientos simultáneos: uno centrípeto, que desintegra todo hasta encontrar y hacer estallar la mínima partícula interior, y otro centrífugo, que desde allí abraza/abrasa a todos los otros cuerpos.

La destrucción actúa como una fuerza activa y dinámica, “desteje”, “desata” y “abre huecos”, en una palabra, desintegra por dentro, mientras que el cuerpo, y aun la muerte del cuerpo, parecen tender hacia una reconstitución:

La muerte nos cosió los costados
la carne es telaraña revistiendo los huesos
el corazón sacude sus cadáveres (Camargo 1964: 97).

La imagen que mejor expresa la destrucción es la del mar en su “oficio corrosivo” (55, 57) y poblado por “las algas violentas y los esqueletos de tiburón” (59). Pero toda esta fuerza sobrehumana y desatada, que da cuenta de los órganos, de las vísceras, por separado, y que actúa sobre ellas como el guerrero arrasador, solamente adquiere sentido por la mirada que desde una condición precaria lo soporta:

A sus ojos faltábanles
aquellos que habíanlo descubierto:
el niño
que de pronto aullaba
sacudiendo el silencio sin romperlo (49).

De la misma manera, en medio de la dispersión, el desgano y la destrucción sembrada por “las mareas férvidas”, esta vez se descubre más bien una presencia temblorosa, que testimonia la condición humana ante los embates de los poderes destructivos:

pero en lo interno tiembla mujer arrodillada

y sueña ser el agua que hundió
allá en la infancia el barco de papel (57).

Estas dos instancias corporales, de los ojos que descubren y del cuerpo tembloroso que sueña, son las que figuran el encuentro de la voz poética para revertir esa fuerza volcada hacia adentro en un afán disgregador y convertirla en fuerza abrasadora que se extiende hacia el mundo penetrándolo y regenerándolo. Los ojos se multiplican en imágenes que se extienden y penetran toda la materia, sea velando “Bajo el ojo demente de la anémona tu ojo velará” (46), o en actitudes de lectura que se diluyen en las cosas o las diluyen hasta confundirse con ellas:

y los ojos que vieron
las palomas volar, crucificadas sobre leños de sol,

desovan sobre imágenes desesperadas (43).

Pero este cuerpo cuenta también con un arma, el lenguaje, que puede propiciar un efecto semejante al de las fuerzas destructivas, pese a su etérea materialidad, cuando la voz poética remarca:

deambulaste mordiendo el vacuo aroma de tu idioma

armado como el esqueleto de un pterodactil (46).

Idioma que adquiere la fuerza de los otros sonidos que devoran, incendian y flagelan, y que además se interpenetra con los objetos y que, una instancia más allá, es el idioma de la poesía:

la palabra pájaro hace resonar los barrotes

la palabra fuente se queda entre los dientes de la piedra.

La lluvia vacía las campanas, es verdad
y en nuestro cuerpo los órganos mansos
muelen las osamentas de las sillas

se nutren de los objetos detenidos.

Un libro nos hecha sus raíces (117).

Así, la destrucción es también una fuerza generatriz, que en un movimiento semejante al de “el ojo” y “el idioma” como extensiones del cuerpo es capaz de dar lugar continuamente a nuevos seres y nuevos mundos indefinidamente, a una nueva vitalidad que puede abarcar también el interior de la tierra:

Quiero morar debajo de la tierra
En un diálogo eterno con las sales . . .

Quiero sentir la tierra circular por mis venas

morderla fríamente, clavarla con mis tibias

sintiéndome en su inmensa placenta, adormecido

como un niño a la espera de un nuevo natalicio (35).

Si la escritura de Borda, con la destrucción, pretende llegar a esa anulación de sí mismo, al punto cero, a la nada, desde donde recién llegar a ser; Camargo formula un espacio primordial, el espacio del origen, donde la nada tiene también un signo activo, para hacer surgir de allí lo primordial. El poema titulado “Nada” se inicia así:

ruinoso océano de las formas

imagen que adhirió su vientre
para los natalicios

primordiales

sifló en tu hueso océano

recogió de las torres (73).

Si el loco, personaje de la obra de Arturo Borda, elige una vida de carencia, privación y necesidad que lo lleva a producir en su escritura esa “secreta rebelión de la indigencia”; el poeta Edmundo Camargo padece de una enfermedad que lo aproxima raudamente a la muerte a muy temprana edad. La voz poética de Camargo modula, pronunciando y deletreando, la indigencia y la absoluta vulnerabilidad del cuerpo humano ante las fuerzas destructivas de la muerte, que también son productivas. Ambos autores llegan por caminos muy distintos a testimoniar la indigencia de la condición humana y a encontrar un lugar allí para su propia expresión, valiéndose de los poderes de la destrucción. Borda confrontando la propia indigencia a la creación artística, y Camargo, a los poderes destructivos de la muerte.

* Este ensayo (escrito en La Paz en mayo de 2001), se publicó originalmente en el tomo I de Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia como parte del capítulo “Postludio: Proyecciones” (pp.191-194); y se reeditó en Sed que no para. Ensayos reunidos (1982-2020) editado por la Carrera de Literatura, UMSA, el Instituto de Investigaciones Literarias y Plural Editores, 2021.

1 Al cerrar esta edición, ya podemos hablar de la obra de Camargo sin la determinación que ha producido este título, gracias a la nueva edición de sus obras y al excelente estudio de Eduardo Mitre (2002) publicado recién este año.

La poética y la piedra: construcción de sentido en La torre abolida de Rubén Vargas

Jackelinne S. Mejía A.

Je suis le ténébreux, – le veuf, – l’inconsolé,
Le prince d’Aquitaine à la tour abolie
Ma seule étoile est morte, – et mon luth constellé
Porte le soleil noir de la Mélancolie.

El desdichado, Gérard de Nerval (1853)

Quizá uno de los poemas más exquisitamente logrados del poemario La torre abolida de Rubén Vargas sea el inaugural, titulado “Runas”. A pesar de su brevedad, constituye un poema enigmático que bebe de múltiples tradiciones, cargado de imágenes vívidas, simbolismo abundante y múltiples sentidos. Además, como se pretende demostrar en el presente ensayo, constituye un elemento clave proporcionado por el autor para suscitar la lectura cómplice. Así, introduciremos una lectura que permita acercarnos –en el tiempo espacio permitido por la consigna que rige el presente trabajo– a este poema como proponiendo las claves de una visión que aluden a un marco teórico o filosofía implícitamente expresados en el resto del conjunto, por lo cual introduce y unifica conceptualmente la colección, operando como una suerte de mortero que habrá de reunir –mejor dicho, apilar– los versos que componen la obra en cuestión.

Con este motivo, recurrimos a la poética, entendida no en su sentido popular básico como sinónimo de poesía sino como una teoría de lectura que estudia los procesos de percepción, comprensión y cognición que subyacen a la interpretación textual y el análisis (Cfr. Persino, 2019). Y es que, en el campo de la crítica literaria, la poética es una idea que fue desarrollada dentro del proyecto de la poesía sistemática que surgió en los 70’s y 80’s, concebida como un estudio objetivo y sistemático, incluso un estudio ‘científico’ de la literatura (…) gracias a la influencia de la poética semántica que siguió a la Nueva Crítica, así como la poética estructuralista francesa. El estructuralismo y la poética semántica de hecho extraen sus ideas de fuentes muy distintas, pero comparten una asunción común que puede denominarse el axioma de la objetividad. Este axioma puede formularse en términos generales de la siguiente manera: la obra literaria es una pieza discursiva (un texto) que posee ciertas características que la hacen lo que es: una obra literaria. Como una pieza discursiva, es accesible a todos quienes hablan el idioma; sus cualidades pueden ser observadas y clasificadas por los observadores interesados y si, en un caso particular, existe una disputa acerca de cuáles son estas cualidades, se pueden resolver refiriéndose al texto en sí mismo. Así, un estudio sistemático de las obras literarias es posible; un estudio que, al final, llevarán a una comprensión completa de las cualidades que hacen que un texto sea una obra literaria. (Olsen, 2012)

Se eligió esta estrategia de lectura “que privilegia ciertos aspectos cuya articulación, aunque necesariamente provisoria, permite pensarlos como un conjunto” (Persino, 2019, pág. 8) en virtud de las cualidades de la poesía de Rubén Vargas: los suyos son versos lúcidos, meticulosamente compuestos y secuenciados con una lógica racional discernible desde la primera lectura; como se verá a lo largo de este ensayo, él no deja nada al azar.

Runas

Piedra de lluvia
agua de pedernal
pulida

en el corazón de la mano

en la línea
cruzada
de todos los caminos

Un canto rodado
contra la corriente
contra la simiente
de los ecos
multiplicados

en el origen de los días

El santo y la señal
de la lengua redimida
su apacheta

Y a la vera
del crepúsculo anunciado
las más bellas ruinas
del aire
se levantan

Runas
Piedras
Hombres
Palabras

Una espiral
girando
en el vacío

La trenza de oro

La Torre Abolida

Roca – palabra – hombre

Desde una primera lectura superficial, entendemos el título del poema como refiriéndose al antiguo alfabeto utilizado por los pueblos germanos entre el primer y segundo siglo A.C., derivado de algún alfabeto itálico utilizado en la región del Mediterráneo, sobre el cual todavía no existe consenso académico (cfr. Antonsen, (1965)). Las primeras runas halladas se encontraron inscritas en joyería y objetos de uso personal que datan de aproximadamente del año 50 de la Era Común. Sin embargo, más allá de sus fines pragmáticos, las runas, asociadas a la veneración del dios padre del panteón nórdico, Odin, el dios de la sabiduría, magia, conocimiento y poesía1, también tenían usos rituales, oraculares, mágicos2. Asimismo, de acuerdo al poema Hávamál3 138, de la Edda Poético4 se le acredita la creación de las runas

Sé que colgué
en un árbol mecido por el viento nueve largas noches
herido con una lanza
y dedicado a Odín,
yo ofrecido a mí mismo,
en aquel árbol del cual nadie conoce el origen de sus raíces.

No me dieron pan,
ni de beber de un cuerno, miré hacia lo hondo,
tomé las runas
las tomé entre gritos,
luego me desplomé a la tierra.

Así, de la misma manera que Vargas prepara el terreno para que el lector experimente el poemario completo como una totalidad desde el primer poema, diseña cada uno de sus poemas con esta misma lógica: el título, entonces, se establece como la piedra fundamental sobre la cual se construirá el sentido gradualmente. Así, esta palabra, runa, resuena simultáneamente con tres connotaciones: su carácter práctico como letra, pieza esencial para la construcción de la palabra, su dimensión mágica como herramienta de adivinación, y su dimensión poética asociada a la inspiración.

De la runa del título, el poeta introduce, en la primera línea, la Piedra, un elemento en bruto que luego es afinado en el corazón de la mano (línea 4) y en la línea 8, deviene Un canto rodado. Es importante notar que Vargas elige la palabra canto con intención, ya que, de acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua, esta denota no solo el arte de cantar (tercera acepción), sino, también, una composición poética (cuarta acepción), un segmento de un poema largo (sexta acepción). Asimismo, la RAE define canto como trozo de piedra, sentido que devuelve la semiosis a la imagen original, la piedra/palabra como elemento de la construcción/creación, proceso que Platón define, en El Banquete, como “la causa que convierte cualquier cosa que consideremos no-ser a ser”, y que se halla etimológicamente presente en la raíz griega de poesía: poiesis.

Sin embargo, Vargas no se queda simplemente en este nivel connotativo que remite directamente a la tradición nórdica, sino que agrega nivel inesperado de semiosis adicional e inesperado cuando, en los versos 23 y 24 de su poema, expande la lectura posible al agregar el valor semántico quechua, idioma en el cual runa significa hombre. Para ello se vale de dos recursos: el primero, una metonimia generada por la disposición sucesiva de las palabras Piedras y Hombres en líneas sucesivas, una encima de la otra y, el segundo, mediante una sutil intervención en el espacio de la versificación: una examinación atenta permitirá notar que el espacio interlineal entre estas dos palabras es menor que en el resto del poema. Una tenue y sofisticada pauta que le deja saber al lector atento que el poeta sabe muy bien lo que está haciendo: una reflexión progresiva por efecto metafórico acumulativo: la piedra lleva a la palabra; esta, a su vez, remite a su creador: el hombre, la humanidad.

La torre y sus simientes

Sin embargo, ahí no termina la reflexión del poeta: en el verso línea 16, Vargas introduce la imagen de la apacheta, un montículo de piedras puesta una sobre otra. Esta construcción rudimentaria ocurre en prácticamente en todo el mundo: desde el norte de Europa hasta el cuerno de África e incluso en Asia. En Latinoamérica, se considera como una ofrenda a los dioses del lugar que se construye en los puntos más difíciles de los caminos: se espera que toda persona que pase por una apacheta agregue una piedra al montón. A cambio, los espíritus del lugar lo protegerán. Hitos de paso, son construcciones solitarias, aisladas: como guías de navegación, señalan el camino para los viajeros y cada piedra es sagrada.

Esta imagen agrupa el sentido acumulado, erigido progresivamente a lo largo de las estrofas: las palabras y todos sus significados posibles se ensamblan en un conjunto. Y estos significados no se excluyen entre sí sino que resulta necesario que operen todos simultáneamente para sostener el peso concentrado del poema. De esta manera, la obra convergerá espontáneamente, consolidándose por su propia gravedad y, así, podrá llevar un solo final posible: la consolidación de la torre abolida anunciada en el título del poemario. Así, cada elemento básico posee un carácter microcósmico que se refleja en aquello que compone: La semilla contiene el árbol y éste su simiente. La piedra compone la apacheta así como la letra construye la palabra; la apacheta prefigura la torre así como la palabra deviene verso. El proceso continúa, vital, eterno. En palabras de Rubén Vargas: Una espiral/girando/en el vacío.

El hombre, la piedra, la tradición

El poeta Rubén Vargas.

Como símbolo, la torre de inmediato evoca imágenes poderosas que resuenan en todas las culturas del mundo: desde la mítica Torre de Babel, la torre de Rapunzel –a la que elegantemente alude Vargas con su verso “la trenza de oro”,– la torre fulminada –Maison Dieu– del tarot de Marsella.

La torre es una de aquellas imágenes que constantemente concurren en los siglos XVIII y XIX, evocando asociaciones variadas, algunas de las cuales, en un grado considerable, derivan de un repertorio simbólico medieval más antiguo, mientras que otros sentidos nuevos se desarrollaron subsiguientemente a partir de esta tradición (Murawska, 1982)

Vargas utiliza esta imagen, extrayéndola de la tradición poética occidental, específicamente del poema El desdichado, del poeta francés decimonónico Gérard de Nerval, citado en el epígrafe introductorio de este trabajo.


Traducidas las primeras líneas, este se lee como sigue:

Soy el tenebroso – el viudo,- el inconsolable,
el príncipe de Aquitania en la torre abolida
mi única estrella está muerta, y mi constelado laúd
porta el negro sol de la Melancolía

El desdichado es un texto cargado de imágenes enigmáticas que nunca se llegan a descifrar por completo; es más, la notoriedad del poema en cuestión se construye justamente sobre su carácter críptico. El autor mismo, “al hablar del grupo de sonetos donde se incluyó, dijo que ‘perderían su encanto al ser explicados, si es que esto fuera posible’ (Booth, 2021). Sin embargo, dentro de la tradición poética, es importante notar que T.S. Eliot citó esta imagen en su monumental poema La tierra baldía antes que Vargas, lo cual confiere una dimensión performática a la cita que realizan estos poetas: la repetición reconfigurada del acto remite a la acción de agregar una piedra más a la apacheta/torre, un poema más al monumento poético erigido por runas, hombres, poetas.

Conclusión

Resulta evidente que la poética de Rubén Vargas se sustenta en una filosofía personal expresada en su ejercicio poético de elegancia matemática donde no se admite el azar: todo forma parte de la factorización, desde la elección léxica hasta el posicionamiento de las palabras, las estrofas, los versos, el poema en sí, el lugar que este ocupa dentro de la colección de textos así como dentro de la tradición literaria de la humanidad. Esto queda demostrado en la elección del poema inaugural de la antología que introduce Runas. Dicho poema proporciona una clave de lectura que marca el sendero del lector e influye, finalmente en la vivencia poética de La torre abolida. En esta colección, Vargas rinde homenaje a poetas, escritores, cineastas y artistas visuales, sin diferenciar sus medios de trabajo: desde Pizarnik a Borges, Benjamin, Celan, Klee hasta Wim Wenders, todos como constructores y piedras fundamentales de La torre abolida, el proyecto imposible de concluir, la puerta del cielo. Cada una de las obras de estos creadores enriquece la tradición, así como cada piedra eleva la apacheta, aumenta su visibilidad para que viajeros futuros y potenciales puedan divisarla y, eventualmente, si optan por ello, agregar una roca más en el monumento que marcará el pasaje de la humanidad por la tierra baldía.

Bibliografía

Antonsen, E. H. (1965). «On Defining Stages in Prehistoric Germanic». Language, 41 (1), 19–36.
Booth, A. (2021). “Le Prince d’Aquitaine à la tour abolie”: Nerval’s “El Desdichado”.
Murawska, K. (1982). An image of mysterious wisdom won by toil: The tower as symbol of thoughtful isolation in English art and literature from Milton to Yeats. Artibus et Historiae, 3(5), 141-162.
Olsen, S. H. (2012). What is Poetics? 26(105. The Philosophical Quarterly, 338–351.
Persino, M. S. (2019). Hacia una poética de la mirada . Buenos Aires: Corregidor.
Platón. ( de de ). El banquete. Recuperado el 23 de diciembre de 2021, de Wikisource.org: https://es.wikisource.org/wiki/El_banquete
Real Academia de la Lengua. (s.f.). Diccionario de la lengua española. Recuperado el 23 de diciembre de 2021, de https://dle.rae.es/canto

La llegada de un virrey a la Villa de San Phelipe de Austria de Oruro en 1716

Javier T. Cárdenas Medina

Antecedentes

Al fallecimiento del rey Carlos II (1665-1700), quien no dejó descendencia, finaliza el período de la Dinastía Real de la Casa de los Austria, que se había iniciado con el recordado Carlos I y V de Alemania (1516-1556), especialmente por el descubrimiento del asiento de minas y posterior Villa Imperial de Potosí, en 1545.

La Casa de Borbón comienza con el pariente más próximo del anterior soberano, el rey Felipe V. Este período se distingue por las profundas reformas que se introducen en los virreinatos americanos, control y una mayor recaudación para la península, eran algunas exigencias a las nuevas autoridades. El virrey que era el representante de la corona española en el virreinato, era elegido en terna y su tratamiento era de Su Excelencia. Su período de gobierno duraba entre tres a cinco años, aunque en ocasiones fueron algunos más. Era presentado por el Real y Supremo Consejo de Indias, y viajaba siempre con una “instrucción”, entregada por los consejeros de este órgano. De esta manera, el nuevo gobernante sabía lo que debía y no debía realizar en su jurisdicción. Generalmente se embarcaban en el puerto de San Lúcar de Barrameda, pasando de Portobelo a Panamá, donde nuevamente se embarcaban hacia Paita, ya que continuar hacia el Callao, se prolongaba el viaje, aunque algunos lo hacían. Su ingreso era un especial acontecimiento, entre milicias formadas, salvas de artillería y gran repique de campanas.

De un virrey animador de tertulias a virreyes arzobispos

El vigésimo cuarto virrey del Perú, marqués de Castell dos Rius, era un político y hombre de letras, que asumió el cargo entre 1707 y 1710, se le menciona como ostentoso “hecho al fausto y suntuosidad de la Corte de Versalles, arribando al Callao con un séquito de doce gentiles hombres franceses, dos pajes, un cirujano, tres músicos, dos reposteros, cinco cocineros” (Vargas Ugarte, 1971: 74). Su gestión, mayormente administrativa, fue luchar contra el contrabando, interrumpido en diversas ocasiones por actos de piratería, contra los galeones de comercio, falleció en 1710.

Continuó como virrey, Diego Ladrón de Guevara, Obispo de Quito, habiendo trabajado en Panamá, Huamanga y Quito, según Vargas Ugarte, “desarmó la pequeña flota existente, aunque dotó de fuerte guarnición las plazas de Panamá, Valdivia y el Callao”. Misteriosa y repentinamente solicita licencia para retornar a España, siéndole concedida, se designa como virrey interino o virrey gobernador al arzobispo de Charcas fray Diego Morcillo Rubio de Auñón el año de 1716. Estuvo al mando escasos 50 días, para entregar el gobierno al nuevo designado virrey Carmine Nicolás Caracciolo, existe una versión popular que afirma “que cuando estuvo frente al nuevo virrey, Diego de Morcillo dijo entre dientes: entrego a V.E. este bastón, que pronto tendrá que devolverme”. Cosa curiosa es que en 1720 Caracciolo pide licencia, traspasando el mando a Diego de Morcillo, cumpliéndose lo dicho. Cosas de Virreyes…

El Virrey arzobispo Diego de Morcillo visita Potosí y Oruro

En el Museo de América de Madrid, se exhibe una hermosa obra referente a la entrada del virrey Diego de Morcillo a la Villa Imperial de Potosí en 1716, del reconocido pintor colonial de Charcas, Melchor Pérez de Holguín. Este acontecimiento histórico, ha sido registrado a la vez por estudiosos e investigadores del tema, muy ampliamente.

Sin embargo, su breve paso por la Villa Filipense de Oruro, no ha sido mencionado, y se encuentra inédita. Durante mis investigaciones en el Archivo Histórico Municipal de Oruro, en la primera mitad del siglo XVIII de la villa de Oruro, pude identificar las actas de cabildo de 1716 que describen el suceso.

Durante la sesión del Ayuntamiento del 30 de marzo de 1716, se da noticia de la llegada del recién nombrado virrey del Perú, el Arzobispo de Charcas Diego Morcillo, es muy posible que, del estado de júbilo, los cabildantes pasaran al de la preocupación. Para la llegada del virrey, la villa de Oruro, contaba únicamente con un capitán de número de Infantería de Batallón, el capitán don Joseph de Uriona. Además que, por muerte y defecto, se estaba falto del número de capitulares. Había la necesidad de recibir al virrey, debajo de palio y así ser llevado al estilo de la Ciudad de los Reyes.

Por tales motivos nombran personas vecinas y formadas en la República, entre ellos el Maestre de Campo don Bartolomé Fernández Dávila y Origuela, al capitán don Alfonso de Uzín, a don Francisco de Amaya Ordoñez, don Francisco de Araníbar, y Alférez Real al capitán don Joseph Díaz Ortiz, para que suplan la falta de capitulares. Se prohibió su salida por ser necesarias sus personas y para enviar embajadores adonde llegue su jurisdicción.

De que se forme otra compañía, que junto a la del capitán don Joseph de Uriona, hagan guardia el tiempo que estuviere el virrey, alternándose día y noche. A su vez crear los oficiales necesarios de milicia, el corregidor como gobernador de armas. Para ello se nombró por sargento mayor al capitán don Juan Fernández y Quiroga, capitán don Francisco de Aranzibia, alférez don Julián Ondero y Ochoa, y alférez de la compañía del capitán Uriona al capitán don Antonio Toledo. Como ayudante para repartir las órdenes del virrey, al capitán don Juan de Eulate y don Miguel de Alzaga Caro.

En el cabildo se acordó también que el hospicio del virrey sea en Poopó y Sora Sora, y para recibirlo nombraron al capitán don Joseph Vélez de Ortiz, alférez Real, Maestre de Campo don Silvestre de Sentellas y asistente personal al capitán don Francisco de Araníbar, Teniente de dicho Partido. Decidieron, asimismo, que cuando el virrey salga de la villa por tierra, se pueda hospedar en la hacienda de Ataraque, y yendo por mar en la barca de Nicolás Choque, designándose para ello a los capitanes don Juan de Mogollón y Orosco, don Lorenzo Nuñez de Sotomayor y el regidor don Agustín Ibañez de Muruzábal.

Para el hospedaje del virrey Morcillo en la villa de Oruro, sea en casa del Depositario General, regidor don Joseph Rizo Balmaceda.

En cuanto a las fiestas de comedias y toros, que se han de correr en la plaza, nombraron a los Alcalde Ordinarios. Para lo que toca a las danzas, festejos y arcos al Alguacil Mayor don Pablo de Murga.

De que se hagan tres arcos triunfales, a la entrada del pueblo, en el paraje de la calle derecha del convento de la Merced, en la última calle, nombraron a don Bernardo de Salamanca, don Domingo Pacheco y don Nicolás de Chavarría.

A la entrada de la iglesia Matriz, se nombraron al capitán don Juan Gonzales, a don Pedro Rodrigo, y don Francisco de Béjar.

A la puerta del Palacio, donde se habría de apear el virrey, nombraron a don Martín de Mier, a don Juan de Uribe y don Juan Zerra.

Se hizo recuerdo a los veinticuatros Martín García de Salvatierra, y Agustín Ibañez de Muruzábal, hagan un festejo de un día. Se haga un dosel y sitial, dos sobremesas -por no tener el cabildo esta decencia- y ser muy necesaria. Se ordenó que ninguna persona se niegue, bajo multa de 500 pesos cada uno. El acta fue firmada por el corregidor capitán Carlos Ubaldi, los capitulares y el escribano Juan de Heredia. (AHMO, 1716: fs 225v-226-226v-227).

Posteriormente, el corregidor Ubaldi, anunció que el Excelentísimo don Diego de Morcillo, había determinado, pasar a la Ciudad de los Reyes, y que su estadía sería breve en la villa, mandó avisar al escribano para que notifique a las personas nombradas y vuelvan a ejecutar como estaba dispuesto.

Registros posteriores del Ayuntamiento de fecha 7 de julio, refieren que Joseph Rizo de Balmaceda, presenta un escrito del virrey Morcillo de fecha 2 de julio, en el que se le nombra Alcalde Provincial, durante el tiempo que ejerza el corregidor Carlos Ubaldi, con las mismas prerrogativas, preeminencias e inmunidades, lo que es obedecido por el cabildo. Sin embargo, el corregidor fallece el 20 de agosto, siendo reemplazado por Joseph Rizo de Balmaceda, que presentó título y nombramiento de corregidor, despachado por la Real Audiencia de la Plata.

Finalmente, se observa que el Virrey Diego de Morcillo llegó a estar en la villa de Oruro, el 2 y 3 de julio de 1716, donde emitió algunos decretos, convirtiéndose en el único representante del rey cuya estancia quedó registrada en los Libros del Cabildo de Oruro.

Pluralismo en democracia: el modelo del disenso familiar

H. C. F.  Mansilla

El mejor régimen democrático es aquel donde las parcelas de poder están ampliamente repartidas y distribuidas. La democracia moderna presupone la división y el balance de los poderes, subrayando la necesidad de una distribución del poder entre instancias concurrentes y fomentando la competencia libre de opiniones y opciones. No puede haber, por lo tanto, un solo partido político que intente monopolizar la lealtad de los ciudadanos y representar el todo de una comunidad. Hay que recalcar que partido viene de parte. Para que el pluralismo funcione convenientemente es indispensable la existencia de la libertad de prensa en su sentido más amplio, que engloba los derechos de cada individuo y la libertad de todos los medios masivos de comunicación social. La prensa escrita, la radio y la televisión no pueden pertenecer al mismo monopolio económico, por más disimulado que este se halle.

Para que la democracia moderna pueda ser ejercida adecuadamente, se necesita que la población acepte enteramente el carácter positivo de la oposición política bajo cualquier régimen, que la libertad de prensa no sufra ningún menoscabo y que los partidos y grupos de la oposición dispongan de alguna parcela de poder efectivo. La democracia pluralista vive de la tensión entre lo controvertido y el consenso, entre el ámbito de la política, donde existen ─ y deben haber ─ diferencias en torno a las soluciones de los problemas sociales, y el terreno de las reglas del juego y de las normas rectoras, que son aceptadas, o por lo menos, toleradas por casi todos. Política en sentido estricto no existe si todo ya está predeterminado por leyes inmutables del desenvolvimiento histórico ni tampoco en una constelación de un completo relativismo de valores. Precisamente en medio de la actual euforia postmodernista, que tiende a devaluar cualquier consideración moral, Ralf Dahrendorf señaló que la ausencia de normas y la falta de códigos de honor, en una palabra: la anomia, es dañina para la libertad. “La libertad se transforma en una pesadilla existencialista en la que todo es lícito y nada es importante”. En el interior de las corrientes marxistas no se da esa peculiar contienda de normas que fundamenta el valor de una elección ética. En la obra de Karl Marx procesos y conflictos socio-históricos son vistos a través del teorema de las contradiccio­nes, en el cual uno de los elementos en juego siempre tiende a anular al otro, siendo irreconciliables las posiciones y consistiendo la lucha de los opuestos en un combate perennemen­te dual. Allí no hay lugar para corrientes intermedias, para tolerancia de las líneas divergentes, para la pluralidad de enfoques o para alternativas colocadas fuera de la dicotomía central. O se está en la línea correcta o en la equivocada. Este maniqueísmo impide tanto la reflexión moral como la acción política en sentido estricto, puesto que lo correcto en la ética y en la política se reduce a ponerse del lado de lo que las leyes históricas prefiguran como lo único aceptable. Este dogma pertenece al núcleo mismo del concepto de contradicción. Todo intento de diferenciar este concepto básico estará siempre frustrado por el dualismo esencial y recurrente que se deriva de la idea de contradic­ción. Hay buenas razones para percibir la dinámica social por medio de otra óptica, que sin renunciar a los conflictos centrales, los interprete como antagonismos, contraposicio­nes, disidencias y oposiciones, en las que una parte no signifique necesariamente la exclusión y la destruc­ción de la otra.

Debemos ver en las desavenencias y en los antagonismos un elemento esencialmente positivo y permanente de la vida social; por más curioso que suene, debemos tratar de mantener un escenario social con disensiones, oposiciones y diferencias, que, como se sabe, son la sal de la vida, de la política y, naturalmente, de la democracia pluralista. Los valores de orientación de la democracia moderna están basados en la tolerancia de los otros y hasta en el respeto de los contrarios. Aquel que piensa diferentemente y mantiene una línea política opuesta a la nuestra es meramente un adversario, y no un enemigo; tiene el mismo derecho que nosotros a sus ideas, y la misma probabilidad de tener razón. Representa otros intereses sociales, lo cual es natural y perfectamente admisible. En la mayoría de los casos su moralidad es tan buena o tan mala como la nuestra. Sus ideas sobre la política y la sociedad se basan en imágenes y conocimientos tan firmes o tan débiles como los nuestros. No lo debemos atacar para destruirlo, sino tratar de llegar a compromisos aceptables con él por la vía de la negociación. La tolerancia significa, por lo tanto, la predisposición a aceptar el conflicto permanente entre partes como algo inherente a la naturaleza humana y a la democracia contemporánea.

Con relación al conflicto, parece útil referirse a un fenómeno parecido existente en la familia. Dentro de esta última cada individuo debe resolver problemas similares a aquellos del orden social: cómo convivir con personas que le son indispensables, que las estima, pero de las cuales uno está separado a causa de ideas o sentimientos. También en el interior de la familia se trata de encontrar una forma de vida en la cual se puedan satisfacer exigencias que rivalizan entre sí. La realización de nuestros deseos y ansias va a causar probablemente odio y envidia en los otros, y tenemos que hallar los medios para canalizar esos sentimientos hacia una regulación productiva de los conflictos. Las mismas personas en la familia, que nos son importantes y hacia las cuales sentimos afecto, nos causan también problemas y obstaculizan nuestro desarrollo, mientras que nosotros las herimos y a veces pensamos en “liquidarlas”. Es el conflicto profundo que se genera cuando resulta ser que la gente que nos quiere es la misma gente que nos molesta o cuando nosotros amamos a una persona y simultáneamente nos complacemos en humillarla o, por lo menos, en causarle dificultades. Es mejor si uno puede aprender a vivir y a crecer teniendo sentimientos contrarios y encontrados, sin dejar que las pasiones desbocadas digan la última palabra. Tanto en la sociedad como en la familia se requiere de un proceso de aprendizaje, largo y penoso, que permita finalmente una convivencia aceptable entre personas de sentimientos y anhelos divergentes: comprensión y estima pese a las diferencias y a las dificultades que nos causan los otros.

La democracia moderna es un orden social que no busca la perfección, ya que esta sólo es posible con la eliminación de las contradicciones existentes, es decir suprimiendo la sal de la vida. No siendo posible ni deseable la sociedad perfecta, es preferible un sistema democrático, tolerante y pluralista que trata de evitar los excesos y las soluciones violentas mediante compromisos, pactos, alianzas y acuerdos, siempre temporales y nunca definitivos. Esto no es muy llamativo para todos aquellos que buscan una sola verdad, una única solución, un camino exclusivo y verdadero. Pero en el mundo moderno, donde conviven simultáneamente tantos intereses y tantos objetivos tan diferentes entre sí, ya no es posible aquel modelo de sociedad ideal que brinde una sola senda de desarrollo y de acción válida para todos. Por ello es conveniente la búsqueda de salidas parciales mediante la negociación con el adversario, la cual es preparada por el libre debate. La solución de los conflictos sociales estaría en manos de un método de aprendizaje por ensayo y error, es decir, por medio de soluciones pragmáticas, temporales, sometidas en todo tiempo a posibles correcciones.

La regulación de conflictos mediante la libre expresión de los puntos de vista de los contendientes y luego por medio de la libre negociación se parece al método usado en el mercado libre. La regulación pragmática basada en discusiones y arreglos, en los cuales las partes implicadas ceden algo, tiene la ventaja de reconocer desde el primer momento la vigencia de todos los involucrados y la legitimidad de sus intereses; aquí no hay derechos superiores que triunfan o que deberían triunfar sobre móviles bajos, ni tampoco “contradicciones” esenciales que sólo pueden ser superadas por la liquidación de una de las partes.

Ahora bien: la tolerancia de lo Otro y los otros, la validez de principios pluralistas y el énfasis en la necesidad positiva del conflicto favorecen indudablemente derechos y libertades individuales. Pero en su conjunto también tienen un componente social-colectivo de primer orden, pues contribuyen a respetar y reconocer los derechos de otras personas. El reconocimiento serio y permanente de terceros constituye la mejor base para el respeto de la colectividad y muy particularmente para sus intereses de largo plazo, que son los más relevantes para todos los miembros de una comunidad. En el reconocimiento de los derechos de terceros se vislumbra una red de reciprocidades mutuas: la mejor garantía para que los otros respeten y reconozcan mis derechos es que yo haga lo mismo con los de ellos. Pluralismo y tolerancia funcionan adecuadamente si son complementados por la actitud de uno de asumir responsabilidad por el conjunto de los terceros, es decir por la comunidad.  La democracia pluralista debe, por lo tanto, ser complementada por los siguientes valores colectivos de orientación: el respeto irrestricto por los otros, por la comunidad, sus intereses y necesidades; el desarrollo de una consciencia y una ética de responsabilidad social (preocupación por la dimensión del largo plazo, como en el caso de la conservación de la naturaleza); y el involucramiento voluntario de los ciudadanos en tareas cívicas que son indispensables para la preservación de importantes funciones sociales y que trascienden los intereses individuales del corto plazo. No debemos anhelar un sistema político con “su” verdad definitiva y “sus” pautas de acción siempre correctas, sino un orden donde la verdad sea meramente aproximativa, pero donde no se vaya al otro extremo de negar toda concepción del bien común.

Las minas de Oruro a través del geólogo francés Aimé Pissis

José E. Pradel B.

Considerado por la historiografía como la figura más relevante de la geografía chilena durante el Siglo XIX, el geólogo francés Pierre Joseph Aimé o Amado Pissis fue un multifacético personaje que recorrió nuestro país entre 1845 a 1846. Nació en Brioude, departamento de Haute Loire (Francia), el 17 de mayo de 1812 y falleció en Santiago de Chile, el 21 de enero de 1889. Estudió en la Escuela de Minas, la Politécnica y en el Museo de Historia Natural de París. Su principal biógrafo, el investigador Eugene Vega, detalla que en 1834 publicó su primer estudio científico sobre los volcanes apagados de la región central de Francia, en los Anales de la Sociedad de Geología de París. Posteriormente, realizó investigaciones mineralógicas en Brasil y Bolivia.

Es necesario mencionar que, con el objetivo de atraer el comercio, industrializar la minería y fomentar la inmigración europea, el presidente Mcal. José Ballivián (1841-47), impulsó otro tipo de exploración, es decir, la ‘exploración científica’ que se basó en reflejar mediante la opinión ajena una imagen propia. En este contexto, el Gobierno boliviano contrató a los ingenieros franceses La Ribette, Lenunhot, Pissis y Jelowicki para realizar estudios geológicos-mineros. Por otro lado, en una nota de prensa atribuida a Pissis publicada en Annales des Mines de París, y posteriormente reproducida en la Revista de Ciencias i Letras divulgada en Santiago el año de 1857, señala que nuestro biografiado: “…fue a Bolivia con el objetivo de levantar un mapa jeológico i topográfico de la parte central de esta república” (Pissis, 1857, 581).

En junio de 1845, llegó Aimé a La Paz, junto a los ingenieros citados y otros artistas franceses. Empleado como mineralogista, realizó a continuación estudios en Oruro. Sobre ello el célebre explorador francés Francis de la Porte Conde de Castelnau, apuntó en sus memorias de viaje:

[…] ese día nuestra marcha fue de cinco leguas y media que nos condujeron a Oruro. Buscamos, durante largo rato, un albergue antes de encontrar uno; finalmente nos instalamos en una sala vacía que dependía de la casa de la posta. Sabíamos que uno de nuestros compatriotas, el señor Pissis, ilustre geólogo, vivía en esta ciudad; éste se ocupaba de inspeccionar las minas de los alrededores por encargo del gobierno boliviano. Una de nuestras primeras ocupaciones fue irlo a ver y él le debemos, en parte los detalles que presentamos […] (Castelnau, 2001, 180).

Como resultado de sus observaciones, Aimé Pissis elaboró los informes intitulados: Reflexiones sobre las causas que han producido la decadencia de la industria mineralógica de Bolivia, fechado el 12 de febrero de 1846 y la Memoria sobre el Asiento y la explotación de las minas de Oruro, datado el 12 de diciembre de 1845. Ambos fueron publicados en el periódico El Restaurador de Sucre, en el año de 1846 y reeditados en el Boletín de la Oficina Nacional de Estadística, en 1912. (A continuación reproducimos fragmentos del segundo informe como un justo homenaje a su labor efectuada en nuestro país. La transcripción de este documento fue realizada con absoluta fidelidad al original: “Memoria sobre el asiento y la explotación de las minas de Oruro”. En: Boletín de la Oficina Nacional de Estadística, N° 81 al N° 84, Año VIII, Tip. Comercial de Ismael Argote, 1912, pp. 470-481)

Posteriormente, el ministro del Interior, Pedro José de Guerra, le ordenó redactar un texto de mineralogía. Medida que fue elogiada por la prensa y a su vez Pissis, expuso su proyecto de lo encomendado. También reproducimos dicho documento cuya transcripción fue realizada con absoluta fidelidad al original: “A S. G. el Ministro del Interior”, “El Restaurador”, Sucre, 2 de junio de 1846, p. 1.

Consecutivamente, nuestro personaje se encargó de la dirección de una empresa minera que tuvo por objetivo “trabajar la antigua mina de Vilacota, que díó un mal resultado ó que no lo dió inmediato” (Santivañez, 1891, 153). También realizó estudios sobre los “depósitos de nitrato y wanu del desierto de Atacama” (Condarco, 1978, 247)

Lamentablemente, Pissis decepcionado rescindió su contrato y se dirigió a Chile, donde fue bien acogido y realizó importantes trabajos geológicos que dieron como resultado las célebres obras: Geografía física de la República de Chile (1875), Atlas de la Geografía física de la República de Chile (1875) y otras investigaciones que fueron difundidas en el periódico La Época, los Anales de la Universidad de Chile, de Minas de París y de la Sociedad Geológica de Francia. Muchos años después, en 1870, formó parte de una comisión bipartita de límites en representación de Chile juntó al coronel Juan Mariano Mujía por Bolivia.

Memoria sobre el asiento y la explotación de las minas de Oruro. Descripción geológica

Las rocas que constituyen el suelo de los alrededores de Oruro corresponden á tres terrenos de diverso origen.

El más exterior pertenece al último piso de los sitios terciarios, ocupa el vasto llano que rodea esta ciudad y está compuesto particularmente de lechos de greda y arena, depositados en el fondo de un lago; así lo dan á conocer algunas rocas calcáreas que se manifiestan en las partes superiores, y que contienen numerosas vertientes de agua dulce. Al oeste de la ciudad sobresalen dos masas de montaña sobre lechos terciarios -el más occidental, conocido bajo el nombre de cerro de Iroco, se compone de rocas que corresponden al segundo alto ó piso de los terrenos de transición- la parte inferior principalmente compuesta de pizarra pertenece al terreno silurien, mientras que la parte superior en que se manifiestan gredas y piedra arenizca, corresponde al terreno devoncin. La segunda masa, esto, es, la que rodea la ciudad de Oruro, pertenece á los terrenos pyrojenos, esta es una roca de pórfido que se manifiesta al través de los terrenos precedentes, y es muy particularmente notable por los numerosos minerales de plata que contiene, mientras que el oro se encuentra únicamente contenido en el terreno silurien. La parte inferior de este terreno, es donde principalmente los lechos auríferos, en su vecindad, las rocas cambian de aspecto, toman un color más claro y se hacen notables sobre todo por la presidencia del bronce. El conjunto de estos caracteres establece la mayor similitud entre este terreno y el que encierra las minas más ricas de oro del Brasil: esta circunstancia reunida á la extensión dada á los antiguos trabajos, indican de consuno que sería importante emprender investigaciones en estas localidades que deben contener grandes riquezas.

Los pórfidos que componen la masa de Oruro se presentan bajo dos aspectos diferentes. Todo el contorno de esta masa es compacto presenta un calor verduzco y no contiene por sustancia heterogénea, más que unas delgadas venas de hydrato de hierro; más, á medida que uno se aproxima hácia la parte central, esta roca pierde su dureza, toma un color blanco ó amarrillo, y presenta todos los estados de descomposición desde las partes desagrogeas hasta la arcilla. En las partes más alteradas encierran estas numerosas vetas de hydrato de hierro y de jaspe (pacos) que han sido el objeto de las primeras explotaciones establecidas en Oruro. Entre las numerosas venas que se cruzan en todos sentidos y cuya exsistencia se revela desde lejos, por el color rojo que comunican á los pórfidos descompuestos, se distinguen tres, notables por su anchura, su extensión y su riqueza en plata.

La 1ª conocida bajo el nombre de veta grande, se dirije de norte 66º oeste al sud 66º este: aparece sobre la base meridional del cerro del Pie del Gallo, atraviesa esta montaña, sigue atravesando el cerro de Ruviales, pasa á las explotaciones de San José, y va á perderse un poco hácia el noroeste, presentando de este modo á descubierto una longitud de 2,900 varas. Al oeste de ésta, se manifiesta la veta de la Candelaria siguiendo una dirección de norte 18º este, al sud 18º oeste, aparece al sud al pie del cerro de San Felipe -atraviesa el cerro de Todos los Santos, y se pierde en el valle opuesto, abajo de las explotaciones de la Colorada- su longitud en los puntos donde se manifiesta á descubierto es de 1,100 varas. En fin á una pequeña distancia de la Candelaria, se encuentra la veta de la Colorada, cuya dirección es de N. 54º E. al S. 54° O. procede del pie del cerro la Blanca, atraviesa el cerro de San Cristóbal y después de haber recorrido un espacio de 1,900 varas se pierde en la llanura que separa la masa de Oruro de la de Iroco. Estas tres vetas, lo mismo que las numerosas venas que las cruzan presentan la misma composición mineralógica. En las partes inmediatas á la superficie del suelo, están compuestas de jaspe embebido de una cantidad más ó menos grande de hydrato de hierro; pero á medida que avanza en profundidad, desaparece el hydrato de hierro, el cual se halla reemplazado por sulfuro de hierro (bronce) en tanto que el cuarzo toma el lugar del jaspe. En estas dos sustancias conocidas en el país con el nombre de criaderos, se encuentran diseminados los diversos sulfuros á que los mineros dan el nombre de negrillo y que son por lo general mezclas de sulfuro de plomo, de sulfuro de cobre, de sulfuro de antimonio, de sulfuro de arcénico y de sulfuro de plata. Algunas veces también el sulfuro de plomo (soroche) se manifiesta separadamente en las partes laterales de las vetas. Tales son las observaciones que se hacen en almina Colorada. Las tres vetas de que acabamos de hablar han sido explotadas antiguamente en casi todos los punto en que se manifestaban á descubierto y en los que las partes más importantes de trabajo han sido proseguidas hasta el nivel del llano y que actualmente se hallan inundadas. Tales son las minas de Santo Cristo, del Socavón, etc.

Estado de los trabajos actuales

Las explotaciones modernas no son en la mayor parte más que la continuación de los antiguos trabajos, donde se han seguido generalmente vetas cruzadas, que habían sido menospreciadas por los primeros explotadores. El destino de los trabajos primitivos para un objeto diferente del que tienen hoy día y las degradaciones que han estado experimentando, han introducido en las explotaciones modernas una gran irregularidad, que ha aumentado por la negligencia que ha existido en los primeros trabajos: de tal suerte, que las minas actuales no presentan desde la entrada á una distancia de tres y cuatroscientas varas, más que una serie de galerías estrechas, dirigidas sin órden alguno, de descenso ó de foso que hacen imposible el perfeccionar el método de extracción del metal, siendo su transporte á espaldas de hombres lo único que se puede practicar. Nosotros somos pues de parecer que las minas actualmente explotadas, presentan á causa de su irregularidad y de su profundidad. Pocas esperanzas de amejoración, y que los trabajos que había que emprender para llevarlas á una dirección regular, serían menos ventajosos que la empresa de nuevas explotaciones, y por consiguiente debemos adherirnos á estas últimas; si se quiere utilizar de las grandes riquezas que encierra aun la masa de Oruro, independientemente de muchas vetas que aún están intactas, las tres principales de que hemos hablado precedentemente pueden dar lugar á empresas que prometen grandes resultados. Si se atiende á las direcciones que presentan, se ve que la veta de la Candelaria y la de la Colorada vienen á reunirse al norte y á una pequeña distancia del cerro de la Blanca. Este punto, donde existen aún antiguos trabajos, podría venir á ser el objeto de una explotación. La extremidad opuesta de la veta de la Colorada que se manifiesta sobre la vertiente meridional del cerro de San Cristóbal puede igualmente dar lugar á trabajos muy productivos. En, fin la veta grande explotada casi sobre todos los puntos, puede todavía ser ventajosamente invadida sobre la vertiente occidental del cerro de San Cristóbal. Los trabajos que habría que ejecutar sobre estos diversos puntos consistirían en un pozo vertical establecido á flor de mina sobre el terraplén de la veta y en galerías de explotación. Este foso que para primer trabajo podría tener sólo 60 varas de profundidad, no costaría, más de 5,000 pesos; la poca abundancia de las aguas facilitaría el trabajo, y un pequeño manejo podría servir á la vez para la estracción del agua y del metal. El capital necesario para la excavación del foso, el establecimiento de las máquinas y de los talleres no ascendería así á 1,500 pesos. Una sola de estas explotaciones podría proporcionar diariamente 50 quintales de metal, que en el caso en que contuviesen tan sólo medio por 100, que es la ley de los metales pobres, daría 50 marcos plata. El beneficio, empleando buenos procedimientos, sería como lo demostraremos más adelante, de más de 20 por 100, lo que daría por el mínimum una ganancia diaria de 80 pesos, ó un dividendo anual de 20,000 pesos, suponiendo solamente 250 días de trabajo productivo en el año. Por una ley de 1, 1½ por 100, que es la ley media de los minerales de estas vetas, el dividendo anual sería de 60,000 pesos. Entrando los costos de trabajo personal por un tercio en el gasto, resultaría una suma de 80,000 pesos, repartida anualmente en la población de Oruro, y para el Gobierno una renta de 15,000 pesos, correspondiente al derecho de cinco por 100 sobre la cantidad de plata producida por la explotación. Así la renta de un solo año, representaría el capital necesario para comenzar los trabajos.

(…)

Nuevo método de amalgamación

Después de haber sido el mineral quemado suficientemente para que todo el sulfuro de plata se haya descompuesto y mudado en cloruro, debe ser molido segunda vez en piedras de molino, semejantes á las que sirven para la harina hasta ser reducido á polvo impalpable; en seguida es trasportado este polvo á barriles que se mueven sobre un arco horizontal. Allí se añade bastante agua para formar una pasta líquida y una cantidad de hierro en polvo, proporcionada á la cantidad de plata contenida en el mineral. Los barriles son entonces puestos en movimiento, de manera que la mezcla se haga con la posible perfección. Durante este tiempo el hierro se apodera del cloro que se había puesto á la plata, mientras que esta vuelve á tomar su estado metálico. Esta descomposición exige de una á dos horas, según la cantidad de mineral. Cuando está terminada, se añade mercurio, en la proporción de seis partes para una de plata. Como el cloro ha sido ya llevado por el hierro, no se forma cloruro de mercurio: todo este metal conserva su estado líquido y se amalgama con la plata. La amalgamación exije de 12 á 14 horas, durante las cuales el barril debe estar siempre en movimiento. Después de este tiempo se llena de agua y se hace unir el todo en un receptáculo, donde el azogue y la plata se reúnen en la parte inferior, mientras que el lodo sale por una abertura colocada un poco arriba del fondo. Se lava así muchas veces hasta que todas las partes terrosas hayan sido separadas; la amalgama es en seguida comprimida en sacos para extraerle el mercurio, y lo que resta es destilado en cilindros de hierro terminados en un tubo, que se coloca en un receptáculo de agua donde viene á condensarse el mercurio.

Es evidente que en esta operación las causas de pérdida que hemos señalado no existen ya, y siendo completa la quema no queda ninguna parte de plata en estado sulfúreo: su reducción en polvo imperceptible permite á las partes más ténues incorporarse al azogue. En fin, la principal pérdida de este magistral, aquella que es debida á su transformación en cloruro se evita con el empleo del hierro: la destilación vuelve todo el azogue de la amalgama, pues que los vapores son forzados á atravesar el agua antes de escaparse; no resta pues más, que una sola causa de pérdida, la de las lavas, que presentan bastante perfección. En el establecimiento de Hasbruke en que el procedimiento que se emplea no difiere de este más que en servirse de láminas de hierro, en lugar de hierro en polvo, lo que hace la operación más larga, la pérdida del azogue es de onza y media á dos onzas por marco, lo que dá sobre el procedimiento actual una economía de más de diez onzas por marco. En resumen, el procedimiento que proponemos presenta sobre el que se sigue actualmente en Oruro, las siguientes ventajas. Estracción de una más grande cantidad de plata. Economía de más de un 80 por ciento con respecto al azogue; y la más grande celeridad en el trabajo, pues que la amalgamación no exije más que diez y seis horas en lugar de cuatro días.

Método de copelación

Cuando los minerales contienen una cierta cantidad de plomo ó que su contenido en plata sobrepuja un uno por ciento, la amalgamación, cualquiera que sea el método que se emplee, ocasiona pérdidas considerables –hay siempre una parte de plata que queda en los resíduos: entonces es preciso recurrir á la copelación; y los ricos minerales de Oruro se prestan muy bien á este género de tratamiento. El sulfuro de plomo (soroche) de que hemos hablado antes, se emplea aquí útilmente, porque él proporciona no solamente el plomo necesario á la copelación, sino también una grande cantidad de plata que se reúne á la que contiene el mineral. Pensamos pues que este método debe ser empleado con preferencia para los minerales ricos, tales como la mina de San José y de Atocha. Bastaría echar en un horno con mango sulfuro de plomo y el negrillo préviamente quemado, en la proporción de una parte de negrillo por tres de soreche. Se haría de este modo una liga de plomo, cobre y plata, que sería tratada por la copelación.

Para terminar lo que tiene relación al tratamiento de los minerales, nos resta exponer los resultados económicos de los tres métodos que acabamos de examinar. Este resultado se encuentra en los siguientes cuadros, en que se supone que se ha operado sobre un quintal.

(…) En resumen, los metales de Oruro pueden ser distinguidos en dos clases, exigiendo cada uno en beneficio diferente. Los metales pobres, los pacos, los pavonados, deben ser beneficiados por el nuevo procedimiento de amalgamación, en tanto que los espejos y los soroches deben serlo por la copelación.

Oruro, 12 de Diciembre de 1845.

A S.G. el Ministro del Interior.

Oruro, Mayo 12 de 1846

Sr. Ministro.-

He recibido la carta que me habéis hecho el honor de dirigirme con fecha 4 del corriente, y la orden de ocuparme en la redacción de un tratado de docimacia. He pensado que sería conveniente, antes de emprender este trabajo, someter á V. G. el plan de él, á fin de saber si V. G. lo encuentra bueno.

Esta obra se compondrá de una introducción, en que se espondrán las nociones de química y jeología, indispensables para dirijir los trabajos de minas. El capítulo 1.° se contraerá á la esposición de todo lo que pueda facilitar la busca de minas y los medios simples de conocer cada metal. El 2.° contendrá los conocimientos prácticos de esplotación, el arte de cabar los pozos, de hacer las galerías, & así como la descripción de las máquinas más sencillas y más fáciles de construir en este país. En fin, el último capítulo tratará de los métodos para estraer los metales, cuya explotación ofrece más ventajas en este país, como el oro, la plata, el cobre, el estaño y el plomo. Esta obra, que de este modo contendrá la esposición de los conocimientos más útiles á los mineros, formará un tomo en octavo de 400 pájinas, poco más o menos. La poca posesión que tengo todavía de la lengua española no me permitirá escribirla en este idioma, con toda la claridad y sencillez necesarias, para ponerla al alcance de todos. Me parece conveniente escribirla 1° en francés, hacerla traducir después en español, y revee con cuidado la traducción para corregir los errores que pudieran cometerse. Os rogaré, Sr. Ministro, que tengáis la bondad de hacerme conocer vuestra voluntad á este respecto y las modificaciones que juzguéis necesarias.

Tengo el honor de ser con profundo respeto, Sr. Ministro, vuestro muy humilde y muy obediente servidor.

A. Pissis