La luz de la vida o el día interminable

Gary Daher

No hace mucho tiempo, recibí en manos el libro El día interminable de Ricardo Calla Ortega, Plural editores, 2022. Se trata de un libro con veintiséis poemas señalados por números romanos.

La lectura de este trabajo supone un desafío para el eventual lector.  Y es que toda lectura, al igual que toda traducción, que en sí es su sinónimo, es un acto de riesgo. La primera impresión con la que se encuentra el lector es la de estar ante una especie de mar onírico, cuya interpretación podría ser tema del semanálisis, un ejercicio de lectura basado en la lingüística estructural y el psicoanálisis, útil para analizar cualquier texto y cualquier práctica significante desde la semiología. Pues de lo que se trata es de centrarse en la materialidad de los lenguajes: sus sonidos, ritmos y distribución gráfica, y no simplemente en su función comunicativa, haciendo del lenguaje un proceso transgresor dinámico más que como un simple instrumento estático.

Principalmente, cuando Kristeva nos advierte que “Todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En lugar de la noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el lenguaje poético se lee, al menos, como doble”. De manera que el lenguaje poético se puede mover transversalmente sobre el discurso como infinidad del código, mostrando hasta dónde llega el código. La pregunta que se hace Kristeva, y que se tendría que hacer todo lector ante un texto es: ¿Por qué este texto está entramado así, de esta manera?

Aventuraré aquí una lectura, en ese sentido, la de descubrir cuál es el entramado de El día interminable.

No obstante, me detendré un poco en el contexto, y es que el libro trae en la portada una máscara humana de jade olmeca. Recordemos que estas máscaras no eran creadas para ser utilizadas desde un punto de vista práctico, ya que no tienen orificios para la nariz u ojos, algunas inclusive son planas en la parte posterior. Las máscaras humanas carecen de una individualización, no son retratísticas, y hay un repertorio muy limitado de personajes. Probablemente eran representaciones idealizadas. Y esta al tener el rasgo de la boca abierta y las pupilas dilatadas, podría indicar un estado de trance. A continuación, se descubre que el libro está dedicado a sus dos hijos fallecidos, Valeria y Andrés, y aunque luego se advierta que el trabajo que le tomó 29 años, y que iba de 1990 a 2019 habría concluido luego de la muerte de Andrés.

Asimismo, otra lectura podría tomar en cuenta los cuatro epígrafes que recorren lecturas de doce siglos, resaltados por el autor, en un trabajo presentado de esta manera, no podrían pasar inadvertidos. “¡He dormido en el jardín del emperador, / esperando la orden de escribir! / He visto el estanque del dragón…”. Li Po, siglo VIII D.C. “Somos los que nos convertimos en polillas / Frente a la llama de la belleza…”. Mehmed Hayáli. Siglo XVI D.C. “Las campanas suenan sin razón y nosotros también…”. Tristan Tzara. Siglo XX D.C. “Reina del viento fundido / -en el corazón de los peces fuertes- / pero tenaz memoria…” Aimé Céssire. Siglo XX D.C.

Regresando a nuestra lectura, diremos entonces que aquí las imágenes textuales hacen permanentes desplazamientos de los significantes en busca de un significado. Así, utilizando la clave del lenguaje poético se viaja en indagación de una puerta que se nos abra y nos deslumbre con su misterio. Leemos en consecuencia como en un palimpsesto que la cultura del autor está reescrita por sus diferentes lecturas, como él mismo nos advierte en sus Notas, que aparecen al final del poemario, a manera de colofón:

Debiera ser evidente la cita que hago, en la parte IV, de una línea irresistible de la inolvidable canción experimental popular brasileña Disparada de inicio de los 1960s. Igualmente, cualquiera notará, un rastro, al comenzar la parte IX, del extraordinario poema I.1. del Danzante y la muerte (1983) de Seke Rosso. ¿Y quién no reconocerá, en la parte IX, a Quevedo? Frases y ecos de Borges, Celan, Cesaire, Eliot, García Lorca, Gimferrer, Hölderlin, Lezama, Neruda, Tzara, Vallejo y Walcott a lo largo del texto tendrán también que ser inmediatamente reconocibles, siendo obvias. (40)

Uno por uno, los versos emergen en un tono descriptivo, como si el poeta estuviese asistiendo a escenas cuya descripción se traslada al mundo onírico. En estos versos el viaje descriptivo nos lleva a imágenes que se trasladan desde sirenas que lo invocan (¿Osaré repintar las sirenas que me invocan desde el aire?) hasta sumergirse en el profundo aliento de lo americano porque aquí es Guayaba el aroma de la claridad.

El agua, el sentido de lo femenino, la obsidiana, frutas exóticas, constelaciones americanas, mapas textuales que recorren topologías que cruzan las Antillas y el altiplano boliviano, se desgranan en un deletreo alucinante de asonancias y cadencias, que de repente se multiplican en versos cuya disposición gráfica se nos presenta a manera de coros. Sin embargo, su sentido final se me esconde como cuando uno se aproxima a la vida cuya proximidad, cuya intensidad, siempre está velada para otro que se exponga a leerla: poesía que se dice y expresa como latido de palabras.

En este viaje, de repente, nuestra lectura se encuentra con una elegía, como si la voz de las imágenes, en su gran mayoría surrealistas, lectura de lecturas, no sean otra cosa que resonancias del núcleo del poema, que quién sabe es también como esa cebolla de la que nos hablaba Jaime Sabines en su Como pájaros perdidos: “Se puso a desprender, una tras otra las capas de la cebolla, y decía: He de encontrar la verdadera cebolla, he de encontrarla!”. Este núcleo, creemos, se halla escrito en un fragmento al final del poema XV, fragmento que también es epígrafe del mismo poema:

Suenen campanas sin razón y nosotros también

¡Locura!

¡Blanca amargura!

¡Ya se avista el estambre del recuerdo en el viaje sin pasajes de mi amor inacabado!

¡Ya se avista la ribera del sentido en la nave harapienta de la urgencia!

(el repliegue    el galeón         el sopor

   el hocico de los islotes

      la tregua     el camino    la obsidiana

         sólo un atisbo de obsidiana

              estatua encarcelada)

Siguiendo el modo del palimpsesto este segmento empieza con un verso de Tristan Tzara:  Suenen campanas sin razón y nosotros también.

Valga, por tanto, este texto como una provocación para una lectura más profunda, que acaso rebata la aquí apurada, y para compartir de que estamos ante una propuesta distinta a lo que generalmente se viene trabajado en el campo poético, según este servidor: ríos de imágenes visuales y acústicas en palimpsesto cuya ninfa principal nos devela la hermosa elegía arriba presentada.

Una delicatesen.

Poesía de Carlos Gutiérrez Andrade

Carlos Gutiérrez Andrade: (Sucre, 1972). Poeta. Ha publicado los poemarios: Letrina (2010) y Con la lluvia en la osamenta (2017). Hay varios poemas suyos desperdigados en revistas y antologías.

Vengo de abrevaderos de leprosos y suicidas         

Estos antros han sido la sala de partos de mis versos. 

Vengo de la niebla densa de cuervos.
Mi garganta arroja nimbos, Illimanis agrestes.

Vengo de las comisuras del miedo
tratando de degollarlo para ser inmortal.

Vengo de las nupcias de mi desdicha
y mi carcajada.

Vengo agorero raspando la garganta
de mi destino ausente de codicias.

Vengo sin piernas austral;
vengo desatado de iniquidades
maldecido y vituperado por rasputines femeninas
bendecido por piernas y brazos que ya no existen,
con formol en el corazón y el hígado.
La tumba me reclama,
pero rebelde y contumaz aplazo la cita,
tengo flores de ajenjo que cuidar.

Vengo de mis propias entrañas
ya limpias de desamor.

Con angelotes regordetes, ahora sí amados
vengo de un mundo
donde las musas se han arrancado los ojos, pero tienen el corazón intacto
donde los cuervos
caminan con dignidad de palomas
y sólo amenazan al momento de querer
arráncame el corazón y la pluma.

Estoy desvencijado y arcano,
pero con la yugular en la cordura,
llevo un colibrí amputado en el ombligo
llevo podredumbres en el malar
y un desdén en el viejo zapato
que me come todos los días.

Ya sé que mis pies se maceran
con la gratitud del romero y la absenta.

Ya sé que perdí la esperanza
de rezar para que una lluvia de amigos
nazca de mis cosquillas.

Solo le pido piedad al mar
y a los panes duros de mi madre
y que tenga un entierro de destierro.

Vengo de abrevaderos insomnes
donde han bebido leprosos y suicidas.
Vengo de un lugar donde el chuño es amigo
y la sajta hace las veces de hermana.

Amo la desnudez de la flor y
las citas sin protocolos
amo el abrazo del hermano
que llega con olor a yegua y chumbera.

Yo he bebido el sudario
de un judío que jamás me ha desconocido
pero que yo lo he negado tres veces y más
y adoptado lenguas diversas
para conocer otros puertos.

Conozco la sal y la herrumbre.

Mi abuelo era un chairo, pero yo soy
un picante de lengua
hecho con locotos muy bravos.

Por eso blasfemo decadencias y
holocaustos.

Pero he sucumbido al aroma del oriente y la soya,
al aroma de la yuca y el masaco.

He estado en el infierno:
Allá hay mujeres con alas de ángel.
El infierno es blanco y frío.

Yo he visto cargamentos de buitres 
salir de la boca de una perra…
Es una jauría sombría
que se cierne sobre mí,
es mi cacería,
será el día que Dios esté de parto e infarto.

Corazón hornerito

Hay una nueva red de alcantarillado en mi alma
supurando los occisos lamentos que son alegrasmos.
Los perros ovejeros de mis sentimientos
no hallan tu corazón hornerito.

Si ayer nomás me calzaba tu despertar
y encajonaba tu rictus y tus rémoras
en las instalaciones invernales de mi cuerpo
y te tendía a rumear en mi quilla un yaraví
en los amplios sótanos donde está mi niñez,
 galerías donde está el hombre que todavía no soy.
Así cortabas el viento, con tus venas como acordes,
pero una gaviota no es un hornero y quema el pan en la puerta
sigo aquí
en este muladar donde me desmenuzo
y olfateo la podredumbre de esta mortaja
de esta destentada sonrisa.
Este nuevo alcantarillado
igual recibirá la gangrena 
de otro hornerito en ciernes.

El huerto de tus manos

A Rina Huacota

Para ser parte de ti
me arrimé a la amistad de los puentes,
pero también me arrimé a
la dulzura del huerto de tus manos,
al latido del membrillo,
al duelo de los molles
a las altas casas aéreas
y las amplias ventanas de tu polen,
yo siendo abolengo de nogal.
Me arrimé a
las noches ronroneantes que
descansaban a tus pies,
a las piedras mojadas,
de almendro derritiéndose en la boca:
las norias arrullando
la ambición de la lluvia;
la virginal esencia del café,
el sudor copioso de los limoneros,
y me arrimé a las ruinas
de un ángel que deshojaste
o a un demonio que convertiste en primavera.

Con la lluvia en la osamenta

Uno entra a la ducha desesperado
porque después de un viaje,
después del viaje de la vida
se le adhieren a uno pavor y letanía.

Entonces, uno abre el grifo y vuelve a nacer.
El agua cae como una redención.
El agua nos quita algunos otoños de encima
y una golondrina maltrecha…

Se quita uno los ojos vociferantes de horrores,
nos quitamos la lluvia y los estertores de pichones,
los calambres y esos amaneceres ateridos de frío,
nos quitamos las llagas y las venganzas.

Y los cabellos hirsutos
de tantas mujeres y su perfidia.
nos quitamos los órganos y lo pies,
los pies huérfanos de osamentas (no sólo a la vid se le quita el alma),
de chacos, de Verónicas, de diciembres y pesebres jocundos.
Me saco los huesos y los enjuago
y así los dejo tendidos en la soga
sintiendo que a mi lado
una sombra pálida se remoja igual que yo.
Luego, 
ya despojado de iniquidades,
de dolencias y zozobras,
uno puede entrar a la cama,
perezoso a echarse de menos bajo tierra.

El dodecálogo de los derechos de los poetas

1 El poeta tiene derecho a todas las ninfas de la comarca.
2 Tiene derecho a todo el ocio posible para soñar y crear.
3 Tiene derecho a ser pagado por su ocio creador.
4 Tiene derecho a recibir alimento y albergue, como las aves, debajo del techo del cielo.
5 Tiene derecho a sentirse monarca soberano de una embajada.
6 Tienen derecho a libar con un fauno y remontar las regiones del Olimpo.
7 Tiene derecho a dormir donde perra gana le dé y a no ser confundido con un perro, sino con un gato.
8 Tiene derecho a robar de la noche el pan de la luz (la luna).
9 Tienen derecho a viajar en cualquier transporte, mostrando su credencial de poeta y no pagar nada por ello.
10 Tiene derecho a libar la ambrosía de los dioses y a pedir un filtro nuevo si el antiguo se le revienta para seguir destilando esos aceites.
11 Sueldo vitalicio a los que ascienden a las cumbres de la poesía como presidentes.
12 El poeta será respetado como un monarca de su comarca. Colegios, la institución de verde olivo, el órgano judicial y todas las instituciones le rendirán pleitesía porque es un pequeño dios. Un hacedor de milagros.

De Carlos Gutiérrez Andrade circula una “Biografía apócrifa” que dice: Se considera cosmopolita. Es dibujante, retratista y caricaturista. Es escritor, poeta, fotógrafo, periodista cultural. Es docente universitario. Es abogado penalista. Cuentos suyos han sido publicados en varias revistas del país: Piedra Imán, Correveidile, La Revista del Banco Central de Bolivia y 88 grados. Asimismo, ha publicado en varias antologías: Letras de Plata y otros. Ha colaborado como periodista cultural en varios periódicos: La Razón, Libertador (En el área jurídica), El Bermejeño, Potosí Bárbaro. Actualmente publica géneros periodísticos y literarios a través de su cuenta de Facebook. Es fisicoculturista y maratonista. Es un Exhumador de cadáveres. Es bombero voluntario. Es actor de cine y de teatro. Es conferencista. Acaba de egresar de la carrera de Comunicación Social. Tiene publicado dos poemarios “LETRINA” y “Con la Lluvia en la Osamenta” que en 2017 ganó la convocatoria de la revista de la Fundación Cultural del Banco Central en el género de poesía. Está a punto de concluir una Maestría en Derecho Penal. Forma parte de una antología de micro ficción a nivel latinoamericano, Eos Villa. Suele pasar largas temporadas en Tlon Uqbar Orbis Tertius.

El País de los poetas

 

“Marcho lleno de un vigor supremo y nuevo,
                soy parte de una procesión inacabable”
                                           Walt Whitman

Homero Carvalho Oliva

El País de los poetas
es el país de Roque Dalton,
perdido en la montaña
entre el Paraíso y el rio Leteo.
Allí donde el mundo
es una taberna y otros lugares,
donde los muertos rebeldes
están cada día más indóciles
y las palabras definen destinos.

País, nación, patria, estado,
donde el amor no es una búsqueda,
es la celebración de los encuentros;
sin dioses en el cielo ni amos en la tierra,
territorio de Roque Dalton y de los poetas.

Capital no posee el País de los poetas,
ni mezquinos mapas a escala,
las calles se caminan siguiendo
las hojas de Parra, los laberintos de Panero,
las huellas de Pizarnik y de Plath;
allá el horizonte está en todas partes
y las fronteras en ninguna.

Territorio liberado en pleno corazón,
en el que las y los poetas son casas abiertas
y el tiempo es la medida de la amistad.

Brisa fresca susurra cada ocaso,
entre las flores de los jardines y las bibliotecas.

Cuando muere un poeta,
el divino Dante Alighieri lo guía
por los ilustres infiernos
hasta elevarlo a la tierra de sus hijos;
y en la heredad germinal
el poeta nacerá de nuevo,
su voz tendrá el alcance del viento.

Cuando sea grande seré poeta,
como Roque Dalton,
el poeta cuya vida es poesía,
tomaré mi mochila, un libro de Pessoa,
otro de Cerruto y, por si acaso,
alguno de Derek Walcott;
un lápiz y un cuaderno escolar;
muy temprano iré a la montaña,
a trabajar en la siembra de mis hermanos
que habitan el País de los poetas.

Dos lecturas de Para alguna vez cuando oscurece

Un «Espíritu maligno» y Antonio Cillóniz reseñan el poemario de Benjamín Chávez.

Este poemario suena a poesía innovadora y resuena a tradición; en una línea lírica que puede llamarse reformista y conservadora. Al inicio del libro, hay poemas, Exlibris, El aprendiz, Albayalde y Lápiz de carpintero, que entremezclan temas de oficios artesanos o artísticos con la profesión del escritor. En Poética, el autor aparece inmerso en la actualidad: «Escribo lentamente frente a la luminosidad de la pantalla». De los momentos sin escritura, trata metafóricamente de la seca a través de “los moáis de la Isla de Pascua”, sugiriendo el silencio en la mudez de la piedra y el estancamiento en “la lejanía/ un horizonte que nunca alcanzarán”. En el apartado central, Hojeando un Atlas, dibuja la atmósfera de intimidad doméstica en “lomos (del viejo atlas o del gato) largamente acariciados”, que intensifica el verso a través del inciso del gato y el atlas. También se da un buen manejo del encabalgamiento, que aunque parezca arbitrario es pertinente pues expresa esos instantes de quedarse uno en blanco: «Miro la niebla del amanecer por la ventana y/ me quedo unos minutos en blanco», Visión invernal en Dorpat. Estilo gótico (tardío, como tantas otras cosas) ofrece rasgos coloquia-les del diálogo interiorizado: «Al otro día/ tras haber pasado la noche/ […] volví a pensar en ti y podría/ decirte que fui testigo de una aparición». Otro ejemplo en el que se fusiona la virtualidad de GoogleMaps con la presencia de lo real: «Busco en el mapa (de Google)/ Concepción y más al sur: Valdivia […] / Pero al tiempo, cuando llega el momento del viaje/ […] la aparición misma del paisaje», Sur de Chile. Destaca en las descripciones el manejo de los planos en una perspectiva plástica al alejar el horizonte y presentar en scorzo el marco de la escena: «Entre el cobertizo y el árbol de kiswara/ el horizonte se aleja/ hasta el perfil de la colina», Descripción de la finca de un amigo. Fruto de un empleo de recursos vanguardistas, incorpora a la temporalidad del poema la espacialidad textual: «las montañas     a lo lejos/ aparecen», Una choza. Lo mismo que el encabalgamiento grafica el desparramarse: «abandonadas en un/ damero», Meditación en el pueblo de Juli. En el último apartado, título del poemario, la poesía conversacional vuelve para presentar un monólogo interior: «Todo empezó con un café/ así son estas cosas./ […] sin saber cómo encaminar la conversación», Cuando conocí a mi hijo. Hay además culturalismos, necesarios como contextos en una trasposición de planos temporales: «La humildad, dirá San Agustín, vence a la soberbia./ Caravaggio que hacia el 1600 pinta su/ David, vencedor de Goliat/ acaso ignora esos razonamientos», Autorretrato a la luz de un candil apagado. Incluso aflora un tono expositivo-argumentativo, acabado en registro coloquial: «Honrando mi propia memoria y la de mis mayores/ […] me vi –en medio de desconocidos/ vagando sin un cobre», Nacido ayer. Los recursos señalados aisladamente en los poemas pueden aparecer en los poemas a la vez, si la concepción artística lo exige. No dudo de que se trata de un poemario perdurable.

Antonio Cillóniz

*

Para alguna vez cuando oscurece, de Benjamín Chávez [Santa Cruz, 1971], obtuvo una Mención en el LXII Premio Casa de las Américas, 2022. El título se lo debe a un verso de Quintín de la Carnada, que aparece en la revista Vertical. El poema de Quintín hace del don un trepador nocturno que seguramente en esa isla desteñida de las Américas se sopesó desde la moción de algún marino mercante. Importa poco, porque la hechura in cumputo de este libro tiene que ver con otro don: navegar de conserva con cada poblador interior y mediterráneo de los poemas, para desde allí aunar los pedazos de una posible eternidad.

Espíritu Maligno (La Mariposa Mundial 27)

El otoño está presente

Reseña de El otoño está presente. Una épica sincrónica, de Ariel Pérez.

Christian Jiménez Kanahuaty

Este nuevo libro de Ariel Pérez es una exploración sobre la memoria de la poesía en Bolivia y sobre el modo en que el poeta rinde tributo sobre el hacer poético, tanto en la figura de algunos poetas, como en versos y poemas que los poetas en este territorio han construido para intentar explicar aquello que somos y lo que nos habita. En ese sentido, el poeta nombra para que nosotros como lectores podamos entender de qué materiales estamos hechos y, sobre todo, cuáles son los ecos y las resonancias sobre las cuales se construye la poesía en estos momentos en el país.

Así, este libro es un objeto que marca un antes y un después en la construcción de la memoria poética. Esto quiere decir que establece un momento de llegada, pero de ahí hacia el futuro establece las líneas sobre las que en el mañana la poesía tendrá carne. Pero esa poesía hecha de carne y huesos, es recuperada por el poeta, autor de este libro, como una muestra del modo en que se despoja del yo para ser capaz de ver plenamente a los otros de los cuales se es parte.

En ese sentido, los precursores que nombra le sirven para construir una constelación familiar dentro del ámbito de la poesía que establece una manera de nombrar aquello que nos es desconocido. Por ello, el poeta no se piensa a sí mismo ni habla sobre sus propias preocupaciones, dolores y melancolías. Lo que hace es un juego con la tradición, los ordena, los convoca y los invoca. Al hacerlo, lo que nos muestra es un gran tejido que tiene un cuerpo que va más allá del tiempo. Y esa virtud –la de quebrar el tiempo histórico-, hace que este libro de poemas sea leído también como un libro de historia, como una construcción imaginaria y como un artefacto emocional sobre un tiempo que tocó ser atestiguado por una generación.

Y dentro de ese orden de cosas lo que abre el libro es también la construcción de un sujeto poético que atraviesa el tiempo y los territorios para comunicarse con todos los poemas y todos los poetas al mismo tiempo, como si todos los versos, todos los poemas, fuesen parte de un mismo libro que se va escribiendo desde el inicio de las edades.

No hay mayor motivo de celebración en este libro que el sentido que la poesía tiene para aquellos que saben que es desde ahí que nos pensamos y desde sus pliegues habitamos el mundo. La vida misma no tendría sentido sin poesía, pero tampoco nuestra memoria tendría objeto sin el recuerdo de aquellos poemas y poetas que nos constituyen como personas, ciudadanos y artistas. Todos y cada uno de nosotros somos parte de una historia que, sin saberlo, se va tejiendo día a día y este libro es el testimonio que comunica el pasado con el presente y el presente con el futuro para que la memoria no sea olvido y para que los hombres y sus descendientes adquieran con la palabra escrita una fuerza y una potencia capaz de generar una mirada sobre aquellas cosas cotidianas que no siempre se registran como reales. El otoño está presente es un libro que marca una pauta en la creación poética dentro de la gran tradición de la poesía en el país y por ello su recorrido no es sobre sí mismo, sino sobre lo que hace posible su aparición. Cada poema que compone el libro, habla de un poeta o de un poema escrito por otro poeta o parafrasea e instala una emoción sobre algún verso de un poema escrito por un poeta boliviano y es que la poesía Bolivia es la materia prima sobre la cual se levanta este libro. Su fuerza está en agarrarse de ellos para construir una voz propia capaz de resonar con sus propios ecos. Y en ese camino, los poemas, los versos y los poetas nombrados adquieren otras dimensiones. Los volvemos a leer con la frescura de la edad y de la primera lectura.

El extravío es nuestro segundo nacimiento

Sobre la poesía de Rafael Cadenas

Silvio Mignano

Rafael Cadenas es un hombre silencioso y reservado, que a veces hasta puede parecer algo gruñón, pero que en realidad refleja una mezcla de timidez, introspección y humildad. La introspección se entiende perfectamente leyendo su extensa producción poética que investiga su vida interior como pocos autores contemporáneos logran hacer, dibujando un retrato íntimo total. La humildad, en cambio, es un aspecto menos obvio y mucho más apreciable si se considera que estamos hablando no solamente del más reconocido autor venezolano vivo, sino de uno de los poetas en idioma español más importantes en el mundo, galardonado ya con el Premio FIL de Guadalajara en 2009, con el García Lorca en 2015, el Reina Sofía en 2018 y ahora el Cervantes. Sin contar que desde 2020 se encuentra entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura.

Cadenas es un hombre de silencios profundos, reiterados y prolongados. Durante mis cuatro años de permanencia en Venezuela tuve la suerte de compartir con él en muchas oportunidades y siempre me llamó la atención el número extremadamente reducido de palabras que salían de su boca. Algo parecido ocurre en su escritura. Claro, durante las muchas décadas de su extraordinaria carrera literaria el volumen de poemas y de textos producidos por Cadenas es grande, y la antología que en 2007 le dedicó Pre-textos ocupaba ya en aquel entonces 776 páginas. Sin embargo, cuando nos detenemos a analizar con atención sus versos, nos damos cuenta que nunca escribe una palabra o una sílaba de más, que no sean esenciales. Los espacios blancos que contornean la escritura no son, entonces, simplemente un accidente inevitable del acto de imprimir un texto, sino más bien la huella de todo lo que era innecesario y que el maestro ha tenido que dejar fuera de su construcción poética.

Poesía filosófica, es un término recurrente en las reseñas críticas de Cadenas. Es una valoración correcta, pero, a la vez, una síntesis incompleta y poco generosa. La verdad es que Cadenas es y sigue siendo en primer lugar un poeta, un gran poeta. ¿Es verdad que sus versos ruedan alrededor de la condición humana, de nuestra existencia? Sí, es cierto, pero ¿no pasa lo mismo con toda la mejor poesía, y no solamente moderna y contemporánea? Lo que desde mi perspectiva crítica quisiera destacar es más bien su altísimo valor estético, la capacidad de dominar la palabra, la construcción del verso y la estructura de la página.

La fama del poeta venezolano cundió en toda América Latina con Una isla y con Los cuadernos del destierro, escritos entre 1958 y 1960 tras el confinamiento en Trinidad y Tobago, durante la dictadura de Pérez Jiménez, pero publicados parcialmente recién en 1970. En 1963, sobre la misma experiencia personal Cadenas escribió el poema La derrota, que en 1970 fue compilado junto con Los cuadernos del destierro. El poema presenta una serie de reiteraciones introducidas en cada verso por el pronombre relativo “que”, y abre el primer verso con el pronombre personal “yo”: “Yo que no he tenido nunca un oficio / que ante todo competidor me he sentido débil / que perdí los mejores títulos para la vida / que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución) / que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos / que me arrimo a las paredes para no caer del todo / que soy objeto de risa para mí mismo que creí / que mi padre era eterno […]”.

El mismo pronombre personal abre Los cuadernos del destierro: “Yo visité la tierra de luz blanda. / Anduve entre melones y hierbas marinas, comí frutas traídas por sacerdotisas adolescentes, palpé árboles / de savia roja como ladrillo que moraban junto a la tumba de un príncipe, vi viejos catafalcos de gobernadores / guardados por lentas palmas. Por los contornos había raíces en forma de tazones donde los monos mitigaban la sed. / Pasé un día cerca del lugar donde duermen los ahorcados. / Era la época en que los brujos habían partido a los campos de arroz destruyendo todos los talismanes […]”.

Es un diario íntimo, un diario político, un diario poético: un tríplice valor de lectura que me recuerda, por supuesto, al más grande de todos, el sommo poeta Dante, por la interdependencia de la experiencia personal, de la crítica política y de la elaboración de un alto resultado poético. Desde estos primeros textos la búsqueda de una solución formal era esencial en Cadenas y se resolvía con la sobriedad y la moderación. Restar era, entonces, más importante que sumar, con un procedimiento no muy disímil al de un escultor clásico. Y clásica era –y sigue siendo– la escritura de Cadenas, lejos de las tentaciones barrocas que caracterizaron la poesía latinoamericana de las mismas décadas, no siempre con resultados apreciables.

Todos los poetas tienen palabras a las que recurren a menudo. El verbo extraviar y sus derivados son una constante en la obra de Cadenas. “Pues nunca dejé de ser nervadura del asombro, de vivir en orillas, de extraviarme bebiendo un zumo oscuro, pero invadiendo los contrafuertes del día”, escribió en la apertura de Gestiones, libro de 2011, y pocas páginas después “Tanteas / como ebrio / en la ruta del extravío / (así se llama / nuestro segundo nacimiento)”.

El extravío es el segundo nacimiento: una definición perfecta para un hombre, antes que poeta, que aparece siempre algo extraviado frente a un mundo evidentemente absurdo, demasiado veloz respeto a la exigencia de reflexión de quien necesita tiempo y espacio para acumular experiencias, sintetizarlas, devolverlas en forma de versos cada año más cortos y esplendorosamente pobres. Solamente hay que decidir si realmente extraviado es el poeta o es el mundo.

En este sentido la poesía de Cadenas nunca ha dejado de tener un fuerte anclaje ético que, por supuesto, viene desde sus primeras experiencias humanas y políticas, como ocurrió con Dante y con muchos poetas en la historia. La tonalidad plana, la frontera entre poesía y prosa exigua, casi invisible, el cuidado meticuloso en la elección de cada palabra, al mismo tiempo, han permitido a Cadenas alcanzar niveles estilísticos altísimos y mantener una solidez moral impecable.

En 2017 publiqué Mezzogiorno in Venezuela, una antología de doce poetas venezolanos traducidos al italiano, editada en Caracas por El Estilete y en Roma por La Biblioteca del Vascello. Cadenas, por supuesto, abre el libro, que fue lanzado en la histórica librería El Buscón de la capital venezolana. Durante el evento cada poeta leyó un texto propio en español y yo leí la traducción al italiano. Cuando fue el turno de Cadenas, último por evidentes razones de jerarquía poética, él se aclaró la voz y con ese volumen bajo, con esa tonalidad barítona que lo caracterizan, con esa timidez toda suya, empezó a leer en italiano mi traducción. No hubo alternativa, tuve que leer en español los versos suyos, originales. Sonreía Cadenas –mientras yo leía– feliz, como un niño travieso, de esa pequeña burla que delataba otra calidad inesperada, un sentido del humor sutil, delicado.

Rafael Cadenas

Rafael Cadenas. Poeta y ensayista (Barquisimeto, Lara, 1930) Ha publicado los poemarios: Cantos iniciales (1946), Una isla (1958), Los cuadernos del destierro (1960), Derrota (1963), Falsas maniobras (1966), Intemperie (1977), Memorial (1977), Amante (1983), Dichos (1992), Gestiones (1992), El taller de al lado (2005), Sobre abierto (2012), En torno a Basho y otros asuntos (2016) y Contestaciones (2018).

Tu licor

Tu licor

me ha de valer en el laberinto.

¡Cuántos escombros por donde paso!

Me adentro, lentamente.

irreconocible, pero sigo.

¿Quién continúa

caminando?

Me muevo sin saber.

Porque debo.

Ars Poética

Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni
añadir brillos a lo que es.       
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis
palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame
la impostura, restriégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.
Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.

Bungalow

Paisaje que me resguarda de un olvido necesario.

Palmeras, acacias, sauces a pico.

Sol que hace cantar los techos.

Recuerdo que nunca estuve más unido: más próximo

a mí. Rostro duro de mi amante. Dibujo guardado.

Después, sólo admití situaciones; apenas he inventado

trampas para huir.

(He vivido)

He vivido

cediendo terreno

hasta quedarme con el necesario

-un área invicta,

de nadie,

que un desconocido reclama.

(¿Sabías)

¿Sabías

en tus adentros

que los poemas no bastan?

¿Para qué esculpir

la palabra,

carentes?

¿Se espera oír

diciendo?

¿Qué se busca

excavando con ella

en tierra endurecida?

¿Quién puede hablar

sin saberse

milagro?

(El que espera)

El que espera

vive

como inerme,

como húmedo,

como naciendo,

como suficiente,

a lo largo de los días

que no se suman,

desde lo hondo,

abajo,

abajo,

nuevo,

bañado,

parido

desde otro vientre,

barro igual

y sin embargo

otro.

Reconocimiento

Me veo frente a este paisaje parecido al que protejo.

No soy el mismo. Debo comprenderlo de una vez.

He de encajar en mi molde.

He acechado la aceptación súbita de mi realidad.

Despedí la poesía que se cuelga de los brazos.

Incendié los testimonios falaces.

Adopté la forma directa.

Una convergencia prospera en mí.

Abandono mi caminar intrincado. Me dilato en vastedades blancas.

Sirvo en silencio a un solo rey.

Con huesos de ave violento los espacios cerrados.

He sentido ráfagas de otra región sin culpa.

Me hago a la lentitud, al gesto consciente, al rumor del desierto.

(No desdeñes nada)

No desdeñes nada.

Una rana le dio a Basho

su mejor poema.

(Pocas palabras)

Pocas palabras

tienes

a mano,

no obstante

deben bastar

para tender

tu arco

ante la oscura

            diana.

Pero

ha de ser sin intención

de acertar.

Adalber Salas Hernández, joven poeta venezolano dice de su compatriota: “Cadenas practicó y practica una forma de poesía que no distingue la escritura de la vida; antes bien, procura aunar esas dos dimensiones tan quirúrgicamente separadas por algunos. En la factura misma de su labor hay entreverado un imperativo ético: no entregarse al fingimiento, no capitular ante la palabrería, la verbosidad charlatana, las ideas recibidas inconscientes, metidas de contrabando en nuestra boca. (…) Cadenas observa la escisión que media entre el lenguaje y la realidad, entre las palabras y las cosas, y se propone modelar una escritura que suture esa grieta. Su instrumento es el silencio: le sirve de martillo, de cincel, para darle forma a la materia bruta de la lengua, con su propensión al desvío, a la simulación”.