Editorial Pasanaku

Omar Alarcón / Fabricio Callapa

La Editorial Pasanaku es un grupo independiente y colaborativo de publicación literaria. Se fundó el año 2007 en la ciudad de Sucre. La mayoría de los miembros participamos en un taller de literatura creativa con el escritor Máximo Pacheco Balanza, entre los años 2002-2006. Taller muy importante para toda una generación de escritores jóvenes de Sucre por la profundidad y libertad con que Máximo transmitía el oficio y amor por la literatura.

Una vez finalizado el taller los integrantes (entre 10 a 15 personas) continuamos reuniéndonos para compartir escritos e intercambiar libros (una de las actividades más importantes que mantuvimos del taller fue leer nuestros textos e intercambiar críticas y reflexiones). Los años fueron pasando y nos dimos cuenta que muchos de nosotros teníamos bastante material acumulado. Algunos tenían libros de poesía, otros cuentos, y otros incluso novelas. Entonces, frente a los muros económicos (e ideológicos) de las casas editoriales, nos propusimos construir una forma comunitaria, libre y contestataria de publicación literaria. Así nació la Editorial Pasanaku. El sistema de publicación era similar a la tradición comunitaria conocida como pasanaku. Todos los miembros colaboraban con un monto económico por igual, con el dinero se publicaba el libro de uno de los integrantes y con las ventas de dicha publicación se financiaba el libro del siguiente escritor/a. Creando una cadena autosostenible y colaborativa de publicaciones. Desde el año 2007 hasta el año 2018 se publicaron 28 títulos en total, que incluyen poesía, cuento, novela, ensayo, y reediciones de valiosos libros de autores clásicos sucrenses que estaban cayendo en el olvido.

La Editorial Pasanaku nunca tuvo un directorio ni ningún tipo de organización jerárquica. Las decisiones se tomaban en asambleas espontáneas, por mayoría simple o por aclamación grupal. Los interesados en la publicación de un libro lo proponían en las reuniones y después de reflexión y debate conjunto se tomaban decisiones sobre su publicación.

El diseño y diagramación estaba a cargo de los propios integrantes. El dinero recolectado en el pasanaku se invertía en costos de imprenta para las tapas y en fotocopias de alta calidad para los contenidos. El armado de los libros se realizaba de manera manual entre todos los miembros, durante extensas jornadas de trabajo. Las presentaciones, promoción y venta de los libros de igual forma estaba a cargo de todos los integrantes del pasanaku. Con el dinero recaudado se publicaba el libro del siguiente escritor (si por alguna razón se necesitaba más capital los miembros volvían a poner una pequeña suma económica como aporte). Para cada autor se realizaron presentaciones en espacios culturales de la ciudad y se participó en diversas ferias del libro tanto locales como nacionales.

Los títulos publicados esta primera etapa son los siguientes:

•          Omar Alarcón, El corazón entrega sus muertos (2007, poesía)

•          Miguel Ángel Alcaraz, Tratado de la soledad eterna (2007, novela corta)

•          Amilcar Álvarez (Álvaro Bellido), Insinuación al silencio (2008, poesía)

•          Fabricio Callapa Ramírez, Ahora que el espejo ya no recuerda mi forma (2008, relato breve)

•          Santiago Rodríguez Miranda, Delirio inconstante: caprichos, manías y lucidez obscena (2008, poesía)

•          Claudia Marianné del Rosario Palacios Quintana, Sonata lúgubre en afonía (2008, poesía)

•          Jorge Samos Daroca, Invisible (2009, poesía)

•          Jhon Castillo, Lupanar (2009, poesía)

•          Clider Gutiérrez Aparicio, Prólogo a la muerte (2009, poesía)

•          Micaela Mendoza, Lo mágico sombrío (2010, poesía)

Fruto del trabajo anterior el municipio de Sucre invitó a la Editorial Pasanaku a trabajar en una Colección del Bicentenario en conmemoración al grito libertario del 25 de mayo de 1809. Los miembros de la Editorial Pasanaku encargados de dicha colección fueron Juan Pablo Soto, historiador que estaba haciendo una investigación sobre la novela boliviana del Siglo XIX; Juan José Durán y Santiago Rodríguez a cargo de la edición y diseño. En dicha colección se reeditaron valiosos libros de autores clásicos sucrenses que estaban cayendo en el olvido. Algunos de esos títulos fueron: Eduardo Subieta, “La señora del pelícano” (2010, reedición novela); Gregorio Reynolds, “Sucre” (2010, reedición poesía); Julio Ameller Ramallo, “De La Sombra y El Alba” (2010, reedición poesía); Fernando Ortiz Sanz, “Meditación del Mediodía” (2010, reedición ensayo).

De igual forma, manteniendo la característica principal de la Editorial Pasanaku, se incluyeron títulos de autores nóveles de la ciudad.

Algunos libros de dicha colección son los siguientes:

•          María del Rosario Barahona, Huésped (2010, novela)

•          Clider Gutiérrez Aparicio, Celebra la tristeza de los vivos y los muertos (2010, poesía)

•          Máximo Pacheco Balanza, Retrato de ciudad con calavera en la mano (2010, novela)

•          Miguel Ángel Alcaraz, Estatua de sal varada en la arena blanca (2010, novela)

•          Santiago Rodríguez Miranda, Engusanados vientres al despertar (2010, poesía)

•          Wálter Arduz Caballero, Rutina de invierno (2010, poesía. Obra póstuma)

•          Carlos Gutiérrez Andrade, Letrina (2010, poesía)

El día de hoy la Editorial Pasanaku sigue funcionando, aunque con mucho menos ritmo y frecuencia. Los últimos libros publicados son los siguientes:

•          Hugo Montero Añez, Panacea (2017, poesía. Obra póstuma).

•          Fabricio Callapa, El fin de los días que conocimos (2018, cuento)

Obras a publicar próximamente:

•          Máximo Pacheco Balanza, Mea culpa. Obra poética (Incluye todos los libros de poesía del autor publicados hasta la fecha).

Yo fui el orgullo

Gonzalo Lema

A Óscar Únzaga de la Vega corresponde el juicio más certero sobre Franz Tamayo: “Ninguna personalidad puede ser más representativa por sus dimensiones y simbolismo que Tamayo, en esta primera mitad del siglo veinte. Ningún valor es más auténticamente boliviano, más nuestro, con su grandeza contradictoria y con su amarga soledad de cima”. Deberíamos, en esencia, estar de acuerdo: la gigante dimensión de su personalidad, su genio a menudo contradictorio y su soledad de intelectual único.

Su biógrafo más importante, Fernando Díez de Medina, afirmó: “Tamayo es ciertamente un enigma estético”, debido a la altura y también profundidad inalcanzables de su poesía. Augusto Céspedes intentó en lo suyo: “Estamos en medio de una obra deforme”. Luego completó: “Talento amorfo, amenazado siempre por el absurdo y por el genio, presionado por la dificultad de sus abstrusas ideologías, cuando se ofrece al público en palabras no se entrega del todo”.

¿Quién fue, en realidad, Franz Tamayo? Un poeta, un pensador y un político, y no debería importarnos el orden. El estupendo libro de Mariano Baptista Gumucio, “Yo fui el orgullo”, de lectura, diría, obligatoria, no solo devela el magnífico nivel alcanzado por este hombre en estos oficios, sino que también recoge dudas y certezas testimoniales sobre su origen.

Tamayo tuvo madre aymara, lo que siempre fue su orgullo, pero desde el libro citado es posible considerar que también fue aimara por parte de padre. De ser así, don Isaac Tamayo fue el destacadísimo hombre que lo educó. Nacido en La Paz, en febrero del año 1879, Franz Tamayo acompañó activamente la vida nacional sin tregua ni descanso hasta fallecer en 1956. En su derrotero casi completo, sólo faltó, y faltan, lectores. Carlos Medinaceli, nuestro novelista excepcional, dijo: “No se puede reclamar para Tamayo la gratitud popular”. Cierto: su excelsa intelectualidad abrió un verdadero abismo con el nivel de aquella sociedad y todavía con la nuestra.  De todas formas, él fue apoyado y votado en las elecciones de 1934 y no asumió la presidencia debido a esa vergüenza que llamamos “corralito de Villamontes”. Medinaceli fue justo: “Tamayo tiene el ímpetu de vuelo de un Ícaro, pero lleva en las alas el peso de una biblioteca”.

Este “profesor de plenitud” no se agotó en exuberancia. Panfletos políticos, polémicas escritas, reflexiones filosóficas, discursos parlamentarios, proverbios, versos reveladores, si bien prácticamente no leídos, trascendieron el papel de tal forma que suscitaron la admiración popular. Felipe Delgado establece bien: “Usted sabe que nosotros somos Bolivia. Pero la verdad es que Tamayo es Bolivia”. El espíritu de su letra parece haberse posesionado de nosotros.

Franz Tamayo es fundador de dos periódicos (“los únicos con ideas”, dijo Medinaceli), más un partido político. La suma de editoriales es su libro muy conocido y divulgado: Creación de la pedagogía nacional, en el que fundamenta la tesis de una educación basada en el carácter nacional. La ardua polémica sostenida con aquel ministro de educación, Felipe Segundo Guzmán, pareció consolidar y proyectar sus ideas: comenzó defendiendo la raza y pronto avizoró una visión americanista. Quiso que se comprendiera el ser nacional, su alma y su mentalidad, para luego educarlo en las ciencias y disciplinas universales. Afirmó que: “fuera del mundo occidental no hay salvación para nosotros”. Y aclaró: “Otra cosa es que nosotros integremos al occidentalismo nuestra alma íntegra”. Muchos de sus planteamientos y de su visión americanista están presentes en la carta  a Casanova que, ojalá, sepamos recuperarla siempre y que “Yo fui el orgullo” la reproduce en su integridad. América integrada a Occidente conservando su carácter, como Bolivia integrada a América y a Occidente. Lejos de la inútil guerrilla de la “pureza” de razas y culturas que hasta hoy nos ocupa, plantea la viabilidad y fluidez del mundo vía integración. Esta posición, y esta manera de ser, sin embargo, generaron que René Ballivián advirtiera: “Existen dos sendos peligros sobre nuestra juventud: El polifacetismo y el universalismo”. A Tamayo siempre le pareció que la mejor respuesta a ese prejuicio era “la plenitud”.

A juicio de Augusto Céspedes, el Partido Radical apenas “resultó un semillero de tránsfugas que se pasaron al liberalismo o republicanismo”. Es cierto: con el tiempo, su escaso número de militantes fue aún menor, hasta que terminó subsumido en el partido de Salamanca para las elecciones del 34. Casi todos los bolivianos paladeamos algo de Franz Tamayo: “En la desolada tarde,/ Claribel,/ Al claror de un sol que no arde,/ Claribel/ Me vuelve el amante alarde/ Aunque todo dice es tarde/ Claribel.

El historicismo

Gonzalo Lema

Enraizado en lo tribal, el historicismo es la trayectoria de una flecha que la humanidad está destinada a seguir (Popper). El hombre camina en el tiempo para descubrir la clave de la Historia (Macmurray) o el significado de la Historia. Desde Platón, pasando por Hegel, hasta Marx, se diviniza el devenir aunque no concurra nuestra voluntad: el esclavismo, el feudalismo, el industrialismo/capitalismo y el profetizado comunismo. Esta rueda cuadrada debería girar pese a quien pese. Más aún: contra la realidad. Pero Inglaterra se rebeló y se reinventó al interior mismo del capitalismo; China se saltó el capitalismo y se convirtió en algo que no entendemos bien; Rusia, país de campesinos, no de proletarios, se erigió en sociedad comunista por 70 años, luego se derrumbó para abrazar el capitalismo. La racionalidad nos dice que, en realidad, la prestigiosa flecha no existe.

Poco importa que los partidos comunistas hayan desaparecido en la gran mayoría de los países; los seguidores de Marx son aún numerosos y esperan que la rueda gire y que esa trayectoria de la flecha mantenga algún sentido. Mientras, las sociedades capitalistas han sabido absorber demandas de los distintos sectores sociales: abolición del trabajo infantil que mantuvo su apogeo hasta el siglo XIX; igual remuneración para igual trabajo; renta de vejez, de discapacidad, sueldos de cesantía, aguinaldos, etcétera, lo que irritó en sumo al marxista Engels: el capitalismo estaba aburguesando a los compañeros proletarios.

Apenas un tiempo atrás, Marx había culpado muy en serio al capitalismo de proletarizar a la clase media, de “descender” a la burguesía y de reducir a los trabajadores al pauperismo. Los comunistas apoyaron a los trabajadores en su lucha, pero, contra todo lo pronosticado, la lucha tuvo éxito y las exigencias fueron satisfechas; pensaron, entonces, que habían sido muy modestos y que había que exigir más. Cosa extraña: las exigencias fueron nuevamente satisfechas. A medida que disminuye la miseria, los trabajadores van perdiendo parte de su amargura y se sienten más dispuestos a negociar aumentos de salarios que a conjurarse para una revolución (Popper). Este mismo autor dice: “La razón del fracaso de Marx como profeta reside en la pobreza del historicismo: lo que hoy parece una inclinación histórica, no sabemos si mañana habrá de tener la apariencia igual”.

¿Qué es, entonces, el “historicismo”? Una filosofía, no una ciencia, y tampoco una ley social. Pero el historicismo asevera que la historia tiene leyes. No solo eso: que sus pensadores las han descubierto e, incluso, dicen hasta ahora, verificado. No hay pruebas a su favor, las hay en contra. Los estudiosos indican que el historicismo tiene sus raíces en la sociedad tribal: pensamiento mágico, espíritu colectivista, beneficiarios y víctimas de leyes sobrenaturales; y en Grecia, que si bien dio pasos firmes en dirección a la sociedad abierta, consolidó el historicismo (considerando la esclavitud y la libertad como inamovibles) con el filósofo Platón, el hombre que abogaba contra el cambio; la profundización de esta convicción continuó con Hegel, con Marx y Engels, como queda dicho, hasta arraigar en millones de seres humanos que, antes de trabajar su sociedad con su propia racionalidad, con su propia estrategia política, esperan que el devenir (Historia, con H) de sus sueños llegue a tierra pronto. Algunos de ellos han aceptado que al menos lleva su retraso.

Y, ¿qué es la historia? Popper dice que “se habla de la historia de la humanidad, pero es (en realidad) la historia del poder político: egipcios, babilonios, persas, macedonios, griegos, romanos…” Más: que la historia de la humanidad no existe. Es lapidario: “La historia del poder político es la historia de la delincuencia internacional”. Con esa misma frialdad indica que la historia de la humanidad sería la historia de todos los hombres, y que eso es imposible. Pregunta: ¿acaso solo cuenta el poder político? El hombre anodino es parte de la humanidad, como es inmensa mayoría, pero nadie ha escrito sobre él. La historia del poder es de “las peores idolatrías, resabio del tiempo de las cadenas, de cualquier servidumbre y de esclavitud”. Sin embargo, incluso en este siglo, existe la espontánea genuflexión hacia el hombre del poder político. ¿Será que subyace en nuestra intimidad el temor al castigo?

El historicismo se fractura y rompe con la intervención inteligente de la política en las democracias. Estas saben que, pese a la concentración de la riqueza en pocas manos, las leyes pueden redistribuirla arrancando hombres de la miseria y desigualdad. Es distinto a esperar que la flecha continúe su vuelo.

La libertad es condena

Hand drawing illustration of freedom concept

Gonzalo Lema

No deja de hacerse continuamente el hombre. Es una proyección sin límite que, por ejemplo, lo diferencia del musgo. El hombre es cuanto sin descanso proyecta ser. Ponge lo explica de buena manera: “El hombre es el porvenir del hombre”. Sartre desarrolla esta idea que bien podemos asumir como verdad: “El hombre es el único ser vivo que no solo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere después de alcanzar la existencia. Él no es otra cosa que lo que él se hace”. El humanismo existencialista descree de la tesis de Dios y asume el desamparo como marco referencial dentro del cual vivimos y morimos.  

A Jean Paul Sartre y su generación les tocó vivir la pesadilla de las dos guerras mundiales, tragedia sin parangón. Su filosofía y su literatura (novelas: La náusea, Los caminos de la libertad) se caracterizan por cierto sin-sentido y magnífica lucidez. El desarrollo del existencialismo arranca, en gran medida debido a esas experiencias, del concepto de desamparo. No hay, se dice, nadie por sobre el hombre. El hombre está determinado por las épocas y cambia su mentalidad de manera permanente. No responde a designios, sino a decisiones propias: es su propio legislador. Es, ya dijimos, su propio porvenir.

Al hombre también lo acompaña siempre la angustia. “Aún cuando la angustia se enmascare, aparece”, dice Kierkegaard. En los religiosos, la angustia se confunde con el éxtasis; en los poetas, con la inspiración o el trance. Vivimos angustiados y seguramente dañados del corazón. Según la filosofía existencialista se debe a la condena de ser libres. Reitero: nadie nos gobierna. Nosotros vivimos las consecuencias de nuestras decisiones. Somos lo que quisimos y queremos ser, en este siglo o en cualquier otro. No respondemos a una naturaleza humana, sí a las condiciones de época. Pero, ¿por qué la libertad es una condena? Porque no se ha creado a sí misma, y porque, una vez alcanzada la existencia, el hombre es responsable de todo lo que hace. El hombre es dueño de su vida, constructor de su destino.

Está en boca de todos el cogito cartesiano: “Pienso, luego existo”. Es cierto y forma parte, en buena medida, de la comprensión de la gente. Con la excepción del hombre, todo lo demás existe sin pensarse. El musgo es un buen ejemplo. El hombre piensa y existe; pero, además, al pensar existen los demás y todo lo que pensamos. Es, sencillamente, extraordinario. “Para obtener una verdad cualquiera sobre mí, es necesario que pase por el otro”, dice Sartre. El otro que nos da plena existencia, dice la poesía. Así, quien se capta por el cogito descubre también a los demás. Más aún: los descubre como la condición de su existencia. La teoría del cogito de Descartes tiene la virtud de otorgar dignidad al hombre: no lo convierte en objeto. Es libre, es responsable de su vida. También su culpable.

El hombre se hace. No está todo hecho desde el principio. Se hace al elegir su moral y, la presión de las circunstancias es tal que no puede dejar de elegir siempre una. Lo que dice el existencialismo es que “el cobarde se hace cobarde, el héroe se hace héroe. Para ambos existe la posibilidad de dejar de serlo”. Somos nuestros hacedores. Bajo estas reales condiciones se desarrolla la vida sin cesar. Por eso nos acompaña la angustia. La libertad y el desamparo caminan delante de nosotros tomados de la mano. Nosotros y el mundo; nosotros y el universo. Así, el existencialismo se aferra a la idea de una naturaleza humana no orgullosa de sí misma; más que naturaleza, de una condición cambiante, temerosa, incierta y desesperada. Albert Camus, de tantos seguidores, dice que “la condición humana es absurda y el mundo es indiferente a nuestra necesidad de sentido”. Yo, desde mi agujero, le doy la razón.

Pero en todo proyecto hay universalidad. El proyecto de un hombre es de millones. El sin-sentido de la existencia –“una burla desde que existe la muerte” (Camus) –, se diluye cuando este mismo hombre apesadumbrado descubre la solidaridad, el acompañamiento y el bienestar general. En ese momento su vida cobra sentido. El servicio a los demás, a su tiempo y su contexto, llena su vida y hasta la realiza y aleja de la frustración.

“En clases de filosofía se acepta debilitar un pensamiento para hacer que se comprenda, y esto no es tan malo”, explica Sartre. La filosofía del existencialismo, de ese modo, logró divulgarse hasta nuestros días.