Esta entrevista apareció en 2014 en el extinto suplemento LetraSiete. La reproducimos acá a propósito del lamentable deceso del destacado escritor paceño.
Adolfo Cárdenas a inicios de los 2000. (Foto: Willy Camacho)
Martín Zelaya Sánchez
“Si por mí fuera, tal vez hubiera eliminado algunos de mis cuentos”, dice sin reparos Adolfo Cárdenas, sobre sus Cuentos completos que la editorial 3600 publicará en las siguientes semanas [agosto de 2014].
Al hablar de este autor paceño, se nos ocurren dos cartas de presentación, contundentes y definitivas: es autor de Periférica Blvd., una de las novelas bolivianas más leídas, reeditadas, vendidas y reseñadas en la última década; es un referente en la narrativa nacional actual, no solo por su prosa de inconfundible sello, sino además por su larga trayectoria como docente de Escritura Creativa y Taller de Cuento en la Carrera de Literatura de la UMSA.
Si se nos pide un par de descripciones sobre el autor, casi al azar, se nos ocurren dos (o una con dos alas): que al contrario de su prosa casi barroca, experimental (en algunos casos), coloquial y de generosa descripción, su conversación, sus respuestas –tanto de manera verbal como por correo electrónico– son más bien escuetas, casi incipientes, pero no por ello faltas de contundencia:
“La Paz es para mí una opción narrativa mayor pero no total”, dice, y poco más, cuando se le pide que detalle su relación –desde lo literario, desde su imaginario– con esta urbe y su gente, tan presentes en su obra.
Fastos marginales, Chojcho con audio de rock pesado, El octavo sello, Doce monedas para el barquero y Tres biografías para el olvido son sus cinco libros de relatos, publicados en los últimos 25 años, y que ahora conformarán esta suerte de obra reunida.
– Me imagino que para preparar esta edición releíste todos tus libros. ¿Qué se siente volver a tu obra tantos años después? ¿Te llama a hacer cambios, correcciones? – De hecho quien se ha encargado de la lectura de todos los relatos, muchos de ellos bastante viejos, es Marcel Ramírez (director de 3600) que tuvo la idea de reeditarlos. Si la iniciativa hubiera sido mía, tal vez, hubiera eliminado algunos.
– Al inicio de tu trayectoria de escritor publicaste sobre todo cuentos, y luego escribiste novelas, sin dejar el cuento. ¿Te sientes más cómodo con un género que con el otro? – En realidad, me inicié como historietista y desde allí hice un salto pasmoso hacia la novela, aunque no publiqué ninguna por muchos años. El cuento vino después, cuando ya dominaba ciertas técnicas narrativas ensayadas en textos que querían parecerse a novelas primerizas.
Quiero entender ambos géneros como muy parecidos, y que en ese sentido ambos poseen una capacidad mimética. Con ello quiero decir que un cuento puede fácilmente transformarse en una novela o viceversa.
– ¿Con qué cuentistas te identificas más? – De Bolivia con Augusto Céspedes, Óscar Cerruto… de afuera, Onetti; McCullers, Akutagawa, Faulkner, entre otros. Nombrarlos a todos es imposible porque me siento más identificado con alguna pieza en particular que hubiesen producido algunos autores, que con los propios autores.
– Tienes una vasta experiencia como docente ¿qué pautas das a tus alumnos sobre cómo se debe escribir cuentos? – Sobre todo leer la mayor cantidad posible de relatos de largo, mediano o corto aliento y estudiar las técnicas que se han usado para la realización, entre otros soportes tanto teóricos como prácticos.
– Muchos te consideran como un autor que tiene como temática casi exclusiva a La Paz y los paceños… – La Paz es para mí una opción narrativa mayor pero no total, de hecho mis dos últimos relatos están situados en Potosí y Sucre porque así convenía a los argumentos que me había planteado.
Todo depende del requerimiento argumental; pienso en este momento en una novela corta que estará situada en regiones próximas al Chaco. La guerra del 32 es para mí un tema fascinante.
– Hablando de temáticas, noto que es importante para ti recuperar la oralidad de diferentes esferas sociales y también lograr un acercamiento a lo popular. – Las hablas populares nos acercan más al hombre común o, como dicen los comunicadores, al ciudadano de a pie, porque el lector ideal es precisamente ese y no el lector académico.
Estas prácticas ya fueron desarrolladas por escritores anglosajones y previamente teorizadas por estudiosos soviéticos que acuñaron el término “realismo social”.
– Me es inevitable hablar de Periférica Blvd. Tuvo muchas reediciones, fue muy comentada, fue llevada al cómic e incluso a las tablas. ¿Dado este éxito, te interesa volver a trabajar con los mismos elementos, personajes o realidades? ¿Cuál es tu relación con este libro en particular… es diferente al resto de tu obra?
– Yo diría que Periférica Blvd. es un trabajo con cierta tendencia a la unicidad. Volver a trabajar en algo similar me parecería muy artificial, muy forzado. En cuanto a mi relación con el libro, quisiera crear una distancia entre esta novela y otros trabajos que tengo en mente.
Estas dos últimas preguntas dan pie a un breve vistazo a los libros del autor; sus temas, intereses, estilos y evoluciones en los casi 20 años que van desde Fastos marginales (1989) a Tres biografías para el olvido (2008).
Tanto en el primer libro como en el segundo, Chojcho con audio de rock pesado, (germen de Periférica Blvd. y confirmación de su teoría de que un cuento fácilmente puede devenir en novela) es evidente que Cárdenas se interesó sobremanera en el lenguaje, “las hablas populares” de La Paz.
Esto está claro al revisar un fragmento cualquiera, como este del cuento “Damiana” (Fastos marginales):
“… ¿será que no l’emos dau bien su mesa a la Pachamama? O que siempre será yo digo porque pareciera que todu’stá en contra de nosotros y que ni don Alico nada siempre puede. Hasta cuándo pss mamita con esto por nuestro atrás. Acaso el animita del Dámaso quere que nos cayéramos muertos nomas…”.
Un cambio notorio en técnica y estilo se nota en su cuarto libro, Doce monedas para el barquero, que muestra una prosa ya no enfocada a reflejar el lenguaje popular, aunque sí aún con rasgos propios de la cotidianidad de ciertas esferas de la sociedad paceña.
Lo interesante en este caso es que los temas se enfocan casi en su totalidad en lo esotérico, macabro, sobrenatural… en la muerte y todo lo que lo rodea, siempre sin perder la referencia de las costumbres y tradiciones locales.
Así se ve en el cuento “Hard video”:
“Remberto trastornado gritó, se revolcó, pataleó, invocó a los dioses, los maldijo, y solo se calmó cuando comprobó que el temblor postrero de su amada se le había contagiado y no le quedó más remedio que conservar por el resto de sus días, y como objeto de culto, el video en cuya caja aparecía en primer plano, por primera y última vez, la figura de la Casandra”.
Solo dos ejemplos como muestra… luego vienen las “autobiografías” y los relatos ambientados en Sucre y Potosí, muestra clara de que, lejos de encasillarse (en La Paz, lo popular, la muerte…), Adolfo Cárdenas escribe, hace literatura, narra, cuenta y disfruta de la “capacidad mimética” que busca-logra imprimir a sus textos.
Héctor Borda Leaño falleció, a los 95 años a la una de la madrugada del día miércoles 26 de enero, en la ciudad de Malmö (Suecia). Su muerte ha causado gran revuelo en el ámbito literario boliviano. Sin ningún género de dudas, Borda Leaño ha sido uno de los grandes poetas de Bolivia y un orgullo para Oruro, la ciudad que lo vio nacer. Fue miembro del movimiento poético “Gésta Bárbara” de Oruro junto a su entrañable amigo poeta Alberto Guerra (†). Ha publicado varios poemarios y ha obtenido dos veces el mayor Premio de Poesía en Bolivia; el “Premio de Poesía Franz Tamayo”. Primero en 1967 por su poemario “La Ch’alla” y en 1970 por su poemario “Con rabiosa alegría”. En 2010 el Estado Plurinacional de Bolivia, le otorgó la medalla al mérito cultural Marina Núñez del Prado.
Conocía el nombre de Borda Leaño, solamente a través de la prensa y por medio de antologías. La primera vez que lo vi fue en enero de 1990. En esa época pertenecía a un grupo literario que se formó en Estocolmo. Más exactamente, el 17 de enero de 1990 hicimos una velada cultural en el local de la Asociación Cultural Boliviana (en Bredäng). Ese día nos dimos la mano e intercambiamos palabras, me acuerdo bien. En el folleto que publicamos, hay dos poemas de su autoría: “Usted sabe señor” y “Pequeña muerte” que pertenece a su poemario “Con rabiosa alegría”. Supuestamente tenía que leer esos poemas. Pero no, don Héctor vino cargado de su artillería poética y sorprendió a todo el mundo. ¡Leyó sus poemas por más de una hora!
En el Encuentro de Poetas y Narradores Bolivianos efectuado en Estocolmo, en septiembre de 1991, fue cuando lo conocí mejor. Héctor Borda presentó una ponencia acerca de los “500 años de explotación”. A decir verdad, fueron hermosos días llenos de poesía, de conferencias, de anécdotas, etc. Conversaba con don Héctor como si hubiésemos sido amigos de muchos años. Nunca me llamaba de mi nombre, me decía “Claurecito” con cariño. Tenía un excelente sentido del humor y a veces era sarcástico. El viaje en barco a Finlandia fue el postre exquisito del encuentro. Ahí continuaron las anécdotas, bromas, charlas y pequeñas tertulias informales. Y don Héctor se llevaba la flor arrancando risas de ceja a oreja. Nunca olvidaré aquella tarde cuando varios de los poetas subimos a la cubierta del barco a pasear, y ver el panorama sobre las aguas del mar Báltico. Caminando por los pasillos don Alberto Guerra (†) me decía: “Sigue adelante, eres un poeta macerando”. Y don Héctor continuaba: “Así es, Claurecito, sigue adelante, hay que agarrar al toro por las astas”. Bellas palabras que marcaron mi alma poética. Tampoco olvidaré aquel día que vinieron a mi departamento. Y conversamos horas entre Héctor Borda, Alberto Guerra, Homero Carvalho, Víctor Montoya, Nora Zapata Prill y mi persona.
En una charla informal, don Héctor me comentó que él y Alberto Guerra, se conocieron cuando estudiaban por las noches en el Colegio Saracho de Oruro. Además, me dijo que nunca perteneció al movimiento poético Gesta Bárbara. Ese día no le refuté, pero sonaba muy extraño en mis oídos. Había leído sus poemas en “Antología de la Poesía Universal, Bolivia”, editada en 1996 por Latinas Editores. Y en la introducción dice: “perteneció a Gesta Bárbara de Oruro”. En la antología, “La Poesía en Oruro”, editada por los poetas Alberto Guerra y Edwin Guzmán, al referirse a Héctor Borda, reza: “Poeta, miembro de Gesta Bárbara de Oruro”. Entonces, surge la pregunta: ¿Por qué negaba su participación en ese movimiento poético tan importante? Al parecer, y según allegados que conocen bien el caso, dicen que en Gesta Bárbara había personas con tendencias ideológicas contrarias a la de Borda Leaño. Pero la pregunta seguía rondando por mi cabeza. Hasta que en el 2004 cuando viajé a Bolivia, en la ciudad de Oruro, le pregunté a don Alberto Guerra sobre este tema. Y la respuesta fue afirmativa. Además, me dijo: “si quieres hablar con Héctor, viaja a La Paz. Y a las doce en punto del día, lo encuentras en la cafetería La Paz”, su lugar preferido. Y así fue, yo llevaba bajo el brazo mi primer poemario, “Preámbulos y Ausencias”, con una dedicatoria para don Héctor Borda. Muy emocionado, a medio día, llegué a la cafetería. Entré, y mis ojos brillaron de alegría. Lo vi sentado solo tomando un café. Me acerqué a su mesa, le dije quién era, e inmediatamente exclamó: “Claurecito”. Nos dimos un fuerte y largo abrazo. Luego, le entregué mi poemario, lo hojeó y me dijo que lo iba a leer minuciosamente. Y acotó: “confío en ti como poeta”. Aquel día charlamos de todo un poco y recordamos los momentos del encuentro. En realidad, mi intención era entrevistarlo. Estaba listo con un pequeño dictáfono, pero cuando le pregunté, me dijo “otro día”. Quedamos de acuerdo para vernos después de unos días. Volví a la cafetería, a la misma hora, esta vez conversamos largo y tendido sobre la situación política en Bolivia, y le dije que pronto retornaría a Suecia. Y cuando insistí en la entrevista, me contestó que mejor lo haría por teléfono. Me dio su número telefónico. Nos dimos un apretón de manos, un fuerte abrazo fraternal y nos despedimos. Estando en Suecia, lo llamé tres veces para entrevistarlo. Las tres veces me dijo con una voz gruesa, firme y saludable: “Claurecito, no te puedo dar la entrevista. Ya me voy a morir”. Conociendo el carácter de don Héctor, me echaba a reír en el teléfono. Nunca pude entrevistarlo frente a frente como deseaba.
La presente entrevista se realizó hace diez años. Más exactamente a principios de 2012 envié las preguntas por correo electrónico. Debo aclarar que don Héctor, según su hija, se encontraba en silla de ruedas, le fallaba la memoria corta y tenía dificultad para hablar; pero estaba cuerdo. Afortunadamente, el 9 de agosto del mismo año, me llegó un mensaje de su hija Eliana que decía: “Te envío lo que con mucho trabajo logré arrancarle a papá”.
Javier Claure (JC): Escribir poesía puede ser un acto de hacer frente a la miseria humana. ¿Cómo defines tu poesía?
Héctor Borda (HB): Durante mi juventud me dediqué a la política en Bolivia. Las grandes injusticias sociales me marcaron mucho. Y esto lo expreso en mi poesía. Por mis propias circunstancias me acerqué a las minas, y como trabajador conocí a fondo el proletariado minero. La vida del minero toca las fibras más hondas de mi ser, y mi poesía va tomando cuerpo en ese sentido. No sé si es una forma de hacer frente a la miseria humana, pero es para mí una forma de decir mis verdades y mi sentir.
JC: Sé que pertenecías al movimiento poético Gesta Bárbara de Oruro. Hablando con Alberto Guerra (†) me contó que fuiste tú, quién lo invitaste para que formara parte de ese movimiento. ¿Cuéntame algo de esa época?
HB: Primero que nada, los muertos siempre tienen más razón que los vivos. Así que no vale la pena refutar las afirmaciones de mi querido amigo Alberto. Pero si de algo sirve, te diré que en ese tiempo existían dos Gestas Bárbaras. Una que vio la luz en Potosí con Enrique Viaña, y otra fundada en La Paz por Gustavo Medinaceli a su regreso de Europa. Yo no pertenecía a ninguna de ellas, era simplemente un observador, un colado. Aquí quiero acotar que los vivos pueden equivocarse, los muertos ya no se equivocan.
JC: Tu último poemario lleva como título “Poemas Desbandados”. ¿Podrías contarme algo sobre los poemas incluidos en ese libro? ¿En qué te inspiraste?
HB: Los poemas de ese libro están inspirados en personajes reales recogidos de todos los rincones de Bolivia. Poemas desbandados es una antología de otros libros anteriores.
J.C: ¿De qué manera ha influido en tu poesía, el hecho de haber vivido exiliado en Suecia?
HB: Mi producción poética de mayor intensidad se da mucho antes de llegar a Suecia. No creo que el exilio en Suecia haya influido mucho en mi poesía. Es un exilio de estómago lleno. En Suecia yo me entrego a la lectura totalmente, y estoy como parado frente a un semáforo en rojo esperando el momento para pasar. Sin embargo, otros exilios en otros países de América Latina influyen en mi poesía, especialmente cuando vivía exiliado en Argentina. No solo por las circunstancias políticas que me tocó vivir allí, sino también porque me involucro justamente en esas circunstancias. Conocí a gente con ideas progresistas y empecé a compartir mi poesía con poetas y escritores comprometidos con su país. La necesidad de escribir se hizo más intensa.
JC: Por último, ¿Cómo poeta qué opinas de la muerte?
HB: Cuando uno tiene la edad que yo tengo, ahora 85 años, no se pregunta eso. Pero puedes leer mi poema «ch’alla de la muerte», y así sabrás lo que opino de la muerte en términos de la poesía.
Hasta siempre querido amigo Héctor Borda Leaño. Tus consejos los llevo en mi universo interior. Agradezco profundamente a Eliana Borda por su paciencia y colaboración para que se haga realidad esta entrevista.
* Javier Claure Covarrubias, poeta y sociólogo es uno de los organizadores del Encuentro de Poetas y Narradores Bolivianos en Estocolmo (Suecia, 1991).
Luis Antezana J., lee una carta de Jaime Saenz en la biblioteca de su casa en Cochabamba.
Mañana se cumplen 35 años de la partida de Jaime Saenz y, además, estamos en el año de su centenario. Para recordar al enorme escritor paceño, rescatamos esta nota publicada hace cinco años, cuando Cachín Antezana nos compartió una gran historia y parte de su correspondencia con el autor
Martín Zelaya
“Con oído atento, un saludo al grillo –uno solo. En la oscuridad, en el silencio. Un abrazo”. Así terminó Jaime Saenz, en octubre de 1979, una carta a su amigo Luis Antezana Juárez, el “querido Cachín”, en la que se le nota entusiasmado ante la inminente publicación de Felipe Delgado, acaso su obra mayor en prosa, y en la que incluso hace planes para la presentación de la novela que a esas alturas ya había generado una gran expectativa entre escritores y lectores en La Paz.
Nada hace imaginar al leer esta misiva –y las otras tres que reproducimos ahora gracias a la generosidad de Cachín, que nos abrió su biblioteca y archivo en Cochabamba– que entre la corrección de las pruebas de galera de la novela y la presentación, el manuscrito sufrió una serie de peripecias e incluso estuvo varios meses perdido; es decir, los lectores de esta que está considerada una de las 15 novelas fundamentales de Bolivia, estuvimos a punto de perdérnosla.
Y a propósito de una próxima visita tuya a La Paz –escribe Saenz en la citada carta–, ocurre en coincidencia con la salida de Felipe Delgado, algo sencillamente estupendo (…). En realidad yo soy enemigo de las presentaciones. Pero el presentar un libro tal como lo hiciste con el de Eduardo Mitre en la Biblioteca de la Facultad, es muy otra cosa. Y tal podría hacerse con mi novela, realmente me gustaría –esto es, siempre que se pueda contar con tu presencia. Pues de otro modo, no lo veo. Quisiera saber qué posibilidades podrían haber de tu parte, y te rogaría me lo comuniques. Ahora bien, según me lo asegura Miguel Ballón, el director de la imprenta, gente seria, por cierto, Felipe Delgado saldrá a fines de mes, o cuanto más, a principios de noviembre. El tiraje está llegando a su término, y comenzarán ya a encuadernar. De manera que todavía quedaría un poco de tiempo para preparar la cosa y ponernos de acuerdo, a ver qué dices tú. Ojalá pueda hacerse.
Las previas
“¿Cuáles son los peligros que acechan a quien emprende la obra?”, le pregunta Antezana en una entrevista publicada en 1978 en la revista Hipótesis. “La falta de rigor, en primer lugar –contesta; hay que ser despiadado. Hay que trabajar mucho”, y en efecto, durante la larga entrevista se hacen reiteradas referencias al largo y complejo proceso de creación de la novela (ver también la primera de las tres cartas que reproducimos en estas páginas).
En una parte crucial de la conversación, Saenz explica: “Habiendo escrito Muerte por el tacto hace muchos años, de pronto me quedé desconcertado a cierta altura, porque –me dije– hay muchas cosas aquí adentro y es necesario darles movimiento, animarlas, el ‘hágase la luz’ y que salgan al mundo, que adquieran vida propia los contenidos que están aquí; con la poesía no podré lograrlo, solamente con la novela. Ahí surge el germen de Felipe Delgado”.
¿Cómo no iba a haber, entonces, una gran expectativa entre los ya bastantes lectores incondicionales de Saenz, si él mismo había confesado varias veces que era su obra más ambiciosa? Y es que para fines de los 70, el poeta y narrador “ya era todo un mito”, recuerda Cachín, “y eso quedó claro la noche de la presentación de Felipe Delgado”, sobre lo que volveremos más adelante.
Cuando se publicó la entrevista en Hipótesis, el manuscrito ya estaba en imprenta. Bueno, casi. “La primera posibilidad de publicar la novela era Los Amigos del Libro. Como que el original se quedó con ellos por un buen tiempo”, cuenta Antezana.
En la biblioteca de su casa en el centro de Cochabamba, el orureño –doctor honoris causa de la UMSA, y acaso el más importante crítico literario boliviano de la actualidad– tiene entre miles de libros repartidos en tres pequeñas salas, uno que otro “tesoro”: primeras ediciones autografiadas de escritores bolivianos, ediciones definitivas de sus poetas de cabecera en francés, alemán e inglés, lenguas que domina casi tan bien como el castellano y… parte de las galeras de Felipe Delgado, anotadas por Saenz, y que el autor paceño le regaló en agradecimiento no solo porque Cachín escribió el texto de solapa para la primera edición [ver segunda carta], sino porque fue acaso uno de los primeros lectores a profundidad de la voluminosa novela.
“Cuando le hice la entrevista –recuerda– le pedí algún material para enriquecer la nota y él me dio las galeras de la primera y la segunda parte de Felipe Delgado, y de ahí escogí los párrafos sobre el saco de aparapita y la bodega, que finalmente se publicaron” (ver primera carta).
Galera de Felipe Delgado, con correcciones de puño y letra de Saenz.
Eran galeras en rollo, en bobinas, como se hacía entonces, y Antezana las devolvió a los pocos meses. “Cuando a fines del 79 finalmente estaba a punto de salir el libro, Jaime me pidió que le haga la solapa y le dije que debía terminar de leer toda la obra. Entonces me mandó las galeras de la tercera y cuarta partes”, pero ya refiladas, en formato libro, que después Saenz le obsequió y Cachín hizo empastar.
En esos meses de 1979 –en cuyo primer semestre Antezana estuvo como docente invitado de la Carrera de Literatura de la UMSA y profundizó su amistad con el autor de Los cuartos– Saenz revisó y corrigió obsesivamente su manuscrito, con ayuda de varios amigos. Ya había pasado el enorme susto y disgusto que tuvo el autor cuando en Los Amigos del Libro le informaron que la única copia que les había entregado para editar no aparecía en ningún lugar.
¿Y el manuscrito?
“Todo el mundo sabía que estaba escribiendo por muchos años lo que esperábamos sea la obra maestra de la novelística boliviana. Él pasaba regularmente por la librería y en una de esas me animé y le dije que nos dé su manuscrito”, comenta Peter Lewy, en ese entonces editor de Los Amigos del Libro en La Paz.
“Un tiempo después, volvió con un sobre desgastado, amarrado con una goma. Adentro estaba el famoso manuscrito: un montón enorme de hojas sábana y bond… unas escritas con negro otras con rojo; algunas recortadas, otras con tachones y manchas de café”.
“‘Es mi única copia’, me dijo, y se fue”. Lewy, seguro que de que había logrado para su firma editora una de las grandes obras de las letras nacionales, revisó esa misma noche el manuscrito y quedó asombrado y contento. “Al día siguiente hice un paquete y lo envié por flota a Cochabamba”, donde seguramente don Werner Guttentag iba a tomar la decisión final.
Pasaron las semanas y Lewy llamó a la central de Los Amigos del Libro donde, para su horror, nadie sabía nada del paquete. “Empezó a dolerme el estómago –recuerda ahora, a casi 40 años, con una sonrisa”. Pasaron otras semanas en las que el manuscrito seguía brillando por su ausencia y Lewy debió enfrentar varias veces a Saenz que lo visitaba ansioso por noticias. “Un día vino don Jaime, ya decidido a no publicar con nosotros, y me dijo: ‘si no me lo devuelves hasta tal fecha, te voy a matar’. Quería irme en persona a Cochabamba a buscar el paquete y justo me llamaron de la oficina: alguien lo había metido en un cajón y lo hallaron por casualidad cuando estaban botando basura y papeles desechados”.
Los cientos de hojas mecanografiadas de Felipe Delgado regresaron, sin que nadie las leyera por completo, a las manos de Saenz. “Todavía estaba muy enojado –recuerda don Peter– y me dijo ‘te has salvado, pero la novela no saldrá nunca con tu editorial’”.
Fue de esta manera que Felipe Delgado volvió a Jorge Catalano, editor de Difusión, donde finalmente salió. Volvió, porque originalmente iba a salir allí. Recuerda Cachín: “Antes de todo el lío con Los Amigos del Libro, Catalano me dijo que estaba desanimado de publicarla porque era demasiado voluminosa. Cuando recobró su original, le prometí a Jaime que se lo iba a charlar y le aseguré a Catalano que Saenz ya tenía gran fama y que mucha gente estaba esperando ya buen tiempo la novela”.
Finalmente se animó y como ya tenía las galeras de las dos primeras partes, solo restaban la tercera y la cuarta. En este punto surge otra anécdota. Como había pasado mucho tiempo entre una impresión de galeras y la otra, Difusión había “fundido” los tipos de su imprenta y no hallaron los mismos. “Si se ve con cuidado –advierte Cachín– al inicio de la tercera parte se nota que cambia la tipografía. Es casi la misma, pero no. Hay leves variaciones”.
La presentación
Las aventuras de Felipe Delgado, no terminan ahí. Sigue siendo, a consideración de crítica y lectores, una de las mejores novelas bolivianas y no deja de aparecer en cuanto canon se proponga.
Pero hay una historia más en la memoria de Antezana. Como puede verse en detalle en la segunda carta publicada en estas páginas, había una expectativa entre el público y el propio Saenz mostraba entusiasmo ante el acto del lanzamiento. “Pero cuando llegó el día, y la sala de la Casa de la Cultura estaba repleta –recuerda Cachín– Jaime no aparecía. Pasaron casi dos horas hasta que Guido Orías y Silvia Mercedes Ávila fueron a buscarlo a su casa, y lo trajeron casi a la fuerza”.
Casi a las 10 de la noche Jaime Saenz entró a la sala llena de gente. Se sentó en la testera e intercambió unas palabras con Cachín. “Le dije que yo ya no iba a hacer la presentación que había preparado y que solo él debía hablar sobre el proceso de escritura, como habíamos planificado. Luego de que lo presenté Jaime se paró, carraspeó y dijo: ‘Buenas noches. Muchas gracias por haber venido’. Y dio por concluido el acto”.
Carta 1
La Paz, 25-1-79
Querido Cachín
Aunque brevemente, doy respuesta a tu carta en la que me comunicas varios asuntos de importancia. Me alegro que salga lo de la Universidad. En lo relativo al capítulo XI, me parece bien que lo des en tu revista, a partir del sueño de Delgado. Por lo demás, la elección sumamente acertada -al menos, así me parece a mí. Gracias.
(…)
Estas líneas van con mi libro de poemas. La edición no está como en realidad yo esperaba. Los errores muy groseros, muy gruesos. Pero finalmente salió.
He estado trabajando dos días sin dormir ni comer, de tal modo que te ruego me disculpes la brevedad de estas líneas.
Recibe un afectuoso saludo. Los amigos me encargan saludarte. Ya te escribiré más largo. Espero tus noticias. Gracias por el casete del Eduardo, aún no lo escuché, por el momento no pude. Mi grabadora está mal.
Un gran abrazo
Carta 2
La Paz, 25-10-79
Querido Cachín
Acabo de recibir el texto para la solapa. Enormemente agradecido. Pero antes una cosa, para no olvidarme: en cuanto a las pruebas de página, puedes tenerlas el tiempo que gustes. Yo encantado y honrado de que des lectura con calma a las últimas partes.
Ahora una cosa. El texto me gustó, naturalmente, y te reitero mis agradecimientos. Pero hay una pequeña reserva. Se trata del barroquismo. Esas denominaciones no siempre se las interpreta como es debido –diría yo.
Ahora, hay lo siguiente. Como el texto va con tu firma y como he sacado lo del barroquismo (mejor dicho: quería sacarlo), y como asimismo te propongo ciertas enmiendas (en el 1er párrafo: la ciudad en lugar de La Paz; se saca “del alcohol, el amor, la muerte, y la contemplación”; las memorias, en lugar del diario; sonoridad, en lugar de melodía. En el 3er párrafo: se saca la referencia a la Guerra del Chaco), incluyo una copia del texto rogándote que, siempre y cuando estés de acuerdo, me lo hagas saber urgentemente -y disculpa tanta molestia- por telegrama: una sola palabra.
Me dicen que el viernes 9 de noviembre me entregan el libro, y hago votos para que sigas animado para la presentación en la biblioteca de la facultad. Por favor me avisas para hacer los preparativos y acordar la fecha y otros detalles.
Ya voy preparando desde esta noche algunas cosas de Vidas y muertes y Tocnolencias para Escandalar, de modo que las veamos a tu llegada. Y qué lástima: estoy a punto de terminar Tocnolencias.
Te repito mis agradecimientos. Recibe un gran saludo, hasta muy pronto.
P.D. En realidad hay gran entusiasmo para la presentación, querido Cachín, y tienes que venir a como dé lugar, si no quieres que la afición mundial reaccione y te cuelgue. Lo formidable sería para el jueves 15 (casualmente: cumpleaños de Felipe Delgado ¡imagínate!) o viernes 16. El lunes es día [palabra ilegible] y el martes 13, khencherío.
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Carta 3
La Paz, 2 de enero de 1980
Mi querido Cachín
Con los recuerdos siempre vívidos de tu reciente visita –una visita altamente congratulatoria, y por la que me cumple reiterarte mis más profundos agradecimientos–, te escribo estas líneas para enviarte, en conformidad con lo charlado, los siguientes textos para Escandalar:
– Un autorretrato (de Vidas y muertes)
– Con los señores que venían de visita (de Tocnolencias)
– No es así nomás (de Tocnolencias)
Indudablemente, la nota introductoria que piensas escribir y que -según me dijiste alguna vez- acompañará dichos textos, ha de ser cosa muy importante.
Hasta fin de semana te enviaré el casete con las grabaciones de los fox-trots incaicos de Adrián Patiño y otras piezas de alta evocación, tales como El contrabandista, El destino (doña Hípica), Una lágrima, La niña de sus ojos, El hortelano, etc., etc.
El QUEVEDITO está en marcha; el sábado nos reunimos para compilar el material. Entre otras cosas, habrá un lema al pie del encabezamiento del periódico -un lema totalmente disparatado y que será atribuido a Erasmo de Rotterdam y nada menos, por lo mismo que a este personaje no se lo conoce ni por el forro en Alasitas. Habrá también adivinanzas y un extracto de los grandes consejos y reglas para los grandes jugadores de generala. Reportajes, predicciones por el Astrólogo Quevedólogo, una entrevista exclusiva con el Ayatola Jomeni, y otras maravillas para no renegar.
Espero tus noticias y hasta muy, muy pronto querido Cachín, espero tus noticias. Un gran abrazo. Un saludo a Eduardo Mitre.
Luis H. Antezana J., uno de los más grandes intelectuales orureños de las últimas décadas, reconstruye en esta entrevista las diferentes etapas de su vida y su trayectoria, y reflexiona sobre sus temas favoritos de estudio y lectura. ¿Qué mejor para celebrar esta efeméride de Oruro que realzando a uno de sus hijos mayores talentos?1
Martín Zelaya
Luis H. Antezana J. en un café cochabambino en 2015 (Foto: MZ).
“Creo que puedo decir que yo fui un ser racional, libre y constituido –lo que pasa cuando tomas una decisión estando consciente de sus consecuencias–, desde mis siete años. Fui a una librería a comprar un libro de texto pero no había, y me dijeron que iba a llegar en una semana. Solo tenía que esperar, pero vi en los estantes Los tigres de Mompracem de Salgari y quedé encantado. Sabía que podía comprarme el libro con el dinero que tenía. Pensé que tal vez mi padre me iba a dar una paliza, pero temía que si no me lo llevaba después ya no habría… y lo hice. Esa fue mi primera decisión”.
A Luis Antezana le cuesta hablar de sí mismo y más aún con una grabadora delante. Recién se suelta al segundo café y tras varios cigarrillos, aunque en el pequeño reloj de un cafetín del centro de Cochabamba apenas dan las 10 de la mañana. Mientras tanto, el tiempo no se pierde, ni mucho menos. Hablamos de tenis, fútbol y música y se reafirma así una idea que se repite a lo largo de su valiosa obra ensayística: el maestro orureño no es más que un observador atento y acucioso en busca de la estética, “de la extrema habilidad posible”, de la belleza… ya sea en un poema, en una lúcida reflexión, en la genialidad de un futbolista o en una conmovedora canción.
Vocación y formación
Como no ocurre con muchas personas, al hablar del recorrido profesional, académico de Cachín se habla al mismo tiempo de su historia de vida. “Feliz de aquel que trabaje en lo que ama”, repiten los viejos en tono cursi. Pero el lugar común cobra sentido cuando el mayor placer que uno puede lograr le sirve, de paso, para ganarse la vida. A nadie le cabe duda que estamos hablando de leer, ¿verdad?
Media hora antes de sentarnos en el bolichito, el maestro me recibió en una pequeña antesala de su casa. Un ambiente rectangular más bien modesto y alejado del ubicuo sol de la Llajta, y que desde hace años es casi de su uso exclusivo. Allí está lo que más quiere y necesita: sus libros (no todos, pero los esenciales), su computadora y un televisor de buen tamaño que ese instante, claro, estaba sintonizado en un canal deportivo que retransmitía la liga alemana.
No hay un Luis H. Antezana J. –que así es como firma Luis Huáscar Antezana Juárez, Cachín para los amigos y alumnos– lector o crítico, otro docente y otro semiólogo. Es uno solo.
Indudablemente sus tres grandes pasiones, modos de vida y de trabajo fueron y son la lectura crítica de la literatura, la docencia y la investigación. “Van juntas todas. Para poder enseñar hay que leer, hay que aprender a leer y hay que aprender a enseñar”, afirma.
A sus 72 años –la entrevista se hizo en 2015– el ilustre académico nacido en Oruro y asentado hace mucho en Cochabamba, recibiría días después un reconocimiento definitivo y justiciero: el doctorado honoris causa otorgado por la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz; razón más que suficiente para buscarlo, interrumpir su sábado futbolero y lograr una generosa conversación con un solo objetivo: la evocación.
“De Oruro, mis primeros recuerdos son posteriores a mi primera niñez, muy fragmentarios, porque entre mis cinco y 10 años viví en Tupiza, donde mi padre consiguió trabajo como administrador del cine Suipacha, y ahí hice la primeria. Alguna vez dije que todo lo que me gusta lo hice de niño en Tupiza, porque ahí aprendí a leer y escribir y quién iba a decir que después mi profesión iba a ser eso, leer y escribir”.
De Tupiza guarda además otro recuerdo que determinaría su vocación, su acercamiento al cine “que siempre ha sido fundamental en mi interés cultural” y con seguridad le ayudó en su perspectiva de análisis y noción estética.
En 1961 salió por primera vez del país gracias a una beca de intercambio, y luego de adelantar sus exámenes finales de bachillerato en el colegio Alemán de Oruro. Por entonces, confiesa, aún no había decidido qué iba a estudiar, aunque tenía dos opciones claras: los números, para los cuales tenía un talento natural, y las letras.
“Siempre he leído bastante. Mi afición por la lectura nació con revistas argentinas de historietas. No te hablo de El pato Donald, sino de series de historietas, trabajos de escritores, de artistas que concebían una trama literaria, o que adaptaban obras consideradas juveniles de Julio Verne, Emilio Salgari…”.
Pero inclusive cuando cursaba ya secundaria no se consideraba aún un literato en ciernes. “Más que todo jugaba al fútbol, correteaba todo el día detrás de la pelota, hasta que en la materia de literatura, ya en los últimos años, la profesora me dio a leer La vida nueva, de Dante. Siempre he dicho que ese fue el primer libro que me marcó profundamente”.
Juventud. Vocación
En su biblioteca, leyendo una carta de Jaime Saenz (Foto: MZ)
Ya bien lanzado en la remembranza, no hay quien lo pare. ¡Suerte la nuestra! Cachín se pide otro café, abre un nuevo paquete de cigarrillos y se preocupa de que se acabe la batería del teléfono-grabadora-cámara fotográfica-internet, todo en uno.
“Tras la experiencia en EEUU volví a Oruro y decidí estudiar ingeniería química porque me seguían gustando mucho las ciencias exactas. Me fui a La Plata donde al pasar los cursos me orienté a la electrónica, pero muy pronto me di cuenta de que mi futuro como ingeniero electrónico, en Bolivia, no existía… y decidí dedicarme a la docencia de física y matemáticas”.
Así fue como, a su regreso al país, se decantó por la Normal de Cochabamba. “Como ya tenía un nivel avanzado en matemáticas, física y química, me puse a estudiar paralelamente para profesor de literatura y lenguaje, porque leer era lo que más disfrutaba. Pero de todas maneras, ya me ganaba la vida dando clases particulares de matemáticas”.
Seguramente habría acabado como un excelente maestro de ciencias exactas -como finalmente lo es de literatura y semiología- pero cuando culminaba la Normal le llegó una beca de posgrado para la Universidad del Sur de California donde, por supuesto, escogió la mención de letras.
Fue allí donde amplió su panorama de lecturas y a la par de profundizar a Borges (su primer “flechazo” serio), se empapó del emergente boom de la literatura latinoamericana.
La docencia ya era una realidad y empezaba a abrirse en su mente el universo de la investigación, del análisis semántico y semiológico, pero ¿y qué de la ficción? ¿Nunca pasó por su mente escribir prosa o poesía? “Jamás”, se apresura a responder, contundente. “Sabía que era incapaz. Así como a mis siete años sabía que era un ser racional, a mis 12 ó 14 sabía que lo mío era leer”.
Fue en su primera juventud, también, cuando se consolidaron otras dos grandes pasiones: la música -desde la inigualable voz de Gladys Moreno hasta el jazz en sus distintas variedades, pasando por Leonard Cohen- y el fútbol.
“Otra vez la culpa es de Tupiza -dice a propósito del balompié-. Mi padre me llevaba a ver partidos a la canchita municipal y ahí un día ubiqué a un llok’alla que manejaba la pelota como los dioses. Recién mucho después supe que era Víctor Agustín Ugarte”. Ahí nació la fascinación. Además de su amor por el juego como tal, muy temprano descubrió algo que muchos hinchas fanáticos a veces apenas llegan a intuir: la estética del fútbol, que se acrecentó a su vuelta a Oruro en la época dorada de San José.
Al regreso del café, mientras el maestro mete en un sobre unos documentos que me encomienda para La Paz, pausado en la computadora de la sala de su casa, está el disco de Enrique Morente en homenaje a Lorca. La música no falta casi nunca en sus días o sus noches, entre libros, Kindle, o un partido de fútbol de cualquier liga.
“Lo mío con la música no tiene que ver con la formación clásica. La música es una permanente canción de cuna que me tiene que enrollar y acunar. Me quedo con las canciones o melodías que me acompañan, porque no tengo el oído para apreciar la maravilla musical con rigurosidad… El jazz y Leonard Cohen me acompañan toda la vida”.
El maestro, el referente. Consolidación
Hojeando uno de sus «tesoros»: las pruebas de galera de Felpe Delgado, con apuntes y correcciones de Saenz. (MZ)
Antes de terminar su posgrado en California, Luis tuvo que regresar repentinamente a Oruro debido al fallecimiento de su padre. Se quedó varios meses acompañando a su madre, hasta que se presentó la posibilidad de otra beca en Bélgica donde finalmente se doctoró, en 1974, con una brillante tesis sobre Jorge Luis Borges publicada después como Álgebra y fuego. Lectura de Borges.
“Ya había leído todo Borges de arriba abajo. Conocía sus libros de memoria, así que tuve sobre todo que aprender el análisis semiótico”. Indudablemente el gran escritor argentino es uno de sus referentes fundamentales, así como otros cuatro o cinco nombres de autores bolivianos sobre los que más adelante dejamos que se explaye: Carlos Medinaceli, Óscar Cerruto, Jaime Saenz y Jesús Urzagasti.
Menos de una semana después de esta charla, Cachín recibió su doctorado honoris causa, en el marco del Congreso Internacional Barthes Amateur. Nada más oportuno que premiar al genial investigador y crítico boliviano, que evocando el centenario del francés que fue pilar del análisis semiológico y referente de la investigación semiótica y lingüística en la literatura.
Investigación y crítica. Semiología y literatura. “Para mí, ambas van juntas –señala. Trato de leer el texto literario no tanto por su posible contenido sino por su forma, por la manera como trabaja, como funciona, una herencia –claro– de mi formación semiótica. Jamás van a ver que yo haga crítica de valor; nunca digo esta obra es buena o es mala; digo esta obra funciona por esto, o no funciona por esto”.
Un legado imprescindible
Todo el bagaje y aprendizaje de Luis Antezana en más de 50 años de reflexión e investigación se reflejan en casi una decena de libros.
A fines de los 70, ya consolidado como uno de los grandes intelectuales bolivianos, y mientras pergeñaba entrevistas, reseñas y comentarios en la revista Hipótesis que codirigía con Gustavo Soto, o “cometía la locura de viajar cada semana a dar clases durante tres días a La Paz”, publicó sus primeros libros: Elementos de semiótica literaria (1977) y Algebra y fuego. Lectura de Borges (1978), la tesis con la que años antes se había doctorado.
Sobre el semestre maratónico de 1979, cuando aceptó un cargo de docente invitado en la UMSA, no puede obviarse acá una anécdota: “me quedaba una semana en casa de Jesús Urzagasti y otra en la de René Poppe. Todos los lunes, al bajar del aeropuerto, visitaba a Cerruto en la cancillería y charlábamos largo y tendido, pero nunca quiso darme una entrevista. Los martes almorzaba con Julio de la Vega y los miércoles con René Bascopé… y del trasnoche de miércoles, generalmente por jugar cacho en la casa de Jaime Saenz, directo al aeropuerto”.
En los años 80, en los que vivió ocasionalmente fuera del país “investigando teorías de la lectura en Alemania” y en otros países, editó Teorías de la lectura (1984), Tendencias actuales en la literatura boliviana (1985) y Ensayos y lecturas (1986).
En la década final del siglo XX, ya asentado en las reparticiones de investigación social de la Universidad Mayor de San Simón, sacó tres publicaciones: La diversidad social en Zavaleta Mercado (1991); Sentidos comunes (1995); y Un pajarillo llamado “Mané”. Notas al pie de su fútbol (1998).
Finalmente, ya en la década actual, Plural editores reunió lo mejor de su producción en Ensayos escogidos (2011), un libro imprescindible para comprender a fondo la literatura y el pensamiento político y social de Bolivia a partir de la Revolución del 52.
Y no hay que olvidar su incursión en los trabajos multimedia: La bodega de Jaime Saenz (2005), La pascana de Gladys Moreno (2007) y La ausencia de Adela Zamudio (2012), tres joyas interactivas en las que se puede apreciar textos, audios, imágenes y gráficas de estos tres referentes de la cultura y las artes del país.
El crítico
Por espacio y dinamismo, transcribimos brevísimas sentencias, oraciones con las que Antezana define a los cuatro mayores referentes de la literatura boliviana del siglo XXI, base de su enorme aporte plasmado en su abundante obra ensayística afortunadamente compilada en 2011:
“Carlos Medinaceli es esencial para la crítica literaria boliviana porque se ha inventado lo que llamamos la literatura boliviana”.
“Cerruto es uno de los escritores más completos que tenemos, con perfección en prosa y verso. No es una exageración decir que, después de Cerruto, en Bolivia no se puede escribir mala poesía”.
“Saenz ha sido toda una experiencia de vida. Más o menos en 1978, cuando hacía la revista Hipótesis, y después de leer la obra poética de Jaime publicada en la Biblioteca del Sesquicentenario, me entró la idea de entrevistarlo, pero era muy difícil porque ya era todo un ícono y no era fácil llegar a él.
Por suerte a través de Blanca Wietüchter aceptó que lo entreviste, y hasta me dio de yapa las galeras de Felipe Delgado para publicarlas en la revista. Desde entonces se volvió un ritual cada que iba a La paz, trasnocharnos jugando cacho, y a la vez empecé a leer toda su obra y estudiarlo.
Jaime se inventó La Paz, La Paz marginal y nocturna y todavía “todos” escriben de esos temas, sobre esa creación de La Paz; los personajes, descripciones y paisajes saencianos son interminables.
Recorrer esta distancia y La noche pueden rivalizar sin problema con cualquier libro de la poesía latinoamericana”.
“Jesús Urzagasti es un escritor fascinante. Yo tengo una deuda con su obra; tengo varios escritos, pero me falta hacer una revisión general. Por ejemplo, siempre he querido escribir sobre De la ventana al parque, una novela fabulosa. Ya tengo unas 30 páginas avanzadas a las que me falta encontrarles un buen estilo de exposición”.
Con varios cafés y cigarrillos encima, apagamos el omnisciente smartphone y caminamos hablando, por supuesto, de fútbol y música. ¿Realmente era tan bueno el Maestro Ugarte? ¿Ya conoce el último disco de Leonard Cohen y el video del que tal vez haya sido su último recital?
De pronto, no sé cómo, se entromete un nuevo tema: el deporte, es específico el fútbol y el tenis. “Ugarte –comenta– era como Iniesta ahora, pero mucho más talentoso y elegante, una máquina de hacer pases maravillosos para que otros hagan el gol… y es que eso es lo que hay que buscar, la genialidad, la belleza; después de ver al Barcelona de hace dos o tres años, qué más puedes esperar del fútbol. O después de ver las maravillas que hace Federer con la raqueta, el tenis nunca podrá parecerte igual. Hay que estar atentos para no dejar pasar la ocasión de apreciar la extrema habilidad posible”.
El destino en el que no creo, me regaló esta vez la oportunidad de no desaprovechar la extrema habilidad posible que solo Cachín Antezana encarna.
1 Una versión corta de este texto -que, a su vez, es el inicio de un ensayo biográfico de largo aliento- apareció en 2015 en el suplemento LetraSiete, y otra versión, ya avanzada, se publicó en la revista Decursos 40, dedicada a Antezana.