Fragmento inédito de un libro que su autora llama “de etnología ficción o etnología novelada” y que son crónicas de la violencia cotidiana en Oruro. Si bien lo narrado se basa en el trabajo de campo que la autora realizó entre 1982 y 2010, la cualidad ficcional del relato hace que toda posible evocación de hechos o personas reales sea mera coincidencia.

Liliana Lewinski
10 de noviembre 1986, medianoche
Lucero abrió los ojos, casi gritando, cuando la puñalada le atravesó el pulmón. Miró y vio un turril de lechugas y vio la Virgen paseando por los pasillos de su sección.
¡El cuchillo, hijo! hijito… wawita de mi corazón…¡ay!… el cuchillo… duele… no te vayas… no me dejes… hijo…
Y la noche la acunó, definitivamente.
Años más tarde Tonio, ya convertido en don Antonio, seguiría buscando en sus recuerdos ese cuchillo. ¿Dónde estaba cuando entró en el cuarto y vería a su madre, en la cama, cubierta de sangre? Cómo verlo si él sólo veía la mamita mamitay que ya no contestaba y su prima que gritaba y lloraba y él que lloraba y gritaba papá, papá y mamá, mamá y nadie contestaba y él que seguía escuchando alaridos en su cabeza que no sabía de dónde venían, que no, que no venían de afuera, alaridos que gritaban y llenaban su cabeza desde hacía horas y que habían aumentado en las últimas horas, cuando trataba de comer con su abuela y no podía, no podía porque algo ardía en su cabeza y para apagar el fuego buscó a su padre y sólo encontró a su madre ensangrentada…
Horas más tarde, cuando el policía le preguntara y su tía le hiciera señas por detrás del uniformado, horas más tarde ya no sabía cómo habían pasado los minutos entre la imagen de la madre ensangrentada y la voz del padre que le pide dinero. ¡Dinero! a él que nunca tenía más que algunas monedas en sus bolsillos. Dinero cuando mamá está ensangrentada. ¿Dónde estaba el cuchillo? ¿Dónde estaba papá? ¿Dónde estaban los tíos? ¿Dónde estaban las tías? ¿Qué había pasado? ¿Por qué descendió corriendo las escaleras y corriendo atravesó el patio gritando papá, papá y gritando abrió la puerta de calle y gritando y corriendo en la oscuridad fue detrás de su padre que corría hacia la esquina?
El adolescente casi tropezó con su padre cuando éste titubeó escuchando la voz de su hijo.
-Papá… ¿qué has hecho?… mamá…
-¿Has visto?… ahora sabrá quién soy… dejará de burlarse… dejarán todos de burlarse de mí…
-Papá…
-Me voy… no vuelvo… dame platita waway que me voy… no nos veremos más… qué pena waway…
Y le dijo dónde iría y Tonio lo repetiría a sus tíos y a sus tías y a su abuela, cuando ya estaban en la casa de regreso del hospital cuando les habían dicho que mamá había muerto. Y los parientes repitieron y repitieron dirás que lo habrás visto pero no dirás dónde está, dónde fue. No sabrás nada. Diremos que él fue, mostraremos el cuchillo que está allí sobre el tejado. El cuchillo. Años más tarde ni sabría si era cierto que el padre le dijo dónde iría.
Entretanto, los gritos de la sobrina de Lucero habían alertado a toda la familia. Salían de la cocina o de sus piezas. Corrían por el patio y subían la escalera. Entraban en la habitación y la miraban. Estaba lívida. Los parientes no comprendían. Respiraba mal. Se escuchaba un ronquido.
-Levantémosla para que respire mejor.
Entre dos, entre tres, la levantan, tratan de ponerla de pie. La mixtura se desprende de sus cabellos negros. Las manos se mojan de sangre. ¡En la espalda! En la espalda hay sangre y por todos lados hay sangre. Luego dirían que un mango de cuchillo sobresalía de la espalda y que unas manos, ¿cuáles? ¿Quién sabrá? lo arrancarían.
-¡Al hospital! ¡Se muere!
Entre todos la bajan con dificultad, con torpeza, con terror, extendida sobre una cama. Hermanos, cuñadas, sobrinos ayudan. La bajan por la estrecha escalera, atraviesan el patio, salen a la calle. La madre de todos los hermanos vuelve a entrar en la cocina para buscar su monedero. Alguien ya había corrido a buscar un taxi. El pobre automóvil llega. El conductor mira con pena la mujer ensangrentada. Piensa en su tapizado. La acomodan en el asiento de atrás. Calman al conductor prometiéndole limpiar más tarde el taxi.
– ¡Al hospital!
Unos minutos de carrera por las calles, entre los montones de basura, los perros que comen, los borrachos que cantan, las familias que vuelven de los festejos.
-¡Al hospital!
Llegan a las urgencias. Los hermanos gritan, gritan. Los camilleros vienen a buscar a la mujer sin fuerzas. Sin vida.
ay wawitas ya me fui…que es dolor vivir.
Lucero, mujer casada, amó a otro y la mataron. Lucero amó y la amaron. Algunos, mal la amaron. Algunos amaban lo que no cambia. Ella amaba la libertad de elegir.
11 de noviembre 1986, 9 de la mañana
Mañana soleada. El viento baja del Pie de Gallo, pasa la Plaza Cívica, la del Carnaval, agita las hojas de los árboles de la plaza de la Prefectura. ¡Árboles en el Altiplano! Pobres criaturas que resisten calores que hieren sus hojas y escarchas veraniegas que los queman en los amaneceres. El viento mira las tejas rojas cada vez más escasas perdidas entre los techos de calamina. El viento se acerca a las vías del tren que alguna vez fue a La Paz. Allí su ínfula aumenta y comienza a barrer los papeles picados que cubren las calles en derredor del Mercado Campero, sigue, sigue barriendo y llega, un poco perdido y sorprendido hasta un Mercado Bolívar que no reconoce.
-¿Dónde estás, mercado chato?
-¿Con tu piso de cemento, los puestos de madera alineados formando una tela de araña, los toldos blancos protegiendo las mercaderías expuestas y vendedoras sentadas en su banquillo trono mirando pasar los compradores desde la altura imponente de sus tablados altos, de unos 40 centímetros?
-¿Dónde están las casillas azules que rodean tus murallas, Mercado Bolívar?
-¿Dónde están los canastos altos y delgados de las vendedoras de frutas que se escapan de tus murallas y venden de pie sobre el asfalto?
-¿Qué hace esa estructura hormigonera y gris de dos pisos con ojos múltiples y sin expresión que dejan ver un cerebro monstruoso y vacío?
-¿Dónde está tu bullicio, Mercado?
¿Dónde estás Mercado Bolívar? Ah, allí estás, desparramado por las calles. Mientras esperas, un día, volver a reunir a las comerciantes. El viento sigue su camino. Los puestos están todavía cubiertos por los lienzos habituales que los protegen durante la noche. Son ya las 10 de la mañana. Los puestos de las vendedoras que se levantaron temprano, a pesar de la larga fiesta del día anterior, muestran flores marchitas y serpentinas que se aburren y que caen, lentamente, sobre el adoquinado de la calle. Algo parece quedar de la alegría que ayer, Día de los Mercados, había invadido el lugar, en esa última década del siglo XX.
En la sección verduras, las comerciantes se agrupan, serias, atentas, escuchan un relato, bajan la mirada, suspiran y se agrupan todavía más para poder hablar más bajo.
-¡Qué desgracia…!
-Los hijitos…
-Pobre hombre…
-Pan de Dios es…
-Qué vergüenza…
-Su madre nos decía…
-La papera, su vecina, decía que no se recogía…
-Mártir será…
-Su madre de ella nos decía “mucho me hace sufrir, la muchacha como soltera vive, se va a beber con otras mujeres, se recoge tarde o no se recoge, ni la comida cocina para su esposo…”
-Le había dicho a la papera que su marido debía reñirla porque era mal ejemplo para todas…
-Si el marido se ha ido, ¿quién pagará el entierro?
Los lamentos de las mujeres estallan en andanadas. Se escucha un lamento nunca escuchado antes en el mercado. Sus gritos y sollozos recuerdan una melodía trágica, plena de horror contenido. Las vendedoras se cobijan en sus mantas. Los cuerpos parecen empequeñecidos, como buscando entrar en ellos mismos. Los rostros, que se esconden, están tendidos. Los gestos son mínimos y el horror es grande.
Luego, cada una regresa a su lugar para comenzar el día de trabajo. Algunas barren las maderas de su espacio buscando olvidar lo escuchado. Otras, quedan casi paralizadas mirando sus cajones, sus bolsas, la balanza. ¡Tanto trabajo para llegar a unas cuchilladas!
“Se presume que las razones de este grave caso habrían sido pasionales y el exceso de consumo de bebidas alcohólicas” dirán los periodistas ¿Para qué buscar más lejos?
10 de noviembre 1986, 6 de la mañana

Las 6… Salí de la cama cobarde… Salí Lucero… Salí… ¡Haragana! ¡Vamos… Vamos!
¡Ay! Qué cosas me digo para sacarme de la cama. ¡Vamos! Hay que ir a la Vakovic. Los camiones estarán llegando, las amigas también y las enemigas más. Esas que andan hablando con mi mamá. Esas que de mí hablan basuras. ¡Qué saben esas! ¡Que se ocupen de su trasero! Que se ocupen de sus negocios.
Salí de la cama y no lo mires. Asco me da… Odio me da… Qué gordo está y qué malo. Harto me pega. Y cuando duro está me dice ¿Qué me miras katera de mierda? Que tanta plata ganas y que me desprecias… Pero yo soy corajudo y de la casa no te irás. No podrás irte. ¡Soy tu marido y conmigo te quedarás!
Vamos a trabajar, hay que ganar. Con dinerito podré irme. Con dinerito pagaré al doctorcito y me divorciaré. Me llevaré a las wawas. Mamá se enojará. ¡Ni modo! Todavía se enojará. Siempre se ha enojado conmigo. Una vez más se enojará.
¡Vamos a trabajar! Hay que ganar.
Ah, hoy por fin seré pasante. Tanto rezar a la Virgencita y ¡por fin llegó mi día! Hoy por fin tocarán la sonorización por mí y vendrán a darme el presterío y todos me felicitarán.
Olvidaré a ese gordo y pensaré en la Virgencita y le pediré, le rogaré y ella me escuchará y me iré. Al año, cuando sea la pasante de su fiesta ya estaré con Julián Solano y las wawas en la nueva casa. La Virgencita nos bendecirá y ayudará.
¡Esa barriga! Qué gordo se ha vuelto. Joven era gordito, pero ahora… ¡Qué gordo! ¡Qué borracho!
Me voy antes que se despierte. Me voy para siempre. Me divorciaré y me casaré con Julián. Ese gordo no me puede obligar a quedarme. Me iré con las wawas, comprenderán ellos. Cansada estoy de los gritos y los puñetazos y las borracheras de ese gordo. Ni moderno es, se viste siempre como cholo. Se enoja porque visto pantalones y no vestido. Ni moderno es. Ni gana lo suficiente para que las wawas vayan a estudiar. Pero hay mi comercio y mis caseras.
¡Vamos a la Vakovic!
Se viste apresurada. Vestido azul y manta gris. Medias y los zapatos bajos. Toda la ropa fue comprada la semana pasada. Fue la fiesta antes de la fiesta. Olvidándose por una hora de su mercadería, que dejó tapadita con una bolsa de harina, se fue a pasear por los angostos pasillos del Mercado Fermín López. Se dejó tentar por un hermoso vestido, por el más lindo mandil y un bombín… Qué lindo bombín que haría brillar los ojos de Julián. Linda mujercita de mi amor, le dirá. Alisa el cabello con agua y un golpe de peine. Revisa su monedero, necesita suficiente dinero porque tendrá que comprar chicha para homenajear a los pasantes de la Virgencita y para agradecer a la compañera que le pasará el presterío y para agasajar a todas las otras compañeras, amigos y parientes que vendrán a felicitarla. Una…dos o tres latas de chicha.
Se asoma en la habitación contigua donde duermen sus tres hijos. El mayor, Tonio, ya comienza a revolverse como si fuera a despertarse.
Qué grande está. Ya tiene sus 18. Pronto irá a trabajar y al cuartel y vendrá con enamorada y al año seré abuela. A los 35 seré abuela. Julián estará contento de ser abuelo. Él ya quiere a mis hijos como quiere a los suyos. Lindo será.
Cierra suavemente la puerta de sus hijos y sale a la calle. No tiene tiempo de tomar un matecito. Camina a lo largo de la calle, dobla hacia el mercado y sigue hacia la riel buscando la zona de estacionamiento de los mayoristas de tomates y verduras varias.
Nunca le perdonaré a mi mamá el escándalo de la foto. Qué escándalo y qué vergüenza.
Cansada volvía del mercado, pensaba que tenía que lavar la ropa del marido y de las wawas, que tenía que cocinar y mirar los deberes de la wawa y preparar la ropa para la escuela de mañana y arrinconar toda la casa. Tan cansada estaba. ¿Luz en el cuarto de Mami? ¿Qué será? me pregunté. Mami me llama. En el cuarto hay cuatro personas. ¡Ay, Julián! ¿Estás aquí? ¿Qué haces aquí? ¿En mi casa? ¿Qué son ellos? «Esos son los padres de la señora» dice mi mami. Y me dice que la señora encontró mi foto en la ropa de su marido. ¡El muy tonto! ¡El pobre! Y todavía todos me dicen regaños, súplicas, consejos, me recuerdan las palabras del padre en la iglesia durante el casamiento, que el casamiento es sagrado, que no se debe mirar a otro hombre, que no se destruye una familia, que me iré al infierno, que piense en mis wawas y en mi marido que es un santo. «Yo me quiero morir de vergüenza, digo, no sé de qué me dicen. No hice nada». Los regaños continúan y yo digo siempre no. Si supieran cómo pienso en mis wawas.
Cansados y enfadados, me piden que piense. Mi mami nos pide darnos el abrazo cristiano de perdón. Nos abrazamos y se van. Me voy a mi cuarto. Mi marido entra borracho, furioso. «¡Haz negado!» y me da de puñetazos. La wawa mayor le pide «no papa, no le pegues». El sigue pegándome, se calma solo cuando se duerme, borracho.
Lucero era la más joven de la casa. Había dos hermanos y dos mujeres y el entenado, el hijo que Mamá había tenido antes de casarse con Papá. El entenado venía poco a la casa, venía para las grandes celebraciones, pero visitaba a la Madre en su puesto en la calle, esperando que el nuevo Bolívar sea construido.
Los hermanos se habían casado e instalado en La Paz. Aun la hermana mayor se casó y se marchó a Santa Cruz. Todos fueron a buscar mejor vida y mejor destino lejos de Oruro. ¿O lejos de la madre autoritaria?
Lucero se quedó en Oruro. Difícil de ser la última, la menor. La que ha tenido que quedarse en la casa para ayudar a la madre en la venta en el mercado y a hacer todo en la casa, arrinconar, lavar la ropa y cocinar. Pero ella tenía otros deseos, otros planes, No quería ser comerciante. Quería ser enfermera o secretaria. No quería ir siempre a sentarse en el mercado. No sabía bien lo que quería hacer, pero seguro que no quería ser comerciante. Era duro, era duro y quería ser como las señoras de Arriba. Las que vivían hacia la falda del cerro, donde había lindas casas y no en el Arenal, donde había polvo y casas feas. Quería calzar tacos, vestir lindas faldas y no vestido como las cholas modernas, ni polleras como las cholas antiguas. Quería tener las manos limpias, sin grietas, con las uñas limpias. Quería tener el pelo siempre limpio y no lleno del polvo de la calle y del mercado. No sabía lo que quería hacer, pero, era seguro, no quería ser comerciante. Por el momento quería bailar y salir con las amigas del colegio.
Mientras esperaba que llegara el día de jurar como bachiller iba a los bailes de los sábados por la noche. Allí conoció varios jóvenes y encontró varios hombres. Uno de ellos, insistiéndole y haciéndola beber le robó el entendimiento y lo siguió, una noche, cuando los músicos se fueron. No pensó más en él durante algún tiempo. Los cursos continuaban. Una mala mañana, contando los días y las semanas comprendió que sus reglas se habían retirado. ¡Estaba embarazada! A los 15 años había sido engrosada. ¿Qué hacer? ¡Ni modo! había que hablar con su Mamá. Y su Mamá dijo “Harás como todas nosotras o crías sola a la wawa y vas a sentarte al mercado o te casas y ayudas a tu marido vendiendo en el mercado”. Ni pensar en seguir estudiando. Ni pensar en ser enfermera o secretaria.
*Liliana Lewinski es antropóloga e historiadora franco argentina. Reside en Francia.