Sobre la poesía de Rafael Cadenas

Silvio Mignano
Rafael Cadenas es un hombre silencioso y reservado, que a veces hasta puede parecer algo gruñón, pero que en realidad refleja una mezcla de timidez, introspección y humildad. La introspección se entiende perfectamente leyendo su extensa producción poética que investiga su vida interior como pocos autores contemporáneos logran hacer, dibujando un retrato íntimo total. La humildad, en cambio, es un aspecto menos obvio y mucho más apreciable si se considera que estamos hablando no solamente del más reconocido autor venezolano vivo, sino de uno de los poetas en idioma español más importantes en el mundo, galardonado ya con el Premio FIL de Guadalajara en 2009, con el García Lorca en 2015, el Reina Sofía en 2018 y ahora el Cervantes. Sin contar que desde 2020 se encuentra entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura.
Cadenas es un hombre de silencios profundos, reiterados y prolongados. Durante mis cuatro años de permanencia en Venezuela tuve la suerte de compartir con él en muchas oportunidades y siempre me llamó la atención el número extremadamente reducido de palabras que salían de su boca. Algo parecido ocurre en su escritura. Claro, durante las muchas décadas de su extraordinaria carrera literaria el volumen de poemas y de textos producidos por Cadenas es grande, y la antología que en 2007 le dedicó Pre-textos ocupaba ya en aquel entonces 776 páginas. Sin embargo, cuando nos detenemos a analizar con atención sus versos, nos damos cuenta que nunca escribe una palabra o una sílaba de más, que no sean esenciales. Los espacios blancos que contornean la escritura no son, entonces, simplemente un accidente inevitable del acto de imprimir un texto, sino más bien la huella de todo lo que era innecesario y que el maestro ha tenido que dejar fuera de su construcción poética.
Poesía filosófica, es un término recurrente en las reseñas críticas de Cadenas. Es una valoración correcta, pero, a la vez, una síntesis incompleta y poco generosa. La verdad es que Cadenas es y sigue siendo en primer lugar un poeta, un gran poeta. ¿Es verdad que sus versos ruedan alrededor de la condición humana, de nuestra existencia? Sí, es cierto, pero ¿no pasa lo mismo con toda la mejor poesía, y no solamente moderna y contemporánea? Lo que desde mi perspectiva crítica quisiera destacar es más bien su altísimo valor estético, la capacidad de dominar la palabra, la construcción del verso y la estructura de la página.
La fama del poeta venezolano cundió en toda América Latina con Una isla y con Los cuadernos del destierro, escritos entre 1958 y 1960 tras el confinamiento en Trinidad y Tobago, durante la dictadura de Pérez Jiménez, pero publicados parcialmente recién en 1970. En 1963, sobre la misma experiencia personal Cadenas escribió el poema La derrota, que en 1970 fue compilado junto con Los cuadernos del destierro. El poema presenta una serie de reiteraciones introducidas en cada verso por el pronombre relativo “que”, y abre el primer verso con el pronombre personal “yo”: “Yo que no he tenido nunca un oficio / que ante todo competidor me he sentido débil / que perdí los mejores títulos para la vida / que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución) / que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos / que me arrimo a las paredes para no caer del todo / que soy objeto de risa para mí mismo que creí / que mi padre era eterno […]”.
El mismo pronombre personal abre Los cuadernos del destierro: “Yo visité la tierra de luz blanda. / Anduve entre melones y hierbas marinas, comí frutas traídas por sacerdotisas adolescentes, palpé árboles / de savia roja como ladrillo que moraban junto a la tumba de un príncipe, vi viejos catafalcos de gobernadores / guardados por lentas palmas. Por los contornos había raíces en forma de tazones donde los monos mitigaban la sed. / Pasé un día cerca del lugar donde duermen los ahorcados. / Era la época en que los brujos habían partido a los campos de arroz destruyendo todos los talismanes […]”.
Es un diario íntimo, un diario político, un diario poético: un tríplice valor de lectura que me recuerda, por supuesto, al más grande de todos, el sommo poeta Dante, por la interdependencia de la experiencia personal, de la crítica política y de la elaboración de un alto resultado poético. Desde estos primeros textos la búsqueda de una solución formal era esencial en Cadenas y se resolvía con la sobriedad y la moderación. Restar era, entonces, más importante que sumar, con un procedimiento no muy disímil al de un escultor clásico. Y clásica era –y sigue siendo– la escritura de Cadenas, lejos de las tentaciones barrocas que caracterizaron la poesía latinoamericana de las mismas décadas, no siempre con resultados apreciables.
Todos los poetas tienen palabras a las que recurren a menudo. El verbo extraviar y sus derivados son una constante en la obra de Cadenas. “Pues nunca dejé de ser nervadura del asombro, de vivir en orillas, de extraviarme bebiendo un zumo oscuro, pero invadiendo los contrafuertes del día”, escribió en la apertura de Gestiones, libro de 2011, y pocas páginas después “Tanteas / como ebrio / en la ruta del extravío / (así se llama / nuestro segundo nacimiento)”.
El extravío es el segundo nacimiento: una definición perfecta para un hombre, antes que poeta, que aparece siempre algo extraviado frente a un mundo evidentemente absurdo, demasiado veloz respeto a la exigencia de reflexión de quien necesita tiempo y espacio para acumular experiencias, sintetizarlas, devolverlas en forma de versos cada año más cortos y esplendorosamente pobres. Solamente hay que decidir si realmente extraviado es el poeta o es el mundo.
En este sentido la poesía de Cadenas nunca ha dejado de tener un fuerte anclaje ético que, por supuesto, viene desde sus primeras experiencias humanas y políticas, como ocurrió con Dante y con muchos poetas en la historia. La tonalidad plana, la frontera entre poesía y prosa exigua, casi invisible, el cuidado meticuloso en la elección de cada palabra, al mismo tiempo, han permitido a Cadenas alcanzar niveles estilísticos altísimos y mantener una solidez moral impecable.
En 2017 publiqué Mezzogiorno in Venezuela, una antología de doce poetas venezolanos traducidos al italiano, editada en Caracas por El Estilete y en Roma por La Biblioteca del Vascello. Cadenas, por supuesto, abre el libro, que fue lanzado en la histórica librería El Buscón de la capital venezolana. Durante el evento cada poeta leyó un texto propio en español y yo leí la traducción al italiano. Cuando fue el turno de Cadenas, último por evidentes razones de jerarquía poética, él se aclaró la voz y con ese volumen bajo, con esa tonalidad barítona que lo caracterizan, con esa timidez toda suya, empezó a leer en italiano mi traducción. No hubo alternativa, tuve que leer en español los versos suyos, originales. Sonreía Cadenas –mientras yo leía– feliz, como un niño travieso, de esa pequeña burla que delataba otra calidad inesperada, un sentido del humor sutil, delicado.