Ch’alla al recuerdo del pintor Humberto Jaimes Zuna

(Como pretexto para cantarle a Oruro)

Héctor Borda Leaño. Poeta. Nació en Oruro el 13 de diciembre de 1927 y falleció en Malmö, Suecia, el 25 de enero de 2022. Publicó los poemarios: El sapo y la serpiente (1966), La Ch’alla (1967), En esta oscura tierra (1972), Con rabiosa alegría (1975), Poemas desbandados (1997),  y Las claves del comandante (1997).

Mucho antes
en un tiempo de puras sensaciones
cuando el cristal del cuarzo
o el cristal de los carámbanos
o el cristal de la palabra amigo
emergían del sueño.

Mucho antes
cuando las horas no se entenebrecían
ni se apagaban soles,
ni velones de angustia y soledad,
ni pasaban las hormigas, todavía
una tras otra en pos de la leyenda que las nombra
ni nos apalabraban en las esquinas de Oruro
los sapos, ni la serpiente, ni el cóndor
como muchos años después
al conjuro de mitologías y prehistorias sacramentadas.

Mucho antes
cuando ni nuestra palabra
ni nuestra voz siquiera, mancada de palabras
se escuchaba en los patios familiares
ni en las calaminas de los techos de la ciudad
rebotaban nuestros gritos desencadenados,
y cuando apenas sospechábamos
que existían el misterio y la magia
y los eqeqos, los k’umillos, en fin, los duendes
con quienes tarde a tarde
tomábamos una copa de singani sin saberlo.
Cuando apenas sí veníamos del tiempo
con el “corazón en los zapatos”
y nos marchábamos por calles interminables
de desenfreno y de gozo,
hacia el aire
en las cuerdas de las guitarras y los charangos
o en los hiatos de unos poemas tempranamente
cosechados en el yelmo.

Cuando todavía no respondíamos al desafío
de los sexos
y el amor era una especie de costra dominguera
o una especie de camisa limpia
para ser paseada en la pared en horas de retreta,
o quizás ciertamente un pasmo de misterio,
un estremecimiento,
un temblor –vaya uno a saber– una erupción de ternura
o unas ganas de cantar o de reír
o de dar la mano a todo el mundo.

Cuando nuestros carnavales los sacramentábamos
con esas mistelitas matadoras
que tu madre mezclaba con flores, clavos de olor,
ácidos mal filtrados
y alguno que otro veneno familiar
y nos íbamos detrás de los diablos y los morenos
en pos de las claves secretas de su danza,
detrás del relumbre misterioso de su paso,
detrás de la parábola de su vuelo
o su increíble voltereta
que señalaba el fin, el confín de la historia
que se quiebra
y el inicio de otra historia que renace
como dando la vuelta la piel sagrada de la tierra.

Cuando nuestros carnavales eran más sucios
digamos más hediondos,
digamos más Suramérica, más Oruro, más magia,
más misterio,
más Wawichu Zaconeta, más q’apichón Quintanilla,
más Negro Zabaleta,
más Thanta Oso Méndez,
más Ángel Salazar,
menos ordenanza municipal, menos mascarada del CAN,
menos gringas culonas, menos fotografía,
menos turistas, menos cine, menos Coca Cola
menos vendedores de trampas y agonías.

Cuando en esquinas solitarias
recitábamos poemas de Luis Mendizábal Santa Cruz
y cerrábamos la puerta de la ciudad dormida
para ir a ch’allar nuestros orgasmos y alucinaciones
en casa de doña Consuelo
donde las niñas desperdiciaban sus besos
–las pobres, pintarrajeadas y escuálidas–
en los oficiales de carabineros
o en alguno que otro decente de la ciudad
que gastaba la plata cosechada en los pulmones
de los barreteros
o en las yertas vaginas de sus esposas sacramentadas
por el matrimonio religioso.

Cuando, en fin, Oruro era todavía nuestra casa,
nuestro solar,
el patio donde podíamos quedarnos a tomar
el sol con recato,
el hábitat solemne del misterio de la danza
y de la herida amansada por la música y el viento,
el roquedal de cicatriz volcánica
erupcionando en faunas mitológicas o en secretos
por nunca revelados
la respuesta a la historia.

O cuando el sapo, la serpiente y las hormigas
en pedestal de estrellas se encumbraban,
todavía no pensabas morirte,
no pensabas rumbear por el sendero oscuro
de los adelantados
como un alucinado rump’ero por los socavones
de la Tetilla.

Después, mucho después, llegó tu muerte,
poco a poco se vino, ineluctablemente,
persistentemente
porque tuviste el atrevimiento de hurgar
con tus pinceles
la entraña secreta e intocable de los dioses de piedra,
porque a pesar de la pintura
que para ti fue siempre una cacería de palpitaciones
pétreas y petrificadas
atrapaste las iridiscencias luminosas
de las rocas sagradas
hurgando con tus pinceles en la sangre de las rocas,
en la carne de las rocas,
en la piel de las rocas, en su epitelio infamado,
en sus arrugas, en sus destellos
y en su hechicería sin término
en su hediondez y su conchura.

Después llegó tu muerte,
te moriste viviendo entre nosotros,
te moriste ch’allando con nosotros
un largo vaso de licor de estremecidos cristales
atrapados en la soledad del yermo,
fulminado por una certera explosión de luces y colores,
con aquella muerte que buscaste,
con esa única que poseías en la soledad y la orfandad,
con esa muerte que te redimía,
que te salvaba
y que al fin de cuentas te insertaba en la vida.

Antes te fuiste haciendo hombre,
consolado por siempre y para siempre
por la insondable sonrisa de los niños
–que eran todos tus amigos–
o las caricias de las mujeres
–que no lo eran–
y que a pesar de todo dijeron que te amaban
y no te amaron
y apenas sí te dieron un poco de su sexo,
un poco de su tiempo
y quizá un poco del agridulce acíbar de su voz
sin encantamientos misteriosos.

El misterio, la magia, lo secreto
estaba para ti en el fondo inalterable de las rocas
o en sus destellos cristalizados
que tú recogías en tu paleta
después de haber comprendido que la América profunda
no estaba ni en bolívares ni cristos
ni en próceres inconclusos a quienes debías inventarles
rostros y ademanes, ni en bodegones,
ni en las naturalezas muertas
ni en desnudos de mujeres desvaídas y chuecas.
Estaba eso sí,
en la hediondez de los colores,
en la hediondez del tiempo, en la hediondez del aire
que tú esgrimías como un exorcismo
para impedirnos del pecado de hacernos europeos,
y salvarnos del miedo
a las sombras luminosas.
Hoy es posible que te siga el prurito de pintar
la cicatriz terrosa de los dioses
y quizá en un lugar secreto del cielo o del infierno
estés rascando costras exorbitadas de luz
buscando vetas de colores
y tatuando nuevamente el pellejo ceniciento de la muerte
en medio de una interminable danza de morenos
y diablos enloquecidos,
quizás en esta misma hora,
al socaire de la bruma
nuevamente camines por las calles de Oruro,
midiendo las improntas de sapos y serpientes
en la búsqueda esperanzada
de la cara luminosa de Dios.
Sin encontrar, apenas,
otra cosa que rostros de alunada mirada
con el rictus de aquietado deprecio
que el hombre de los yermos
nos muestra en el instante que se asoma la pertinaz
presencia de la muerte.

Yo mismo en esta hora de álgidas ausencias
instilo los licores
para sacralizar la ch’alla,
he dispuesto en la casa el sahumerio de qoa,
la coca reverbera en un pocillo andino
y he volcado en platillos
la llijt’a necesaria.
Están como compadres los míos a mi lado
y afuera un viento largo está rielando el cielo.
No hay mixturas –lo siento– ni singani,
ni un yatiri que encante con su presencia intacta
el vuelo de la coca que desvela misterios.
Estoy con los recuerdos asperjando la vida
en los cuatro rincones de la sangre y la herida.

Es posible abrazarnos venciendo vida o muerte,
estrecharnos la mano, decir: ¡salud! con gozo
olvidando a bedeles
de licor y de ensueños,
pararnos en la esquina de una ciudad cualquiera
fumando cigarrillos sin humo y nicotina,
mejor dicho quedarnos en la ciudad de Oruro,
caminar por sus calles
donde el viento trajina sus fantasmas de polvo.
Ch’allar con los amigos –con los pocos que quedan–
y enternecerse siempre con la silente espera
del sapo cotidiano y la serpiente pétrea.

Danzar en carnavales sin enajenar orígenes,
ni luces verdaderas, ni usar dioses prestados,
que los pequeños dioses y plombagina
caminan por los patios
y no han equivocado el paso al ritmo de la música,
no han vestido su pena
con dólares y nylon.

Caminar por las calles venciendo vida o muerte,
saludar a mineros con el gorro en la mano,
allegarnos fraternos a los relocalizados
y olvidarnos de todos
que se visten de Oruro para llenar sus bolsos
con los huesos de Oruro.

Christian Jiménez Kanahuaty

Christian Jiménez Kanahuaty. Novelista y poeta. (Cochabamba, 1982), autor del libro de poesía Bodas elementales (2021) y de las novelas Invierno (2010), Te odio (2011), Familiar (2019) y Paisaje (2020).

Cuántos colores

Aquella mañana el mundo entero parecía estar dentro de un poema de W. H. Auden.
Se escapaban los colores a través de la bruma que cubría los relojes de los campanarios.
A pesar de ello, las campanadas no terminaron hasta el amanecer.
Su padre había amanecido muerto y no existía nada que pudiera hacer.
Se tomó su tiempo para terminar de leer el mensaje
y tras salir de la cama fue hasta la habitación de su madre para darle la noticia.

Así recuerda aquellas horas el narrador,
testigo inquieto de las horas más oscuras del alma,
y anota una y otra palabra, como si fueran rocas en la iglesia.
El hermano, el hijo, el padre; todos en un mismo cuerpo
al abrigo de un único sentido.

Veríamos desde las ventanas los cortejos y los carros fúnebres,
aunque, ya sabemos, el virus, no da tregua. Es mejor la distancia
y llorar en lo desconocido.
Nunca antes estuvo ahí. Por la simple soledad no se conoce la muerte.
Y mientras habla con su madre,
el cuerpo del padre aguarda en la distancia.

Mi relato es como otros tantos
cargado de bruma y búsqueda,
sin sentido para el latido.
Palabras que arderán en el día final.

Espesura la de los negocios dejados,
ahora rapiña se une para hacerse con lo heredado,
abogados y documentos,
créditos y notarios,
firmas y cheques; todo eso no es resumen de una vida,
pero quema más que la melancolía
ya que no hay hombre que no haya sentido el reproche
por no haber dicho a tiempo,
la palabra justa y descifrar la sonrisa del perdón.

No hay plegarias para el abandono,
y no encontraremos silencios para el ausente,
un narrador no significa nada
si dentro de la misma casa
todo cae a pedazos.

Ni la caza de la ballena blanca,
ni el baile en la noche de bodas,
ni tan sólo el respiro en el abrazo del amor.
Todo es bruma, huye y no se nombra.

Miras entonces
hombre que madura antes de tiempo,
a tus pies las violetas no crecerán,
los inviernos no recubrirán sus cabellos,
ni en sus llamadas volverás a encontrar la ironía del primer encuentro.
Miras una vez más,
todo lo que cubre tu habitación,
no te pertenece.
Hasta ayer, fue de otro hombre,
el que hoy pone los pies sobre la alfombra
quizá sin respirar,
es un hombre solo en el mundo,
que libra su orfandad a la simple vestidura del recuerdo.

Niega entonces
lo que siente el corazón.
se resiste a llorar
y un narrador no es Dios para conocer el alma de su hermano,
ni el dedo sobre el ojo de la hormiga
que interroga sobre la finitud.
Simples palabras en la roca,
la lluvia vendrá
tal vez, las lavará
y de los nombres que fueron hombres,
quedará sólo espuma derramada.

Mi mano quemada por las palabras
que tecleo casi como un deletreo,
regresan a mí,
me dicen que las escuchó,
pero como siempre, en primavera, él las borró.

Miro entonces lo escrito
y no encuentro valor.
Las tomo, las guardo.
Son suyas después de todo.

Con el correr de los años, de los días, de los meses,
el silencio recubrirá también este momento,
olvidaremos las canciones,
y jugaremos los viejos juegos;
y tal vez entonces, dentro de un cajón,
cuidadas por arañas,
las palabras encuentren, por fin, unos ojos
calmados de llorar,
y repletos de colores,
puedan leer lo que el impulso dictó.

No se muere en el amor,
los padres son del tiempo,
como los hijos del viento,
pero los une el camino,
y en el lazo del sol, dentro de todas las estaciones,
las emociones compartidas
surgirán
porque de cada recuerdo,
emerge un nuevo padre
y de cada latido
un hijo lo reclama.

Dense la mano en la muerte,
entréguense a la fiesta de la melancolía,
porque la muerte es una bisagra
y la canción, triste epifanía.

En este poema, inédito hasta ahora, Christian Jiménez explora, en tono narrativo, las emociones que los acontecimientos recientes –la pandemia mundial en la que nos encontramos– suscitan en la historia personal y familiar, trastocando no solo los sentidos proyectivos que muchas veces se atribuye a la vida (un futuro más o menos estable y previsible), sino los más hondos fundamentos del sentir y concebir el mundo. Es un poema que rezuma nostalgia, explora las honduras de la relación paterna y esboza un balance tras la muerte del padre, caro tema literario explorado a lo largo de siglos por autores tan dispares como Kafka, en la narrativa moderna del siglo XX; en poesía, Jorge Manrique en la Castilla del siglo XV, o Jaime Sabines más cerca a nuestro tiempo y espacio.

Poemas de Giovanna Miralles

Giovanna Miralles. Poeta y cineasta, nacida en Oruro. Ha publicado los poemarios:  No para cobardes (2021) y 34 (2021)

Bendito

El animal de había precipitado
con gran estrépito sobre el pueblo,
El Adorado
A quién habían dejado pastar libremente
maravillados ante su belleza,
había bajado desde la montaña.

Sacudía su melena esplendorosa
de rayos de sol que no abrasaban
en su cuerpo azul se reflejaba
el firmamento, de cada una de sus bocas,
que eran diez
salía el estruendo
de mil lenguas distintas.

Bebió durante dos días
de la fuente de la plaza
que dejó cubierta de oro.
El tercer día sopló su aliento
sobre plantas y árboles
que florecieron y dieron fruto.

Durmió exhausto otros dos días
y los sueños visitaron a los justos.
Se detuvo el sexto día
bajo el dintel del gran templo
sin cruzar el umbral.
Cuentan que en paciente espera.
Durante aquella semana
cerraron puertas y ventanas
con mil cerrojos.
Renunciaron a sus vidas.

Dicen que las preñadas
dieron a luz niños y bestias divinas.

En el séptimo día se marchó.
Nadie se atrevió a seguirlo
aunque sus huellas fueron palabras
nadie se atrevió a hilarlas
menos a descifrarlas.

De allí no ha vuelto a bajar,
nada se puede hacer
con un pueblo tan cobarde.

El deseo

El Deseo vive recluido
con los ojos vendados
en una celda monacal,
herida abierta
en el farallón de un acantilado.

Su hábito de estameña
le recuerda la duplicidad de su juego.
Sus dedos desgarrados
amarrados con vendas,
lo infructuoso del desasosiego.
Los pies, descalzos,
la boca siempre sedienta.

La fragancia de las violetas
dormidas bajo las piedras
lo enerva,
por su virtud los encuentra,
suspirando las arranca.
Anhela tanto la calma.

El golpeteo de las olas
sobre el farallón
a veces lo aquieta,
a veces lo serena.
Son los gritos de las aves
que lo enloquecen.
y una vez más
vierte cera en sus oídos.

Vive del agua que brota
del manantial de su celda,
para evitar el delirio
en él sumerge la cabeza.

Prefiere no pensar.
“Nada en exceso es su lema”,
pero es tan imposible ser
contra la propia natura.

Nada ni nadie le es extraño.
Sirvió y se sirvió mundos.
Amó a todas las bacantes
que al reconocerse en él
lo martirizaron.
Bartolomé despojado.

A tantas muertes
tantas resurrecciones.
Visitó pecadores que lo negaron
y conoció santos que en su fervor
lo abrazaron.

Ganó batallas para perder guerras
y navegó en un barco
que ebrio
le hizo renunciar
su corona.

Los que ahora predican
en su nombre
son monjes menores.

Él que se deleitara con el infinito,
desde aquel jardín y aquella manzana,
prefiere llevar una vida retirada.

Destino de la errante

Su destino
era el blanco precipicio de las olas,
tenía que llegar
aunque no durmiera.
Tres pisadas para ir adelante
y luego tres
para retornar al después.

Lúdica

Tanto el agua
como tu destino
se encuentran
en los designios del cielo.

Baja la lluvia
para mecerse en las hojas.

A ella no le importa
si llega a tierra,
si apaga la sed de las plantas
o si la cosecha crece.

A ella
no le importa la esperanza.

Baja la lluvia
para mecerse en las hojas.

Canto de las polillas

Las carcomidas polillas
llegan cantando su largo duelo,
lamentan sus muchas vidas,
su destino de renacer
siempre polillas,
siempre con hambre,
siempre mal queridas.

Lloran su suerte
de nacer en verano,
para alojarse
en ropa de invierno.

Lloran su suerte de tener alas,
para preferir estarse quietas
en algún abrigo viejo.
¡Quietas!
antes que perder la razón
y volar hacia la luz.

Las más letradas
saben de Ícaro;
las más pequeñas
se ahogan en llanto,
tan pronto conocen
su historia. 

Polillas, siempre polillas.
Se quejan del hambre
de sus vástagos,
y de la oscuridad del ropero.


Mientras realizaba cursos en la Escuela de Bellas Artes, Giovanna Miralles fue becada para estudiar cine en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), Cuba, donde, además, participó en el taller “Cómo contar un cuento” impartido por Gabriel García Márquez. Recorrió diferentes países de Centro y Suramérica. En Guatemala, durante tres años, se sumergió en tópicos de la tradición oral y los rituales de los mayas.

Sus escritos, documentales y trabajos artísticos han sido exhibidos en Asia, Europa y América Latina. Ha merecido premios por sus trabajos documentales en cine. Actualmente vive en Canterbury, Inglaterra. En poesía, ha realizado la telepresentación, en la última versión de la Feria Internacional del Libro, en La Paz, de dos poemarios publicados por Editorial 3600. Ellos son: No para cobardes y 34.

“No para cobardes” es una obra que roza diferentes discursos que lindan con lo fantástico, lo mítico, lo onírico e incluso realiza alusiones peribíblicas con una mirada no convencional. Desde la poesía reflexiona en torno a conceptos y valores no sin una mirada crítica. Poesía portadora de un nuevo aliento y de una escritura que se presenta con rostro propio. (EG)

Poemas de Diana Bellesi

Diana Bellesi  (Zavalla, Santa Fe, Argentina, 1946). Ha publicado: Crucero ecuatorial (l981), Tributo del mudo (1982),  Danzante de doble máscara (1985), Eroica (1988), Buena travesía, buena ventura pequeña Uli (1991), El jardín (l992), Colibrí, ¡lanza relámpagos! (l996), Lo propio y lo ajeno (1996), Sur (1998), Gemelas del Sueño (con U.K.Le Guin, 1998), Leyenda (2002), Antología poética (2002), Mate cocido (2002), La edad dorada (2003), La rebelión del instante (2005), Tener lo que se tiene (obra reunida, 2009), Variaciones de la luz (2011), La pequeña voz del mundo (2011), Pasos de baile (2015) y Fuerte como la muerte es el amor (2018).

El jardín de los milagros

Temprano en la mañana mi madre intenta
llamarme por teléfono, y en la tarde
luego me cuenta: “tan hermosa noticia
tengo”, con una voz de aterciopelado
misterio, muy serena y suave anunciando
“la pequeña magnolia se abrió en dos flores
por primera vez”. Hay justicia, pensé
con un agua dulce que se abría paso
en mi corazón. Esa magnolia que ella
plantó bajo la mirada de mi padre
años atrás diciéndole melancólico
“si no la verás florecer, tarda tanto”
Y yo, verano tras verano mentía
un poco o creía o pasaba revista
de las pequeñas magnolias florecidas
que supe visitar en una placita
por Colegiales, adonde robé aquella
reina blanca, perfumada y frágil que huelo
aún en la distancia como si fuera,
como si hubiera sido una hostia pascual
o el cuerpo de la amada, la comunión
con lo bello del mundo, como mi madre
lo siente ahora y lo dice en esa voz
que me parece el cantar de los cantares
Florecerá, le aseguraba, el próximo
verano, ya verás, y hoy ha sido visto,
esta vez se unieron belleza y justicia
para ganarles juntas, las dos al tiempo 

Variaciones de la luz

Un revuelo naranja al poniente
en lucha libre con el violeta
donde se hace de repente un claro
verde como aquel rayo purísimo
perseguido en la juventud
y al fondo el coro de las gallinetas
y un silencio al frente que corta
el tajo de luna
con más silencio
y plata y noche hasta que sólo
quedan las luces de tu casa
a veces como mágicas naranjas
dulces y en la soledad amargas.

Arte ni parte

Demora el cuerpo su sintonía y más aún
demora la mirada en él, mirada que siente
lo que ve mas perdida en exceso de belleza
y dormida todavía en la bonanza,
nada ve,

visito al Tata en las mañanas y me quedo
mirando como trabajan, el Mario y él,
en la magia de las cumbreras y las tijeras
el invisible tejado se levanta
de aire todavía 
bajo las ondas de los sauces y la charla
va de clavo en clavo y giros de la olorosa
madera mientras el Tata enseña, así, o asá,
y los sutiles movimientos del Mario,
lánguidos me hipnotizan como si una calma chicha
aquietara el cuerpo y también la mente
y no hubiera más
porqué que el del presente,
clavarla bien y cepillar la madera hasta que quede la seda
de su tacto, la seda del silencio rozada
por la brisa o el quiquiriquí filoso de un gallo,

replegada en este mundo que conozco tanto
o conocí de niña y se renueva siempre
la afinidad con lo amado, empiezo a oír,
a ver, y así las frases vuelven como corderos
al atardecer, de forma tal que ya no temo
si anacrónicos son mis poemas, si me debo
al presente o si ya fui, ni siquiera temo
a esa palabra mala de la que ahora habría
que huir como de un perro sarnoso:
lírica,

su fragilidad sí, su intemperie entregada
a cielo abierto, íntima, sin reparo ni cumbrera 

Corre paradigma de miel…

Corre paradigma de miel
Yo me quedo en el jardín viendo
abrir las semillas de gingo
un árbol sabio por antiguo
y simple como el brote de un
poroto
Ríos de la mente sabrán porqué
el revés de la trama te lleva hacia
Leyenda
Un alma sola enfrenta su pasado
para luego dar la cara a la muerte
Aquí, no hay poder del
pensamiento ni saber
que al mundo modifique
Paciencia solamente
que busca sentimiento,
sentido en la astillada
totalidad del puma
cruzando el tiempo como
a un tapiz. El bosque
se transforma en jardín
a medias modelado
por la conciencia humana
como si una mujer hablara a otra en
un cruce de aguas profundas y clara.

Amor de cetrería

Las siete y mengua la tormenta
el gris acero de las nubes se disuelve
en rosa tenue y pareciera

decirnos está bien, hay tregua
como si el cielo nos pusiera una cara
de niño o de cordero antes

de entregarse a la negra noche
sedienta que lo espera para acunarlo
en el más claro de los sueños

y venga así a nosotros
demente y hermoso al otro día haciéndonos  
olvidar bajo el pacífico

sol la tormenta por entero
como si el viernes de la cruz fuera contiguo
y sólo uno con el nacer dulcísimo

que se renueva sin cesar
hasta esa hora ciega parada ahí enfrente
donde ni siquiera el amor

te salva cuando la noche olvida ser madre
para salir de caza

He construido un jardin

He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.

Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.

El sello editorial “Bajo la luna” reeditó este año su libro El jardín. Consultada al respecto en una nota firmada por Paila Jiménez España, en el periódico Página 12 de Buenos Aires, Bellesi dice: (Es) una sorpresa y también una alegría inesperada. Aparece como uno de los títulos más vendidos del último mes y eso significa que vuelve a encontrar a sus lectores. Para mí, marca un quiebre en mi obra, fue aplaudido por todo el mundo y el poema ‘He construido un jardín’ se convirtió en una especie de ‘La balsa’ de Litto Nebbia en la poesía argentina.” Y, al referirse a otro de sus libros afirma: “Cuando apareció el título del poema ‘Fuerte como la muerte es el amor’, sentí que el libro se llamaba así. Por el momento de mi vida, a los 72 años, estás más cerca de la muerte que del nacimiento, y que todavía sucedan esas maravillas… esos misterios maravillosos: que a los setenta te vuelvas a enamorar es algo extraño. Y supongo que por eso quedó como título”.

Poemas de Edwin Guzmán

Edwin Guzmán Ortiz. Poeta, ensayista y crítico (Oruro, 1953) Ha publicado: De/lirios (1985), La trama del viento (1993) y Juegos fatuos (2007).

Bordes del poema

Sé que la poesía me acerca al mal
a la región más densa de la noche
a las máquinas de la infección
sé que bufa y alza su imperio de lívidos mitones
sobre la embriaguez de la comarca

Sin embargo heme aquí
sosteniéndola
haciendo que no caiga tan alto
ni se infle como el vientre del Buda

Sé que la poesía no es el amigo
que quisieron mis padres
la ocupación que deseaba mi mujer
el oficio que me recomendaba el maestro
ni la fe que predican los empleados de lo santo

Pero está ahí
—más bien
Aquí
insidiosa y sacramental
sobándome con su llama
dibujándome unas alas
abriéndome los ojos
limándome la estupidez

El punto

Uno va escribiendo y cavilando, palabra tras palabra, desnudando el horizonte, silabeando las huellas y de pronto brota el punto. ¿Cae o brota­­? Parcamente diciendo, súbitamente conteniendo lo incontenible. Meteorito sobre la página, eclipse pasajero del murmullo. Mas, las palabras lo rebasan y continúa el tráfago de tejer los argumentos, la pegatina de sentidos, el apetito voraz de la escritura. Tangencial a la saliva y al hálito turgente de la noche, amenaza su minucia, su rítmica alusión del parapeto en el camino salvaje de la letra.

Animalmente retinto, trama los topes del decir. Ausente de sí, murmura el no. Y así luce sobre la página aplastado como una mosca en el velo de una novia. Siempre presto para entrar en escena; detrás del telón del alfabeto, del cuento del cuentero o de los espasmos del lírico, el punto pincha. Gota consumada sobre la blanca página donde el acoso de las letras trama un bosque de flores fucsia, de aves que se disuelven y florecen, de nombres lavados por las llamas. Ritma generoso los acordes del jadeo, rige el tráfago de las confluencias, el punto, vaya uno saber qué es pero está, como el sol negro de Lautreamont  iluminando y marcando la marcha del resuello. 

No contesta, no habla, ni definitivamente luce, pero su pequeño cuerpo zumba y se consume en su sombra. Puntos fantasma de Beckett, puntos patibularios de Kafka, el puto punto en la mandrágora de Villon, puntos suspensivos y expansivos, a veces condecorados por los ecos de la otredad, por la máquina del tiempo que arrasa el nosotros en nombre de la vida.

Me tiembla la mano al elegir el punto final del poema.

Me salva el conejo de Alicia cuyo punto es el agujero que me lleva al otro lado del ser: ¿la poesía o la reina de corazones?

Corren hormigas por la boca

Corren hormigas por la boca. Cogen restos de dulce y fibras gnósticas. Mutuamente se saludan y continúan consumando el devenir que las anima. Atraviesan a nado la saliva, vadean la úvula y rozan las antenas por el teclado de los dientes.  No hay enemigas entre ellas, ni siquiera falsos dioses. Tampoco hay circo que les muerda el tiempo y el espacio. En estricta fila vadean la humedad. Limpias y solidarias conocen su camino. Atraviesan la faringe, se descuelgan del esófago. Resuellan atravesando el píloro. Prosiguen en zaga secular por medio de ácidos, entelequias y cilios. 

                       Interminables en la escheriana cinta de Moebius. 

Adviene un vaho de astros, el acoso del jugo conjetural. Arriban al colon, la luz del esfínter las libera de la insoluble oscuridad, con hilachas de alma en las mandíbulas, fragmentos de yo en la saliva, pedazos de sueño y semen verbal sobre el lomo.  En impecables hileras las obreras retornan al hormiguero. Depositan el avío, erectan las antenas. La reina se alimenta.      

Itinerario del silencio

Guarda el silencio
en la boca
un lenguaje nonato,
aves exhaladas por el aire
la plegaria del mudo

En su sed se des-escribe
el mundo
la antigua contemplación
de la noche profunda

Sigiloso disipa
las bullas del tiempo
la rotación del deseo
              en torno a la lengua

Forja el idioma del fervor
traza las coordenadas del asombro
trama
el tajo de la muerte

Como Dios
nada dice
excepto que es                                                                                              

El silencio hace del silencio
su refugio
de la muerte de los hombres
su morada.

Edwin Guzmán es un poeta culto, inteligente y sensible que, a lo largo de sus tres poemarios publicados, ha construido –con voz muy propia– una visión de mundo permeada por una relación íntima con el lenguaje. El suyo es un discurso sugestivo de sólida propuesta lingüística no exento de humor y de tensión lúdica que tampoco rehúye los chispazos de la experimentación fonética o formal. Leerlo es un ejercicio de placer, razonamiento y meditación en el corazón mismo de la poesía, donde sus poemas habitan, con plenos derechos, el universo semántico de la vida. Guzmán es además, qué duda cabe, uno de los poetas más destacados que ha dado Oruro.

Poemas de Omar Lara

Omar Lara (Nohualhue, Teodoro Schmidt, 9 de junio de 1941-Concepción, 2 de julio de 2021). Ha publicado los libros de poesía: Argumento del día (1964), Los enemigos (1967),  Los buenos días  (1972), Serpientes (1974), Oh, buenas maneras (1975), Crónicas del Reyno de Chile (1976), El viajero imperfecto / Calatorul neimplimit, antología bilingüe español/rumano (1979), Islas flotantes (1980), Fugar con juego – antología (1984), Serpientes, habitantes y otros bichos. 1973-1974 (1987), Memoria – antología personal 1960-1984 (1987), Cuaderno de Soyda (1991), Fuego de mayo (1997), Jugada maestra (1998), Vida probable – antología (1999), Bienvenidas calles del Perú – antología (2001), Voces de Portocaliu (2003), Delta (2006), La nueva frontera (2007), Papeles de Harek Ayun (2007),  I giorni del poeta (2007), Foto&Grafia (2009), Vida, toma mi mano (2009), La tierra prometida (2009), Argumentos del día – antología personal 1973-2005 (2009), Prohibido asomarse al interior – antología (2009), Mirar la ciudad (2011), Nohualhue (2012), Cuerpo final (2013), Nohualhue. Ida & Vuelta. Poesía 1964-2016 (2017), Los muertos pasean desnudos, antología (2020) y En el corazón de las cosas – Antología poética (2020).

Miro esta tarde que perdí

Miro esta tarde que perdí
esta tarde limpia y brillante
no estoy en ella sin embargo.
Es que de pronto me llegó
su soplo antiguo, delirante.
Me vi corriendo sobre el pasto
entre las margaritas de Imperial
bajo álamos y eucaliptos.
Miro esta tarde que perdí,
robábamos frutas en las quintas
apedreábamos el aire
nos revolcábamos en el trigo.
Y era en tardes como ésta.

Gastadas y estropeadas

Cuando posas tu mano
en mis cabellos
y palpas mi transpiración bajo el pelo
durísimo
yo te doy las gracias en silencio
por tu dulce ferocidad.
Cuando entierro mis dientes en la realidad
y los saco sucios de barro y veneno
cuando me empujan hacia la sola
temible oscuridad
cuando desconozco a mis hijos
y debo recorrerlos uno a uno
ciego
tú me lanzas tu mano como un relámpago
o un salvavidas
y a ella me aferro
y la fiebre declina
y duermo al fin
y vuelven a ordenarse las figurillas
gastadas y estropeadas.

Asedio

Mira donde pones el ojo
cazador
lo que ahora no ves
ya nunca más existirá
lo que ahora no toques
enmohecerá
lo que ahora no sientas
te ha de herir algún día.

Por inercia sigue el paso de las jóvenes

En reposo, heme aquí,
sentado en una plaza, otro jubilado
que juega con las moscas y mira a los fotógrafos.

Gran Himalaya

Es un hecho que no subiré jamás a las cumbres del Gran Himalaya;
está escrito que los hombres allí se vuelven dioses
y el poder temible de la naturaleza disminuye a los seres:
sus pasiones,
a una blanda indolencia.
Pero yo no subiré al Gran Himalaya,
tropezaré con las piedras del camino,
me embriagaré con deleznables licores,
seguiré maldiciéndome con ternura.

En un tren yugoslavo

I

A mi lado hablan los hombres,
dulces y agredidos,
fumamos y el humo nos une,
no entiendo qué dicen
pero cruzan las manos
en un gesto
que me es familiar.

II

Durante varias horas nos ha acompañado
un pequeño río
de grises y duras aguas.
Quisiera preguntar cómo se llama
¿cómo se llama este río?
sonríen,
cómo se llama este río,
sonríen,
este río se llama Sonrisa.
No hubiese podido irme sin saber su nombre.

Día de muertos

Bebo el vinillo triste de Imperial
con mi madre que amadra sin descanso
aquello que no sabe y no sabiéndolo
lo vuelca de un sentido sin sentido.
Una muerta en la boca me deslumbra,
una sombra
un sonámbulo tributo
el despertar confuso de otra sombra
que difunde mi aliento en la penumbra.
Una muerta que viene con el río,
una sombra que finge de estar viva.

Nos vamos y llegamos en un círculo
que al fin encontrará su punto cero
y no habrá verso
vino
ni suspiro.

Cómo será sin lluvia y sin abrazo…
Será como esa piedra o esa hierba
o será como el viento que fatiga
la calle solitaria de noviembre.

Nada

De pronto estuvo ahí
guardada en un horrible abrigo color rata
apareció otro día
con traje y aletas de mujer-rana
rompí la goma rabiosamente
a la altura de un seno
lo besé estaba frío
como pude la fui desnudando
una maraña densa la defendía
me pregunté no estará muerta
“te engañas” me dijo
“estoy viva y soy bella”
en efecto
algo latía en ella y me llamaba
pero había hostilidad en los objetos y nos separaban
seguían apareciendo restos submarinos
musgo/ pequeñas piedras/ botellas con mensajes
uno de ellos decía “recibe esta mujer
y no hagas tonterías por ejemplo preguntas
ella no existe es cierto
pero nadie es perfecto”.

Breve adiós a Omar Lara

Aquella tarde algo ventosa salimos de Valdivia y nos dirigimos a la costa. Habíamos viajado a esa mágica ciudad a celebrar los cincuenta años de Trilce, la revista de poesía más antigua del continente que tú, siendo un joven universitario, creaste junto a un grupo de amigos en ese recodo alejado y que, gracias a tu pasión, se convertiría en un centro irradiador de la poesía de Chile y toda Latinoamérica. Hubo celebración en actos oficiales de homenaje sincero. Hubo también una cena entre los más íntimos, donde con tu hablar pausado y voz dulce nos reglaste mil y un historias cargadas de intensidad y vida. Tan atrás quedaba tu exilio en Rumania, tu estancia en Madrid y ahora, desde Concepción, volvías al origen como quien ha dado una inmensa vuelta de años y lejanías.

Aquella tarde, mientras paseábamos por Curiñanco rumbo a la cabaña de los entrañables Guido y Melita, te vi caminar con paso firme por el litoral. Cuando llegamos, te instalaste en una reposera junto a pinos y flores y yo bajé a la playa. Me alejé un poco, sobrecogido por la fuerza de aquellas aguas mecidas por la corriente de Humboldt y de lejos te vi en lo alto del acantilado. Mirabas el mar infinito y me supe un agradecido huésped de tu mítico Portocaliu, de donde ahora has zarpado en tu último viaje amigo del alma.

Benjamín Chávez

Poemas de Laura Yasan

Laura Yasan. Poeta. (Buenos Aires 1960 – 2021). Ha publicado: Doble de alma (1995), Cambiar las armas (1997), Loba negra (1999), Cotillón para desesperados (2001), Tracción a sangre (2004), Ripio (2007), Animal de presa (2011), Pequeñas criaturas de lo incesante (2015), la antología Palabras no (2016), Ganado en su ley (2017), Principio de incertidumbre (2018) y Madre Siberia (2020).

Genealógica

las hijas del nuevo mundo
son blancas como las luces de los shoppings
pálidas como los panes de mc donald’s
translúcidas lágrimas finales de best sellers

las madres huérfanas de las hijas del nuevo mundo
fuimos oscuras habitantes de hotel
tuvimos negras maneras de mirar
queríamos la vida en símbolos extraños
películas de bergman

las paridoras frígidas de las madres huérfanas de las hijas del nuevo mundo
querían una historia sumergida en channel
casarse vírgenes con una réplica de cary grant
tener muñecas rubias de mejillas rosadas
mascadoras de chicle leyendo mujercitas

las hijas huérfanas de las madres frígidas del viejo mundo
queríamos las curvas mullidas de la marylin
y el aspecto latino de una amante del che

pero ellas
las nietas de la decadencia
las hijas del imperio del nuevo mundo
sólo desean ser
delgadas como un tallo
livianas como el ala de una mariposa
anhelan despertar
con los dedos más largos cada día
para hundirlos hasta el fin de sus amígdalas
y vomitar sin voluntad
lo que resta del siglo

Tracción a sangre

cargo en mi cuerpo una mujer inválida que baila cuando duerme
trenza el cabello blanco de la muerte para ganarse su favor
como una novia ciega que deba conformarse
con la corta memoria de sus dedos
                              despierta cuando miente
lleva un cascote atado a la correa de la lengua
va removiendo un surco tras de mí
una continuación que me persigue como una cola de chatarra
                              se enciende cuando callo
cargo su enfermedad en la penumbra de mis huesos
                      su equipaje de anemia
                      su andamiaje de circo
la quiero al otro lado pero el puente se ha roto
la primera mitad no le interesa
la segunda es negada
vuelvo sobre sus pasos cada noche
para ocultar la huella cada día
como el guardián de un ancla que se oxida
un perro encadenado a un desierto de vidrio
lamiéndose la sombra

Octubre

no tengo más que un fósforo para toda la noche y es octubre
un caballo cansado que me pasa la lengua por el pelo
un harapo de miedo
la edad que se articula en su tamaño
y se inserta otra vez por el aro del mundo
siempre en octubre vuelve y no trae palabras para mí
trae un silencio impuro sobre la boca cruda
y el beso que deseo
es apenas cadáver del consuelo
vuelco en octubre
soy tiza en la pizarra de sus ojos
y enhebro en la plegaria dijes de fantasía
muñequitas desnudas cuando llueve en octubre
cuando salgo a golpear por mi ración
y regreso a la cama con un vaso de leche
donde su gota de mercurio
brilla

Llegar a salvo

hay que saber llegar hasta la orilla sin mojarse los pies
cruzar una ciudad en donde el agua es negra
y negra es la saliva de los perros
y negro el semen que descargan los ángeles
en las sábanas sucias de los partos
hay que hundir la cabeza con los ojos abiertos
negociar el ardor
forzar al corazón su máquina de aceite
y resistirlo a flote una noche completa
hay que entregar el cuerpo a la corriente
fijar la convicción
                                  nadie vendrá para salvarme
no soltar la palabra que dispare el alud de un espejismo
                                  nadie
vendrá para salvarme
tragar si es necesario
la sal que se desprende generosa de tu propio temor
sentirte el muelle de un puerto abandonado
una vieja estructura que el tiempo embiste sin control
hay que saber quedarse y aguantar
saber que no vendrá
                                   para salvarme
nadie

Cotillón para desesperados

¿la fortuna te esquiva?
¿hace agua el barco de tus sueños?
no hay de qué preocuparse
esta ciudad te ama
en los centros de canje estimulan el tedio
por dos tapitas más un peso
nada es tan grave
cargar el rudimento del pan y la escoba
puro discurso
cotillón para desesperados
por dos tapitas y una libra de carne
te llevás esa jaula
la corona del rey y un cetro plástico
por tres libras de carne más dos líneas de fiebre
la estafa del insomnio
malabarismo sobre noches violetas
te ama tremendamente
en los centros de canje
por una culpa más un beso indebido
cuatro hijos un perro y una úlcera crónica
nada es tan grave
la vida es un asunto local
del trabajo a la cama
forrar el ataúd con el salario mudo del fracaso
momentos en que llueve
sobre la fría seda del recuerdo
la ciudad anegada de una tristeza rancia
pero cómo te adora
te protege
por dos libras de sangre más la furia
te dan tres aspirinas y una bala

Barco encallado

cuando se quiere oxígeno
y hay sólo oscuridad para tragar
¿qué se respira?

cuando se quiebra el cuerpo como un barco encallado
en la tardía luz de una bengala

y el ciclo del fastidio
arroja contra el muro frontal de la locura
la edad de una mujer

cuando la piel expulsa su madera podrida
y el corazón bombea su mensaje de náufrago

qué duelo se anticipa al funeral
qué desencuentro escarba en la sequía
quién anda en esa furia cortando el eslabón
que la sostiene en la cordura
como unida a un desgarro

Laura Yasan, destacadísima poeta argentina (Premio Casa de las Américas, 2008, Premio del Fondo Nacional de las Artes, 1998, Primer Premio en Poesía Inédita de los premios municipales de la ciudad de Buenos Aires, 2011, y Premio Carmen Conde, 2011, entre otros), visitó Oruro en febrero del año 2010, en el marco del Primer Festival Internacional de Poesía de Bolivia. Realizó lecturas en la Casa de la Cultura Simón I. Patiño, la plaza Castro y Padilla, así como también tuvo ocasión de recorrer la ciudad y presenciar el Carnaval de ese año, junto a otros destacados poetas de varios países. Falleció hace pocos días (en octubre habría cumplido 61 años), en su Buenos Aires natal, dejando un vacío en las letras del continente. Su labor poética, merecidamente galardonada internacionalmente quedará para deleite de los lectores exigentes. Desde las páginas de El Duende le rendimos un sentido homenaje.