Edwin Guzmán Ortiz. Poeta, ensayista y crítico (Oruro, 1953) Ha publicado: De/lirios (1985), La trama del viento (1993) y Juegos fatuos (2007).
Bordes del poema
Sé que la poesía me acerca al mal a la región más densa de la noche a las máquinas de la infección sé que bufa y alza su imperio de lívidos mitones sobre la embriaguez de la comarca
Sin embargo heme aquí sosteniéndola haciendo que no caiga tan alto ni se infle como el vientre del Buda
Sé que la poesía no es el amigo que quisieron mis padres la ocupación que deseaba mi mujer el oficio que me recomendaba el maestro ni la fe que predican los empleados de lo santo
Pero está ahí —más bien Aquí insidiosa y sacramental sobándome con su llama dibujándome unas alas abriéndome los ojos limándome la estupidez
El punto
Uno va escribiendo y cavilando, palabra tras palabra, desnudando el horizonte, silabeando las huellas y de pronto brota el punto. ¿Cae o brota? Parcamente diciendo, súbitamente conteniendo lo incontenible. Meteorito sobre la página, eclipse pasajero del murmullo. Mas, las palabras lo rebasan y continúa el tráfago de tejer los argumentos, la pegatina de sentidos, el apetito voraz de la escritura. Tangencial a la saliva y al hálito turgente de la noche, amenaza su minucia, su rítmica alusión del parapeto en el camino salvaje de la letra.
Animalmente retinto, trama los topes del decir. Ausente de sí, murmura el no. Y así luce sobre la página aplastado como una mosca en el velo de una novia. Siempre presto para entrar en escena; detrás del telón del alfabeto, del cuento del cuentero o de los espasmos del lírico, el punto pincha. Gota consumada sobre la blanca página donde el acoso de las letras trama un bosque de flores fucsia, de aves que se disuelven y florecen, de nombres lavados por las llamas. Ritma generoso los acordes del jadeo, rige el tráfago de las confluencias, el punto, vaya uno saber qué es pero está, como el sol negro de Lautreamont iluminando y marcando la marcha del resuello.
No contesta, no habla, ni definitivamente luce, pero su pequeño cuerpo zumba y se consume en su sombra. Puntos fantasma de Beckett, puntos patibularios de Kafka, el puto punto en la mandrágora de Villon, puntos suspensivos y expansivos, a veces condecorados por los ecos de la otredad, por la máquina del tiempo que arrasa el nosotros en nombre de la vida.
Me tiembla la mano al elegir el punto final del poema.
Me salva el conejo de Alicia cuyo punto es el agujero que me lleva al otro lado del ser: ¿la poesía o la reina de corazones?
Corren hormigas por la boca
Corren hormigas por la boca. Cogen restos de dulce y fibras gnósticas. Mutuamente se saludan y continúan consumando el devenir que las anima. Atraviesan a nado la saliva, vadean la úvula y rozan las antenas por el teclado de los dientes. No hay enemigas entre ellas, ni siquiera falsos dioses. Tampoco hay circo que les muerda el tiempo y el espacio. En estricta fila vadean la humedad. Limpias y solidarias conocen su camino. Atraviesan la faringe, se descuelgan del esófago. Resuellan atravesando el píloro. Prosiguen en zaga secular por medio de ácidos, entelequias y cilios.
Interminables en la escheriana cinta de Moebius.
Adviene un vaho de astros, el acoso del jugo conjetural. Arriban al colon, la luz del esfínter las libera de la insoluble oscuridad, con hilachas de alma en las mandíbulas, fragmentos de yo en la saliva, pedazos de sueño y semen verbal sobre el lomo. En impecables hileras las obreras retornan al hormiguero. Depositan el avío, erectan las antenas. La reina se alimenta.
Itinerario del silencio
Guarda el silencio en la boca un lenguaje nonato, aves exhaladas por el aire la plegaria del mudo
En su sed se des-escribe el mundo la antigua contemplación de la noche profunda
Sigiloso disipa las bullas del tiempo la rotación del deseo en torno a la lengua
Forja el idioma del fervor traza las coordenadas del asombro trama el tajo de la muerte
Como Dios nada dice excepto que es
El silencio hace del silencio su refugio de la muerte de los hombres su morada.
Edwin Guzmán es un poeta culto, inteligente y sensible que, a lo largo de sus tres poemarios publicados, ha construido –con voz muy propia– una visión de mundo permeada por una relación íntima con el lenguaje. El suyo es un discurso sugestivo de sólida propuesta lingüística no exento de humor y de tensión lúdica que tampoco rehúye los chispazos de la experimentación fonética o formal. Leerlo es un ejercicio de placer, razonamiento y meditación en el corazón mismo de la poesía, donde sus poemas habitan, con plenos derechos, el universo semántico de la vida. Guzmán es además, qué duda cabe, uno de los poetas más destacados que ha dado Oruro.
Omar Lara (Nohualhue, Teodoro Schmidt, 9 de junio de 1941-Concepción, 2 de julio de 2021). Ha publicado los libros de poesía: Argumento del día (1964), Los enemigos (1967), Los buenos días (1972), Serpientes (1974), Oh, buenas maneras (1975), Crónicas del Reyno de Chile (1976), El viajero imperfecto / Calatorul neimplimit, antología bilingüe español/rumano (1979), Islas flotantes (1980), Fugar con juego – antología (1984), Serpientes, habitantes y otros bichos. 1973-1974 (1987), Memoria – antología personal 1960-1984 (1987), Cuaderno de Soyda (1991), Fuego de mayo (1997), Jugada maestra (1998), Vida probable – antología (1999), Bienvenidas calles del Perú – antología (2001), Voces de Portocaliu (2003), Delta (2006), La nueva frontera (2007), Papeles de Harek Ayun (2007), I giorni del poeta (2007), Foto&Grafia (2009), Vida, toma mi mano (2009), La tierra prometida (2009), Argumentos del día – antología personal 1973-2005 (2009), Prohibido asomarse al interior – antología (2009), Mirar la ciudad (2011), Nohualhue (2012), Cuerpo final (2013), Nohualhue. Ida & Vuelta. Poesía 1964-2016 (2017), Los muertos pasean desnudos, antología (2020) y En el corazón de las cosas – Antología poética (2020).
Miro esta tarde que perdí
Miro esta tarde que perdí esta tarde limpia y brillante no estoy en ella sin embargo. Es que de pronto me llegó su soplo antiguo, delirante. Me vi corriendo sobre el pasto entre las margaritas de Imperial bajo álamos y eucaliptos. Miro esta tarde que perdí, robábamos frutas en las quintas apedreábamos el aire nos revolcábamos en el trigo. Y era en tardes como ésta.
Gastadas y estropeadas
Cuando posas tu mano en mis cabellos y palpas mi transpiración bajo el pelo durísimo yo te doy las gracias en silencio por tu dulce ferocidad. Cuando entierro mis dientes en la realidad y los saco sucios de barro y veneno cuando me empujan hacia la sola temible oscuridad cuando desconozco a mis hijos y debo recorrerlos uno a uno ciego tú me lanzas tu mano como un relámpago o un salvavidas y a ella me aferro y la fiebre declina y duermo al fin y vuelven a ordenarse las figurillas gastadas y estropeadas.
Asedio
Mira donde pones el ojo cazador lo que ahora no ves ya nunca más existirá lo que ahora no toques enmohecerá lo que ahora no sientas te ha de herir algún día.
Por inercia sigue el paso de las jóvenes
En reposo, heme aquí, sentado en una plaza, otro jubilado que juega con las moscas y mira a los fotógrafos.
Gran Himalaya
Es un hecho que no subiré jamás a las cumbres del Gran Himalaya; está escrito que los hombres allí se vuelven dioses y el poder temible de la naturaleza disminuye a los seres: sus pasiones, a una blanda indolencia. Pero yo no subiré al Gran Himalaya, tropezaré con las piedras del camino, me embriagaré con deleznables licores, seguiré maldiciéndome con ternura.
En un tren yugoslavo
I
A mi lado hablan los hombres, dulces y agredidos, fumamos y el humo nos une, no entiendo qué dicen pero cruzan las manos en un gesto que me es familiar.
II
Durante varias horas nos ha acompañado un pequeño río de grises y duras aguas. Quisiera preguntar cómo se llama ¿cómo se llama este río? sonríen, cómo se llama este río, sonríen, este río se llama Sonrisa. No hubiese podido irme sin saber su nombre.
Día de muertos
Bebo el vinillo triste de Imperial con mi madre que amadra sin descanso aquello que no sabe y no sabiéndolo lo vuelca de un sentido sin sentido. Una muerta en la boca me deslumbra, una sombra un sonámbulo tributo el despertar confuso de otra sombra que difunde mi aliento en la penumbra. Una muerta que viene con el río, una sombra que finge de estar viva.
Nos vamos y llegamos en un círculo que al fin encontrará su punto cero y no habrá verso vino ni suspiro.
Cómo será sin lluvia y sin abrazo… Será como esa piedra o esa hierba o será como el viento que fatiga la calle solitaria de noviembre.
Nada
De pronto estuvo ahí guardada en un horrible abrigo color rata apareció otro día con traje y aletas de mujer-rana rompí la goma rabiosamente a la altura de un seno lo besé estaba frío como pude la fui desnudando una maraña densa la defendía me pregunté no estará muerta “te engañas” me dijo “estoy viva y soy bella” en efecto algo latía en ella y me llamaba pero había hostilidad en los objetos y nos separaban seguían apareciendo restos submarinos musgo/ pequeñas piedras/ botellas con mensajes uno de ellos decía “recibe esta mujer y no hagas tonterías por ejemplo preguntas ella no existe es cierto pero nadie es perfecto”.
Breve adiós a Omar Lara
Aquella tarde algo ventosa salimos de Valdivia y nos dirigimos a la costa. Habíamos viajado a esa mágica ciudad a celebrar los cincuenta años de Trilce, la revista de poesía más antigua del continente que tú, siendo un joven universitario, creaste junto a un grupo de amigos en ese recodo alejado y que, gracias a tu pasión, se convertiría en un centro irradiador de la poesía de Chile y toda Latinoamérica. Hubo celebración en actos oficiales de homenaje sincero. Hubo también una cena entre los más íntimos, donde con tu hablar pausado y voz dulce nos reglaste mil y un historias cargadas de intensidad y vida. Tan atrás quedaba tu exilio en Rumania, tu estancia en Madrid y ahora, desde Concepción, volvías al origen como quien ha dado una inmensa vuelta de años y lejanías.
Aquella tarde, mientras paseábamos por Curiñanco rumbo a la cabaña de los entrañables Guido y Melita, te vi caminar con paso firme por el litoral. Cuando llegamos, te instalaste en una reposera junto a pinos y flores y yo bajé a la playa. Me alejé un poco, sobrecogido por la fuerza de aquellas aguas mecidas por la corriente de Humboldt y de lejos te vi en lo alto del acantilado. Mirabas el mar infinito y me supe un agradecido huésped de tu mítico Portocaliu, de donde ahora has zarpado en tu último viaje amigo del alma.
Laura Yasan. Poeta. (Buenos Aires 1960 – 2021). Ha publicado: Doble de alma (1995), Cambiar las armas (1997), Loba negra (1999), Cotillón para desesperados (2001), Tracción a sangre (2004), Ripio (2007), Animal de presa (2011), Pequeñas criaturas de lo incesante (2015), la antología Palabras no (2016), Ganado en su ley (2017), Principio de incertidumbre (2018) y Madre Siberia (2020).
Genealógica
las hijas del nuevo mundo son blancas como las luces de los shoppings pálidas como los panes de mc donald’s translúcidas lágrimas finales de best sellers
las madres huérfanas de las hijas del nuevo mundo fuimos oscuras habitantes de hotel tuvimos negras maneras de mirar queríamos la vida en símbolos extraños películas de bergman
las paridoras frígidas de las madres huérfanas de las hijas del nuevo mundo querían una historia sumergida en channel casarse vírgenes con una réplica de cary grant tener muñecas rubias de mejillas rosadas mascadoras de chicle leyendo mujercitas
las hijas huérfanas de las madres frígidas del viejo mundo queríamos las curvas mullidas de la marylin y el aspecto latino de una amante del che
pero ellas las nietas de la decadencia las hijas del imperio del nuevo mundo sólo desean ser delgadas como un tallo livianas como el ala de una mariposa anhelan despertar con los dedos más largos cada día para hundirlos hasta el fin de sus amígdalas y vomitar sin voluntad lo que resta del siglo
Tracción a sangre
cargo en mi cuerpo una mujer inválida que baila cuando duerme trenza el cabello blanco de la muerte para ganarse su favor como una novia ciega que deba conformarse con la corta memoria de sus dedos despierta cuando miente lleva un cascote atado a la correa de la lengua va removiendo un surco tras de mí una continuación que me persigue como una cola de chatarra se enciende cuando callo cargo su enfermedad en la penumbra de mis huesos su equipaje de anemia su andamiaje de circo la quiero al otro lado pero el puente se ha roto la primera mitad no le interesa la segunda es negada vuelvo sobre sus pasos cada noche para ocultar la huella cada día como el guardián de un ancla que se oxida un perro encadenado a un desierto de vidrio lamiéndose la sombra
Octubre
no tengo más que un fósforo para toda la noche y es octubre un caballo cansado que me pasa la lengua por el pelo un harapo de miedo la edad que se articula en su tamaño y se inserta otra vez por el aro del mundo siempre en octubre vuelve y no trae palabras para mí trae un silencio impuro sobre la boca cruda y el beso que deseo es apenas cadáver del consuelo vuelco en octubre soy tiza en la pizarra de sus ojos y enhebro en la plegaria dijes de fantasía muñequitas desnudas cuando llueve en octubre cuando salgo a golpear por mi ración y regreso a la cama con un vaso de leche donde su gota de mercurio brilla
Llegar a salvo
hay que saber llegar hasta la orilla sin mojarse los pies cruzar una ciudad en donde el agua es negra y negra es la saliva de los perros y negro el semen que descargan los ángeles en las sábanas sucias de los partos hay que hundir la cabeza con los ojos abiertos negociar el ardor forzar al corazón su máquina de aceite y resistirlo a flote una noche completa hay que entregar el cuerpo a la corriente fijar la convicción nadie vendrá para salvarme no soltar la palabra que dispare el alud de un espejismo nadie vendrá para salvarme tragar si es necesario la sal que se desprende generosa de tu propio temor sentirte el muelle de un puerto abandonado una vieja estructura que el tiempo embiste sin control hay que saber quedarse y aguantar saber que no vendrá para salvarme nadie
Cotillón para desesperados
¿la fortuna te esquiva? ¿hace agua el barco de tus sueños? no hay de qué preocuparse esta ciudad te ama en los centros de canje estimulan el tedio por dos tapitas más un peso nada es tan grave cargar el rudimento del pan y la escoba puro discurso cotillón para desesperados por dos tapitas y una libra de carne te llevás esa jaula la corona del rey y un cetro plástico por tres libras de carne más dos líneas de fiebre la estafa del insomnio malabarismo sobre noches violetas te ama tremendamente en los centros de canje por una culpa más un beso indebido cuatro hijos un perro y una úlcera crónica nada es tan grave la vida es un asunto local del trabajo a la cama forrar el ataúd con el salario mudo del fracaso momentos en que llueve sobre la fría seda del recuerdo la ciudad anegada de una tristeza rancia pero cómo te adora te protege por dos libras de sangre más la furia te dan tres aspirinas y una bala
Barco encallado
cuando se quiere oxígeno y hay sólo oscuridad para tragar ¿qué se respira?
cuando se quiebra el cuerpo como un barco encallado en la tardía luz de una bengala
y el ciclo del fastidio arroja contra el muro frontal de la locura la edad de una mujer
cuando la piel expulsa su madera podrida y el corazón bombea su mensaje de náufrago
qué duelo se anticipa al funeral qué desencuentro escarba en la sequía quién anda en esa furia cortando el eslabón que la sostiene en la cordura como unida a un desgarro
Laura Yasan, destacadísima poeta argentina (Premio Casa de las Américas, 2008, Premio del Fondo Nacional de las Artes, 1998, Primer Premio en Poesía Inédita de los premios municipales de la ciudad de Buenos Aires, 2011, y Premio Carmen Conde, 2011, entre otros), visitó Oruro en febrero del año 2010, en el marco del Primer Festival Internacional de Poesía de Bolivia. Realizó lecturas en la Casa de la Cultura Simón I. Patiño, la plaza Castro y Padilla, así como también tuvo ocasión de recorrer la ciudad y presenciar el Carnaval de ese año, junto a otros destacados poetas de varios países. Falleció hace pocos días (en octubre habría cumplido 61 años), en su Buenos Aires natal, dejando un vacío en las letras del continente. Su labor poética, merecidamente galardonada internacionalmente quedará para deleite de los lectores exigentes. Desde las páginas de El Duende le rendimos un sentido homenaje.
El poeta y editor español Rafael Saravia (Málaga, 1978), nos envía este homenaje a la poeta portuguesa recientemente galardonada con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Rafael Saravia
Hay autores que conciben el camino de la escritura como un trampolín mediático hacia la conquista del glamour y el reconocimiento social y otros que saben que escribir no procura nada más que duelos internos por acceder a las cuestiones que vertebran la condición humana.
Hace apenas ocho o nueve meses tuve el privilegio de poder dialogar con Ana Luisa Amaral e intercambiar pensamientos y posicionamientos en torno a lo que la poesía supone para la vida. Todo empezó en la construcción del XVIII Premio Leteo que desde la pequeña ciudad en la que vivo, León (España), entregamos a la poeta lusa. Ana Luisa Amaral es sin duda una de las poetas vivas más importantes que la lengua portuguesa tiene. Es muy triste saber que un país vecino, con el que configuramos nuestra geografía emocional e histórica, esté a veces tan alejado de las realidades vecinales, ciudadanas y, por qué no decirlo, comerciales de nuestro día a día. Hay más conocimiento de la actualidad literaria de Portugal en Bolivia que en España siendo nosotros vecinos sin apenas frontera.
Conocí la obra de Amaral por el también poeta y amigo Juan Carlos Mestre, fue rápido mi interés por su obra y me di cuenta que una poeta de tanto bagaje apenas tenía obra en España. Sus libros se reducían a dos: “Oscuro” publicado en el 2015 por la exquisita Olifante Ediciones y una recientísima edición titulada “What´s in a name” publicada por Sexto Piso que apareció en mitad de la pandemia en el verano del 2020. Había en las redes más propuestas de Ana Luisa en castellano, pero todas ellas publicadas en Latinoamérica.
A raíz de la concesión del Premio Leteo pude hablar, reír, emocionarme y enfatizar en esa postura sobre la cualidad disidente que la poesía debía manejar para que realmente fuese poesía viva. Ana Luisa Amaral ejerció sin duda como una maestra en el arte de la convicción a través de su emotividad. Ella cree radicalmente en eso que de otra manera nos había contado Ciorán del ser humano; Ana Luisa cree que la poesía no vale para nada, por eso es importante, porque al no valer no se puede mercadear con ella de manera impune. En las múltiples conversaciones que tuve con Amaral salí lleno de revelaciones, salí convencido de que ella cree firmemente en la libertad del lenguaje poético y supe que el respeto que le tiene a la conducta poética la convierte en poeta por encima incluso de sus fantásticos textos.
Vitalidad, emoción, disidencia y resistencia para una carrera que se antoja más circular que lineal, así es la trayectoria que ha labrado Ana Luisa Amaral a través de su pensamiento y vivencias.
En este sentido, pocos son los escritores que ansían coleccionar dudas para seguir preguntando a la vida por sí misma. Vivimos tiempos donde la certeza se impone como seña ideológica y el cuestionamiento crítico no tiene ningún valor pues cosecha resultados muy lentos –a veces hacen falta decenas o centenas de años para saber lo que siempre se intuyó desde la duda formulada–. Dentro de este grupo pequeño de amantes de la duda se encuentran normalmente los buenos poetas. Son ellos los que desde ese “no saber sabiendo” que apelaba el querido Juan de Yepes –más conocido como San Juan de la Cruz– fijan el canon de la mirada diaria en esa otredad, a veces cotidiana, que hace que nuestros gestos cobren una importancia y profundidad diferente a la que creíamos entender. No se hace desde la poesía por mero capricho –el juego permitiría triunfar notablemente más si la voraz economía de lo vendible se hiciera libro de autoayuda con estrategias sórdidas y engañosas–. Se hace sin duda por un amor a la verdad tan grande que la equivocación en estos casos es cáliz de redención y nunca perversión por conseguir un lector –una venta– más.
La bonhomía de Ana Luisa Amaral no es signo de descuido o candidez mal entendida. Es una búsqueda de décadas por mejorar la condición humana a través de los gestos mínimos que nos hacen bellos seres frágiles ante el atropello del ego que nos consume. Los poemas que construye en su día a día –me consta que todo para ella es susceptible de convertirse en poema si la palabra precisa sale de la oscuridad que renombra– funcionan como auto cuestionamientos que se extienden desde lo íntimo hasta lo universal de manera fantástica.
Ya escribí no hace mucho sobre los textos de Amaral en una reputada revista española, allí contaba sobre su primer libro en España que eran textos donde la épica, la historia, la reconstrucción de las tradiciones y la búsqueda perpetua se hacían hueco en su producción poética. Ese libro ya vigilaba y exponía parte de las inquietudes humanistas que sacuden la escritura de Amaral, me refiero al título “Oscuro” editado por Olifante Ediciones. De su segundo libro “What´s in a Name”, traducido por la también poeta Paula Abramo dije que es un libro que responde desde la poesía a esa cuestión universal… ¿Qué hay en un nombre? Y el matiz de que el título lleve la palabra “Nombre” en mayúsculas nos hace profundizar más en la intención de la autora: ¿Hay objetividad en el acto o en su nominación? ¿Se puede separar el hecho de nombrar con el hecho de sentir lo nombrado? ¿Hay una única forma de comprender la vida, sus revueltas, sus desbordantes posibilidades? ¿Esa forma de comprendernos es parte de la cárcel del lenguaje?
La humanidad, humildad y derroche de conocimiento –no en vano es una de las grandes expertas en literatura anglosajona con traducciones e investigaciones sobre Emily Dickinson o el propio William Shakespeare por poner algún ejemplo– hacen de Ana Luisa Amaral una voz potente generadora de maestría. Una voz que reconoce al yo poético más allá del sustrato superficial que el ego desarrolla y que amasa profundidad, generosidad y sencillez en dosis inequívocas de brillantez escritural.
Ahora se le ha concedido el XXX Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Un galardón que hace redimirse un poquito al gran corpúsculo institucional que menciona y visibiliza –casi siempre con un retraso pasmoso– la realidad literaria. Ana Luisa se merece desde el primero hasta el último de los votos que la han hecho merecedora de esta distinción y creo firmemente que aporta más ella al galardón que viceversa. No en vano son múltiples los premios que esta poeta acumula y que ella agradece siempre con humildad pero que sin duda cada uno de ellos tienen justificadísima su nominación. Para poco sirven los premios si no es para visibilizar lo importante, por ello este galardón real concedido a una republicana de pro hace que tengamos esperanza en el ser humano –también en el sector editorial– y salgan desperezadas ediciones imprescindibles de Ana Luisa Amaral en nuestro idioma hermano del suyo.
Para que nombrar tenga un significado profundo, para que la comprensión del mundo escape del canon utilitarista, necesitamos personas que tengan la delicadeza de pensar lo nombrable, necesitamos poetas que se atrevan a cuestionar hasta el orden predefinido de lo intangible. O como diría Ana Luisa Amaral:
“Pregunto. ¿Qué hay en un nombre? ¿De qué espesura está hecho si se atiende, en qué guerras se ampara, Paralelas? ¿Linajes, suelos serviles, razas domadas por algunas sílabas, pilares de la historia sobre leyes que en fuego y llamarada se forjaron? extirpado el nombre, quedará el amor, quedaremos tú y yo, aun en la muerte aun sólo en el mito […]”.
Silvia Siller Poeta mexicana radicada en Nueva York. Ha publicado los libros de poemas: De Mariposas y Mantis (2013), Madrugada No. 5 (2015), Tandava con Edgar Smith (2018), Danza de cuatro brazos (2019) y La granada ebria (2019).
I.Granada ebria del Edén
Caricia de yemas sobre fruta rosada, uñas intrusas desvenan tus enredos por la savia de los granates. Quedan mis manos todas pinceladas de tinta carmín. Lamemos el jugo de dioses, huele a claveles que mal entendieron al árbol de la vida y dejaron sus pétalos caer. Granada ebria, granada mística, nos embadurnamos de tu elixir rojo, tinta indeleble que no nos deja mentir en la apertura de los labios del mundo.
II.Amputación
Amputar lenguas para no perturbar la neutralidad del otoño. Rebanar dedos para no escribir el crujido de hojas quebradizas que serán añicos, para no desentrañar más las luces del crepúsculo que parieron escombros que arden en el hielo.
El búho
El búho llama asomo mi cabeza a la ventana, juego a la desgarradura de cobardía con una pizca de sal y una pimienta gorda todo sigue hirviendo
en el ajo de la espada
Ejercicio de manuscrito automático
Apareció el grito de la noche dijo que ya todo está escrito Y los colibríes siguen buscando los colores mientras en tu sien reposa la biblioteca de Alejandría.
Si, es la resaca del tiempo la que me cobija, y aparecen alaridos vociferan que ya todo está escrito y que Dios se aburre, que los poetas se atoraron en los trueques de palabras, que se desmoronaron los minerales de los filtros de los ríos, donde mueren los peces.
Cada arroyo tiene su lenguaje de campana, cada hierba insectos que buscan en la grama cómo distinguir las catarinas. Ya los labios del humus de la tierra succionan los desechos Ya alimentamos podredumbre y dimos de comer hierro y hiel a la ternura de los venados.
Hoy
Se abren las letras cual ventanas que dan a un terreno baldío, al barranco de siempre donde reina la intemperie.
Madrugada
Abrirse a la madrugada, con todos los poros, y palpar la textura de su ojal por donde se deslizan brochazos que trazaron el último impulso, de la noche pasada para estrangular el hierro de las armas y ese último olor a polución. Es un rito, bosque de noche, una música como hallazgo entre ramas, el susurrar del cielo que nos devuelve la fe, aunque fecundada de espectros. Se exorciza un veneno que se multiplica en la carne, desde el aceite de las flores
Todo es posible al principio del sendero, se esparcen las tinieblas vaginales, y nace el sol.
Receta de invierno
Derrite primero el hielo, recoge la piedra, como palabra entumecida por la nieve y la arrastras
Entierra el gato que maulló perdones y se revolcó mientras ponderaba guardemos el ronroneo para nunca que es igual que para siempre
Y suelta de una vez la guillotina: que salpique tu rostro toda la sangre del silencio
A+P = X
Álgebra indescifrable. Llenamos de candados el alfabeto de la noche tras la estampida, tras el cierre de puertas, tras la llave engullida. Hicimos de silencio la muralla, pero no advertiste la aridez de tu boca, que aunque calle la lluvia desea el agua. Hay hilos invisibles en las marionetas del aura. Fue un conjuro de vientos o de astrología, un aliento impregnado al sudor de la memoria. Embrujo temido que callan los labios, y divulga la luz del ámbar y el zafiro. El abrazo pulsó la despedida, de dos lumbres separadas, sin que el fuego o el agua se rindan… Acaso se sacude el vapor de polvo y se esconde la quimera bajo la alfombra.
Los poemas de Siller nombran las cosas con una contundencia peculiar no excenta de lirismo. Son revelaciones que el poema oferente abre al lector como si accionara los secretos mecanismos de la dimensión real de las cosas. Leerla es ser partícipe de un rito de paso, ese momento cargado de sentido que marca el ingreso certero y definitorio al corazón mismo de las verdades reveladas. Silvia es profesora de Lehman College, la universidad pública de Nueva York (CUNY). Fue finalista del concurso Entreversos (2017) de Venezuela con su poemario Los cuatro brazos de Shiva publicado por Nueva York Poetry Press. Su obra ha sido reconocida en el International Latino Book Award 2015 y 2016. Recibió el premio G. Mistral, J. Burgos y F. Kahlo otorgado por el grupo Galo Plaza en Nueva York por su contribución a la cultura latinoamericana en Nueva York en 2015. Ha producido teatro- flamenco con poesía. Es anfitriona del programa de radio “ Diálogos culturales con Silvia Siller “ transmitido los domingos por Callevieja Radio.
En 2014, la Fundación Cultural del BCB publicó dos antologías de cuento y poesía de escritores orureños o residentes en Oruro. En el mes de la efeméride departamental, compartimos los prólogos de aquellas publicaciones.
Descubriendo y redescubriendo Prólogo a Memoria y mañana. Antología del cuento orureño
Portada de Memoria y mañana, antología de cuentos de Oruro.
Martín Zelaya
Este libro es, a la vez, un redescubrimiento y un descubrimiento. De la inmensa altiplanicie de cultivos y socavones al Oruro urbano, distópico de un futuro probable. De lo rural-costumbrista a lo urbano-individualista y disperso. De la pampa al cemento. De la memoria al mañana.
No sé si se puede decir que la cuentística orureña es incipiente. No es prolija ni alcanzó cimas como la poética, claro está, pero tampoco brilló por su ausencia en diferentes etapas históricas y literarias. Prueba de ello es que en esta compilación están representados casi a cabalidad los diferentes niveles y categorías inherentes a la literatura boliviana, léase tendencias y preferencias estilísticas y temáticas; está, además, el hecho de que la cronología de las fechas de nacimiento de los autores –que da orden y estructura a este libro– abarca prácticamente todas las décadas del siglo pasado y la última del siglo XIX
Veamos en detalle estos y otros tópicos, a modo de justificar la selección de estas 17 piezas de 17 narradores, cuentistas que nacieron en Oruro o, en algunos pocos casos, vivieron y produjeron gran parte o la totalidad de su obra en esta ciudad.
De los autores
¿Quiénes escribieron y escriben prosa en Oruro? En este punto toca decir que la invitación de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia para preparar esta compilación dio pie –investigación mediante– a varios descubrimientos y redescubrimientos: hubo que leer y releer decenas de libros, antologías, compilaciones, revistas y suplementos literarios; indagar en anaqueles y estantes de bibliotecas públicas y privadas, y, en algún caso, a falta de las fuentes originales de algunos relatos publicados en ya desaparecidas revistas artesanales, impresas y online, acudiendo directamente a los autores o herederos.
Redescubrimos a consolidados narradores cuya obra, con el paso de los años, se fue perdiendo de vista: Antonio José de Sainz y Rafael Ulises Peláez, por citar dos ejemplos; y “descubrimos” a dos noveles autores cuya aún breve obra augura buenos tiempos para las letras de Oruro: Lourdes Reynaga y Sergio Gareca (este último, reconocido ya como poeta).
En el medio, se encuentran escritores de trayectoria como Carlos Condarco Santillán y Cé Mendizábal, y otros multipremiados y de generación intermedia, tal el caso de Benjamín Chávez.
Del estilo (y su “lugar” en la literatura nacional)
En El toro de Carlos Condarco Santillán y El cuadro, de Cé Mendizábal, se reconoce a dos maestros del estilo: tradicional, con una pluma que recoge lo mejor del romanticismo y el modernismo, el primero; prolijo, fluido, destacado cultor de la prosa contemporánea, diríamos, el segundo.
A partir de ello, cabe señalar que los cuatro o cinco primeros antologados cultivan lo que se vino a llamar lenguaje clásico “cultivado” o “académico” de la primera mitad del siglo pasado; mientras que por la mitad (Calizaya, Mendizábal) ya se empieza a notar la evolución estilística tendiente a una liberación de dogmas formales, lo que da como resultado naturalidad y verosimilitud de diálogos y descripciones (lo que no quiere decir que los anteriores carezcan de estas virtudes).
Ya hacia el final, los autores nacidos en los 70 y 80 destacan por el humor y la simpleza –que no desprolijidad– de su prosa cada vez más mundana.
De los temas y escenarios
Ya hablamos del cómo, hablemos del qué. Un indígena de apariencia frágil y andrajosa, pero socarrón a toda prueba, que porfía hasta el final por ahorrarse unos centavos (El regateo); un despechado y resignado enamorado que escribe una conmovedora carta para exorcizar su amor no correspondido (Para Blanca Coaquira. Donde quiera esté su reino), y una niña artista destinada a vagabundear con su padre en un Oruro del futuro y casi apocalíptico (La casa Pettenkofer).
Bien pueden estos tres ejemplos marcar tres vertientes o sendas. Siguiendo lo cronológico, una vez más, valga reparar en que el costumbrismo: motivos rurales, mineros y de la Guerra del Chaco u otras lides, marca la primera parte. Poco a poco, gana la dispersión, los temas íntimos o de estricto dominio del narrador y/o protagonista, que generalmente se desenvuelve en la urbe; todo esto, tal cual como discurrió la historia literaria boliviana en general.
De la procedencia
En cuanto al origen de los autores, la gran mayoría, claro está, son orureños de nacimiento, aunque más de uno emigró muy joven y desarrolló su obra en otras regiones (Mendizábal, Vargas); hay un par de casos de autores que, habiendo nacido en otras regiones, pasaron gran parte de sus días en Oruro (Sainz, Urquieta) y dos (Chávez y Vadik Barrón), que coincidentemente reconocen no ser de Oruro “por error” pues, hijos de orureños, llegaron a esta ciudad a pocos meses de nacidos, se formaron y vivieron allí y se identifican públicamente como orureños.
En cuanto a la procedencia de estos relatos hay, lógicamente, cuentos publicados en libros de los autores, otros tomados de antologías premiadas, un par procedentes de compilaciones o anuarios y uno solo que durante el proceso de elaboración de este texto estuvo inédito, pero que fue incluido en razón a méritos estéticos, claro, pero además porque cierra –temática y estilísticamente– el círculo abierto por Sainz y su parábola El diamante. Nos referimos a La casa Pettenkofer de Sergio Gareca, que se publicó en el libro Tradiciones del futuro en abril de 2015.
Si en El diamante prima la impronta antigua de escribir con lenguaje exquisito y subordinar la trama a un mensaje o aporte moral (algo común hasta inicios de 1900), en la pieza de Gareca se abre un espacio aún pendiente de exploración: la literatura fantástica, premonitoria y en la que, sin menospreciar lo estilístico, se enfatiza en la propuesta como conjunto: historia, provocación, posicionamiento.
Los antologados
El diamante. Antonio José de Sainz. Taripaco. Josermo Murillo Vacareza. El regate. Rafael Ulises Peláez. Y las entrañas se horadaban. Jorge Barrón Feraudi. La última llamarada. Alfonso Gamarra Durana. El embrujo del río. Luis Urquieta Molleda. La emboscada. Adolfo Cáceres Romero. Chaucer en los Andes. Hugo Murillo Benich. El toro. Carlos Condarco Santillán. Una corona de rosas para Isabel. Zenobio Calizaya Velásquez. El cuadro. Cé Mendizábal. Para Blanca Coaquira (donde quiera esté su reino). Mabel Vargas M. El encantador de serpientes. Benjamín Chávez. Un gólem. Vadik Barrón. El aburrimiento del Chambi. Daniel Averanga Montiel. Estudio de probabilidades. Artículo de divulgación (en edición). Lourdes Reynaga. La casa Pettenkofer. Sergio Gareca.
La música y el viento
Benjamín Chávez
Portada de La música y el viento, antología de poesía de Oruro.
Ordenada cronológicamente, la presente selección, que muestra parte de la obra de 20 poetas –todos ellos nacidos en Oruro–, abarca casi la totalidad del siglo XX y los primeros años del XXI. Dos aspectos la delimitan. El primero, el criterio editorial de la colección que concibe una serie de volúmenes, cada cual abocado a un departamento de nuestro país. El segundo, la búsqueda de obras con sello personal de quienes supieron modular voces propias y reconocibles que han ejercido, en mayor o menor medida, influencia entre sus pares. Asimismo, motivos de espacio, constriñen la selección a un determinado número de poetas y poemas.
La selección comienza con Luis Mendizábal Santa Cruz, poeta de signo trágico, tempranamente desaparecido y cuya figura, algo mitificada, resuena en las calles de Oruro como un referente, al menos en cierto imaginario citadino, de una poesía otrora rica e intensa. Un faro de luz extinguida más allá de la sola referencia a su nombre y un puñado de versos de su extenso poema La fundación de Oruro, que suelen citarse mecánicamente. El último, es el joven poeta Sergio Gareca, cuya labor creativa es un referente de la continuidad sostenida de la poesía escrita en Oruro. Entre esos dos nombres, se ubican los 18 restantes, configurando un corpus vigoroso, donde no es raro encontrar alta poesía.
Si bien no existe, ni existió, un afán concomitante, al amparo de escuelas estéticas o gregarios modos de entender la escritura de poesía, el conjunto muestra, por un lado, las marcadas singularidades de tono y concepción, pero, por otro, evidencia también, la presencia subterránea de ciertas líneas de fuerza que, de vez en cuando, emergen y se hacen reconocibles en aspectos tales como ciertas preferencias temáticas y sus modos de nombrarlas.
Una lectura atenta de todo el volumen mostrará zonas de confluencia. El abrevadero a donde acude la más diversa sed, signada por el espacio territorial (la ciudad de Oruro, el altiplano, las minas…), y la atención a ciertos personajes y aspectos consubstanciales a los rasgos identitarios de esos sitios (los mineros, el carnaval, la Virgen del Socavón, el viento, el frío…), sin que esto signifique que esta antología pone énfasis en ello. Esta, lo remarco, buscó leer poemas que aportan a una plenitud expresiva y a una cualidad estética capaz de subvertir el lenguaje y prefigurar –o en algunos casos lograrlo del todo– un universo poético capaz de dialogar y proponer.
Desde el pensar y sentir intensos, expresados en muy sugerentes imágenes de Mendizábal Santa Cruz, pasando por la poética de tono surrealista y notorio compromiso político de Luis Luksic (que en algunas antologías figura como de origen potosino). La obra cada vez más leída y valorada de Hilda Mundy, lúcida autora de una obra transgenérica genial. O Milena Estrada Sainz, cuya escritura fina y delicada es muy estimada aunque poco leída por sus coterráneos. Alcira Cardona Torrico, de voz recia y telúrica. Héctor Borda Leaño, dueño de un discurso fuerte y combativo que, junto a Alberto Guerra Gutiérrez y Jorge Calvimontes urdieron su poética en torno al mundo minero y lo expresaron en toda su crudeza a través de versos no exentos de ternura. Hugo Murillo Benich, explorador de constelaciones y galaxias nuevas que visita con voz singular; Silvia Mercedes Ávila, que canta a la vida y sus pliegues; Eduardo Mitre, prodigioso poeta de obra absolutamente lograda; Carlos Condarco Santillán, poeta de hondo sentir y erudición apabullante; Eduardo Kunstek Montaño, de poesía elegante, culta y sobria; René Antezana Juárez, poeta de variado registro y amplios intereses; Edwin Guzmán Ortiz, de impecable dicción y elucubración rigurosa y que, junto a Adhemar Uyuni Aguirre, conformó una generación de poetas que perseguía la exquisitez en la poesía.
Generacionalmente menores, pero igualmente intensos, Cé Mendizábal y su poesía fina, pulcra y luminosa; Álvaro Antezana Juárez y su poesía de sensibilidad mística; Eduardo Nogales Guzmán y su profunda visión mitológica del Ande con reminiscencias históricas y de tradición oral; y Sergio Gareca, cuya obra, propositiva e irreverente mantiene viva la llama de la poesía en Oruro.
Con todo ello, el lector tiene entre sus manos, un libro que acaso develará paisajes insospechados, auscultará vericuetos y, también, ojalá, confirmará la importancia de los poetas antologados, así como la pervivencia de varios de los poemas cuyo eco sigue resonando y lo hará aún por mucho tiempo.
Finalmente, puesto que Oruro no es una tierra donde falten poetas, menciono (en orden alfabético) algunos nombres que ocuparían un lugar en alguna antología más amplia o cuya propuesta de lectura difiera de la presente. Estos son: Gladys Dávalos, Marlene Durán Zuleta, Jorge Encinas Cladera, Elvira Espejo, Raúl Espinoza, Elba Mejía Arce, Mauricio C. Michel, Hugo Molina Viaña, Miriam Montaño, Rómulo Quintana, Cinthia Sevillano, Guido Orías, Pablo Osorio, Antonio José de Sainz y Jorge Zabala Suárez.
Hugo Molina Viaña (Oruro, 1931 – La Paz, 1988). Profesor y escritor de Literatura para niños. Miembro fundador de la agrupación de escritores y artistas “Gesta Bárbara” en Sucre (1948), Oruro (1949), Santiago de Huata (1950) y Tupiza (1951) y del Comité Nacional de Literatura Infantil-Juvenil (1964). Presidió y organizó la filial boliviana de la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil (IBBY, 1975-1985). Ha publicado: Palacio del Alba (1955), Lucero de Seda (1956), Martín Arenales (1963), El Duende y la Marioneta (1970), Ratonela (1974), Vicuncela (1977), Viajeros del Espejo (2007), Martín Pescador (2007), Pilicitu Pilinín. Poemas con fonemas quechuas (2008), Poemas para llevar en la mochila (2010).
Martinico
A los niños de San José de Costa Rica
Chico, chico Martinico, baila el tico tico-tico. Es un chico con hocico, que no tiene zapatico. ¿Es Perico? ¿Es el Quico? Manolito, Martinico. ¿Quién responde? ¿Es un conde?… ¡Dónde, dónde pues se esconde! Es un duende y muy duendo, duende, duendo no comprendo. Salta, salta, lero, lero, baila el duende hasta enero.
Manuelito de Seripona
A los niños de Sucre
Del lejano tiempo de Maricastaña, donde por leer tanto se perdió la araña. Se habla de aquel elfo leve como el viento, argonauta blanco de invisible cuento. Dicen que lo vieron por los abedules, volaba aires limpios en gasas azules. Lo arrulló una niña que lo bautizó: Chico Manuelito de mi corazón. De Azurduy a Sucre se fue por melcocha y voló de un gran salto en una garrocha. Le compró a la niña suspiro y merengue, y en aquel entonces ya bailaba el dengue. Manuelito el trasgo el de Seripona, hoy juega la ronda con doña ratona.
Duende Negri
A los niños de los Yungas
Oh, mi Duende Negri cuerpo de jazmín, te diste en la luna tu baño de hollín. Ojos de aceituna, dientes de turrón, luces de bengala en tu corazón. ¿Oh, mi Duende Negri dónde se va usted? A pintar la tarde con un buen café. Y a jugar con duendes de cacao bombón, y a encender diamantes con un buen carbón. Oh, mi duende venga, a bailar aquí, grano de granada le daré un rubí.
El Duende de La Glorieta
Quién no conoce al picarón, es la muñeca su devoción. Con ojos glaucos de Mentisán, y la mirada de celofán. Con un tomate se hizo un sacón, y de lechuga su pantalón. Toca la solfa en el flautín, con la canilla de condorín. Si tú no has visto al cabezón busca un sombrero en un rincón.
El cucu
El viejo cucu era el espanto, si no dormías estaba al tanto. ¿Quién era el cucu?, ¿quién lo sabría? que nunca vino hasta ese día. Pariente fuera de trucutucu, ¿o era tan sólo como un ancucu? Aquel don cucu se fue al rincón, a cazar moscas y un moscardón. Así no vuelve a tu canción, y tú te duermes como un lirón.
Elfo azul
Trasgo rosa elfo azul duende blanco de abedul. Seda y dalia tu capuz, tu sonrisa lampo azul. Eres lirio del portal, niño estrella de cristal. Trasgo rosa elfo azul duende blanco de abedul.