Los manjares compartidos de la literatura

Una lectura de un libro de lecturas. A propósito de Vetas literarias. Ensayos de un ensayador potosino (Plural, 2022) de Diego Valverde Villena

Martín Zelaya Sánchez

Clarice Lispector, una pantera que devora conocimiento, experiencias y refleja luz. Jaime Saenz, propiciador de un Aleph propio –hecho de libros, discos, maquinitas, antigüedades y cábalas– que se traduce luego en sus incomparables páginas. Octavio Paz, gestor de encuentros y re-conocimientos.

Libro sobre lecturas y lectores. Y también sobre escritores. Algunos dirán que este tipo de textos –permítanme ligarlo sobre todo con Sergio Pitol, pero también con Monterroso y algo de Magris y Vila-Matas– son solo de interés de académicos y literatos. Falso. Libros como Vetas literarias. Ensayos de un ensayador potosino (Plural, 2022), de Diego Valverde Villena, son un regalo para todo buen lector; entiéndase de aquel que disfruta de hallar y aprehender nuevas formas de leer.

Valverde agarra sus lecturas, intereses y estados de ánimos de un momento específico –y del todo general también– y los vacía en estos textos, que no son sino momentos, guiños e ilaciones de su bagaje. Pero, además, dialoga con sus lectores y sus lecturas. Es un facilitador de experiencias, descubrimientos y redescubrimientos. Es, entonces, un disfrute leerlo e interactuar con sus propuestas, desde momentos, lecturas y bagajes comunes.

“Siguiendo al padre Montaigne –sostiene en el prólogo– intento no hacer nada sin alegría: todos estos ensayos son hijos de lecturas epicúreas. Nacen espontáneamente del gesto de convidar los manjares de una mesa, que se vuelven irreales si no son compartidos”. (10)

Un capiango en Sicilia: Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Leopardos-felinos-Lampedusa. La relación entre libros y comida, el amor por ambos. Y las pasiones, queda claro, del autor de la soberbia El Gatopardo.

“Para un felino de los libros, la lectura y la comida son dos variantes del alimento. Y ambas actividades se disfrutan con el mismo placer sensual. No ha de extrañar, pues, que Lampedusa, al clasificar a los escritores, los divida en dos tipos de características tan significativas como grassi, “gruesos” y magri, “delgados”. (13)

Sobre un poema de Álvaro Mutis encallado en algún lugar entre Cartagena y Antioquia

Un poema desechado y olvidado por su propio autor, tiene aún mucho por dar. A veces una (buena) explicación de la poesía, vale. Por más que se diga que esta debe sentirse, no racionalizarse. Y por más que, generalmente, acercarse y disfrutar la poesía debe ser una labor individual.

En sus pesquisas bibliófilas, Valverde dio con “N. N. Baronet se rehúsa a morir en Cartagena de Indias”, un poema desconocido de Mutis en un libro de poca circulación y nunca más recogido en su obra “oficial”.

¿Cómo pudo habérsele escapado una pieza de uno de sus grandes referentes a un ubicuo lector y escudriñador como es él? Tras un detenido análisis y conjeturas, concluye que “los colores del navío ‘N. N. Baronet…’ son tenues. El óxido los ha trabajado hasta conferirles unos matices muy sutiles, que casi se confunden con el viento marino. A veces el poema puede parecer un espejismo. Por eso ha pasado desapercibido tantos años, esperando su avistamiento”. (22)

Octavio Paz, cosmógrafo

Paz como descubridor / canalizador de libros y autores. Crítico innato sin ser esta nunca su vocación o intención.

“Octavio Paz, ¿un poeta ensayista o un ensayista poeta?”, escribe Valverde para abrir el texto. Y poco después resuelve que “…es el Paz lector, del que nace todo” (23). Tras rememorar una serie de historias y anécdotas “literarias” en torno al Nobel mexicano: encuentros, desencuentros con escritores, artistas; lazos y descubrimientos propiciados; incursiones y recomendaciones, nos convence de que “…Paz reivindica ese oficio de lector-puente, de lector-zahorí, de lector que abre caminos y recupera sendas. Un oficio que solo un creador puede realizar a la perfección”. (27)

Intersección Bruckner: Jaime Saenz se encuentra con Sergiu Celibidache

Saenz escribía –concebía, creaba– en estrecha relación con su entorno inmediato, sus cuartos que casi no variaban de casa en casa; sus mesas, fotos, relojes, porcelanas y mil cachivaches.

Germanófilo acabado, pronto descubrió que más que los escritores (Mann, Goethe), le acompañarían para siempre y serían fundamentales en su obra los músicos: Bach y Bruckner, ante todo.

Tras trazar un recorrido por historias, vivencias y escritos del autor de Recorrer esta distancia, y, más sucintamente del músico rumano, y tras engarzar paralelismos en sus improntas y obras, advierte que ambos estuvieron al mismo tiempo en Berlín en 1939. Y especula: “¿Se habrán cruzado ante el semáforo de Potsdamer Platz? ¿Se habrán vislumbrado por un segundo en Unter den Linden? ¿Habrán coincidido en un concierto de Furtwangler en el Titania Palast? ¿Se habrán reconocido sin saber quiénes eran?”. (41)

Hay que leer a Saenz como si leyésemos / escuchásemos una partitura / sinfonía de Bruckner: más lento, paladeando, sentipensando cada momento. 

Joao Cabral de Melo Neto, el niño lector del ingenio

Políglota, lector voraz. Renacentista. Poeta. Escribía, ante todo, sobre sus lecturas; o, más bien, en sus escritos no podía dejar de lado su mente crítica y creativa; era un lector total que concebía la vida-literatura-escritura como una máquina o, mejor, un juego que resolver.

“A Cabral le habría encantado conocer Potosí. Él, que hacía poemas-máquinas para entender cómo funcionan los poemas máquinas, habría estado fascinado de imaginar esa ciudad hecha de ingenios, surcada de engranajes, fuelles, molinos, ruedas, alimentada por catorce lagunas artificiales. Habría intentado revivir los artificios mecánicos recitando como fórmulas mágicas otras máquinas perfectas: los poemas del gran hacedor Góngora”. (59)

Cuando las panteras leen: Clarice Lispector

Clarice descubrió una nueva forma de leer: dejar que sea el libro el que la lea a ella.

“Cuando las panteras leen, se miran unas a otras queriendo descifrarse, descifrar el mundo, descifrar la vida (…) No es fácil leer de verdad. Leer es mirar un libro a los ojos. Leer es permitir que un libro te mire a los ojos”. (61)

Una tradición propia

La universalidad de la literatura. En este texto Valverde explica su libro y más: sus búsquedas y motivaciones como lector y poeta.

“Cada escritor va forjando su propia tradición, su propio país literario, a golpe de lecturas. La curiosidad y la intuición van creando ese Imperio Literario que es el bagaje de cada creador. Guiado por su curiosidad el escritor agranda ese imperio privado que no tiene más límite que el horizonte” (72), afirma y cita tanto a Cortázar como a Rubén Darío, Jaimes Freyre y el propio Saenz, pero sobre todo a Jesús Urzagasti, si hay algún buen paradigma ontológico hombre/escritor.

¿Les dicen algo estos breves párrafos? ¿Algún guiño sobre un libro hace mucho o hace poco leído, tal vez? ¿Alguna intuición o especie de deja vu, quizás? ¿O más bien, una extrañeza o, simplemente, nada de nada?

Esa es la idea de estas líneas: propiciar una conversación más amplia, una convergencia con nuestras propias referencias y referentes: entiéndase libros-escritores-lecturas. Y que así se cumpla el círculo.

«Para alguna vez cuando oscurece», poemario de Benjamín Chávez

Edwin Guzmán Ortiz

Un conocido apotegma de la lingüística reza que el contexto define el texto. Y es lo que precisamente consideró en la parte prologal del libro, nuestro caro amigo, Cachín Antezana. Entre no pocas precisiones y echando mano  al  recurso del atajo, deja entrever la diversidad de preocupaciones, recurrencias y escrituras que forman parte de la obra de Benjamín Chávez. En efecto, más que simplemente el cultivo de una población heterogénea de discursos y de obsesiones, se manifiesta un desdoblamiento simultáneo de escrituras que buscan representar y escudriñar el mundo. Poética, narrativa, ensayística, etnológica y testimonial, su palabra, se abre a través de diferentes formas de escritura, y desde una preocupación múltiple, a esa vocación por develar las cosas del mundo.

Bajo la misma concepción plural, en su reciente poemario de Benjamín, Para alguna vez cuando oscurece (Editorial La Mariposa Mundial /Plural Editores-2022) el mundo se abre a la manera de un caleidoscopio, donde lugares y circunstancias dan cabida a una experiencia creativa de alta intensidad poética. Si es posible identificar una matriz fundamental en este poemario es la experiencia del viaje, esta permite que se habite tiempos y espacios disímiles.

Para el poeta, el mundo es un espacio abierto, un lugar para ser transitado y habitado, simultáneamente. Así, de pronto – en la “Caja Versalita” se yergue el taller, como espacio creativo; la movida de la escritura que inquiere, sobre el planeta de la mesa, grabados, papeles, cartografías, en medio de una ritualidad que conjuga el eco subrepticio del mundo a través de una escritura vital que se abre al deseo. Leer/ escribir, modulaciones del viaje sobre el territorio de la lengua. En un primer momento se inquiere el hondo periplo de la escritura, las posibles rutas del poema y la cabilación que se desprende de las intensas faenas sobre la página. De ahí es que esta experiencia abra en el tiempo circunstancias donde el oficio va desde los modos íntimos de la creatividad, hasta la eclosión de una escritura que avanza impertérrita abriéndose a los cuatro vientos. Camino del oficio y desafío sobre la cuerda floja de la escritura.  

Desde esa fusión, entre la cavilación, la circunstancia, la visión  y la lucidez, dice el poema:

“Escribo lentamente frente a la luminosidad de la pantalla

hay sobre la mesa una copa de agua y un cenicero

Las teclas aguardan, no el caer, un posarse apenas

De la yema de los dedos

(Ese flujo de las letras y ese recóndito allá que es toda escritura)

La lectura como viaje, el viaje a sí mismo, el viaje dentro el propio lenguaje y el recorrido por habitaciones, paisajes, caminos, carreteras, ciudades y, ¡cuándo no!, el viaje por los vericuetos de la memoria.

Sin dejar de lado ese universo creativo, en la segunda parte del libro, “Opúsculos sobre un país realmente mejor”, Benjamín Chávez, opta por otra forma del viaje, se multiplican los espacios: y el espacio se expande aterrizando en tiempos del viejo historiador, Herodoto, hojeando un atlas, o en tiempos de la colonia, con Ludovico Bertonio conversando sobre cosas de indios con Bernabé Cobo. Los poemas atraviesan los umbrales del tiempo. Y así cabila el poeta frente a un abeto y la nieve en Tartu, o sobrevuela el encuentro entre Heidegger y Celán que terminó pariendo un poema para bien de la literatura, o, acaso, algo más íntimo como las erógenas formas segregadas por el lienzo, en medio de una conversación con Raúl Lara.   

Poemas que se apoyan en el testimonio de textos que iluminan el lenguaje, asaz, cifrado del poema. En efecto, Benjamín nos recuerda que detrás de cada poema hay un mundo, un tiempo y circunstancias que soplan fragmentos de la memoria, entre metáforas y alegorías. Un mundo, no menos intenso, de lecturas y autores que hablan desde algún lugar del recuerdo y cavilan, y piensan sin ambajes pedazos de la realidad. De este modo, a la manera de un diario, un doble registro se abre y el poema deviene del testimonio y, al mismo tiempo, lo consagra, fijando acontecimientos con nombre apellido, lugar y fecha. Habitáculos, lecturas, personajes que son, un poco de vida, y lucubraciones lugares, tiempos, y la memoria como periplo que resignifica el paso del tiempo. De la finca de Cotochullpa en Oruro a una cálida noche en la Amazonía. Viajes autobiográficos contenidos por las redes ambivalentes de lo memorable. Espacios que se prolongan en la densidad reflexiva de la interrogación y la conjetura. Acaso, incluso, del derrumbe cotidiano, leemos en un poema:

“Isla íntima y privada

privada del olvido de las batallas

 tierra negra del destierro

consuelo de la última copa de vino”

Y de la blanca bóveda de Ostuni al peinado por los barrios de La Habana, o las aguas mecidas por la corriente e Humboldt, se abren poemas que poseen una historia, que retratan un tiempo que cuaja en la memoria. Y “aquí a lo lejos”, poemas evocados, música de fondo, alegorías y pasos, pinturas y museos y arquitectura que atraviesa el poeta, tornándolos imperecederos. Paseo baudeleriano por lugares, que bajo la impronta del poema, se tornan espejos jadeantes del tiempo transcurrido.

En la tercera parte del poemario: “Para alguna vez, cuando oscurece”, los poemas sin dejar de viajar mundos sucesivos, rondan una atmósfera más personal. Periplos por la intimidad, el aura acariciado por Caravaggio o Fra Angélico – por supuesto que hay artistas y obras que más allá de los museos habitan entrañablemente el anhelante yo- y son en nosotros con nosotros. 

Lluvia antediluviana, mano leída y escribiente, los misteriosos actos del Yatiri en medio de hojas de coca arrojadas al azar para una “Lectura vegetal, lana, rezos, alcohol y esa/ rara cosa llamada fe”, y al reverso de esa postal de infatigable errancia, leemos “ Acaso eso sea todo/ tibieza y canción de cuna oída apenas/ en medio de vías desiertas y paisajes olvidados/ hasta el final/ —por muy lejos que creamos haber llegado/ como un susurro que adormece”

Benjamín trabaja sugerentemente su escritura, su poesía ostenta una fina vena vinculada al rigor clasicista pero, alternativamente, se enfrenta a decir el mundo de un modo renovado: acordes alusivos, paréntesis, acoplamientos, traslapamientos semánticos, reinvención de las formas, alquimia verbal, metonimia del asombro, tallando una poesía borboteante y culta, de cara a este tiempo. Su palabra nos transmite la experiencia del tránsito, el valor del encuentro, el albur de tejer lo memorable, también nos convoca a compartir el fuego de la contemplación y la revelación poéticas. Desde su palabra, Chávez nos transmite las resonancias del mundo, la inmersión extraterritorial que trasciende las fronteras. Errar, otra forma de habitar este mundo ancho y ajeno. 

Así el vasto recorrido del viaje, lejos de toda forma de exilio o extravío, es un reencuentro con el otro, y con el propio yo que anhela – desde la intimidad que late al unísono con la luz del medio día, o desde el otro lado del poema- la trascendencia y la experiencia del tránsito. “Soy el eterno discípulo que el maestro ignora”, escribe.

La escritura de Benjamin Chávez, en Para alguna vez cuando oscurece, es hálito que abraza el mundo, y más que la soberana gesta del triunfo del poema sobre la usura y la obsolescencia, es sin duda un acto de fe.

Apuntes a propósito de «Los Viernes Santos», de Silvio Mignano 1

Cergio Prudencio

UNO. Me deja una impresión de bitácora. Cada poema testimonia lugares o circunstancias, que juntos configuran un recorrido, un tránsito, un devenir de doble dirección: primero, hacia territorios, países, ciudades o campos del ancho mundo material; y luego, hacia ámbitos de la interioridad subjetiva o inmaterial de quien escribe. La ubicación en el espacio, de cualquier naturaleza o carácter, es una constante escritural, por lo que la lectura lleva al lector de un lugar a otro junto con el navegante-poeta que va de aquí para allá, y de allá para más allá, etc., deteniéndose a veces en pequeños recintos de la cotidianidad, a veces en vastas geografías. Y de cada estación deja una constancia.

DOS. En Los viernes santos, el rango poético (por así llamarlo) es siempre una consecuencia de procesos literarios. Me explico: de manera general encontramos un lenguaje fuertemente narrativo, o – más bien – descriptivo. La escritura se detiene en detalles, ya sea ambientes, o personas/personajes, o cosas, o arquitecturas, con las cuales el cronista-poeta entabla una relación, un vínculo, y hasta una atadura. Consolidado este recurso, (casi) siempre luego lo abre mediante quiebres o disgregaciones de la realidad concreta. Es en este punto donde lo que llamo “rango poético” se manifiesta como una revelación inmanente o intrínseca a las objetivaciones descritas, subjetivizando extraordinariamente el lenguaje.

Los Viernes Santos

Sobre el mar, hacia el promontorio,

hay una luna llena que, en Gaeta,

transforma en cobre el agua negra

y recorta la fronda a los pinos

como vagos gigantes adelgazados.
Adentro, en la sala de mi madre,
la luz azulada de la televisión
transmite la misma luna en Roma
sobre el Coliseo, en la Via Crucis,
entre las multitudes que escuchan en silencio

las palabras de algunas mujeres en negro.

Ignoro si haya luna llena

en el barrio de Obrajes, esta noche:

sé que habrá hombres que llevan

trapecios de madera y rosas, y velas,

cuerpos del Hijo y lágrimas de Madre,

y en un rincón, del lado oeste,

faltaré yo, no estaré mirando,

no tendré miedo de que se vuelque

el peso que me grava sobre el corazón.2

TRES. Los viernes santos podría ser también un diario íntimo, que toma la observación como método. Observar, más allá de describir, aquí es atender y conectarse con las cosas que ocurren por rutina o por azar, en el entorno inmediato o en el lugar al que se llega, o por donde se transita impensadamente. Observa lo que observa el escritor, con la acuciosidad de un científico-poeta (si vale el término). Observa, y en el acto de observar se descubre a sí mismo como parte de lo observado.

Al Trionfale

Se consumen –dice la señora en el mercado–

hasta que quedan las fibras y poco más,
y no se entiende si habla de hombres o verduras,

si por allí el arrastrarse de pies y de carritos

alude como fraseo a un tiempo próximo,

cuando todo este espacio será eco vacío.
La florista, sentada con los antebrazos en las rodillas,

afirma que los filósofos todavía no han entendido
y que el pavimento estriado de residuos y aceite
se asemeja a nuestro rostro más que cualquier tratado
:

lo ve –observa– si usted pasa la afeitadora por las mejillas

se lleva tallos de apio y girasoles,
y lo que queda es pura esencia, es su espíritu.
Sin embargo uno no se refleja en el linóleo opaco,
sería muy fácil, como en la tibieza de su baño:
aquí en cambio esta solo consigo mismo, debe flotar
.

CUATRO. La cuarta impresión que me deja la lectura es una consecuencia de la anterior. Veo que, pasado el umbral de descubrimiento propio en el acto de observar hasta observarse, se dispara inmediatamente la imaginación hacia esferas utópicas, irreales o surreales, un campo en expansión que alcanza o aprehende “lo poético” en su dimensión más libertaria. Libertaria en el sentido de eximirse de la lógica o el sentido común, instaurando la abstracción como posibilidad casi única de tocar la verdad. Paradójicamente, es aquí donde inicia Los viernes santos, en la abstracción, con este primer poema:

La obstrucción de los cuerpos sin contenido

Lo que importa no es la fuga de la curva
que impregna todo estado de sombra.
Pero es verdad, es allí que terminamos deglutidos

–o nuestra mirada, en lugar de las piernas–
en aquel pasadizo de espesor cóncavo

rectangular a pesar de ser arqueado:
pero lo que cuenta hoy es el volumen
el paralelepípedo de madera olorosa
doscientos centímetros por cincuenta
la mesa sobre la que comimos todos

el ataúd dentro del que nos deslizaremos

la oscuridad de tierra que hemos soñado.

Sin embargo quizá no es siquiera esto:
es que el diseño se hizo muy bien

las distancias entre las líneas y su trazado
son prueba de la armonía que aún queda
entre el gris y el marrón de la ausencia,
y la inutilidad de los hilos de hierba nos redime.

Es a lo largo del gesto del moverse

zigzagueando en el claro corredor

teniendo que inventar las trayectorias
a través de la obstrucción de los cuerpos
sin contenido que comprendemos la intuición más banal:

la caída de un cuerpo en movimiento vertical.

CINCO. Tomo casi al azar un poema en el que podrían confluir las cuatro coordenadas señaladas previamente.

La posibilidad de una cigarra

Ante el portón, en una calle de doble vía,
en el verano metropolitano asado de sol y asfalto,
me di cuenta (casi amanecía, el tráfico
era todavía una hipótesis dejada a los adivinos)
de que los plátanos sonaban, acompañándome los pasos:

una sonaja susurrante tocada en sibilantes y fricativas

centenares de cigarras escondidas en las ramas a lo alto,

o quizá menos, nunca se puede decir.
Su canto, si es un canto, es algo dúctil
que se adecúa, o adecuamos, a las necesidades:
una y otra vez obsesiva cacofonía casi violenta
martilleo
que se posesiona de los huesos temporales

o quizá una métrica sobre la cual construir

hasta un canto una cantinela loca.
Me embargó el asombro encontrarlas aquí

lejanas de mi jardín meridional

de los acantilados sobre el mar, de los ligustros cálidos:

pensé que tal vez las escuchas tú, en la isla,
que son las mismas, o unidas en alianza,
que intercambian los roles y las partituras

e incluso que escuchamos la misma música.

Aquí, lo audible, lo sonoro entra en protagonismo; espacios alejados se conectan entre sí a través de esa constante sonora. Pero también, de un diálogo con alguien, lo que a su vez constituye una característica de la obra: el otro como interlocutor, que a veces es otro (¿otra?), efectivamente, y frecuentemente sería el poeta mismo, encubierto en tercera persona.

Los viernes santos es una obra que admite diversas lecturas, algunas de las cuales yo apenas apunto aquí, dejando pendientes aspectos estructurales como el sentido de las secciones de la obra, que delimitan perspectivas o campos temáticos; o la cuestión fonética y rítmica, tan difícil de traducir considerando la esencialidad fonética y rítmica del idioma italiano. En fin, será tarea para otra circunstancia, y seguramente, para alguien más versado que yo en cuestiones literarias.

Gracias a Silvio Mignano por traerse a Bolivia de vuelta siguiendo el recorrido que su propia poesía le marca inexorablemente.

1 Palabras de presentación de: Los viernes santos, Silvio Mignano; español-italiano. “Alliteraïon Publishing 2020, Miami, EEUU, en la Feria Internacional del Libro La Paz, 11 de agosto de 2022

2 Todos los resaltados de CP

Once o más latiguillos sobre «El amoroso cultivo…» de Giovanni Bello

Juan Carlos Ramiro Quiroga

“Marx me habló en sueños y me dijo que la lucha de clases continúa”

1. Podría ser gratuito. Podría ser casual. Podría ser planificado. Podría ser un imperativo autobiográfico. El amoroso cultivo de los defectos personales (La Paz, Nuevos Clásicos Editorial, 2020), de Giovanni Bello se juega el pellejo, se ajusta el pelambre y se acomoda el cogollo en el paradigma metonímico que ha generado Antoine de Saint-Exupéry en El Principito. Sobre todo, en eso de las estampas o dibujos, que parecen seguir el principio aquel que fue delineado por Lewis Carrol en Alicia en el país de las maravillas: “-¿Para qué sirve un libro que no tiene ni grabados ni diálogos?- pensaba Alicia”.

2. Aunque en el libro de Bello, poeta y ensayista paceño nacido en 1988, solo es un tic literario o acaso cierta veneración a esa magnífica obra de navegación aérea escrita por un autor francés. Sea como fuere, hay cinco sombreros que anteceden a cada planteamiento poético. Cinco sombreros digo porque precisamente son esas apariencias que vislumbro en esos dibujos. Podrán objetarme lo contrario y habrá grandes razones para hacerlo. Lo único que observo ahí son sombreros de diverso uso o nivel social… A saber, el sombrero de bruja (pág. 15), el sombrero inglés típico de la corte (pág. 23), el sombrero encantado de Hogwarts (pág. 31), el sombrero que recuerda a Dalí un poco, aunque más a Van Gogh (pág. 43), y el sombrero que muestra simpatía con Cinderella (pág. 49). (Podéis verlos aquí: https://symbolscrashingeverywhere.tumblr.com/).

3. Recurrente y con un sutil conocimiento de la anáfora o de la repetición, cada planteamiento poético de “El amoroso cultivo de los defectos personales” interpela directamente a nuestro animal interior, al que hemos dejado olvidado en el fondo de un pozo o fosa común, que a veces despertamos por beber copas demás o por gozar cierto brebaje indigno. En esta educación musical es más importante reconocer nuestro lado salvaje o punk.

4. Todos hemos rodado en esas mazmorras y hemos visto escapar reluciente a nuestro animal interior, cada vez más fuerte, cada vez más cuerdo, cada vez más fascinante y cada vez más afable. El liberado por Bello es como el de Franz Kafka, un animal domesticado. Permítanme decirlo claramente: el amoroso cultivo de los defectos personales. He ahí el método.

5. Sospecho que ese animal descrito por Bello no tiene ninguna cercanía con el ente luminoso del Fausto delineado por Goethe: Mefistófeles quien se hurta a Margarita, sin lograr llevarse el alma de aquel. Ni la tragedia ni el trueque por la eterna juventud motivan el juego verbal en El amoroso cultivo de los defectos personales. No tiene esas caídas morales tan definidas entre el bien y el mal.

6. Quizás el libro de Bello tendrá más familiaridad con la concepción de insectario de ese otro escritor alemán que ha definido a perfección qué somos en realidad en los breves instantes de la existencia, cuando al amanecer abrimos los párpados y nos decimos: he apretado el botón reiniciar. “Al despertarse una mañana Gregorio Samsa, después de un sueño nada reparador, descubrióse a sí mismo convertido, dentro de su propio lecho, en un gigantesco insecto”, dice Franz Kafka en La Metamorfosis.

7. He ahí otra de las claves de lectura de El amoroso cultivo de los defectos personales en las que no voy a profundizar aquí. Solo las voy a anotar. Creo que Bello se interroga cada mañana ante un espejo cuya respuesta casi siempre es un encapsulamiento. Un encerrarse en sí mismo donde no solo la concepción kafkiana se ve fortalecida sino también la concepción tautológica de Lewis Carroll: “Somos animales cautivos en el reflejo de un espejo interno”, dirá Bello tras tratar de escribir un cuento –no un poema– que comience con un dolor de muelas, pero de las muelas del alma. ¿Qué clase de metafísica es esta?

8. Como La Metamorfosis de Kafka, El amoroso cultivo de los defectos personales está escrito bajo un estricto pesimismo, y al parecer no padecería aquella cuarta locura que anotaba Michel Foucault en la Historia de la locura: la melancolía. Estas líneas destacadas por Bello prueban lo que afirmo: “Todo procede conforme al estricto pesimismo de nuestros gendarmes: los animales han renunciado al ejercicio ingenuo de la melancolía”.

9. Desde esa perspectiva, los recursos poéticos que enumera Bello en su libro son otros. No se cultiva en lo estrictamente literario ni en los jardines de algún Museo de Historia Natural. Está en los videoclips, en el cinema, en Patti Smith, en Lichtenberg, en Cioran, en Cristóbal Colón, en Zabriskie Point, en Pascal, en Thomas Hobbes, en Angelus Novus, en Marx, en Kurt Cobain, en Los abuelos de la nada, entre otros. Va a la deriva entre el régimen de turno, el libre mercado y los balcones suicidas. “Nadie nos dijo que éramos juggernautas a la deriva”, dirá el autor de “El amoroso cultivo de los defectos personales”.

10. ¿Qué le decimos a diario a nuestro animal interior? Según Bello, lo tratamos como un espejo adonde expresamos nuestros deseos o imposibilidades personales: “Quisiera enumerar los parques de mi infancia”, “Lo admito, siempre he querido ser un thrasher adolescente sobre una patineta” y “A veces quisiera ser un fanático enceguecido, volver a conocer el mundo a través de las biopics sobre Kurt Cobain”. En otras palabras, El amoroso cultivo de los defectos personales es la constatación de una situación terriblemente real: “Nada nos pertenece a este lado de la pantalla. Tengo la sospecha de que entre la ausencia total y la plenitud absoluta de la presencia hay un prado donde pastan los animales más tristes.”

11. En el estricto lenguaje de Bello todas esas expresiones de deseos que marcan el elan vital de El amoroso cultivo de los defectos personales no son más que “oscilaciones entre la desidia criolla y la metafísica del roquerismo trascendental: así de frágil es la infraestructura de lo cotidiano”.

12. En fin, El amoroso cultivo de los defectos personales también es heredero de la inteligencia poética que plantea maravillosamente T. S. Eliot en La tierra baldía. Giovanni dibuja su fraseología literaria por la que circularía su eficiencia y sustento poético y describe las líneas por las que las lecturas deberían evocar su libro. Exhibe la infraestructura intelectual en la que se fundamentaría el poema. Bello opera como Descartes: Cuestión de método. Cogito ergo poema.

Diario de pandemia, de Alfonso Cortez

Texto leído en la presentación de la referida obra editada por La Hoguera, durante la Feria Internacional del Libro de La Paz.

Mariana Ruiz Romero

Generalmente, cuando nos toca presentar un libro, tenemos que presentar al autor, primero, y al contenido del libro, después. Sin embargo, en esta ocasión, encuentro esta división entre tema y autor muy difícil, porque este diario –a veces íntimo, y a veces tan sorprendentemente universal– me ha traído muchas dudas respecto a quién es verdaderamente Alfonso Cortez. ¿Es un periodista? ¿Es un esposo, hermano, amigo, abuelo? ¿Es un camba, nomás?

Indudablemente estudió periodismo, e indudablemente ama ser abuelo, como lo repite muchas veces en el libro (la segunda oportunidad, la chance de ser como un padre de nuevo, pero en versión mejorada, con mimos y sin tantas responsabilidades), pero también es un ávido lector, introvertido y renegón, que usa los libros y las bicicletas como escape de nuestra dolorosa e hilarante realidad.

Quienes amamos la lectura y vivimos en Bolivia vivimos permanentemente con la cabeza partida en dos: miramos con incredulidad el realismo mágico de nuestros políticos y nuestras instituciones, y soñamos permanentemente con el afuera, con las mejores versiones de la humanidad a las que podríamos aspirar, si escucháramos un poco al otro. Todos los libros son soliloquios, conversaciones que mantenemos con autores vivos y muertos, quienes ocupan un lugar distante y sonoro en nuestra experiencia sensorial. Leemos para saber quiénes son los demás y, también, para saber quiénes podríamos ser nosotros.

¿Y, por qué escribimos? Es una labor tan solitaria que nos sorprende cuando nos leen. Escribimos en primer lugar para nosotros mismos, para dejar constancia de lo que nos pasa por la cabeza y en el corazón. Y nos alegramos cuando llegamos al lector, porque estábamos buscando un interlocutor.

Este diario fue escrito entre marzo de 2020 (el peor número, más malo que el 13 y el 666) y marzo de 2021, periodo en el que en este país y en el mundo pasaron muchas cosas. Recordarlas, junto a Alfonso, implica sorprendernos: ¡ya hemos olvidado tanto, en defensa propia!

Este no es un compilado de artículos periodísticos, ni de chistes relacionados a la pandemia, ni de reseñas de libros. Tiene un poco de todo eso, pero, más que nada, este diario es una conversación y un registro de una época oscura, a la que Cortez ilumina con sus reflexiones. Hay momentos de desesperanza terribles, y hay momentos de esperanza conmovedores. Nos invita a acompañarlo y a recordar, junto a su vivencia, nuestras propias experiencias tras el encierro del confinamiento y las posteriores olas de violencia, enfermedad, muerte y decepción que vivimos en estos años.

Nos invita a recorrer con él algunos de los paisajes de su amada y denostada Sucupira, y también a recorrer algunos libros que le salvaron la vida en el encierro. (¡Qué lector voraz!) En Bolivia siempre quien lee queda como presumido ante los demás, porque nuestras estadísticas indican que en el país no se lee mucho. En otros lugares es normal, y no deja de asombrarme ver a gente de todas las edades aprovechando el transporte público para enfrascarse en la lectura.

Sin música, sin libros, sin plataformas streaming creativas, no habríamos podido sobrevivir al aislamiento. Sin la solidaridad de nuestros parientes, que armaron miles de kermeses para comprar oxígeno e insumos, y sin la indolencia de nuestros sucesivos gobiernos, no habríamos vivido en el país esta tragedia universal de la forma en la que la vivimos.

Alfonso ha descrito su realidad en el transcurso de 12 meses, y nos ha mostrado facetas nuestras a lo largo de todo ese recorrido. Con humor, a veces con desesperación, pero siempre con ganas de mirar hacia el futuro, nos invita a recorrer con él su Diario de pandemia. Les aseguro que uno sale transformado de esta fascinante experiencia lectora; riéndose y maravillándose de uno mismo y de nuestra idiosincrasia.

La mirada infinita de los seres diminutos

Texto que la autora leyó en la presentación de Insectario (El Cuervo, 2022) en la Feria Internacional del Libro de La Paz.

Portada de Insectario, El Cuervo.

Sulma Montero

Estoy emocionada al presentar los poemas que componen Insectario, de Juan Pablo Piñeiro. Los percibí después de la noticia de su cercanía a través de un sueño en el cual una gran luz aguamarina nacía incólume, trastocando la noche de los tiempos. En la atmósfera flotaba el aroma inconfundible a tinta de imprenta. Agudicé la visión y advertí lo que presentía: era evidente que se fraguaba un libro y, como si el rumor de las hojas fuera el movimiento de las alas de un animal diminuto, me parecieron destinadas a consumar un fuego por el momento invisible.

De pronto, de la penumbra, emergieron grabados antiguos de insectos que despertaban para comunicarnos su estadía en la Tierra. Era la aparición cósmica de una voz que surgía en los entresijos de lo onírico y crecía, mágicamente, desde lo más pequeño, mediante un juego de líneas y letras que se metamorfoseaban al descollar en una conmovedora oración.

Me quedé pensativa, esperando el primer libro de poemas de mi amigo. Me llegó pasado un tiempo, por WhatsApp, con el sello de la editorial El Cuervo ydedicado a su madre. Maravillada por el claro color de la portada y las ilustraciones creadas, cual filigranas, por Mario Piñeiro para cada una de sus partes; admiré los collages donde se muestran, dueños de sí mismos y exponiendo su intimidad, los insectos, que nos invitaban a participar de un delicado y bizarro microcosmos en el infinito de la página.

Sumergida en la lectura de los 23 poemas vertidos en cinco partes: Larvas, Pupa, Subímago, Ímago e Invocación, agradecí el regalode una espiral de numinosas emociones. Ingresando a Larvas, me detuve en la familia Odonato: Ashitsu /Nace del agua, /despliega sus alas, /la libélula.; haiku que inicia el canto del poeta etólogo.

Recordemos al científico austriaco Konrad Lorenz, cuando hablaba de una psique animal, de sus deseos, apetencias y miedos, situándonos ante el umbral del mundo de lo recóndito, donde comienzan a suceder las transformaciones. En Pupa, el poema “Paraísos artificiales”, expresa: He descubierto con dicha y espanto /que cada uno de nosotros /es el avatar de un insecto, /celda de miel, /estatua de cera fractal, adorado talismán de muchas lunas invocadas.

Nos vemos involucrados en una realidad profunda en la cual estar frente a un insecto cobra otra perspectiva y abre el acceso al estado de lo inefable, cuando remata: Todo está lleno de nosotros / menos nosotros, interiorizándonos para aceptar ser cómplices de su escritura. Luego, como una revelación, llega el poema “Abeja reina” con una pregunta que se resuelve en sí misma, llevándonos a atender un mensaje de unión con el otro ser, el que nos complementa, como la abeja reina o los demás insectos e insectas que habitan la Madre Tierra: ¿Acaso la vida no debería ser otra cosa?… /una aventura silenciosa /de un habitante del desierto /que ha decidido/no moverse de su sitio /hasta que, a sus pies, /crezca un árbol /y brille verde en el sol.

A partir de ese momento algo destella hacia adentro; los poemas parecen recordarnos que hay que saber mirar para reconocer el sendero bañado por una única y titánica luz.

Insectario nos enseña lo valioso de la vida como finalidad de la humildad, a retomar el viaje siendo parte de la armonía con la naturaleza, a respetarla, aprendiendo de los pueblos primitivos, quienes defendían la tierra como un ser primordial de la creación y se comunicaban de manera espontánea y amorosa con todo organismo vivo. A decir del poeta maliense Ismael Diaidé Haidara: Nos acercamos a lo humano por nuestros actos, pues existimos porque los demás existen, y los demás también son los insectos, esos seres que transitan por el libro como las letras que los escriben y transfiguran al lector, y que luego se instauran en el poema “Crisálida melancolía”, al consagrar una filosofía de vida que poco tiene que ver con los hombres y, sin embargo, cobra magnificencia.

La alquimia de lo esencial parece manifestarse en boca de estas criaturas y sus cualidades casi divinas, haciéndonos parte de ellas, pues en Ímago nos convertimos en ellas; invitados a encarnarlas, a descubrir su idioma, así como su forma de tocar y discernir el micro mundo.

“Idioma escarabajo” evidencia ese camino, el insecto o la insecta, ya camarada, nos habla de sus preferencias por los miradores bajitos, de los detalles ensanchados del corazón azul de los seres diminutos, y además…nos enseña a respirar como algunos espíritus y todas las plantas.

Imbuida en el poema “Zumbido”me pregunto: ¿de qué miradas infinitas hablamos si la estratósfera, la tropósfera y la exósfera son las células de una madre en gestación?, ¿si en la vida, como se escribe en los primeros versos de Insectario, un único segundo tiene pasado? Es un hecho que todos venimos a nacer y morir a este planeta,quizás debamos intentar amarlo.

Al final, el poeta se refiere al milagro de las transformaciones de su propia vida: agradece el estar aquí a su madre y a todos los insectos por medio de una “Invocación”, tránsito con el que corona el libro.

La poesía es el misterio del ciclo, de nuestro ciclo ya encendido. La llama que alimenta el fuego, se ha tornado visible. Todo ha sucedido porque debía suceder. Y somos parte de un diáfano paradigma, enriquecidos por una ética de vida, que nos convoca a escuchar y honrar a todos los habitantes de la naturaleza.

Juan Pablo, hermano de las cosas pequeñas y las miradas infinitas, bienvenidos sean los poemas de Insectario.

La presentación de Insectario en la FIL. (Foto: Marcela Araúz)

Solo y de camino

Solo y de camino, es, como lo indica su propio subtítulo, una antología de poesía alemana del siglo XX. Preparada por Diego Valverde Villena, esta pequeña pero enjundiosa muestra, es el número 2 de la colección de traducciones diseñada por Mauricio Souza C. y publicada por la Carrera de Literatura de la UMSA y el Instituto de investigaciones literarias.

En ella Valverde ha reunido, traducido y comentado a 5 poetas: Gottfried Benn, Rose Ausländer, Mascha Kaléko, Hilde Domin y Paul Celan. Un par de poemas de cada poeta que bien pueden servir de iniciación o reincidencia, según cada lector, al fructífero ejercicio de lectura de los antologados.

Esta publicación, disfrutable de principio a fin, bien puede dialogar con otra que, en 2018 publicó editorial 3600 en alianza con el Goethe Institut: Die Übertragung des Feuers – El contagio del fuego, una muestra de seis poetas bolivianos y seis alemanes en edición bilingüe, preparada por los poetas Benjamín Chávez y Timo Berger, y continuar así ese acarreo de voces que, como lo recuerda el propio Valverde Villena, también Saenz hizo con Benn.

Transcribimos la nota introductoria del Valverde Villena. Una puerta abierta a los poemas del delgado volumen:

Ante tus ojos, cinco poetas en lengua alemana del siglo XX: dos nacidos en Alemania y tres en el ámbito del Imperio Austro-Húngaro de Joseph Roth, que nos recuerdan que el gran río de la cultura en alemán es el Danubio.

En el interior de todos ellos se cruzaron lenguas, todos mantuvieron su lengua. Sufrieron exilios dentro y fuera de sus patrias, vivieron en diversos lugares, todos vivieron siempre en su lengua poética.

Todos los tiempos son tiempos duros, pero los suyos fueron especialmente duros. Perdieron sus hogares, vieron morir a sus padres, hijos y parejas. “En medio de las pérdidas, accesible, cercana y no perdida, quedó sólo una cosa: la lengua”, nos contó Celan. “Rasga tus planes. Sé cuerdo/ y aférrate al milagro”, cantó Mascha Kaléko.

El poema puede ser un mensaje en una botella, lanzado con la tenue esperanza de que en algún momento, en algún lugar, llegue a tierra, tal vez a la tierra del corazón, señaló Celan.

Benn nos llegó del brazo de Saenz, Celan con Gonzalo Rojas. Ojalá esta antología abra la puerta para que también Rose Ausländer, Mascha Kaléko y Hilde Domin tengan su lugar en nuestras mesas.

Solo y de camino. Una antología de poesía en alemán del siglo XX. Selección, traducciones y comentarios de Diego Valverde Villena. Carrera de Literatura de la UMSA; Instituto de investigaciones literarias. La Paz, octubre 2021. 30 p.