Humanísima Ana Luisa Amaral

El poeta y editor español Rafael Saravia (Málaga, 1978), nos envía este homenaje a la poeta portuguesa recientemente galardonada con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Rafael Saravia

Hay autores que conciben el camino de la escritura como un trampolín mediático hacia la conquista del glamour y el reconocimiento social y otros que saben que escribir no procura nada más que duelos internos por acceder a las cuestiones que vertebran la condición humana.

Hace apenas ocho o nueve meses tuve el privilegio de poder dialogar con Ana Luisa Amaral e intercambiar pensamientos y posicionamientos en torno a lo que la poesía supone para la vida. Todo empezó en la construcción del XVIII Premio Leteo que desde la pequeña ciudad en la que vivo, León (España), entregamos a la poeta lusa. Ana Luisa Amaral es sin duda una de las poetas vivas más importantes que la lengua portuguesa tiene. Es muy triste saber que un país vecino, con el que configuramos nuestra geografía emocional e histórica, esté a veces tan alejado de las realidades vecinales, ciudadanas y, por qué no decirlo, comerciales de nuestro día a día. Hay más conocimiento de la actualidad literaria de Portugal en Bolivia que en España siendo nosotros vecinos sin apenas frontera.

Conocí la obra de Amaral por el también poeta y amigo Juan Carlos Mestre, fue rápido mi interés por su obra y me di cuenta que una poeta de tanto bagaje apenas tenía obra en España. Sus libros se reducían a dos: “Oscuro” publicado en el 2015 por la exquisita Olifante Ediciones y una recientísima edición titulada “What´s in a name” publicada por Sexto Piso que apareció en mitad de la pandemia en el verano del 2020. Había en las redes más propuestas de Ana Luisa en castellano, pero todas ellas publicadas en Latinoamérica.

A raíz de la concesión del Premio Leteo pude hablar, reír, emocionarme y enfatizar en esa postura sobre la cualidad disidente que la poesía debía manejar para que realmente fuese poesía viva. Ana Luisa Amaral ejerció sin duda como una maestra en el arte de la convicción a través de su emotividad. Ella cree radicalmente en eso que de otra manera nos había contado Ciorán del ser humano; Ana Luisa cree que la poesía no vale para nada, por eso es importante, porque al no valer no se puede mercadear con ella de manera impune. En las múltiples conversaciones que tuve con Amaral salí lleno de revelaciones, salí convencido de que ella cree firmemente en la libertad del lenguaje poético y supe que el respeto que le tiene a la conducta poética la convierte en poeta por encima incluso de sus fantásticos textos.

Vitalidad, emoción, disidencia y resistencia para una carrera que se antoja más circular que lineal, así es la trayectoria que ha labrado Ana Luisa Amaral a través de su pensamiento y vivencias.

En este sentido, pocos son los escritores que ansían coleccionar dudas para seguir preguntando a la vida por sí misma. Vivimos tiempos donde la certeza se impone como seña ideológica y el cuestionamiento crítico no tiene ningún valor pues cosecha resultados muy lentos –a veces hacen falta decenas o centenas de años para saber lo que siempre se intuyó desde la duda formulada–. Dentro de este grupo pequeño de amantes de la duda se encuentran normalmente los buenos poetas. Son ellos los que desde ese “no saber sabiendo” que apelaba el querido Juan de Yepes –más conocido como San Juan de la Cruz– fijan el canon de la mirada diaria en esa otredad, a veces cotidiana, que hace que nuestros gestos cobren una importancia y profundidad diferente a la que creíamos entender. No se hace desde la poesía por mero capricho –el juego permitiría triunfar notablemente más si la voraz economía de lo vendible se hiciera libro de autoayuda con estrategias sórdidas y engañosas–. Se hace sin duda por un amor a la verdad tan grande que la equivocación en estos casos es cáliz de redención y nunca perversión por conseguir un lector –una venta– más.

La bonhomía de Ana Luisa Amaral no es signo de descuido o candidez mal entendida. Es una búsqueda de décadas por mejorar la condición humana a través de los gestos mínimos que nos hacen bellos seres frágiles ante el atropello del ego que nos consume. Los poemas que construye en su día a día –me consta que todo para ella es susceptible de convertirse en poema si la palabra precisa sale de la oscuridad que renombra– funcionan como auto cuestionamientos que se extienden desde lo íntimo hasta lo universal de manera fantástica.

Ya escribí no hace mucho sobre los textos de Amaral en una reputada revista española, allí contaba sobre su primer libro en España que eran textos donde la épica, la historia, la reconstrucción de las tradiciones y la búsqueda perpetua se hacían hueco en su producción poética. Ese libro ya vigilaba y exponía parte de las inquietudes humanistas que sacuden la escritura de Amaral, me refiero al título “Oscuro” editado por Olifante Ediciones. De su segundo libro “What´s in a Name”, traducido por la también poeta Paula Abramo dije que es un libro que responde desde la poesía a esa cuestión universal… ¿Qué hay en un nombre? Y el matiz de que el título lleve la palabra “Nombre” en mayúsculas nos hace profundizar más en la intención de la autora: ¿Hay objetividad en el acto o en su nominación? ¿Se puede separar el hecho de nombrar con el hecho de sentir lo nombrado? ¿Hay una única forma de comprender la vida, sus revueltas, sus desbordantes posibilidades? ¿Esa forma de comprendernos es parte de la cárcel del lenguaje?

La humanidad, humildad y derroche de conocimiento –no en vano es una de las grandes expertas en literatura anglosajona con traducciones e investigaciones sobre Emily Dickinson o el propio William Shakespeare por poner algún ejemplo– hacen de Ana Luisa Amaral una voz potente generadora de maestría. Una voz que reconoce al yo poético más allá del sustrato superficial que el ego desarrolla y que amasa profundidad, generosidad y sencillez en dosis inequívocas de brillantez escritural.

Ahora se le ha concedido el XXX Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Un galardón que hace redimirse un poquito al gran corpúsculo institucional que menciona y visibiliza –casi siempre con un retraso pasmoso– la realidad literaria. Ana Luisa se merece desde el primero hasta el último de los votos que la han hecho merecedora de esta distinción y creo firmemente que aporta más ella al galardón que viceversa. No en vano son múltiples los premios que esta poeta acumula y que ella agradece siempre con humildad pero que sin duda cada uno de ellos tienen justificadísima su nominación. Para poco sirven los premios si no es para visibilizar lo importante, por ello este galardón real concedido a una republicana de pro hace que tengamos esperanza en el ser humano –también en el sector editorial– y salgan desperezadas ediciones imprescindibles de Ana Luisa Amaral en nuestro idioma hermano del suyo.

Para que nombrar tenga un significado profundo, para que la comprensión del mundo escape del canon utilitarista, necesitamos personas que tengan la delicadeza de pensar lo nombrable, necesitamos poetas que se atrevan a cuestionar hasta el orden predefinido de lo intangible. O como diría Ana Luisa Amaral:

“Pregunto. ¿Qué hay en un nombre?
¿De qué espesura está hecho si se atiende,
en qué guerras se ampara,
Paralelas?
¿Linajes, suelos serviles,
razas domadas por algunas sílabas,
pilares de la historia sobre leyes
que en fuego y llamarada se forjaron?
extirpado el nombre, quedará el amor,
quedaremos tú y yo, aun en la muerte
aun sólo en el mito […]”.

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