Erasmo Zarzuela, toda una vida en el arte

Erasmo Zarzuela, NN, Lorgio Vaca, Raúl Lara, Wálter Solón Romero y Ricardo Pérez Alcalá.

Celebramos el cumpleaños 80 de uno de los más destacados pintores y dibujantes de la actualidad, -miembro del equipo de El Duende– convocando diversas opiniones sobre su arte

En consonancia con ese Oruro cotidiano, que del gris y solapado rutinario estalla de pronto en deslumbrantes colores de carnaval, Zarzuela, remontando esa discreta y reticente palabra que le caracteriza, proclama en sus cuadros la exuberante riqueza de pigmentos que a partir de su histriónica materialidad despiertan una fiesta de inasibles resonancias.

Pero no es solo el color el protagonista exclusivo de su trama pictórica, aunque probablemente sea uno de sus rasgos más prominentes. Remontando la perspectiva científica impuesta por el Renacimiento, y en consonancia con los pisos ecológicos de la topología andina, los cuadros también conjugan una espacialidad basada en planos complementarios, en zonas concebidas bajo una apetencia multiperspectivista. (…)

Más que la fiesta retrata los personajes de la fiesta: diablos y ángeles, chinas y pepinos, morenos y músicos, waka tokoris y k’usillos. A su vez, costumbres y personajes: el viernes de soltero y los rostros asados, los mineros, las chullpas. Un aire de míticos contornos envuelve las formas y estas parecen hablarnos desde un tiempo inmemorial.
Edwin Guzmán Ortiz

En suma, Zarzuela puede ser considerado como el mejor pintor de Bolivia, un eximio dibujante libre, espontáneo y que además posee la suficiente habilidad y destreza para desenvolverse en todas las técnicas de las artes plásticas.
Alberto Medina Mendieta

El conjunto plástico es producto del talento, la sensibilidad, la habilidad y técnica depurada de Erasmo Zarzuela, cuya personalidad caracterizada por un estilo artístico singular, positivamente inscrito en los registros de la plástica continental, enaltece el espíritu de la estética pictórica boliviana.
Alberto Guerra Gutiérrez

Las pampas de Oruro trazan una línea divisoria permeable entre el cielo y la tierra. La sobriedad de la naturaleza provoca al ser humano a ver más allá de las apariencias, estimula la visión de las cosas y les dota de vida. El maestro Zarzuela, un reconocido pintor boliviano, exprime en su paleta esas sensaciones con colores vibrantes y empastes vigorosos y ricos.
Edgar Arandia

En su obra (Erasmo Zarzuela) ha tratado los temas del hombre urbano y del trabajador en el interior de la mina, sus mitos, los dramas y el paisaje del altiplano sur. Su pintura es muy expresiva en el color y tiene un dibujo sólido, con una paleta basada en la gama de las tierras.
Pedro Querejazu

Erasmo Zarzuela se cultivó en talleres libres y aulas académicas; dueño de una técnica auténticamente propia, con su copiosa creación ha logrado un nivel cimero en la historia contemporánea de la plástica boliviana. Pincela silente su arte sin adscribirse a una escuela o corriente. Sus indagaciones le procuran renovadas expresiones plásticas, porque cultiva con solvencia el grabado, la serigrafía, la acuarela, el óleo; lo que es más, ilustraciones para libros, periódicos y revistas de arte, realizados con denotada profusión le deparan reconocimiento permanente.

Su producción divulgada en escenarios individuales y colectivos, en museos nacionales y extranjeros, así como en colecciones privadas, amén de premios y distinciones en cuarenta años de ejercicio y exploración cromática, le consagran como al artista orureño forjador de su credo estético.
Luis Urquieta Molleda

Erasmo Zarzuela conocido como uno de los mejores pintores bolivianos, es también un notable dibujante que cristaliza dentro de ciertos límites espaciales y con diversos medios expresivos, una elocuencia estética.

Transferido a la escala de la página impresa, estoy hablando, sobre todo, de los acertados dibujos que quincenalmente nos entrega la separata literaria El Duende del periódico La Patria de la ciudad de Oruro.

Al ver los dibujos, sentimos la enorme carga emotiva que conlleva la significación del tema y se explaya con sutileza en la línea, encontrando siempre resonancias de valor estético. Un arte idóneo que profundiza el designio de transmitir el espíritu del artista con gran libertad de la línea, vitalizando el espacio que no limita, pero sí indica, obligando al ojo del contemplador a seguir la trayectoria del diseño y percibir la estructura de una forma que se halla implícita y en perpetuo devenir.
Carlos Rimaza

Ramón Rocha Monroy: “le he sacado la mierda a la muerte, ahora ¿qué me puede pasar?”

Hace pocos días en Cochabamba se juntaron literatos, teatristas, músicos, artistas y muchos amigos para hacerle un homenaje al reconocido autor. Gran pretexto para recuperar partes de una larga entrevista perdida en las carpetas de proyectos pendientes.

Ramón Rocha Monroy, en diciembre de 2022, tras recibir un homenaje.

Martín Zelaya

Empezaremos con tu infancia, le planteo a Ramón Rocha Monroy, una vez sentados en su monoambiente en un céntrico edificio de Cochabamba. Y responde, presto y veloz, con una certidumbre admirable:

El 20 de febrero de 1950, un lunes de carnaval, yo nací muerto. Todas las enfermeras y el pediatra estaban borrachos. Dice que cuando llegó otro médico dijo “hay que salvar a la madre” y me dejaron a un lado. Luego de estabilizar a mi mamá, recién se dieron cuenta de que yo estaba respirando. Desde entonces cuando estoy jodido, siempre digo “si de recién nacido le he sacado la mierda a la muerte, ahora ¿qué me puede pasar?”.

Ya está el vino descorchado, la primera de muchas (¡muchas!) botellas que iremos bebiendo a turnos, directo del gollete, en las siete horas de conversación. Habíamos pactado la entrevista varios meses antes y nunca podía concretarse dada la calamitosa situación del país. Finalmente llegó el día. El 25 de agosto de 2020, poco después de habilitados los vuelos nacionales y relajadas las imposiciones del gobierno de facto que, con el pretexto de la pandemia, aprovechó más de la cuenta para dejar al país encerrado sin opciones de hacerse escuchar.

– Aparte de eso que, obviamente, te contaron tus familiares, ¿cuáles son tus primeros recuerdos?
– Mi familia era del MNR. Mi tío Germán Monroy Block fue fundador del MNR y ministro y por eso en 1953, poco después de la revolución, cuando ya vivíamos en La Paz, Víctor Paz Estenssoro vino a mi cumpleaños. Me acuerdo algunas imágenes de eso.

– Tu papá era paceño ¿no?
– Paceñísimo. Mi bisabuelo, José Rocha, fue el que hizo los planos de la catedral de La Paz.

– ¿Y cómo se conocieron con tu mamá?
– Por mi tío Rafael Monroy, que era intendente en Corocoro y se llevó a la Carmelita, mi mamá, a que viva con él. Ahí, cuando tenía 14 años se conoció con mi papá y él se la llevó a Tarija, donde nació mi hermano Enrique.

En eso estalló la guerra (del Chaco), mi papá se fue al frente y mi mamá se fue a La Paz como hija pródiga, con su wawa (…). Ellos se reencontraron mucho después del fin de la guerra, por eso mi hermano me lleva 17 años. Mi papá también era mucho mayor que mi mamá; él era de 1901 y ella del 13, si no me equivoco.

– ¿Tu mamá también era paceña? ¿De cómo entonces vos eres tan cochala?
– Sí, también de familia muy paceña. Lo que pasó fue que, por su actividad política, mi tío Germán, luego del colgamiento de Villarroel, se vino a Cochabamba porque asaltaron su casa y querían matarlo, se trajo a su mamá y su hermana y se compró una casa de campo en Villa Montenegro. De todas maneras, después volvieron a vivir por algunos años a La Paz, donde pasé mis primeros años.Mi mamá, ya mayor, luego de vivir 50 años en Cochabamba, aún no se podía acostumbrar y extrañaba La Paz.

– ¿De cómo volviste a vivir a Cochabamba?
– Nos vinimos para vivir en la casa de campo de mi tío, donde estuve hasta mis 16 años, cuando él tuvo que venderla y nos fuimos a un cuartito en Villa Galindo, un lugar muy humilde que fue mi escuela de vida.

Recuerdo que mi papá nos mandaba una remesa al mes y el día que llegaba íbamos a un restaurante donde yo me pedía siempre pollo dorado y una Coca-Cola. Era el único gustito del mes. Desde entonces, hasta ahora, prefiero comer afuera. Todos prefieren la cocina de la mamá, incluso sus nietos dicen “qué rico cocinaba la abuela”. No, cocinaba horrible (risas).

– ¿Cómo fue tu etapa de la escuela?
– Me inscribieron en La Salle, me dieron beca porque mi tío era ministro de Educación. Ahí los curas franquistas me “torturaron” durante los 12 años de colegio. Yo no era travieso, pero sí muy respondón. Tenía siete en todo y uno en conducta, por eso, aunque querían, no pudieron quitarme la beca.

Era un colegio de gente con plata. Mis compañeros ahora son personas con otro tipo de ideas y estilo de vida. Mis recuerdos de colegio son terribles, porque nada ahí coincidía con mis convicciones: todos eran enemigos del MNR, que en ese entonces era nomás izquierda; yo defendía la Reforma Agraria y el voto universal frente a unos ataques duros.

Cuando Barrientos dio el golpe, un cura entró al curso gritando “ha caído el Mono…”, y todos festejaron. Lo mismo ocurrió años después cuando lo del Che Guevara en Ñancahuazú, varios estudiantes de colegios católicos salieron en manifestación contra la guerrilla. Yo le encaré al director y me negué a ir a esa manifestación.

– ¿Cómo te acercaste a la lectura?
– Fue gracias a mi hermano [el también escritor Enrique Rocha Monroy (1933-2022)] que tenía una biblioteca fabulosa. Debió ser en 1962, cuando yo tenía unos 12 años, que decidió quemar naves y se fue a vivir a La Paz. Antes de irse me dijo: “te estoy dejando todos mis libros, a ver sacá ese”… y cuando lo agarré, se cayeron unas fotos porno y me dijo: “ve lo que puedes encontrar en un libro”… (risas).

Y entonces empecé a revisar, libro por libro y, claro, no encontré nada más, pero cada día veía el estante y primero me sabía la ubicación de cada libro, luego empecé a leerlos. Mi madre era muy piadosa y jodida, y me controlaba, entonces yo agarraba mi policopiado grande de Geografía y al centro ponía, digamos, Lolita, de Nabokov. Como tenía que cerrar y ocultar los libros a cada rato, cuando ella se acercaba, me quedé con la costumbre de no usar separadores, siempre me acuerdo en qué página me quedo. Luego, como sabía que me gustaba leer, mi hermano me mandaba desde La Paz los libros del boom: Rayuela, La casa verde, La ciudad y los perros… Al principio yo los leía casi por obligación, pero no los entendía un carajo.

Me daba la impresión de que mientras otros “se divertían”, yo me pasaba leyendo, me pasaba la vacación con un libro bajo el brazo. Años después ese recuerdo se me figuró como la imagen de que la vida es un río en el que la gente se baña, pero al que tú tienes miedo hasta de meter el dedo gordo; prefieres estar en la orilla… pero me di cuenta de que después, me zambullí nomás.

– ¿Cómo elegiste estudiar Derecho?
– Yo me consideraba un “intelectual”, por decirlo así, y Derecho era la única carrera de cultura general. García Márquez, Vargas Llosa… muchos escritores fueron abogados. Es más más, el título entonces era “licenciado en Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales”, lo cual no era real, aunque abarcaba más que ahora. Yo leí las obras completas de Marx y Lenin, tal vez no por exigencias de la materia, pero al menos te daban las pautas y ya dependía de cada uno.

– ¿Y cómo fue tu vida particular mientras estudiabas?
– Me casé apenas salí bachiller, a mis 19 años. Y tuve tres hijos, el mayor de los cuales ahora tiene 50 años y se podría decir que es casi mi contemporáneo. Así que tuve que trabajar duro. Me casé con una millonaria, pero a los pocos días, en una fiesta y envalentonado por la chicha (risas) le dije a mi suegro: “yo no quiero nada de usted, porque usted es un explotador”. Era un terrateniente.

– ¿Y en qué trabajaste?
– En todo lo que podía. Fui secretario de un colegio, y entre otras cosas me tocaba repartir las papeletas de pago, y descubrí que había muchos que tenían doble papeleta para recibir dos pagos.

En esa época empecé a hacer política y como era justo en la dictadura de Banzer me torturaron y me confinaron a Tarata, donde varios profesores que hacían su año de provincia me cuidaron durante casi un mes. Luego mi hermano me consiguió un cargo mejor pagado, de amanuense de un notario en una mina, y al tiempo me dieron el cargo de notario, pese a que todavía no tenía título. Recién años después di mi examen con una tesis que ganó el Premio del Sesquicentenario del Concurso Franz Tamayo: La teoría de la liberación.

– ¿Cómo fue tu apego por la crónica gastronómica, más allá de que me imagino que siempre fuiste “buen diente” como todo cochabambino?
– Para ser honestos, todo empezó a fines de los 90 cuando Walter Chávez me invitó a hacer una columna de crónica gastronómica [en El juguete rabioso], y hasta me dio el título de “Crítica de la sazón pura” que, entonces yo no lo sabía, ya había sido usado antes en Perú.

Pero ya antes era conocedor y frecuentador de restaurantes y puestos de comida y siempre me gustó leer libros sobre gastronomía. Por ejemplo, justo por esos años salió Elogio de la berenjena, de Abel González, un extraordinario escritor y periodista argentino. Ahora soy más cronista gastronómico que escritor.

– ¿Y se te da cocinar?
– ¡No! No sé ni freír un huevo. Me interesa la cocina desde la literatura, desde la posibilidad de transmitir el placer vicario de cuando se te hace agua la boca al probar algún platillo.

– ¿Cuándo te diste cuenta de que ibas a ser escritor, o de que querías al menos intentarlo?
– En muchos momentos yo dudaba… incluso luego de haber publicado. “¿Será que seré escritor?”. Un lector puede ser eso: lector, bueno o malo; pero un escritor sí tiene que ser un buen lector. Y eso fui yo: leía tanto que me di cuenta de que en cierto momento ya leía los libros “desde adentro”, siguiendo el ritmo que le daba el escritor con su puntuación o, a veces, como que corrigiéndolos. Incluso tras ganar el Premio Franz Tamayo, y aunque ya tenía cuentos publicados, algunos de los jurados me aconsejaron que no me meta en la ficción.

Desde este momento vienen muchas preguntas específicas sobre los principales libros que Ramón publicó a lo largo de cinco décadas. La entrevista fue parte de la documentación para un ensayo biobibliográfico de un libro aún en construcción (ya van cinco años, y contando).

Eso no viene a cuento. Ahora que veo el documento en Word, son once páginas de pregunta y respuesta que me costó muchos días de transcripción. Veamos si pillo algún pasaje más que vaya a tono con lo “bio”, que para lo “bibliográfico” ya habrá ocasión.

– Eran los años 80, apenas recuperada la democracia. ¿Cómo fue tu vida en aquellos años en el plano personal y laboral?

– Muchos dicen ahora, porque soy muy activo en Facebook, que recién me he vuelto político, pero yo hice política desde colegio. He peleado por la UDP, he estado activo durante la recuperación de la democracia, he estado en cargos altos, como de secretario general de la universidad, y, como se dice, con mi mujer a cuestas, a quien le habría ido mucho mejor si se atenía a su papá, que era una persona con mucha plata. Pero ella prefirió seguirme, incluso durante el golpe de García Meza, cuando me fui exiliado a México. No por capricho o por escapar, sino porque me perseguían los paramilitares, los mismos que me torturaron durante la dictadura de Banzer.

Y luego, cuando cayó la dictadura y me llamaron los compañeros, pese a que aún no se había dictado la amnistía, ella quería quedarse, pero a pesar de todo, se volvió conmigo.

Mi primera mujer tuvo una existencia muy dura hasta 1985, cuando nos separamos. Y bueno, hay que decir que también los hijos, que por muy pequeños que sean, sufren mucho cuando hay inestabilidad.

– Cuéntanos de esa tu primera etapa en México
– En México estuve hasta el 82, y sobre todo al principio, caminábamos de arriba abajo con René Bascopé Aspiazu, buscando trabajo. Un día un exembajador de Bolivia, Mario Guzmán, nos mandó al periódico Ovación. Cuando entramos a hablar con la directora, una mujer imponente y de carácter, era Ángeles Mastretta.

Nos envió a la revista Su otro yo, que era una especie de Playboy mexicano donde empezamos a vender cuentos eróticos.

Adolfo Cáceres Romero y su aporte literario

Marlene Durán Zuleta

Atisbo en el tiempo, el sentido que Adolfo Cáceres Romero puso a las letras, aportes escritos con la mayor precisión. Deja un legado como signo que su permanencia en la tierra fue un lazo evidente y entrega absoluta.  Su larga trayectoria como escritor sin duda es una dote que enriquece la Bibliografía Boliviana.

Nacido en Oruro en 1937, fue adoptado por la intelectualidad cochabambina donde fijó su residencia. Otrora fue elegido como Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Mayor de San Simón (1979), su pasión fue dictar cátedras de Lenguaje y Redacción, a ello sumaron la designación como docente investigador del Instituto de Investigación de la misma Casa de Estudios. Otra misión que cumplió favorablemente como Director del Colegio Nocturno Jesús Lara. El cuento “Los Ángeles del Espejo…” fue traducido al alemán, aproximación a posteriores traducciones de su obra.

Perteneció a otras instituciones culturales, donde exaltó su conocimiento. Narró y concentró hechos sucedidos en Ñancahuazú, precisamente “La Emboscada”, fue motivo de una distinción en el concurso de cuento convocado por la Universidad Técnica de Oruro el año 1967, siendo traducido al inglés, alemán, francés, japonés y noruego.

Esos acontecimientos literarios permitieron extender su temática a través de la novela, consagrándose como escritor. A ello comenzaron a sumarse una etapa de premios, distinciones que perpetúan su memoria, más allá de haberse dedicado definitivamente a mostrar capítulos que trascienden como: “Antología de la poesía quechua boliviana”, en edición trilingüe: Quechua, Español y Francés en colaboración con Inge Sichra, Editorial Patiño, Ginebra.

Describe, con sentimiento, la colección de Enciclopedia Boliviana Nueva Historia de la Literatura Boliviana – I Literatura Aborígenes.  Es el inicio de otros estudios históricos que Adolfo Cáceres exalta. La lectura aguarda voces, cantos, arte de recuperar lenguajes de nuestra tierra como el aymara, guaraní y el dulce quechua de los incas. Noche de arawikus, donde los poetas leen sus versos, regocijo indescriptible.       

Con sutileza describe a otros autores y recopila nombres como el de Arturo Peralta (Gamaliel Churata) autor del famoso libro Pez de Oro, que “bautizó al grupo de Carlos Medinaceli como Gesta Bárbara”. Otros géneros literarios que figuran son el Cuento y Teatro Quechua.

Logró plasmar otros temas, siendo considerado como un escritor proficuo, imagen que se destaca dentro de la literatura boliviana. Su obra ha llegado a otros confines, habiendo recibido un respaldo de confianza, que sin lugar a dudas amerita una sincera confesión, al escritor que escribió y elogio a otros, en la publicación del Diccionario de la Literatura Boliviana.

Me honro en hacerle otro homenaje, el primero fue allá el 2011, cuando tenía hálito, y ya estaba asentado en la orilla del crepúsculo, en el ascenso de su obra.  Se asomó con alegría, por este espacio infinito que lo vio nacer y presentó su libro “La saga del esclavo” para “Adolfo Colombres” fue el 23 de marzo del 2006.  Su imagen quedó retenida en el iris de mis ojos. Vi a un hombre de compromiso por su prójimo, tenía la génesis del alba.    

El tiempo permitió afincarse en otra estancia, lo sedujo la alborada del valle, quedó retenido, por la cumbre. Aunque dejó pasar muchos otoños, se concentró en las letras, en los dibujos de la naturaleza que han cambiado por él. Ahora, es otro sentimiento, porque Adolfo Cáceres Romero, ya no podrá leer estas líneas, físicamente está ausente, creo en las almas generosas que aún pueden oír cuando han dejado este mundo. Él sabrá por el rumor de la lluvia que justificó su itinerario por este planeta, por su escritura, por sus descendientes y los amigos que aún giramos en la rueda del destino.

Adolfo, descansa en paz que el Hacedor te vea como espejo, sutil y puro. Bienaventurado tu trazo imborrable.  

La curiosa popularidad de Gabriel René Moreno entre los intelectuales progresistas

H. C. F.  Mansilla

Mauricio Souza Crespo ha escrito un texto muy interesante como introducción a una edición crítica de la obra más conocida de Gabriel René Moreno: Últimos días coloniales en el Alto Perú. En esta labor meritoria Souza Crespo analiza el proceso muy complejo de la lectura y los actos concomitantes de la interpretación y la escritura – el “último refugio”[1], en las esclarecedoras palabras de Souza – que caracterizaron la identidad de Moreno. Creo que puedo comprender el estado de ánimo de Moreno, guarecido precariamente en medio de sus papeles y libros como consuelo existencial, porque me pasa algo similar: la “fidelidad a las ruinas”[2] que deja habitualmente el solitario oficio de pensar y escribir, es algo que, compelido por un destino adverso, debo practicar cotidianamente desde la juventud.

Aquí es indispensable recordar que algunos de los más ilustres intelectuales bolivianos[3] escribieron biografías y estudios críticos sobre Moreno de muy diversa condición y calidad, como por ejemplo Valentín Abecia, René D. Arze Aguirre, Josep M. Barnadas, Ramiro Condarco Morales, Tristán Marof, Gunnar Mendoza, Edgar Oblitas, Roberto Prudencio, José Luis Roca, Hernando Sanabria, Juan Siles Guevara, Marcelo de Urioste y Humberto Vázquez Machicado. Los Últimos días coloniales en el Alto Perú es uno de los libros que más reediciones ha tenido en este país.

Por todo ello es muy difícil decir algo original sobre Moreno y sus comentaristas. Me limitaré a dos temas que preservan hasta hoy una cierta importancia, aunque tampoco tienen algo realmente novedoso: el estudio de las mentalidades colectivas y la filosofía de la historia.

Intento de genealogía intelectual: Souza Crespo construye precursores aceptables para René Zavaleta Mercado

Siguiendo una tendencia que se ha transformado en universal, Souza Crespo ha propuesto una genealogía intelectual[4] de alto calibre, que comenzaría con Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela y terminaría provisionalmente con Jaime Saenz, pasando por Gabriel René Moreno, Nataniel Aguirre y René Zavaleta Mercado, para conferir un aura de distinción y antigüedad a una línea relativista y postmodernista en los campos de la historiografía, las ciencias sociales y la literatura, que, con una mixtura de marxismo diluido a la moda del día, se ha convertido hoy en la corriente predominante y, en realidad, obligatoria del quehacer intelectual boliviano. Esta corriente es complementada por una idea organicista-telurista de pueblo, línea concebida por distinguidos intelectuales como Franz Tamayo, Carlos Medinaceli, Jaime Mendoza, Carlos Montenegro y Roberto Prudencio, y también por los ideólogos del nacionalismo revolucionario y por los propagandistas contemporáneos del indianismo y tendencias afines[5].

Este designio, con todas sus complejidades y sus variantes temporales, está muy enraizado en la evolución socio-cultural del país. La extraordinaria difusión del mismo se debe a que corresponde a un sentido común muy extendido, a un modo de pensar y obrar que ha variado relativamente poco en el curso de los siglos. La inclusión de teoremas relativistas y postmodernistas, la utilización de un lenguaje académico de calidad supranacional y un ahora débil murmullo izquierdista, entre otros factores, no deberían hacernos olvidar que la genealogía propuesta por Souza Crespo es básicamente conservadora, en el sentido de reproducir convenciones intelectuales y rutinas culturales que vienen de muy atrás.

Se puede percibir desde la época colonial la persistencia de una mentalidad autoritaria y asimismo antirracionalista, antiliberal y antipluralista, tolerada y hasta legitimada por destacados pensadores. Como asevera Erika J. Rivera en un estudio sobre la historia de la filosofía liberal en Bolivia[6], esto no quiere decir, por supuesto, que no hayan existido desde el siglo XVI en el Alto Perú, algunos intentos importantes que podemos calificar como racionalistas, porque ellos incluyeron, aunque haya sido de manera incipiente y a menudo indirecta, una crítica a las tradiciones político-culturales prevalecientes en su momento, un reconocimiento del valor superior del individualismo sobre el colectivismo, algunas alusiones a la libertad de consciencia y a las libertades clásicas de cuño político y una apelación a la propiedad privada, al mercado y al comercio libre en cuanto factores de progreso histórico[7]. Lamentablemente estos elementos no emergen en la notable obra de Gabriel René Moreno y en los autores que conforman la genealogía intelectual propuesta por Souza Crespo. Y precisamente este punto puede explicar la popularidad de que goza este autor en la actualidad, entre intelectuales progresistas y también en círculos conservadores.

El magma antiliberal

La atmósfera cultural y política en Bolivia a partir de 1920 fue calificada por Pablo Stefanoni como el “magma antiliberal”[8]. Basado en una investigación exhaustiva de fuentes documentales, este autor llega a la conclusión de que el antiliberalismo ha sido la fuerza aglutinadora de la política y de la cultura bolivianas después de la caída del Partido Liberal (1920). El antiliberalismo fue y es el caldo de cultivo tanto de concepciones filosóficas como de programas políticos, de modas literarias y de experimentos artísticos. Fue y es el denominador común de doctrinas conservadoras y nacionalistas, pero también de tendencias revolucionarias, socialistas, teluristas e indianistas. Sus rasgos principales eran y son el radicalismo verbal y el inconformismo con la situación general del país y del mundo, complementados con un entusiasmo algo ingenuo em favor de soluciones radicales y con una gran imprecisión a la hora de definir políticas públicas concretas. Se nutrió del romanticismo que nació como respuesta al racionalismo de la Ilustración y como alternativa al ámbito de las alienaciones modernas que tanto marxistas como conservadores atribuían al orden industrial y urbano, basado en la ciencia y la tecnología, por un lado, pero también en la deshumanización de las relaciones sociales, por otro. Sobre esta temática afirma Erika J. Rivera:

“Los valores normativos liberales, el Estado de derecho, el pluralismo ideológico y la alternancia en el poder fueron sustituidos por otros valores que parecían ser mucho más poderosos y preñados de futuro: el vitalismo, el juvenilismo, el socialismo y hasta el totalitarismo”[9].

El juvenilismo (cuyo gran representante fue Augusto Céspedes) resultó ser excepcionalmente fuerte en Bolivia por la contraposición entre lo viejo, lo caduco y lo desautorizado por la historia, que era obviamente lo liberal-democrático, por un lado, y lo nuevo, lo vigoroso y lo actual, por otro, que era, por supuesto, la posición que celebraba un Estado unitario y emprendedor y un régimen que propugnaba enérgicas modificaciones de todo tipo (aunque la mayoría de ellas se quedaba en una conveniente oscuridad conceptual).

El representante más importante de esta corriente ideológica fue René Zavaleta Mercado. En 1976 Zavaleta exhibió su antiliberalismo y antidemocratismo al afirmar que los “llamados derechos del hombre o del ciudadano” constituyen sólo “la explicitación en la política” de la acumulación y reproducción del capitalismo. Y añadió:

“Debe decirse, por otra parte, que puesto que todo Estado es en último término una dictadura, la democracia burguesa es, en consecuencia, el grado de democracia necesario para que la dictadura de la burguesía exista y también el grado de democracia que puede admitir la burguesía sin perder su dictadura”[10].

Este testimonio de un espíritu antidemocrático habla por sí mismo, máxime si Zavaleta asevera claramente que no es “un interés del socialismo el desarrollo de la democracia”[11]. Haciendo gala de un leninismo radical que ya por entonces (1978) estaba desprestigiado, nuestro autor sostiene categóricamente que “la dictadura es el carácter del Estado” y un “elemento constitutivo del Estado como tal”. Y continúa: “Donde hay clases, habrá dictadura. La dictadura es la forma de manifestarse de la organización de una sociedad con clases”[12]. Y en su celebrado ensayo Cuatro conceptos de la democracia (1981) nos dice – haciendo malabarismos sofistas – que la democracia está contenida en la dictadura y, aún más, que “la democracia existe sólo en razón de la naturaleza de la dictadura para la que existe”[13].

Como resumen de la actitud general de los intelectuales progresistas en Bolivia se puede aseverar lo siguiente. Liberal suena a un exceso de libertad, a un intento de no acatar las normas generales del orden social y al propósito de diferenciarse innecesariamente de los demás[14]. Las consecuencias práctico-políticas de la modernidad racionalista y liberal no han sido aceptadas del todo en el ámbito boliviano, donde siguen produciendo una especie de alergia colectiva. El ejercicio efectivo de las libertades políticas y de los derechos humanos nunca ha sido algo bien visto por la colectividad boliviana de intelectuales. Francisco Colom ha postulado la tesis de que los diferentes modelos sociales en América Latina han preservado un poderoso cimiento que puede ser caracterizado como católico, antirracionalista, antiliberal y proclive a la integración de todos en el conjunto preexistente. Por ello las sociedades latinoamericanas siempre se organizan y reorganizan según principios orgánico-jerárquicos y anti-individualistas[15]. El historiador Richard M. Morse tenía una opinión distanciada frente al liberalismo racionalista, pero sostenía que la cultura política latinoamericana tolera la libertad individual sólo como sometimiento bajo un Estado fuerte que posee el monopolio de la justicia. Ello sucede porque la cultura política del Nuevo Mundo sigue siendo básicamente católica, aún entre sus detractores ateos[16].

La persistencia del antiliberalismo en un orden social conservador

Menciono un ejemplo de la vigencia persistente de esta corriente antiliberal de pensamiento. Gabriel René Moreno calificó al gobierno de José María Linares (1857-1861) como una “tiranía”[17] en su texto titulado escuetamente Nicomedes Antelo, un ensayo relativamente largo de este autor y probablemente el más confuso y peor estructurado, donde Moreno da rienda suelta a algunos prejuicios racistas y discriminatorios[18]. En este escrito, mencionado por Souza Crespo[19], Moreno se refiere a un ensayo de Nicomedes Antelo, titulado: Un nuevo Tigrón y con frac. Alerta a los cronistas de América[20].

Aquí me baso en otro texto de Erika J. Rivera para recuperar lo positivo de la herencia liberal en Bolivia y para criticar a Antelo y a Moreno[21]. El “nuevo Tigrón con frac” resulta ser, por supuesto, José María Linares. En un lenguaje moderno podemos afirmar que Antelo reprocha al liberalismo su carácter cosmopolita, su poco respeto por la religiosidad popular, sus intentos de importar la cultura racionalista de Europa y su carácter elitista[22]. Es decir: el liberalismo y el racionalismo habrían sido doctrinas foráneas, individualistas y poco respetuosas de las tradiciones propias. Antelo, un personaje fundamentalmente conservador, elaboró una defensa, igualmente vehemente, de los gobiernos populistas presididos por los generales Manuel Isidoro Belzu y Jorge Córdova[23].

Esta posición –que no fue criticada por Moreno, cuyo padre fue un connotado belcista[24] – representa hasta hoy el núcleo populista-conservador que se arrastra desde la Independencia: la defensa de lo nacional-popular (en el lenguaje de Zavaleta). El ensayo de Antelo es también importante porque nos muestra que la aversión al individualismo, a la meritocracia y al intercambio cultural con el exterior representa algo que proviene de vieja data y que es compartido por posiciones tanto de derecha como izquierda. En algunos aspectos Antelo tuvo una cierta influencia sobre Moreno[25].

Apoyado en el historiador Herbert S. Klein[26], quisiera defender este primer intento de liberalismo en el país. No lo hago por el vínculo de parentesco que me une con la casa Linares[27], sino porque este presidente – dicho en un lenguaje actual – trató de establecer reglas de convivencia pacífica en el plano político-ideológico, intentó introducir principios liberales en el plano económico y comercial y se esforzó en reducir la influencia cultural del catolicismo anacrónico y dogmático. Hoy en día esta referencia al catolicismo puede parecer anacrónica e insustancial. En la actualidad el anticlericalismo de Linares tiene todavía una cierta relevancia porque muchos intelectuales de izquierda y de derecha han heredado una mentalidad dogmática, antirracionalista y adversa a comprender los motivos y los intereses de los otros – los opositores y simplemente los pertenecientes a otras etnias, grupos y credos –, y este legado cultural fue conformado por la fortaleza del catolicismo como principal manifestación cultural durante siglos, que en su forma secularizada sigue vigente.  El de Linares fue un designio racionalista que hasta hoy es muy escaso y muy necesario en el mundo andino[28].

La continuidad de la cultura política del autoritarismo

Desde la época colonial la mentalidad autoritaria ha sido acompañada por una visión excesivamente optimista referida a la dotación con recursos naturales[29], visión que deja vislumbrar un claro desconocimiento del ancho mundo, algo habitual en un orden social cerrado sobre sí mismo. Así la describe Moreno:

“Pensaban que el universo mundo vivía celoso de la hermosura sin igual del Alto Perú. Tenían por seguro que el género humano se mordía de codicia las uñas por las minas argentíferas de Chucuito, Oruro, Aullagas, Lípez, etc., etc. Todo esto sentido con ingenuidad quisquillosa y dicho con vertical aplomo”[30].

Poco antes Moreno había criticado la mentalidad prevaleciente en aquellos días, que él atribuye, entre otros factores, a los “doctores dos-caras”: la aversión colectiva a lo foráneo y cosmopolita era complementada mediante un nacionalismo provinciano y pueblerino y por una atmósfera social influida por los chismes, los enredos y las intrigas, es decir: por una desconfianza y una hipocresía liminares[31]. Souza Crespo analiza la complejidad del problema, pero llega a la lamentable conclusión de que los doctores dos-caras – el “rumor malicioso” – pueden trabajar, aunque sea involuntariamente, en favor de una lógica política emancipatoria[32]. Esto suena muy actual, en consonancia con las corrientes relativistas y con los amantes de las paradojas. Pero: la cultura política contemporánea en Bolivia y en gran parte de América Latina entorpece una convivencia razonable de los humanos y perpetúa la atmósfera de corrupción e inseguridad jurídica que se arrastra desde la época colonial. La lógica política emancipatoria, que celebran Souza Crespo y autores afines, permanece en el ámbito de las buenas intenciones, no perturbando la marcha de los asuntos cotidianos en el presente. Y esto ocurre por la ausencia de valores basados en la confianza social, en la previsibilidad de las acciones humanas y en el Estado de derecho[33].

Conclusiones provisionales

 La filosofía de la historia que se halla detrás de la cultura política rutinaria y convencional y, en el fondo, detrás de los doctores dos-caras, es aquella que se opone a la ética de la responsabilidad y a la búsqueda de objetividad y verdad. El corolario de la concepción de Souza Crespo es deprimente: el acercarse a la verdad histórica sería algo “desafortunado”[34]. Souza Crespo y los relativistas se oponen a la concepción de la objetividad histórica, inclusive a todo acercamiento a este valor normativo, por más modesto que fuere, y por consiguiente rechazan todo paradigma que proviene del ámbito occidental. Suponen que toda referencia al modelo de la democracia pluralista se transformaría en un registro de carencias, desfavorable para las naciones del Tercer Mundo, y así rehúsan toda comparación entre la situación boliviana y alguna sociedad más avanzada. Esta aversión a las comparaciones – una actitud fundamentalmente conservadora – presupone que hay algo incomparable, único y sagrado en la identidad boliviana, una esencia incólume al paso del tiempo y a los procesos históricos, que hay que preservar a toda costa, aunque sea justificando a regímenes autoritarios.

No hay duda de que Souza Crespo marcha con las modas del momento. Cuando se establece un sentido común en cualquier sociedad, es arduo el ir contra él o hasta criticarlo levemente, puesto que el sentido común se halla firmemente anclado en los pre-juicios colectivos más sólidos, que son considerados como verdades indubitables. Afirma Souza refiriéndose a Zavaleta, lo cual puede ser ampliado a Moreno: “La célebre complejidad de su escritura, por eso, no es ni un lujo ni un adorno, sino respuesta a las necesidades del análisis de una historia en movimiento”[35]. Y en otro lugar defiende Souza con vehemencia el modo barroco, rebuscado y frondoso de la prosa moreniana y zavaletiana, con el argumento de que el “estilo llano” genera “frivolidades”[36]. Es decir: quien escribe en forma clara, precisa y breve no comprende las complejidades del asunto tratado y menos aún puede expresarlas de manera adecuada. En el seno de las modas postmodernistas actuales – entre las cuales Souza Crespo se mueve con entera facilidad y aceptación – se supone a priori que la oscuridad del estilo corresponde a la profundidad del contenido.

En defensa de Mauricio Souza Crespo se puede decir que su ensayo introductorio en torno a Gabriel René Moreno pertenece exclusivamente al terreno de la crítica literaria y que este autor no intentó esclarecer asuntos políticos e históricos. No hay duda de que es un texto sobre otro texto, y este último, a su vez, constituiría también un texto sobre textos. Y así en una progresión ilimitada de referencias confusas. Esto coincide con las modas literarias e intelectuales del momento y representa una excusa, hoy aceptada como argumento válido, para no querer percibir la naturaleza autoritaria de sistemas sociales y para no emitir juicios claros en torno a autores ambiguos.


[1]   Mauricio Souza Crespo, Estudios introductorio: Ruinas sobre ruinas: la escritura de la historia en Gabriel René Moreno, en: Gabriel René Moreno, Últimos días coloniales en el Alto Perú, edición de Mauricio Souza Crespo, La Paz: Biblioteca Boliviana del Bicentenario 2023, pp. 9-90, aquí p. 10.

[2]   Ibid., p. 10.

[3]  Aquí solo se consignan los estudios más importantes y de fácil acceso: Josep M. Barnadas, Gabriel René Moreno (1836-1908). Drama y gloria de un boliviano, La Paz: ediciones altiplano 1988; Ramiro Condarco Morales, Grandeza y soledad de Moreno. Esbozo bio-bibliográfico, La Paz: Talleres Gráficos 1971; José Luis Roca, G. René-Moreno, el hispanoamericano, La Paz: Plural 2008; Juan Siles Guevara, Gabriel René Moreno, historiador boliviano, La Paz: Amigos del Libro 1979; Marcelo de Urioste, La aromática flor de los escombros. Ensayos sobre Gabriel René Moreno, Santa Cruz de la Sierra: Universidad Autónoma Gabriel René Moreno 2010; Humberto Vázquez-Machicado, La sociología de Gabriel René Moreno, Buenos Aires: Editorial Cultura Boliviana 1936.

[4]   Mauricio Souza Crespo, op. cit. (nota 1), p. 15.- Esta línea de pensamiento fue esbozada anteriormente por Leonardo García Pabón, La patria íntima. Alegorías nacionales en la literatura y el cine de Bolivia, La Paz: Plural 1998.

[5]   Sobre la pasión colectiva de patriotismo y amor al país, que emerge a menudo como un “nacionalismo romántico”, cf. Walter Sánchez Canedo, Presentación, en: Gabriel M. Soto Villegas, Las ideas liberales sobre la nación boliviana (1898-1920), Cochabamba: edición privada 2020, pp. 11-16, especialmente p. 15. 

[6]   Erika J. Rivera, Filosofía política liberal en Bolivia, La Paz: Rincón Ediciones 2020, pp. 31-36.

[7]   A esta actitud general pueden deberse el olvido y el silencio que siempre rodearon la brillante obra de Victorián de Villava, Discurso sobre la mita de Potosí [1793], cuya única fuente de acceso de halla como introducción en: Ricardo Levene, Vida y escritos de Victorián de Villava, Buenos Aires: Peuser 1946, pp. I-CXXX.

[8]   Pablo Stefanoni, Los inconformistas del Centenario. Intelectuales, socialismo y nación en una Bolivia en crisis (1925-1939), La Paz: Plural 2015, pp. 16, 20, 84-85, 184, 258-264, 328-330, 345.

[9]   Erika J. Rivera, Filosofía política liberal…, op. cit. (nota 6), pp. 68-69.

[10]   René Zavaleta Mercado, El fascismo y la América Latina [1976], en: René Zavaleta Mercado, Obra completa. Ensayos 1975-1984, compilación de Mauricio Souza Crespo, La Paz: Plural 2013, tomo II, pp. 413-419, aquí p. 414; René Zavaleta Mercado, Notas sobre fascismo, dictadura y coyuntura de disolución [1978], en: Obra completa, ibid., vol. II, pp. 459-469, aquí p. 464.

[11]   René Zavaleta Mercado, El fascismo…, op. cit. (nota 10), aquí p. 414.

[12]   René Zavaleta Mercado, Notas…, op. cit. (nota 10), p. 464.

[13]   René Zavaleta Mercado, Cuatro conceptos de la democracia [1981], en: Obra completa, op. cit. (nota 10), vol. II, pp. 513-529, aquí p. 516.

[14]   Cf. sobre esta temática: Octavio Paz, La tradición liberal, en: Octavio Paz, Hombres en su siglo y otros ensayos, Barcelona: Seix Barral 1984, pp. 9-16; Loris Zanatta, El populismo, entre religión y política. Sobre las raíces históricas del antiliberalismo en América Latina, en: ESTUDIOS INTERDISCIPLINARIOS DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE (Tel Aviv), vol. 19, Nº 2, julio-diciembre de 2008, pp. 29-44, aquí pp. 30-33, 37.

[15]   Francisco Colom González, La tutela del «bien común». La cultura política de los liberalismos hispánicos, en: Francisco Colom González (comp.), Modernidad iberoamericana. Cultura, política y cambio social, Madrid: Iberoamericana / Vervuert / CSIC 2009, pp. 269-298, aquí pp. 291-292.

[16]   Richard M. Morse, El espejo de Próspero. Un estudio de la dialéctica del Nuevo Mundo, México: Siglo XXI 1982, pp. 84-85, 114.

[17]   Gabriel René Moreno, Nicomedes Antelo, en: Gabriel René Moreno, Bolivia y Argentina. Notas biográficas y bibliográficas, edición de José Luis Roca, La Paz: Don Bosco 1989, pp. 97-149, aquí p. 142.

[18]   Ibid., pp. 106, 113, 117-118, 120.

[19]    Mauricio Souza Crespo, op. cit. (nota 1), p. 12.- En la p. 17, nota 11, Souza Crespo hace algunas aclaraciones bien fundamentadas sobre el presunto racismo de Moreno. Como dice Souza Crespo con toda razón, en este texto no se sabe a ciencia cierta si Moreno habla por sí mismo o si refiere opiniones de Antelo.

[20]   Nicomedes Antelo, Un nuevo Tigrón y con frac. Alerta a los cronistas de América. Algo de viejo y de nuevo sobre la política sudamericana, La Paz: Plural 2017 (nueva edición a cargo de Hernán Pruden; la primera edición se publicó en Salta, Argentina, en 1860).- El editor Hernán Pruden también se muestra cauteloso en relación a las posibles expresiones racistas de Antelo. Cf. Hernán Pruden, Presentación, en: ibid.., pp. 9-15, especialmente pp. 10-13.

[21]   Erika J. Rivera, Historia crítica de Bolivia. El periodo liberal, La Paz: Rincón Ediciones 2022.

[22]   Nicomedes Antelo, op. cit. (nota 20), pp. 37-39, 49-51.

[23]   Es muy conocida la apreciación básicamente positiva del gobierno de Manuel Isidoro Belzu de parte de intelectuales progresistas. Existe una abundante literatura sobre este tema. El fundamento precursor de la misma se halla en: René Zavaleta Mercado, Lo nacional-popular en Bolivia, en: René Zavaleta Mercado, Obra completa, op. cit. (nota 10), tomo II, pp. 143-379, aquí pp. 238-241.- Cf. también: Andrey A. Schelchkov, La utopía social conservadora en Bolivia: el gobierno de Manuel Isidoro Belzu 1847-1855, La Paz: Plural 2011.

[24]  Sobre la afiliación política del padre de Moreno, cf. Mauricio Souza Crespo, op. cit. (nota 1), p. 19, nota 14.

[25]   Sobre las ideas que subyacen a la posición de Antelo y Moreno, véase Marie-Danielle Demélas, Darwinismo a la criolla: el darwinismo social en Bolivia 1880-1910, en: HISTORIA BOLIVIANA (La Paz), vol. I, Nº 2, 1981.

[26]   Herbert S. Klein, Bolivia. The Evolution of a Multi-ethnic Society, New York: Oxford University Press 1982, pp. 130-132.

[27]    Añado a propósito esta alusión de carácter personal para molestar a un posible lector de inclinaciones progresistas. De acuerdo a esta posición, uno siempre tiende a reproducir los prejuicios del orden social donde se formó. De ser cierta esta tesis infantil e infantilista, la humanidad nunca habría salido de las cavernas prehistóricas.

[28]   Sobre este tema cf. Roberto Laserna (comp.), Libertad y liberalismo en Bolivia, La Paz: Fundación Milenio 2016.

[29]   Sobre la percepción colectiva de los recursos naturales cf. dos publicaciones importantes: Guillermo Francovich, Los mitos profundos de Bolivia, La Paz: Amigos del Libro 1980; Fernando Molina, El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales, La Paz: Pulso 2009.

[30]   Gabriel René Moreno, Últimos días coloniales en el Alto Perú, edición de Hernando Sanabria Fernández, La Paz: Juventud 1997, p. 299.

[31]   Ibid., pp. 296-298.

[32]  Mauricio Souza Crespo, op. cit. (nota 1), pp. 57-58.

[33]   Lo que descuidan sistemáticamente las tendencias postmodernistas y populistas: las complejas relaciones entre la creación de prosperidad económica y la preexistencia de un clima de confianza social. Cf. Francis Fukuyama, La confianza, Madrid: Ediciones B 1998.

[34]   Mauricio Souza Crespo, op. cit. (nota 1), p. 34.

[35]   Mauricio Souza Crespo, Las figuras del tiempo en la obra de René Zavaleta Mercado, en: René Zavaleta Mercado, Obra completa, op. cit. (nota 10), tomo II, pp. 11-30, aquí p.16.

[36]   Mauricio Souza Crespo, Apuntes sobre la obra de René Zavaleta Mercado, 1957-1974: ahora sé por qué hubo quienes pensaban que conocer es recordar, en: René Zavaleta Mercado, Obra completa, op. cit. (nota 10), tomo I, pp. 11-28, aquí p. 17.

Hugo José Suárez en la Academia Boliviana de la lengua

Este texto de respuesta al discurso de Suárez, fue leído en el acto especial de la Academia Boliviana de la Lengua.

Blithz Lozada Pereira[1]

Cumpliendo las labores de vicedirector de la Academia Boliviana de la Lengua, es un gusto para mí en esta ocasión, leer mi alocución de respuesta al discurso del doctor Hugo José Suárez Suárez que acabamos de escuchar, titulado: “Escribir: Por una narrativa sociológica”. Inmediatamente después, procederemos al acto formal de ingreso a la Corporación del Dr. Suárez, en calidad de miembro de número que ocupará la silla “E”, letra mayúscula, otrora ocupada por el académico nacido en Santa Cruz de la Sierra, el abogado y periodista Pedro Rivero Mercado.

Permítanme, distinguido público, presentar brevemente al doctor en Sociología, Hugo José Suárez Suárez, a quien conozco desde poco menos de 30 años y en quien encontré a un consumado escritor e investigador, siempre motivado por relacionar la creación literaria con los contenidos científicos que proveen las disciplinas sociales y humanísticas que él cultiva, particularmente, la Sociología, la Historia, la Antropología, la Teología, el periodismo y el análisis político y cultural.  En estos campos de desarrollo inter-disciplinar, como el mismo recipiendario afirma, los ámbitos de interés que investiga, incluyen, en especial, la sociología de la religión y de la cultura, las prácticas religiosas —como las investigadas en México donde reside actualmente- la sociología visual y la metodología cualitativa, además de los estudios sobre la cultura política en Bolivia y los análisis de coyuntura.

Hugo José Suárez se ha doctorado en Sociología por la Universidad Católica de Lovaina, constituyéndose en docente e investigador de varias universidades de prestigio mundial. Su licenciatura la obtuvo en México, en la Universidad Autónoma Metropolitana; concluyó dos maestrías, una en Ciencias de la Religión otorgada por la Universidad Católica de São Paulo y otra por la Universidad Católica de Lovaina.

Hoy, su trabajo regular es en la Universidad Nacional Autónoma de México, país donde reside con la credencial de “investigador nacional”; asimismo, se ha desempeñado en la Universidad Sorbonne Nouvelle de París y, en la misma ciudad, en la Fundación Maison des Sciences de l´Homme, el Collège d´études Mondiales y el Instituto de Altos Estudios para América Latina. También fue docente en la Universidad Católica de Lovaina y participó en proyectos de investigación con auspicio de la Universidad de Columbia, en Nueva York, y de la Universidad Mayor de San Andrés, de nuestra ciudad. Ha impartido, tanto cursos de grado, como de postgrado, en universidades de América Latina y Europa.

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Hugo José Suárez tuvo la gentileza, en 1996, de invitarme a que presentara su primer libro titulado Laberinto religioso. Abusando de la generosidad de ustedes, también hablaré brevemente en esta alocución sobre tal obra primigenia del autor que contaba solo 26 años. Lo hice en el Paraninfo de la UMSA. Pocos años antes, él y yo contrajimos parentesco político puesto que me casé con su tía, María Isabel Gobilard Suárez. Me llamó la atención que el libro que presenté —referido a temas culturales de reflexión sociológica y temática religiosa en nuestro medio- incluya tópicos no azarosos; sino intensos en el alma y la mente del joven autor. Y es que el alma de Hugo José es auténtica y ávida de experiencias hondas, al grado, por ejemplo, de haber realizado los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola con profunda seriedad.

Las temáticas de problematización, reflexión e investigación relevantes y propias, se ven con claridad en los 17 libros que Hugo José Suárez publicó hasta ahora como autor, en las 13 ocasiones en las que coordinó la publicación de igual cantidad de volúmenes y en los 60 artículos y capítulos que vieron la luz en revistas indexadas; además de la cantidad enorme de ocasiones en las que colaboró como redactor de periódicos y medios electrónicos en Bolivia, Bélgica y México.

Es recurrente advertir en la vasta producción intelectual de Hugo José Suárez, tanto el valor literario de sus narraciones como la autoría del académico con sólida formación disciplinar. Aunque no se las advierta inmediatamente, existen vibraciones ocasionadas por las pulsiones intensas que dirigen el deslizamiento de su pluma cuando escribe. Me refiero a que, por ejemplo, libros como París a diario, de 2022; Diario de La Paz, del mismo año y; antes, Un sociólogo vagabundo en Nueva York, de 2015, expresan las emociones íntimas y agudas del autor en ciudades rimbombantes que marcaron su vida, siendo sorprendente la delicadeza con la que percibe los detalles que constelan las historias y dan lugar a que el lector capture la esencia de las urbes, aprehendida gracias a la sensibilidad de Hugo José.

Sin embargo, sobre la sede de gobierno de Bolivia, el título Diario de La Paz no sería apropiado, porque el autor prefiere presentar los 102 textos que componen la obra, más como “cuadernos de notas” etnográficas, que como la llamada “sociología vagabunda”, iniciada en Nueva York y continuada en París. Además, la pesantez de La Paz le hizo difícil retratar con labilidad la esencia de la ciudad, porque se trata de la suya: su pasado y presente, sus emociones y recuerdos; su vida, en suma. 

Con todo, el Dr. Suárez escribe para transmitir sus observaciones. Desde el primer día del diario de La Paz, que comienza el 1° de febrero de 2021, hasta el último que narra en febrero de 2022, hace ostensible el tiempo de inexorable virulencia de la pandemia de la Covid-19. Desde la víspera de su quincuagésimo primer cumpleaños, su libro Apuntes de un retorno —tal es el subtítulo de Diario de La Paz– reúne caóticamente lo que se le ocurre; permitiéndose constelar ingeniosamente lo irónico de la ciudad con los extremos inverosímiles, la gente desconcertante, sus ideas sueltas y los temas anodinos y peregrinos que se deslizan en las redes sociales como si fuesen significativos. Cada impresión tiene un impulso fuerte: narrarlo. Así lo hizo, por ejemplo, cuando en cafés de París, comenzó, continúo y terminó la escritura de su autobiografía.

Durante un año—desde febrero de 2021- Diario de La Paz, escrito día tras día en la reclusión forzada por la pandemia, refleja lo visto, sentido y pensado por el autor en el entorno sui géneris que estuvo marcado por la enfermedad; siendo La Paz la sede que impidió que se consumara otra mentira política más, como hubo tantas los 14 años precedentes a 2019.

Hugo José confiesa que tuvo tres libretas que, ulteriormente, las mezcló en la narración de los poco más de cien días rememorados por el diario. La libreta con frases e ideas de pensadores relevantes, siempre útil para seguir algún hilo conductor que exprese con concisión lo esencial de un tópico determinado. La segunda libreta, con orientaciones disciplinares para la actividad sociológica profesional y; finalmente, la tercera libreta de contenido personal e íntimo. La intersección casual o premeditada de los tres registros, constituiría lo que el Dr. Suárez enfatiza en su discurso de ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua: la narrativa sociológica original, propia e inconfundiblemente personal, expresada a través de un texto de valor literario.  

Diario de La Paz: Apuntes de un retorno, como señala el autor, se habría escrito también gracias a las decisiones personales que él tomó, como abrir cajas de recuerdos, de archivos, de escritos, objetos y libros, que fueron cerradas durante más de dos décadas. También, por decidir, en su año sabático, acompañado de sus dos hijas, recorrer la calle Harrington y mostrarles la casa donde su padre, José Luis Suárez Guzmán, fue acribillado a inicios de 1981, junto a siete dirigentes del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria, por los paramilitares que acataron las órdenes criminales de los dictadores asesinos, Luis García Meza y Luis Arce Gómez, tiñendo de luto la historia de Bolivia.

No, La Paz no puede ser una ciudad más para el hombre viajero de espíritu cosmopolita que, como etnógrafo y aventurero urbano, tiñe sus escritos de evidente calidad literaria, clareando sus convicciones y vivencias. La sede de gobierno le pesa en el alma, porque además es la ciudad donde percibe se habrían desmoronado sus más caros anhelos políticos, ampliamente difundidos los primeros años del milenio.

En 2018, el Dr. Suárez coordinó la publicación de un libro de la UNAM con la participación de 15 autores, la mayor parte de ellos, bolivianos. Tituló ¿Todo cambia?: Reflexiones sobre el proceso de cambio en Bolivia. En la “Introducción”, redactada pocos meses después del 21 de febrero de 2016, día del referéndum nacional, escribió lo siguiente:

[…] este libro pretende contribuir a develar que la naturaleza del mismo [del “proceso de cambio”] es más una anomalía constitutiva que una linealidad programada. Esa complejidad y la poca claridad sobre su destino y desenlace, es lo que lo caracteriza.

Tanto en México como en Lovaina, Hugo José ha coordinado y dirigido la publicación de varios números de revistas. Cabe señalar, en primer lugar, la revista Cultura y representaciones sociales: Un espacio para el diálogo trans-disciplinario, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, con 35 números publicados hasta la fecha. Siendo su director, ha enfatizado que la revista buscaría ampliar los contenidos publicados, diversificar los documentos y dar cobertura incluso a resúmenes de trabajos de grado y postgrado; además de fomentar ampliamente la producción intelectual universitaria.

Respecto de las publicaciones de la Universidad Católica de Lovaina, el Dr. Suárez es miembro de dos comités de redacción, los de la revista internacional de sociología de las religiones denominada Social Compass y de la revista Recherches sociologiques et anthropologiques.

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Hay investigaciones realizadas por el Dr. Suárez, donde se advierte su calidad profesional plasmada en estudios sociológicos que dan cuenta de tópicos de interés relacionados con la religión. En efecto, por ejemplo, en su libro de 2012, Ver y creer: Ensayo de sociología visual en la colonia El Ajusco, el autor muestra más gráficamente que con su prosa escueta, la diversidad de credos y ritos religiosos en las afueras de la ciudad de México. La obra, entregada a los comunarios a quienes fotografió, refleja la diversidad y las interrelaciones que se producen, por ejemplo, en el escenario de católicos, protestantes y quienes sostienen creencias con un fuerte contenido vernáculo, dando significado sagrado al espacio.

En 2015, su publicación Creyentes urbanos: Sociología de la experiencia religiosa en una colonia popular en la ciudad de México, trata también del barrio El Ajusco de la ciudad capital. En este caso, el libro estudia la acción de la Compañía de Jesús para que, mediante la instrumentación religiosa, los miembros de una comunidad de base se movilicen políticamente con actividades urbanas vinculadas a la fe.

El mismo interés motiva a su investigación, realizada de modo colectivo en la UNAM con el título: Guadalupanos en París. Se trata de un estudio para analizar cómo el catolicismo parisino influiría sobre los inmigrantes mexicanos en Francia y cómo dicha religión en Europa cambiaría por las particularidades de tales actores.

Desde muy temprano, Hugo José Suárez ha hecho de su producción intelectual una narrativa literaria, de manera que su escritura presenta “lo que lleva dentro”. Así lo ha confesado en su libro Sueño ligero: Memoria de la vida cotidiana, publicado en La Paz en 2012, donde enfatiza su calidad de sociólogo y muestra el fatum de su existencia, clasificando, explicando, relacionando, preguntándose y respondiéndose, aunque, felizmente, no de modo taxativo. En 54 relatos que aparecen como capítulos distribuidos en ocho secciones, escarba en su memoria desde la infancia, analiza sus experiencias cotidianas e intensas en La Paz, México y Europa; las narra con una escritura exquisita y un estilo laudable, de manera que convierte al lector en un cómplice de su propia existencia, invadiendo su memoria los olores, objetos y colores del pasado, los regalos del tiempo, las vivencias, los lugares, personajes y sorpresas que abundan. También sus pensamientos y sentimientos hasta que, al final, citando hace más de 10 años a Roger Bartra —también referido en su discurso de ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua- indica que, seguramente como hoy, no volverá a radicar en nuestro país; aunque sí le gustaría pasar los años de su retiro y su vejez en la ciudad resguardada por el Illimani.

Personalmente, yo necesitaría más tiempo que, de modo razonable y con tolerancia, el lapso que se me ha concedido en esta ocasión. Me refiero al tiempo para exponer y valorar la obra de 30 libros que fueron escritos y compilados por Hugo José; aparte de sus 60 artículos publicados y sus innumerables contribuciones a periódicos en varias ciudades. Sin dicha prerrogativa, solo me resta citar algunos títulos, comenzando por los más recientes. Entre sus libros, que vieron la luz en México y Bolivia, aparte de los comentados en mi alocución, destacan los siguientes: La Paz en el torbellino del progreso: Una sociología de las transformaciones urbanas en la era del cambio en Bolivia (publicado en 2018) Bourdieu en Bolivia (de 2022) Hacer sociología sin darse cuenta: Una invitación (dedicado a su hija Canela en 2018) Viajar, mirar, narrar (de 2018) y Tertulia sociológica (que transcribe nueve entrevistas a notorios sociólogos contemporáneos en 2009). De las compilaciones y co-ediciones que hizo, destacan las que señalo a continuación: Formas de creer en la ciudad (coordinado en 2021) El Instituto de Investigaciones Sociales en el espejo: Conmemoración de sus 85 años (publicado en 2018) Sociólogos y su sociología: Experiencias en el ejercicio del oficio en México (de 2014) y, finalmente, El sentido y el método: Sociología de la cultura y análisis de contenido (de 2008).

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La lectura del texto y, ahora, la escucha del discurso del Dr. Hugo José Suárez antes de su ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua, me ha impresionado de manera más que amena. Trata temas que rondan hace mucho al recipiendario. Las citas de poco menos de una treintena de escritores, filósofos, pensadores, sociólogos, críticos, etnógrafos y otros autores que incluye el texto, muestras breves y suculentas glosas que justifican y dan cuerpo a su principal tesis. Se trata de sustentar que es posible y sería muy conveniente desplegar una escritura que sea sociológica y narrativa al mismo tiempo, porque así se constituiría en sumamente persuasiva para el destinatario que aunaría el placer de la lectura con información académica de calidad.

Por lo mismo, pienso que, irónicamente, el discurso como la tesis misma, se encuentran tensionados, tanto por la pluma creativa del escritor talentoso como por el deseo del sociólogo riguroso de sustentar científicamente sus posiciones. En efecto, encuentro en cada línea del autor, cómo se desliza la tinta de quien, por una parte, ha sido testigo directo de situaciones intensas y, por otra, de quien quiere analizarlas y explicarlas causalmente. Sus textos expresan al autor con aptitud para narrar sus experiencias propias y de referir las vicarias, jalonado por el propósito de mostrarlas como si fuesen manifestaciones de una tesitura social específica. En fin, aun en la narrativa más individual que exprese los sentimientos, deseos y emociones del autor; surge de improviso la necesidad de ponerlas a la vista como parte de la realidad de un momento y un lugar, como si tuvieran que pasar así a cualquier persona.

Tengo la certeza de que ninguna narrativa ficcional, incluso de la pluma en español de los más depurados y celebrados escritores, por muy inverosímil que sea el contexto y las circunstancias de los sucesos narrados; está al margen de las experiencias del autor. Y no me refiero solamente a lo que de inmediato podría colegirse —las vivencias de amor romántico, por poner el caso- sino, miento el conjunto múltiple, contradictorio y diverso que irrumpe en la vida del autor. Son relaciones con personas de diverso carácter y procedencia, que realizan valores, preferencias y antivalores disímiles; existentes que tienen vicisitudes y tramas en ambientes sociales, económicos y culturales peculiares; componendas con varios protagonismos y papeles secundarios desplegados en cuentos de ocurrencia casi imposible y de ingeniosas disposiciones que anticipan el interés del lector por los dilemas que se generarán y por las decisiones que se necesitarán.

Por otra parte, y a la inversa, pienso que ningún objeto de estudio es elegido como fruto de la decisión objetiva y neutral, sin prejuicios ni interferencia de factores subjetivos. Ningún tópico de investigación científica en el campo social y de las humanidades —se trate del trabajo de sociólogos, lingüistas, antropólogos, historiadores, etnógrafos u otros profesionales- es realizado libremente: exento en absoluto, de factores personales, subjetivos y de cargas teóricas y metodológicas. Por muy grandes que sean los esfuerzos intentando mostrar que la elección del tema de investigación y la aplicación del enfoque metódico preferido fue impersonal, subyacen indefectiblemente, factores intermedios, ruidos y preferencias que marcan los productos con el sello del autor.

Como decía Thomas S. Kuhn, “toda percepción está teóricamente cargada”. Y sin duda lo está más si se trata de un sociólogo que, por muy alto nivel académico que ostente, es también un escritor. La producción sociológica del Dr. Suárez muestra que el autor es consciente de que su trabajo profesional está preñado de lo que es propio del escritor y no del cientista social abstracto. Que se deslice la componente ficcional en su creación intelectual no obsta para que el profesional, académico e investigador despliegue una narrativa de estilo propio que, ofreciendo formación y conocimiento sociológico nuevo, está muy cerca también de las obras literarias de valor reconocido. Además, por la presentación de sus libros que en muchos casos siguen el orden cronológico fáctico, de acuerdo a las fechas de los escritos y de los artículos que los forman, es posible afirmar que la obra del recipiendario se anida entre los textos ficcionales con valor de cronología periodística, allende el conjunto de limitaciones que surjan en el género.

Al apreciar, también subjetiva y sesgadamente la obra de Hugo José, me parece que su estilo es, como escribió Alfonso Reyes, “caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”. En efecto, se trata de la opción del autor que aparece como el capricho por la libertad y la búsqueda auténtica de creación cultural mediante la fusión de la literatura con textos científicos. Es la tangente que fuga del círculo cerrado del canon estilístico y la apertura trans-género que vuelve literatura a la ciencia y libera al rigor científico gracias al deleite retórico del texto que vibra. Alfonso Reyes se refirió al ensayo como el “centauro de los géneros”, donde habría de todo y cabria de todo. En el caso de Hugo José, su obra es el “centauro de los géneros” por la hybris de lo mejor de su talento literario con lo más alto de su capacidad para investigar y verbalizar la curva científica, sea como sociólogo o como hermeneuta de los procesos sociales y humanos.

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Con el permiso y tolerancia del recipiendario, estimado público, querría en esta oportunidad, referirme al padre de Hugo José, el sociólogo y mártir de la democracia, José Luis Suárez Guzmán. Sin duda, que la influencia del autor de la compilación titulada Los cuatro días de mi eternidad sobre su único hijo varón, Hugo José, como sobre otros miembros de su familia que tengo el honor de conocer; ha sido muy significativa. Estoy seguro de que el recipiendario es sociólogo, titulado con el alto nivel académico de doctor por la Universidad de Lovaina, debido a que su padre también fue doctor en Sociología con estudios en la Universidad de Salamanca, habiendo forjado una preparación académica relevante en varios cursos complementarios en Madrid, Montevideo, Bogotá, México y La Paz.

Pero, como sabemos, aparte de la influencia sobre la elección de vida académica que un intelectual da ha lugar en sus hijos, aparte incluso del deseo de estos de continuar por el mismo sendero de formación profesional de su padre; es más importante el ejemplo de vida política, moral y espiritual. José Luis Suárez Guzmán murió asesinado por la dictadura militar de Luis García Meza, el 15 de enero de 1981. Fue una muestra al país de la esencia criminal del gobierno de facto que el 17 de julio de 1980 protagonizó el golpe de Estado que cercenó la democracia. Antes, el 21 de marzo de 1980, paramilitares argentinos asesinaron a Luis Espinal Camps y el mismo día del golpe de Estado, 16 meses después, a Marcelo Quiroga Santa Cruz. Que el padre de Hugo José haya sido dirigente nacional de un partido de izquierda —el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria- sin duda explica las expectativas y las denuncias que su hijo tuvo y escribió, por ejemplo, sobre el principal proceso político de las primeras décadas del siglo XXI y que quedan registradas en su compilación publicada en La Paz en 2020 con el título, El desencanto: 14 años del gobierno de Evo Morales.

El libro muestra la decepción de Hugo José después de descubrirse el descalabro del fraude de 2019 y producidas las manifestaciones pacíficas que evitarían la continuación de la barbarie y el desgobierno. Se trata de cómo el autor forjó ilusiones que en poco menos de un lustro se diluyeron como fantasmagorías colectivas. Son 14 años de gobierno del Movimiento Al Socialismo, tipificados críticamente como un proceso larguísimo que terminó penosa y vergonzosamente. Hugo José se desencantó, definitivamente, de las utopías que había forjado como otro iluso más de la palestra ideológica del momento. Las utopías se disiparon al grado que, con energía y valentía —tan distintas a los cálculos políticos de analistas y generadores de opinión- con sus textos, el intelectual y autor renuente a perder la esperanza; saldó cuentas, en primer lugar, consigo mismo. Focalizó su desilusión, mostró el dolor de su fascinación traicionada y olió la descomposición de un proceso que hoy día, solo el cinismo pútrido y ramplón defiende. De manera descarnada y conmovedora, con pudor, mostró el derrumbe de una construcción ficticia con pies de barro.

El libro es una compilación de artículos, ensayos y textos que el autor publicó en periódicos y en Internet. Cada uno indica la fecha de su publicación; sumándose 70 textos distribuidos en tres momentos que reflejan la bitácora política de Hugo José. Comienza con la “ilusión”, desde 2005 hasta 2011; continúa con lo que denomina “algo huele mal”, de 2017 a 2019, y finaliza con el “descalabro” intenso en octubre y noviembre de 2019. La segunda y tercera parte analizan de qué manera el gobierno del MAS comenzó a mostrar sus garras autoritarias, por qué no se produjeron los cambios que él y un hato de ingenuos esperaban que acontecieran y cómo la mezquindad de los dirigentes condujo a Bolivia al despeñadero hasta que se precipitó la renuncia del presidente.

Cada texto evidencia con calidad literaria y consideraciones plausibles de carácter sociológico, las posiciones políticas limpias y enfáticas de quien creyó candorosamente a inicios del milenio que un indio otorgaría dignidad, democracia y equidad al país. Pero, al final, los espejismos se vaciaron en cuencos sociales y políticos que guiaron al precipicio. El autor hace referencia a la mezquindad, terquedad y obcecación bien practicadas por un indio, que con una insaciable angurria de poder y con una falta absoluta de sensatez y sentido común y democrático, incluso convocó a la violencia

Respecto de la influencia académica de su padre; cabe resaltar que José Luis Suárez Guzmán fue docente de la Carrera de Sociología de la UMSA y de la Universidad Católica de La Paz; habiéndose destacado también por la calidad de las clases que impartía, además de los seminarios y charlas que dio en entidades de formación superior, particularmente, de carácter castrense —sobre esto, es probable que seguía a su padre, el abuelo de Hugo José, el Gral. Hugo Suárez Guzmán que fue Presidente del Tribunal Supremo de Justicia Militar.

Otras influencias paternas, cristalizadas abundantemente en la obra literaria y científica del recipiendario, son las labores profesionales, la publicación de textos intelectuales, la ejecución de investigaciones en clave social y su compromiso por el desarrollo humano. José Luis Suárez realizó varias investigaciones, publicó manuales de texto, efectuó tareas como consultor, cumplió labores directivas en distintas reparticiones del Estado, fue fundador del Semanario Aquí, contribuyó como redactor de varios periódicos de circulación nacional y participó en una cantidad considerable de seminarios, encuentros y otros eventos académicos.

Es comprensible que la pérdida de su padre, casi a los once años de edad, le haya conmocionado profundamente a Hugo José, impactándole de manera indeleble. Es, sin embargo, encomiable que un padre dé ejemplo moral y espiritual a los hijos, mostrándoles su carácter afable, divertido, asertivo y siempre anuente con los demás. José Luis Suárez Guzmán enseñó a sus hijos y mostró a su familia el valor de ver y cantar la vida con optimismo y esperanza, la importancia de mantener una moral inquebrantable y la profundidad de cultivar actitudes auténticas, también espirituales, quedando en el recuerdo, en particular, como una personalidad con un gran legado de valor humano, social y profesional, con compromiso político sincero.

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He señalado al principio de mi alocución que abusaré de la tolerancia del auditorio hablando acerca del primer libro de Hugo José, titulado Laberinto religioso, que fue presentado por mí en 1996. Lo hago porque creo que pese a la madurez intelectual del autor después de más de un cuarto de siglo, acercándose a contar una veintena de libros publicados de evidente calidad literaria y sociológica, se advierte en su caso —como acontece con la mayoría de las primeras obras de autores de talento- los delatan.

Naturalmente, se han advertido algunas variaciones inevitables que descubren que el Dr. Suárez, la persona interesada en la religión, con profundas motivaciones axiológicas y políticas, se decepcionó y deshizo en su alma, varias ilusiones e ideales que le sobrecogían. Tal proceso se motivó en Bolivia y Latinoamérica, frecuentemente, por ejemplo, al descubrirse la realidad oculta y los efectos desastrosos de procesos de supuesto cambio como los vaticinados por el socialismo del siglo XXI. Como otros jóvenes honestos, Hugo José se desencantó de forma inenarrable, descubriendo su ingenuidad. Sin embargo, advierto que varios núcleos de interés existencial dieron lugar a que despliegue su labor literaria y de estudioso de problemáticas concernientes a la sociedad, mostrando la recurrencia de hilos conductores de su vida.

Por eso, aunque Hugo José no cite o haya olvidado incluir a Laberinto religioso en su hoja de vida, es importante en su biografía intelectual. Su primera creación enfatiza desde temprano la necesidad de creer en un ser supremo, de buscar lo divino y de asentar certidumbres, esperanza y fe; devela su propia subjetividad religiosa que me parece no ha variado en lo sustantivo, mostrando tolerancia, pero también crítica, por ejemplo, a las sectas protestantes y a los pastores carismáticos.

Sus resortes políticos y religiosos, impulsaron al joven Hugo José a que escribiera que Néstor Paz Zamora habría tenido una vida santa y mística de mártir, superando a la muerte y resucitando lo sagrado, con fundamento en una dura crítica a los «falsos cristianos”. Idealizó la guerrilla de Teoponte como el camino de salvación, identificándose con Dios con el solo alimento de la oración. Sin embargo, el escritor Suárez también aplaudió la pacificación en Chiapas, abogó por la filosofía y la teología de la liberación que interpelaría a los fieles, rechazando toda forma de adormecimiento. Antes, como ahora, las aspiraciones y proyecciones de los pobres y marginados, por una sociedad mejor, justa y solidaria, tendrían el protagonismo de los mismos actores, sin ser pretexto de discursos infames destinados a engañar a los incautos.

No sería extraño que posiciones como la referida ya no sean sostenidas por el autor, o al menos con la pasión de la juventud. Sin embargo, aún hoy, por ejemplo, la crítica a la lógica eclesio-céntrica de cierta teología, el rechazo a la intolerancia a la disidencia y autonomía de obispos contestatarios y la denuncia del poder de tendencias conservadoras y tradicionales con formas de vida opulentas, descarriadas y autoritarias, siguen siendo contenidos intelectuales dignos de compromiso religioso.

Advierto que sus críticas de antaño y las de hoy muestran su potencial explosivo y creador. Pese a los lugares comunes de la izquierda condenando al liberalismo, la miseria y la exclusión; que Hugo José haya criticado al papamóvil, los ritos en torno a la Guadalupana o respecto de las piedras de Urkupiña; que ahora estudie con rigor sociológico varios fenómenos religiosos en mega-polis, es encomiable. Más, porque los derechos humanos, la defensa de la vida, la lucha por la tierra, la naturaleza y la dignidad; pese a la crisis de la Iglesia católica, constituyen valores que no se demeritan por las perversiones y complicidad de curas y jerarcas; tal y como las traiciones a los ideales de justicia y desarrollo humano no los devalúan por las acciones de politicastros responsables de los peores efectos económicos y ecológicos para sus países.

Hugo José analizó fetichizar la Coca-Cola como un nuevo ídolo. Para él, poseer una botella de curvas voluptuosas e ingerir el líquido negro reforzaría el erotismo comercial idealizando la juventud y la belleza como una ventaja energética capitalista. Que su nombre refiera las adicciones de la sociedad industrial avanzada, estimularía su consumo haciendo del marketing la nueva religión del consumo.

En suma, el Laberinto religioso que presentó su primera obra expresa el galimatías de su propia vida, no solo en lo concerniente a la religión, la política o el pensamiento; sino en lo que respecta a su existencia intensa y auténtica. Con valentía y determinación, fue capaz de salir de la maraña de vivencias en el codo del milenio y en sus primeros años, desentrañando los enredos gracias a sus viajes cosmopolitas, estudios rigurosos, experiencias cotidianas y sui géneris, entre la formación de alto nivel y un estilo talentoso de escritura, presentando lo que lleva dentro, con gran calidad científica y plasmando la narrativa sociológica que anuncia su discurso de ingreso; aunque, tal vez, sería mejor referirse a su obra como una sociología ficcional.

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Finalmente, debo decir algunas palabras sobre quien ocupó como miembro de número, antes del doctor Hugo José Suárez, la silla “E”, mayúscula, de la Academia Boliviana de la Lengua. Fue el abogado, periodista, profesor y escritor cruceño, Pedro Rivero Mercado que falleció a los 84 años de edad a mediados de 2016, siendo director del importante matutino de Santa Cruz de la Sierra, el periódico El deber.

Pedro Rivero trabajó como periodista y dirigió el matutino cruceño durante casi seis décadas, habiendo recibido preseas tan destacadas como el Cóndor de los Andes y el Premio Nacional de Periodismo. Ingresó a la Academia Boliviana de la Lengua cuando contaba 72 años, leyendo un discurso sobre la literatura picaresca de escritores de Santa Cruz. En dicha capital, fundó la Academia Cruceña de Letras. Su obra intelectual incluye cerca de una decena de publicaciones poéticas y media docena de novelas entre las que destacan: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Guardia y Que Dios lo tenga donde no estorbe.

Las preseas y diplomas que le fueron otorgados incluyen medallas, distinciones, condecoraciones y reconocimientos, tanto del Estado boliviano como de organizaciones nacionales e internacionales. Tuvo certificados conferidos por entidades locales de La Paz y Santa Cruz de la Sierra en campos del periodismo, la educación, la cultura, los servicios profesionales como abogado y medallas otorgadas por Brasil y Francia.

En su carrera profesional, se cuenta que fue embajador de Bolivia en Francia, redactor de los periódicos Progreso de Santa Cruz y Presencia y Última Hora de La Paz, cumpliendo además la labor de director de El diario del Oriente. Fue presidente del directorio de la Casa Municipal de Cultura Raúl Otero Reiche y presidente de la Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia; fundador, socio y benefactor de varias fundaciones culturales y bibliotecas en la sede de gobierno, en Santa Cruz de la Sierra y en El Alto. A nivel internacional, tuvo varias membresías; asistió a alrededor de una decena de eventos, en especial, relacionados con la comunicación, la integración y la democracia. Se desempeñó como catedrático de la Universidad Gabriel René Moreno, habiendo sido homenajeado como Doctor honoris causa por la Universidad Técnica Privada de Santa Cruz y por la Universidad de Aquino de Bolivia. También cumplió funciones docentes en Secundaria.

En suma, la silla “E”, vacante desde el 13 de junio de 2016, ahora será ocupada por Hugo José Suárez Suárez, augurándole que la honrará plenamente, enorgulleciendo a la Academia Boliviana de la Lengua por su talento como escritor y por su labor académica de calidad con alta graduación como sociólogo. ¡Bienvenido, Hugo José!


[1]         Es subdirector y miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua. También miembro corres­pondiente de la Real Academia Española y miembro de número de la Academia Boliviana de Educación Superior. Docente emérito de la Carrera de Ciencia Políti­ca y Gestión Pública en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la UMSA; y de las carreras de Historia v Filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Investigador emérito del Instituto de Estudios Bolivianos. Ha pu­blicado 32 libros y escrito 100 artículos para revistas especializadas incluidos textos periodísticos en formato físico y electrónico. Es Philosophical Doctor en Gestión del De­sarrollo y Políticas Públicas por la UMSA. Se ha titulado en la Maestría en Gestión de la Investigación Científica y Tecnológica de la UMSS y el CEUB y en la Maestría en Filosofía y Ciencia Política del CIDES. Diplomado en Educación Superior, tiene también el Diplomado Superior en Ciencias Sociales de la FLACSO. Licenciado en Filosofía con estudios de economía. En su carrera profesional ha ocupado importan­tes funciones directivas en instituciones educativas. Obtuvo varios premios y fue miembro de los comités ejecutivos de la Confederación Universitaria Boliviana y de la Central Obrera Boliviana.

Adolfo Cáceres: “Mientras no me olvides, seguiremos siempre juntos”

El escritor orureño afincado en Suecia, nos envía este homenaje al recientemente desaparecido escritor y crítico.

Javier Claure C.

El fallecimiento, en la ciudad de Cochabamba (Bolivia), del renombrado escritor y crítico literario orureño, Adolfo Cáceres Romero, a la edad de 86 años, ha sumido en luto a la comunidad literaria boliviana. Sus libros han explorado diversas temáticas, dejando así indelebles surcos en el ámbito de las letras bolivianas. El viernes 8 de este mes, exactamente a las 23:39 de la noche, envié un mensaje a la escritora cochabambina Gaby Vallejo Canedo. Su respuesta inmediata fue la siguiente: “Llegas en un día infausto para la literatura boliviana. Ha muerto Adolfo Cáceres Romero”. Apenas leí la nota, un suspiro de tristeza se propagó hasta lo más profundo de mi corazón. Había leído algunos cuentos de este ilustre escritor, como por ejemplo «Los ángeles del espejo» publicado en la Enciclopedia Boliviana, los mejores cuentos bolivianos del siglo XX, por Ricardo Pastor Poppe. O su célebre cuento «La emboscada» Premio Nacional de Cuento de la Universidad Técnica de Oruro en 1967.

El año 2004 viajé a Bolivia para presentar mi primer poemario «Preámbulos y ausencias». En Cochabamba, la presentación se llevó a cabo en la Casa del Poeta. Ahí conocí a Adolfo Cáceres Romero. Nos dimos un apretón de manos y conversamos un momento, me acuerdo bien. Luego nos encontramos un par de veces. Me contó, entre muchas otras cosas, que nació en Oruro, pero se había trasladado a Cochabamba para estudiar medicina, como querían sus padres. Sin embargo, su vocación férrea y apasionada por las letras, lo llevó a estudiar en la Universidad Normal Católica Boliviana. Y trabajó como profesor de literatura y gramática española. 

Cuatro años más tarde viajé nuevamente a Bolivia. Estando en Cochabamba lo llamé por teléfono, se alegró bastante. Nos dimos cita en una cafetería donde frecuentan escritores, poetas y artistas, en la Plaza 14 de Septiembre, cerca de la catedral. Cuando llegué al lugar ya estaba sentado tomando un café. Me acerqué y nos dimos un fuerte abrazo y, entre palabra y palabra, me decía: “Qué alegría verte, eres como mi hijo”. Me pedí un café y dale con la charla. El mismo año presentó su libro «Octubre negro» en la ciudad de Oruro. También estuve allí presente. Al final de la presentación me regaló su libro con una hermosa dedicatoria. Después de unas semanas volví a Cochabamba, otra vez nos dimos cita en nuestra cafetería preferida. Siempre charlando de literatura, de poesía, me daba consejos sobre libros, me contaba algunas anécdotas, etc. Una semana antes de salir de Bolivia me invitó a su casa. Me habló de su obra. En ese entonces estaba escribiendo una nueva versión de una Enciclopedia de escritores bolivianos. Además, me comentó que tenía en mente escribir una Enciclopedia con escritores y poetas bolivianos que viven en el extranjero. Te voy a incluir, me dijo con afecto. Aquel día me obsequió su libro «La saga del esclavo», igualmente con una linda dedicatoria. A partir de esos encuentros nació una bella amistad entre Adolfo Cáceres y mi persona. Le llamaba por teléfono de vez en cuando, pero sobre todo nuestra comunicación era por correo electrónico. El año 2013 le llamé para preguntarle si podía escribir el prólogo de mi poemario «Réquiem por un mundo desfallecido». “Con todo gusto hijo mío” fue su respuesta. Entonces le envié el manuscrito de mi poemario. Me dio algunos valiosos consejos y sugerencias. A decir verdad, para mi es un enorme orgullo tener esas magníficas palabras, en mi libro, que salieron del puño de Adolfo Cácereas Romero. Y a finales del año 2014 le hice una extensa entrevista.

En este contexto quiero transcribir algunos mensajes de nuestra comunicación por correo electrónico.

30 de octubre 2017

Me envió su novela La división errante, 1879-1880

Te adjunto lo prometido, mi querido Javier. Recibe un fuerte abrazo de tu paisano y amigo.
Adolfo.

3 de septiembre 2018

Le envié mi poemario inédito para que me hiciera una crítica. Su respuesta el la siguiente:

Mi siempre recordado y apreciado Javier:
¿Sabes de qué semilla está hecha nuestra amistad? Semilla de kirkincho, mi querido Javier.
Gracias por tenerme siempre presente; mientras no me olvides, seguiremos siempre juntos, a pesar de la distancia. Te recuerdo en el café, detrás de la catedral de Cochabamba. Fue la primera vez que te vi; desde entonces, te veo en cada verso que labras. Ahora me pides que sea tu crítico. Antes permíteme darte algunos consejos. Empecé a leer tus poemas. Son hermosos, pero no te copies, hermano. Renóvate. Lee y sueña con las palabras de tus modelos. Todavía sigues escribiendo en la misma línea de descargo social. Benedetti supo renovarse en cada uno de sus libros. Lo primordial para un poeta es ser menos expositivo. Borges te dice: «El arte sucede cada vez que leemos un poema» (…) «Entonces llega el lector adecuado y las palabras –o, mejor, la poesía que ocultan las palabras, pues las palabras solas son meros símbolos– surgen a la vida y asistimos a una resurrección del mundo.»…

Como verás, una crítica analiza tanto las virtudes como los defectos de una obra. Sin más por el momento, te abraza tu amigo de siempre.
Adolfo.

En el tiempo de la pandemia. 17 de abril 2020

Querido Javier: 
No sé si has leído «Encerrados con un solo juguete» del novelista español Juan Marsé, pero la verdad es que nos hallamos en esa situación, encerrados por un virus letal, único en la historia de nuestro planeta. Así que saquémosle algo positivo a esta pandemia. Te aconsejo que pongas todo tu empeño en componer poemas, pues tu talento da para darnos muchas satisfacciones. Desde luego que no es una tarea fácil; sobre todo en la poesía social, que caracteriza tu estilo. En fin, mi querido hermano del alma, tienes bastante para pasar ocupado estos días. Te abraza tu paisano.
Adolfo.

Una vez me pidió que escribiera un texto para la tapa de uno de sus libros. Al mismo tiempo le envié unas fotos que le había sacado en Bolivia.


Su respuesta: 18 de julio 2020, 03:21

Gracias mi querido Javier por tu texto para la contratapa de mi libro. Lo enviaré a Kipus ahora mismo. También te agradezco por las fotos que son un valioso recuerdo para toda la vida. Tu amigo y paisano.


Adolfo.

El siguiente prólogo pertenece a mi poemario Réquiem por un mundo desfallecido que se publicó en Estocolmo en 2014.


Para romper el silencio…


Adolfo Cáceres Romero

Van estas palabras, porque no siempre se lee poemas de alguien que sueña tener el universo en las manos y nos entrega -por tercera vez- su voz, su reclamo por la vida; nos dice lo que es y lo que siente; luego, forzado a confesarse afirma: “Yo no soy de medias tintas”, para recordarnos el momento que fue compartido con los de su generación y con los gemidos de su madre, allá, en su natal Oruro, ese crudo invierno de junio, cuando en los patios y en las calles habían calentado la noche anterior con fogatas.

“Réquiem por un mundo desfallecido” viene después de “Preámbulos y ausencias”, poemario publicado en Oruro, el 2004, y luego “Extraño oficio”, el 2010, en Estocolmo, donde todavía reside el poeta. Aquí no vamos a entretenernos con sus fantasmas; pero sí descubrir lo que nos ofrece, como prolongación de su oficio; desde luego, prácticamente no hay nada que explicar en los 22 poemas de este libro, pero sí mucho que sentir. Leyéndolo nos damos cuenta de que algunas ausencias se hacen fructíferas, aunque para ello se debe llenar ese vacío cantando penas y alegrías. Son sentires que sobrevuelan el mundo desde una ventana con alas de golondrina, en el día y, de búho, por la noche. Cómo pesa la vida en la distancia, pues, de cualquier modo, los retazos con que el poeta compone su trayecto, mostrándonos sus escenarios, son suficiente motivo para animarnos a seguir sus recuerdos.

Claure Covarrubias se muestra como un poeta limítrofe entre la lógica y el ensueño; entonces, es lógico, sobre todo cuando razona sentencioso sobre lo finito e infinito; su ensueño, en cambio, es reminiscente de su andar, al descubrir, el desconcierto de saber que el hambre y la miseria continúan en las calles y no solo del África, donde se aventuró a mirar la vida profunda; entonces, también sintió cuánto le duele la historia de su país, consolándose con el recuerdo de los héroes que dejaron huella, como: Eduardo Abaroa y Genoveva Ríos; y así va más allá o, si se quiere, se sitúa en el fondo de una llaga que no puede cicatrizar, mientras Palestina continúe crucificada.

Analizando los versos de este poeta, comprendemos por qué, un singular creador como Borges, concebía la literatura como: “un arte donde la mayor intensidad se alcanza con la menor cantidad posible de recursos”. Claure no es retórico; al contrario, es directo y sensible en el entretejido de sus versos; de ahí que su palabra -labrada con el llanto de las palliris o la sonrisa del Tío de la mina- nos brota, confesional y enérgica, para concluir con su “Adiós”, que seguros estamos no será definitivo, siempre que podamos leerlo.

Hasta siempre querido amigo Adolfo. Gloria y paz en tu tumba.

El peregrino y la nieve

Guillermo Ruiz Plaza

En Granada, con la Alhambra al fondo, el año que escribió “Yaba Alberto». Tiempo despues, en la misma ciudad, escribiria “El peregrino y la ausencia”.

El árbol, el viento, la lámpara, son algunos de los símbolos más recurrentes y significativos en la poesía de Eduardo Mitre. Pero es la nieve la imagen privilegiada de un pensamiento que se enfrenta sin descanso a la meta última de la poesía: lo inefable. En “La nieve” (revista Letras libres, 2015) leemos:

Se ha puesto el cielo a nevar
por primera vez
como siempre,

y yo, en la vejez, a pensar
que aún no he escrito
un libro sobre la nieve.

Sin embargo, ese libro existe y es legible a lo largo de toda su obra poética. Insoslayable, la blancura nieva sobre sus palabras, las nutre y, a la vez, amenaza con borrarlas. Ya desde su primer libro, Morada (1975), la blancura adopta múltiples formas y funciona como un fiat lux (“hágase la luz”) a través del concepto de “lo blanco”, que alumbra y revela la presencia del mundo:

            De lo oscuro a lo claro

            El alba tensa

            Su

                A

                   r

                   c

                o

Sa       

                l                              

                   t

                   a

                s

                        De lo blanco

¿Por qué no hablar aquí, entonces, del concepto de lo blanco? Porque la poesía de Mitre es terrenal, cotidiana y tangible, y la nieve, una imagen axial que en más de una ocasión se erige como el soporte y el sustento mismo de la escritura:

En la ventana:
la nieve extendida
como tú en el sueño,
absorta
como mis ojos sobre la página.

(“Casi la dicha”, Líneas de otoño)

París, invierno de 1980
Queridos pájaros ausentes
Barrios de nieve
(…)
Cae la nieve
nieva silencio
Así ha de nevar –ya está nevando–
También el olvido

(Razón ardiente)

                        Continua

                                      mente

                                                 instantánea

nieva por primera vez siempre:
como se miran los que se aman.

Nieva como la única cosa
real que sucede.

Y corren los niños para tocarla
y tras ellos las palabras
frágiles como la nieve
pendiente

                          de una mirada.

(“Escrito en blanco”, Líneas de otoño, 1993)

Como la nieve, la poesía revela la realidad al tiempo que la oculta, y la distancia insalvable entre la escritura y el mundo, el lenguaje y el silencio, se materializa como una ausencia palpable en el paisaje de la página:

Cortesía desmesurada
El silencio se inclina
Y me cede la palabra

Avergonzado
Escribo: Itea, verano de 1970                       

En este sentido, la poesía concreta de sus primeros libros juega un papel importante: al multiplicar los blancos tipográficos acoge el silencio, lo moldea y lo hace protagónico. El discurso llega incluso a ceder ante lo inefable:

Suavemente
Nos va conquistando
La       

La luz, el silencio, la página en blanco y hasta las sábanas, donde los amantes “buscan el oculto rostro del ser”, son avatares de la nieve, es decir, refugios de la presencia. Sin embargo, sería imposible figurar lo indecible sin el decir y esta poesía dice la nieve (el ser que anida en ella) justamente porque la calla y se rehúsa a mancharla. Así en “La visita”, uno de los poemas más hermosos de El paraguas de Manhattan, que transcribo íntegramente:

Ha vuelto sin anunciarse
y está en todas partes

Salgo a su encuentro:
blancura destellante.

A cada paso
explosiones de silencio.

Poco a poco
me va cubriendo por dentro.

Ya a punto de transfigurarme
en un árbol o en un ángel,

el paso de una mujer,
el roce casual de su pelo

encienden el pedernal del deseo,
disipan el sortilegio

y vuelven
a fundar la ciudad,

a plantar mi cuerpo
en las calles y el tiempo.

Símbolo de lo sagrado, la nieve no solo no puede ser dicha, sino que, además, antagónica a “las calles y al tiempo”, es decir, a lo profano, lleva al yo poético a los límites de una revelación ontológica, de una plenitud mística. Esta experiencia espiritual, sin embargo, no debe entenderse como una evasión, sino, al contrario, como un acercamiento al corazón ardiente de lo real. ¿No leemos acaso, en Morada, que “No hay más ascensión que hacia la tierra? En lo inmanente, en la textura misma de lo cotidiano, el instante se abre de pronto y, “lo que dura un fósforo” (“El santo”), nos deja atisbar “el oculto rostro del ser”. Pues la poesía de Mitre está en constante búsqueda de “la palabra digna / de tanto don, tanta gracia” (“Casi la dicha”) y se sitúa en la frontera entre lo sagrado y lo profano, la celebración y la elegía, al borde de una revelación inminente. Como anoté en Eduardo Mitre y la generación dispersa (2013), esta poesía es, entre la plenitud y la penuria, la experiencia íntima del mundo según el movimiento pendular del deseo. Tensión igualmente palpable en otros ámbitos, como el erótico:

Sobre el tiempo intacto
nuestros cuerpos tendidos
expuestos al vacío
melancólicamente plenos.

(“Húmeda llama”, Líneas de otoño)

Multiforme y polisémica, la nieve parece concentrar todas las tensiones de la poesía mitreana. Es la cifra de una lucidez implacable que cuestiona el lenguaje poético al tiempo que lo justifica. Es la levedad fértil del instante y la huella de las destrucciones del tiempo, la manifestación del ser y la confirmación de su ausencia en el poema. Puente efímero entre lo sagrado y lo profano, se erige como la imagen misma de la poesía y tal vez incluso de la vida. Pues “lo blanco” es también el blanco, es decir, la meta. Y no cabe duda de que la poesía de Mitre, lejos de ser puramente contemplativa, nos invita a vivir con plenitud, a sentir otra vez asombro ante el mundo y a dar el salto vertiginoso hacia la presencia, el goce, el tacto y la experiencia. Un llamado que resulta imperioso en el mundo ultra conectado y cada vez más virtual en que nos desenvolvemos. Dicho esto, como nuestro querido y lúcido poeta, prefiero retirarme ahora y dejar que el misterio de su poesía resplandezca en toda su desnudez:

Mejor no la embarro,
retiro la mano y me quedo
–como el mirlo
bajo el alero–
mirándola
nevar en silencio
sobre la tierra sangrienta
y la página en blanco.