Édgar Ávila Echazú (Tarija 1939, Cochabamba, 2022) Poeta, ensayista, narrador, historiador y pintor. Ha publicado los poemarios: Habitante fugitivo (1965), Memoria de la tierra (1967), En cautivos sueños encarcelada (1968), Elegía (1979), Elegía para Jaime Saenz (1990), Prohibido barrer los parques en otoño (1998), La Nao (1998), Canciones para Maritza (2015), La noche (2015), Canciones de Don Quijote a Dulcinea (2016), Poemas nocturnos (2016), Poemas para mis bisnietos (2016) y Poesía, volúmen que reune toda su obra poética (2017).
Elegía a un perro
Ya no verás pasar más
a los novios domingueros
soñando con los muebles a plazos
– tan distantes el uno del otro
como la tierra del sol.
Ya no verás más, nunca más
a la indiferencia encerrando
a las gentes en los cines,
persiguiéndolos con saña infinita
en los cafés y días feriados:
metiéndose en sus trajes,
haciendo guiños en los nombres
clavados en tarjetas de defunción,
aprisionando sus rostros
-desgraciadamente estúpidos-
en fotos de carnet.
Las horas ya no vienen
ni te alcanzan los minutos de abandono,
y no sientes la agobiadora tristeza
llamada vacío de las mentes
que se esfuerzan en los Bancos
para descansar aturdiéndose
en los sábados bobos
que declinan su aburrimiento
en cualquier domingo insufrible.
Ya no existen para ti
judíos pletóricos de Letras
pagarés y salchichas abundantes,
paseos sin sol ni tragedias
de cuatro paredes mudas.
Ya no verás desfilar
civismos forzados
y carteles eternamente lacrimosos
anunciando circos, concentraciones,
actos académicos y veladas culturales.
Ya no sientes el odio contenido
de las vacaciones pagas, de discursos,
aplausos, lloriqueos, abrazos,
felicitaciones por telégrafo
y cartas rezagadas riendo su abandono.
Ya no escucharás la dulzura hipócrita
de asistir a entierros, cumpleaños,
bautismos y eficientes llamados
al orden de padres que se ahogan
en sus inalterables cuellos duros.
No extrañarás ya
las confidencias
de dos cuerpos cómplices
al calor de una esquina
necesariamente sonámbula.
No tendrá pena de las cadenas
de tus clavículas,
ni experimentarás sensaciones
de absoluta pasividad
por la risa y los cuentos de vecinos
y compadres.
Te fuiste un hermoso día
sin nombre
sin número
y sin sol,
en que no hubo correo
y yo gemía
por tanto dolor encerrado
en un sobre que no llegaba.
Te alejaste conversando
con tu sombra
por el camino de los nobles
perros justos, dejando
atrás, sin rencor,
toda la escoria de las vidas
sin justificación.
¡Qué hermosos tus ojos
al cerrarse!
¡Qué bella tu muerte
silenciosa de recuerdos!
(Quieta la luz del mediodía)
Quieta la luz del mediodía
pausado rumor
de escondidas aves
en la inmóvil arboleda
detrás del cristal empañado
¿quién me dice las palabras
que tú buscabas en los parques?
¿Quién en la vigilia de los ángeles
descifra el secreto olvidado?
¿Quién me dona el tacto
que palpa la piel de los poemas
que tu padre recuperaba
de la honda noche de Morella?
¡Dulce carne del amor perdido!
El viento de la tarde
me nombra y me hundo
en tu lecho de miel
y de polvo entre las raíces
que tú proteges en tu sueño
La Nao
I
Tañe una campana en la bruma
atraviesa el humo de las tibias aguas
y del navío umbroso
reposando en el fatigado
aliento de las olas
se oye la vieja balada
que conjura los embrujos
de ocultas sirenas
los secretos de madréporas
e hipocampos presos en el espanto
de los líquenes con la angustia
de estremecidos albatroces
Un lúgubre graznido corta
el canto del vigía
“!Tierra a babor! ¡Monstruos
dejad por mil diablos
el azufre y la bebida
de todos los demonios!”
¡Calla avechucho deshalado
cierra el pico alcahuete!
e contesta la ardida voz
de aquel que en la penumbra
ruega a los de la chimirría
acompañen su recuerdo
que deshila imágenes sonámbulas
y madrigales del río encantado.
¿Hacía qué singladuras
tu velamen en albas soñadas
navegará hendiendo alboradas
y vientos de los astrolabios?
¿En qué turbias dársenas
tu grácil maderamen recalará
como si huyera
de fieras galernas
y espumas fragorosas?
¿El vino agridulce el hidromiel
el turbado deleite de la coca
dictarán las canciones
de alabanza a la noche
propicia a las cifras
del diálogo del Cronista
y el Piloto Mayor enredados
en el alborozo de los coros
con el deliquio de la nieve
y las antífonas de los navegantes?
La Noche
2
Y algo más:
buscador de nadas
la noche de la ciudad no nace
ni se apodera de tu tiempo
con la invasión de rumorosas nubes
ni de aquellas de arriba o de abajo
¡la Noche te dice mi nombre!
No existe un solo camino
lo sabes y la llave
es tu propia búsqueda.
La llama viva de la noche
la luz de la alborada
se abrazan se consumen
en el don que refleja
el cercano éxtasis del cielo
-sombra y luz de la escalera
del tiempo que te vive-.
Creas a la Noche
porque la piensas
en tu ir y venir
al imposible centro
al agujero negro
de los sueños…
En los poemas de Edgar Ávila hay una lucidez de observador sereno de su tiempo y circunstancia, lo que le permite enunciar, certeramente, rasgos acaso esquivos de la existencia. Precisión enunciativa que nos ubica en el momento y lugar desde donde observa el mundo que lo rodea y habita. Una intención que se decanta por la claridad y efectividad del discurso, un rasgo formal que le otorga una unidad, coherencia y un tono inconfundible a lo largo de los años, presente desde Habitante fugitivo, su primer libro publicado en 1965, hasta los poemas escritos en 2015, no obstante el notorio cambio operado en Canciones para Maritza y mantenido desde entonces, donde los versos se reconcentran en pos de los elementos indispensables del poema, acortando por ello la extensión profusa en imágenes, pero manteniendo un aura constante en su obra, como tempranamente lo había advertido Jaime Saenz al referirse a la poesía de Ávila Echazú. (B.Ch.)